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Darnton, John - Experimento

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CAPÍTULO 28<br />

—Bueno, ¿cómo quieres que lo hagamos? ¿Los llamo ahora mismo, vamos hasta<br />

allí, te denuncio y vemos qué pasa... o primero hablamos y después te denuncio? Tú<br />

eliges.<br />

A Alfred le encantaba su posición de poder. Eso es lo malo de los aduladores, se dijo<br />

Tizzie. Les das un poco de autoridad y se les sube la cabeza. Un poco de autoridad. Qué<br />

demonios, él cree que me tiene totalmente a su merced.<br />

Circulaban por Anderson Hill Road, una carretera que serpenteaba entre las colinas<br />

de Purchase y que más adelante empalmaba con King Street y llegaba a las enormes<br />

fincas residenciales de Greenwich. Pasaron frente a un pequeño bar de carretera que<br />

tenía en la fachada un rojo anuncio de neón.<br />

—¿Qué tal si bebemos algo? —propuso Tizzie.<br />

—Estupendo. La señorita escoge la opción número dos —dijo Alfred en el melifluo<br />

tono de los presentadores de televisión.<br />

Menudo imbécil, pensó ella.<br />

Se sentaron a una mesa de un rincón. Tizzie pidió agua y un vodka solo; él, para no<br />

ser menos, hizo lo mismo. Cuando llegaron las bebidas, ella apuró la suya de un solo<br />

trago y él la imitó.<br />

—Muy bien, y ahora ¿por qué no me cuentas qué estabas haciendo en el laboratorio<br />

restringido tú sólita y por la noche? Supongo que, como has dispuesto de más de cinco<br />

minutos para inventarte algo, tendrás una explicación razonable.<br />

—¿Por qué crees que estuve en el laboratorio restringido?<br />

—Por los monos. Arman una gran escandalera cuando ven a alguien que no<br />

conocen.<br />

Me ha pillado, se dijo Tizzie.<br />

—No todos. Algunos son demasiado viejos para hacer nada. Me pregunto a qué se<br />

debe eso.<br />

El pelirrojo frunció el entrecejo. Tizzie buscaba un modo de ganar tiempo. Se bebió<br />

el agua y escondió el vaso bajo la mesa. En aquel momento llegó la segunda ronda de<br />

vodkas y, mientras Alfred apuraba el suyo, Tizzie vació su copa en el vaso de agua vacío.<br />

—Dime una cosa, ¿por qué sospechaste de mí?<br />

—Vamos, por favor. Llevo mucho tiempo vigilándote. Siempre ausentándote.<br />

Husmeando. Problemas femeninos. Por el amor de Dios... ¿por quién me tomas?<br />

Tizzie estuvo tentada de contestarle; pero, en vez de hacerlo, pidió otra ronda. El<br />

alcohol no tardará en hacerle efecto, se dijo.<br />

Había llegado el momento de correr un riesgo calculado. Tarde o temprano, todos<br />

los espías —o, al menos, todos los espías dobles— llegan a un punto del que no hay<br />

retorno.<br />

—Te diré la verdad —comenzó Tizzie—. A fin de cuentas, no tengo nada que perder.<br />

Advirtió que había conseguido captar la atención de su compañero. El hombre<br />

estaba echado hacia adelante, acodado en la mesa.<br />

—Me descubriste muy pronto. No todo el mundo lo habría hecho.<br />

Los halagos eran uno de los trucos más viejos del manual.<br />

—Supongo que te estarás preguntando para quién trabajo.<br />

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