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Darnton, John - Experimento

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CAPÍTULO 27<br />

Tizzie había oído hablar vagamente de la filial de Purchase de la Universidad Estatal<br />

de Nueva York, pero siempre había creído que el lugar era una escuela de artes<br />

escénicas. Y, efectivamente, cuando cruzó la puerta sin vigilancia situada en Anderson<br />

Hill Road, el primer edificio que la joven vio fue el teatro. Pero la limusina que tío Henry le<br />

había enviado, conducida por un taciturno chófer que subió el vidrio de separación entre<br />

la parte delantera y la trasera en cuanto ella montó en el vehículo, pasó de largo el teatro<br />

y continuó hasta una zona arbolada situada al fondo del campus, donde se alzaba un<br />

grupo de edificios aislados del resto. Desde el exterior podría haber pasado por una<br />

escuela de comercio, de no ser por la alta cerca de madera que los rodeaba. En el<br />

césped frente al edificio, un letrero anunciaba con grandes letras metálicas: Escuela<br />

Samuel BlLLINGTON DE CIENCIAS ZOOLÓGICAS.<br />

El coche se detuvo ante una puerta con barrera situada en el centro de la cerca. El<br />

chófer abrió el maletero, dejó el pequeño maletín de Tizzie en el suelo, y, tras indicarle a<br />

su pasajera que debía utilizar el intercomunicador situado junto a la entrada, se alejó en la<br />

limusina.<br />

Una voz incorpórea le preguntó su nombre y le pidió que esperase. Pasados varios<br />

minutos, un hombre corpulento que se cubría con una gorra de vigilante apareció en la<br />

puerta, comparó a Tizzie con la foto que llevaba, le franqueó el paso y la condujo a una<br />

pequeña caseta situada junto a la entrada principal. Una batería de monitores de<br />

televisión indicaba que el lugar era el centro de control del sistema de seguridad.<br />

—Primero tenemos que darle a usted sus credenciales —dijo el hombre, que luego<br />

procedió a hacerle unas fotos con una Polaroid—. Tendrá una autorización de seguridad<br />

de grado tres.<br />

—¿Y eso qué significa?<br />

—No es una autorización muy alta. En realidad, es la más baja. Pero le permitirá<br />

acceder a su edificio y a la cantina.<br />

Tizzie echó a un rápido vistazo a los monitores. Parecía haber cuatro cámaras. Tres<br />

estaban situadas en el exterior, y la cuarta se hallaba en el interior de algún edificio,<br />

enfocada hacia una puerta que tenía una cerradura de combinación.<br />

El hombre le entregó a Tizzie una tarjeta plastificada con su foto, colgada al extremo<br />

de una cadenita metálica.<br />

—Tiene usted que llevarla siempre.<br />

El guardia la hizo salir por la puerta trasera, cruzó con ella un patio y ambos entraron<br />

en un edificio de tres pisos de estuco blanco en cuyo interior se percibía un desagradable<br />

olor a orina.<br />

—Son los monos —explicó el guardia—. Están en el segundo piso, que es zona<br />

restringida. Usted trabajará en el primero. No se preocupe por el olor, terminará<br />

acostumbrándose.<br />

A Tizzie no se le había escapado el hecho de que, mientras la acompañaba, el<br />

hombre había dejado sola la oficina. Al parecer, pese a las cámaras de televisión y a las<br />

tarjetas identificadoras, las medidas de seguridad no eran demasiado estrictas.<br />

El guardia llamó a una puerta. Un cartel indicaba que aquél era el despacho del<br />

doctor Harold Brody, el director del Laboratorio de Ciencias Zoológicas. Después de<br />

llamar, el guardia se retiró.<br />

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