Darnton, John - Experimento
Darnton, John - Experimento Darnton, John - Experimento
Cualquier ola un poco grande podía lanzarlos al canal, donde la fuerte corriente que se formaba entre las dos masas de tierra los arrastraría. —¿Sabes si la marea está subiendo o bajando? —preguntó Jude por encima del ruido del oleaje. —No lo sé a ciencia cierta, pero creo que está subiendo. Sin embargo, creo que podremos cruzar. —Sí, pero... ¿podremos regresar? Skyler se encogió de hombros. Tan fatalista ademán fue clara indicación de lo mucho que al joven le dolía aún recordar a Julia. —Supongo que sí —fue cuanto dijo. Volvió al bosque y un minuto más tarde regresó con dos grandes ramas para usarlas a modo de bastones. Luego se quitó los zapatos, ató un cordón con otro, se los puso en torno al cuello y se remangó los pantalones. Jude hizo lo mismo. Skyler abrió la marcha avanzando de lado, sin perder de vista el oleaje, tanteando con el pie izquierdo hasta encontrar un apoyo seguro antes de mover la pierna derecha. Utilizó el bastón para apoyarse en él cuando recibía el embate de las olas. Pese a todas estas precauciones, su avance fue sorprendentemente rápido. Jude lo observaba y, una vez Skyler se hubo alejado diez metros, lo siguió e imitó sus movimientos lo mejor que pudo. El agua estaba tibia y las rocas del fondo se hallaban cubiertas de algas resbaladizas. Mantener el equilibrio le resultaba más difícil de lo que al principio había pensado, ya que las corrientes que se arremolinaban en torno a sus piernas no dejaban de cambiar de dirección y velocidad. Por dos veces, sólo el bastón lo libró de caer al agua. En determinado momento, alzó la vista y vio un pequeño barco de pesca anclado en alta mar, a menos de un kilómetro. No tardaron en llegar al centro del istmo, y el agua se hizo menos profunda. A partir de allí avanzaron con más rapidez y al cabo de menos de un minuto estaban ya en la otra orilla. Skyler se sentó en el suelo para ponerse los zapatos y Jude lo imitó. —¿Ves ese barco de ahí? —preguntó Jude. —Sí. Está pescando. En esta zona siempre hay alguno. —Sí, claro. Skyler miró en torno. —No te imaginas lo extraño que se me hace estar aquí. Cuando éramos pequeños, ni siquiera nos permitían acercarnos. Así que, como es natural, fantaseábamos sobre este lugar, nos hacíamos todo tipo de preguntas. —¿Acerca de qué? —Acerca de los niños. ¿Quiénes eran? ¿A qué fines estaban destinados? —Este lugar debía de daros mucho miedo. —No creas que tanto. Aunque supongo que, en el fondo, todos sentíamos el temor de que los niños fueran a ocupar nuestros puestos... —Y probablemente no andabais muy desencaminados. —Sí, supongo que dimos en el clavo. Y, teniendo en cuenta que nosotros somos clones, lo más probable es que ellos también lo sean, sólo que más jóvenes. Pensándolo bien, resulta lógico. De ese modo, cuando nuestros órganos envejezcan, será posible usar los suyos. Otro gran avance en la búsqueda de la longevidad —dijo Skyler sin ocultar su rencor, mirando fijamente a Jude, como si de algún modo lo hiciera responsable—. De todas maneras, el caso es que no tenemos ni idea de lo que vamos a encontrar aquí, si es que encontramos algo. 257
Jude asintió con la cabeza. Él había estado pensando lo mismo. De nuevo le asombró el hecho de que su cerebro y el de Skyler parecieran funcionar en tándem. En un montón de cosas eran parecidísimos, aunque en el fondo eran totalmente distintos. Reparó en que Skyler, en terreno conocido, parecía sentirse más seguro de sí mismo. Y Jude volvió a sentirse orgulloso de su gemelo; pero también picado en su amor propio. —¿Sabes...? Ahora que estoy aquí y lo veo todo con mis propios ojos —dijo señalando con un amplio movimiento del brazo la isla que acababan de abandonar—, todavía me cuesta creer que esto sea cierto. O sea, es totalmente inconcebible que algo así exista frente a las costas de Georgia, el laboratorio privado de un loco que se dedica a producir seres humanos con fines experimentales. Skyler lo miró por un largo momento sin decir nada, y luego se puso en pie. —Continuemos adelante —fue cuanto dijo—. Sígueme. Se hallaban totalmente rodeados por la alta hierba de las marismas. Desde el lugar en que se encontraban saltaba a la vista que aquella segunda isla era mucho menor. Medio centenar de metros más adelante había una línea de árboles. En aquel punto, la isla se ensanchaba, aunque seguía siendo lo bastante estrecha como para que se pudiera cruzar a pie en cinco o diez minutos. No se veía ningún edificio, ni otra indicación de que hubiera habitantes más que un pequeño sendero abierto entre la hierba. Siguieron el camino hasta llegar a la altura de los árboles, donde el sendero desapareció. A partir de allí se vieron obligados a avanzar abriéndose paso entre la maleza, que era más tupida que en la primera isla. Había todo tipo de arbustos espinosos que se les enganchaban en los pantalones y les arañaban los brazos. Su avance fue lento, pero al fin consiguieron llegar a una pequeña pradera. Fue entonces cuando lo oyeron por primera vez. Era un extraño sonido que les llegó fantasmalmente transportado por el viento, similar a un quejido, claramente humano, pero distinto