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Darnton, John - Experimento

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—Genoterapia. Terapia genética. Utilizar a la propia naturaleza. Que sean las células<br />

quienes hagan el trabajo.<br />

—¿Cómo?<br />

—Es muy sencillo, si sabes lo que te traes entre manos. Para duplicar ADN en un<br />

tubo de ensayo se puede utilizar la técnica de la reacción en cadena de la polimerasa.<br />

Haces millones de copias de un pequeño segmento de ADN. Luego necesitas un portador<br />

para introducir el ADN en las células. Los virus son portadores naturales, ésa es su<br />

especialidad. Forman proteínas inyectando su ADN en las células, utilizando a éstas para<br />

hacer proteínas de virus y reestructurando luego las proteínas virales. Así que colocas el<br />

gen de la telomerasa en el interior de un virus y haces que el virus infecte a unas células.<br />

Esas células asimilan el virus y comienzan a producir telomerasa.<br />

Tizzie sonrió alentadora.<br />

—Haces que parezca fácil.<br />

—Es fácil —dijo Alfred con la vista en el mar—. Y rudimentario. El problema radica<br />

en que es tan rudimentario que si la más mínima cosa sale mal, descabala todo el<br />

proceso. Y las consecuencias pueden ser devastadoras.<br />

—¿A qué te refieres?<br />

—Pues, por ejemplo, a la telomerasa mutante. Un pequeño error en la selección de<br />

la proteína original o en la producción de centenares de miles de copias. Cualquier<br />

pequeño fallo, cualquier minúsculo cambio en uno de los ladrillos de la estructura, se<br />

multiplica por mil, por un millón. Acabas teniendo entre las manos una enzima loca que<br />

hace lo contrario de lo que tú quieres que haga. En vez de reforzar los topes de<br />

telomerasa, se queda en el interior de las células, haciendo que los cromosomas formen<br />

grumos o, peor aún, haciendo que surjan otros nuevos. Y entonces empieza la locura. La<br />

enzima mutante se convierte en caníbal y llega a atacar el ADN, partiéndolo en dos con<br />

un tajo de carnicero.<br />

Tizzie hizo una pequeña pausa tratando de asimilar la enormidad que su compañero<br />

le estaba diciendo.<br />

—Eso fue lo que vi anoche —dijo al fin la joven. —Y lo peor es que, naturalmente, no<br />

puedes detener el proceso, porque tú mismo te has ocupado de que siga indefinidamente.<br />

E indefinidamente sigue, hasta que al fin hay algo que lo detiene. La muerte celular. Y<br />

cuando se produce la muerte celular masiva, el producto se llama progeria.<br />

—¿Progeria?<br />

—Vejez prematura. El síndrome de Hutchinson-Guilford.<br />

Alfred se volvió. Quedó de espaldas a Tizzie y de cara hacia la isla, que cada vez<br />

estaba más próxima.<br />

—Resulta irónico, ¿no? —preguntó—. Tu intención es prolongar la existencia<br />

humana y terminas produciendo el Hutchinson-Guilford. ¿Sabes cuál es el promedio de<br />

vida de los que padecen el Hutchinson-Guilford?<br />

—No —dijo Tizzie—. ¿Cuál es?<br />

—Desde el nacimiento hasta la muerte, 12,7 años.<br />

Ella lanzó un suave silbido, alargó la mano, cogió a su compañero por el brazo y lo<br />

obligó a volverse.<br />

—¿Habéis descubierto algo para combatir ese fenómeno? ¿Una vacuna o algo así?<br />

—No.<br />

—O sea que todos los del Laboratorio, los científicos, sus hijos, mi padre, están<br />

muriendo de eso, ¿no?<br />

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