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Darnton, John - Experimento

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en cuenta cómo son algunos de los reclusos, lo más probable es que actúen como los<br />

toros bravos cuando les ponen un trapo rojo delante.<br />

Alfred se levantó y fue con paso vacilante al servicio. Al regresar parecía demudado.<br />

Creo que ya está en mis manos, pensó Tizzie.<br />

—¿Sabes lo que estoy pensando? —siguió—. Que posiblemente ésta haya sido tu<br />

noche de suerte. Encontrarme donde me encontraste quizá sea lo mejor que te ha<br />

sucedido.<br />

Él la miró, irritado, confuso, inseguro.<br />

—Tal vez yo pueda ser tu salvadora —continuó ella poniéndose en pie y casi<br />

derribando el vaso de agua lleno de vodka que había en el suelo—. No tienes que hacer<br />

nada ni decir nada —añadió persuasiva—. ¿Qué tal si volvemos a la pensión y consultas<br />

con la almohada? Quizá por la mañana, con la cabeza más despejada, te parezca<br />

adecuado llamar al número que te di antes. Después de eso hablaremos y veremos qué<br />

se puede hacer.<br />

Salieron del bar de carretera y ella tendió una mano hacia su compañero.<br />

—Dame las llaves del coche. Será mejor que yo conduzca. Tú has bebido<br />

demasiado.<br />

A la mañana siguiente, a la hora del desayuno, Tizzie vio con satisfacción que Alfred<br />

tenía un aspecto espantoso. Su cabello, normalmente tan repeinado, estaba revuelto, y<br />

sus ropas, siempre impolutas y recién planchadas, se hallaban arrugadas, como si el<br />

hombre hubiera dormido vestido. La joven se fijó mejor y llegó a la conclusión de que<br />

había sido así. Alfred llevaba la misma camisa y los mismos pantalones de la noche<br />

anterior. Además, tenía los ojos enrojecidos.<br />

Tizzie lo dejó desayunar en paz y luego propuso una excursión sabatina. Él accedió<br />

mansamente. Fueron en coche hasta el pequeño puerto situado en el centro de la ciudad,<br />

que estaba lleno de embarcaciones de polícromas velas. Allí compraron dos billetes y<br />

abordaron un ferry que los llevaría hasta Island Beach, que se encontraba a kilómetro y<br />

medio de distancia, en la ensenada de Long Island.<br />

El día de julio era radiante. Se sentaron en cubierta y dejaron que el sol los<br />

acariciase. El cielo era de un azul cristalino. Las lanchas a motor pasaban petardeando<br />

junto a ellos, en dirección a mar abierto. A ambos lados de la bahía se veían, sobre las<br />

verdes colinas, mansiones a lo Gran Gatsby. Cada una tenía su propio embarcadero.<br />

Tizzie miró a los otros pasajeros. Había adolescentes flirteando, parejas entradas en<br />

años absortas en sus libros y familias enteras que iban de picnic. Los hombres cuidaban<br />

de las bolsas de utensilios y comida, y las mujeres corrían tras los niños. No se veía a una<br />

sola persona de aspecto sospechoso.<br />

Sintió que se le desgarraba el corazón. Ver a todas aquellas familias le producía una<br />

turbadora sensación de soledad. El tiempo pasaba para ella casi tan deprisa como para<br />

aquellas células del laboratorio.<br />

Miró a Alfred a los ojos.<br />

—¿Qué? ¿Anoche estuviste despierto hasta las tantas, pensando?<br />

Él la miró con algo muy similar al odio. —Llamé al número que me diste. No hablé<br />

con el tipo, pero lo que dijiste era cierto.<br />

—Bien. Empecemos.<br />

—No sé nada de las otras cosas que mencionaste. Yo sólo estoy al corriente de la<br />

parte científica del asunto.<br />

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