a cuanto ellos habían oído anteriormente. Se miraron y, sin articular palabra, echaron a correr a través de la pradera. Delante había un grupo de altas palmeras y, a través de sus gruesos troncos, divisaron, a lo lejos, una edificación. Al acercarse, distinguieron un muro de ladrillo de metro y medio de altura, coronado por alambre de espinos. Parecía sólido e inexpugnable, sin una sola abertura. El ruido sonaba ahora más alto. Siguieron el muro hasta un recodo en ángulo recto y luego hasta otro recodo igual. Allí los árboles eran más escasos y se divisaba una avenida, una pequeña caseta de ladrillo y, a lo lejos, un embarcadero. No se veía ni a una alma. Skyler y Jude caminaron hasta la puerta de acceso al recinto, que era lo bastante ancha para permitir el paso de un vehículo y cuyas dos puertas se hallaban abiertas. Las cruzaron y se encontraron el patio principal de un viejo edificio de estilo colonial francés, provisto de galerías y porches, y con el tejado de tejas. En las paredes se veían grietas; en el suelo, tejas caídas; las ventanas estaban rotas. En el centro del patio se alzaba un gran roble, cuyas ramas colgaban tan bajo que los líquenes que pendían de ellas casi rozaban el suelo. Comprendieron inmediatamente que allí había alguien. No por lo que vieron, sino por los sonidos —un murmullo, una tos, un gemido, unos susurros— que parecían proceder del sombrío interior del edificio. La puerta más próxima daba a una especie de oficina que estaba vacía. Vieron un taburete junto a una repisa sobre la cual el viento movía las hojas de un libro. Junto al libro, una taza en cuyo fondo había una capa de café seco. 258
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un montón de cosas eran parecidísimos, aunque en el fondo eran totalmente distintos.<br />
Reparó en que Skyler, en terreno conocido, parecía sentirse más seguro de sí mismo. Y<br />
Jude volvió a sentirse orgulloso de su gemelo; pero también picado en su amor propio.<br />
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todavía me cuesta creer que esto sea cierto. O sea, es totalmente inconcebible que algo<br />
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Skyler lo miró por un largo momento sin decir nada, y luego se puso en pie.<br />
—Continuemos adelante —fue cuanto dijo—. Sígueme.<br />
Se hallaban totalmente rodeados por la alta hierba de las marismas. Desde el lugar<br />
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Medio centenar de metros más adelante había una línea de árboles. En aquel punto, la<br />
isla se ensanchaba, aunque seguía siendo lo bastante estrecha como para que se<br />
pudiera cruzar a pie en cinco o diez minutos. No se veía ningún edificio, ni otra indicación<br />
de que hubiera habitantes más que un pequeño sendero abierto entre la hierba.<br />
Siguieron el camino hasta llegar a la altura de los árboles, donde el sendero<br />
desapareció. A partir de allí se vieron obligados a avanzar abriéndose paso entre la<br />
maleza, que era más tupida que en la primera isla. Había todo tipo de arbustos espinosos<br />
que se les enganchaban en los pantalones y les arañaban los brazos. Su avance fue<br />
lento, pero al fin consiguieron llegar a una pequeña pradera.<br />
Fue entonces cuando lo oyeron por primera vez.<br />
Era un extraño sonido que les llegó fantasmalmente transportado por el viento,<br />
similar a un quejido, claramente humano, pero distinto a cuanto ellos habían oído<br />
anteriormente.<br />
Se miraron y, sin articular palabra, echaron a correr a través de la pradera. Delante<br />
había un grupo de altas palmeras y, a través de sus gruesos troncos, divisaron, a lo lejos,<br />
una edificación.<br />
Al acercarse, distinguieron un muro de ladrillo de metro y medio de altura, coronado<br />
por alambre de espinos. Parecía sólido e inexpugnable, sin una sola abertura. El ruido<br />
sonaba ahora más alto. Siguieron el muro hasta un recodo en ángulo recto y luego hasta<br />
otro recodo igual. Allí los árboles eran más escasos y se divisaba una avenida, una<br />
pequeña caseta de ladrillo y, a lo lejos, un embarcadero. No se veía ni a una alma.<br />
Skyler y Jude caminaron hasta la puerta de acceso al recinto, que era lo bastante<br />
ancha para permitir el paso de un vehículo y cuyas dos puertas se hallaban abiertas. Las<br />
cruzaron y se encontraron el patio principal de un viejo edificio de estilo colonial francés,<br />
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en el suelo, tejas caídas; las ventanas estaban rotas. En el centro del patio se alzaba un<br />
gran roble, cuyas ramas colgaban tan bajo que los líquenes que pendían de ellas casi<br />
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Comprendieron inmediatamente que allí había alguien. No por lo que vieron, sino por<br />
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La puerta más próxima daba a una especie de oficina que estaba vacía. Vieron un<br />
taburete junto a una repisa sobre la cual el viento movía las hojas de un libro. Junto al<br />
libro, una taza en cuyo fondo había una capa de café seco.<br />
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