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Darnton, John - Experimento

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Sin embargo, sexualmente hablando, habían pasado ratos fantásticos. En las noches<br />

en que ambos estaban de guardia, se metían a hurtadillas en el archivo y hacían el amor<br />

entre cajas de periódicos microfilmados. Jude miró a la joven por el rabillo del ojo y le dio<br />

la sensación de que estaba recordando lo mismo que él. El ascensor llegó al piso de<br />

Betsy, y ésta le dirigió una media sonrisa y un «Hasta luego» inexpresivo pero<br />

razonablemente cordial, como diciéndole: a estas alturas ya me importas tan poco que<br />

soy capaz de tratarte como a un conocido cualquiera. Cuando ella abandonó la cabina,<br />

Jude experimentó una grata sensación de alivio.<br />

Las puertas del ascensor se abrieron, y Jude salió a su piso.<br />

—Buenos días, Barry —le dijo al recepcionista, un tipo cuyo rubio y engominado<br />

bigote estilo Dalí le daba el lúgubre aspecto de un búfalo de agua.<br />

—Vaya, pero si está aquí el gran novelista.<br />

Jude bufó por dentro. No estaba de humor para sarcasmos.<br />

La redacción tenía el aspecto habitual de los sábados: la gente iba vestida con ropa<br />

informal, esperando que en algún lugar se produjera una catástrofe antes de la hora de<br />

cierre. Sólo había de guardia una docena de reporteros, y todos ellos mantenían las<br />

cabezas bajas para evitar las miradas de los redactores jefe.<br />

Jude necesitaba algo interesante sobre lo que escribir. La entrevista que acababa de<br />

realizar había sido un fracaso. Recientemente, había terminado una serie de artículos<br />

sobre el control de armas, sazonada con estremecedoras historias de niños que, después<br />

de encontrar revólveres cargados, habían disparado con ellos contra sus compañeros, y<br />

ahora deseaba algo sencillo y rápido que le permitiera desengrasarse las neuronas.<br />

Jude miró hacia la sección de Local. Leventhal, el redactor jefe de los fines de<br />

semana, estaba reunido con sus adjuntos. Aquello no era un buen indicio. Cuando Jude<br />

comenzó a trabajar en el periódico, oyó decir a un veterano que de una conferencia de<br />

redacción jamás había salido un buen reportaje, y hasta ahora no había tenido motivo<br />

alguno para contradecir tal axioma. Sin embargo, Leventhal sentía simpatía hacia él o, al<br />

menos, parecía respetar su trabajo. Si surgía alguna noticia interesante, era posible que<br />

Leventhal se la encargase a él.<br />

Jude se sentó a su escritorio y encendió el ordenador. La pantalla se iluminó, él<br />

marcó su clave y no tardó en comenzar a mascullar maldiciones. El piloto de los mensajes<br />

estaba encendido y Jude sabía lo que eso significaba: preguntas acerca de la fiabilidad de<br />

su reportaje. No se equivocaba y, al revisar el texto, el alma se le cayó a los pies. Había<br />

largos párrafos escritos en el tipo de letra que se utilizaba para las observaciones,<br />

colocados allí por algún corrector anónimo. Se pasó las tres horas siguientes revisando<br />

sus notas, verificando hechos y llamando a informantes a los que no les hizo la menor<br />

gracia desperdiciar parte de un sábado hablando con él por teléfono. Como venganza, se<br />

tomó un buen rato para almorzar.<br />

Al poco rato de volver del restaurante, su teléfono sonó. Era Clive, uno de los<br />

redactores de Local, que le habló en voz baja y tono de conspirador. Clive estaba en<br />

deuda con él, pues en más de una ocasión Jude lo había ayudado a dar forma a un<br />

reportaje. Cuando sus miradas se cruzaron desde extremos opuestos de la redacción,<br />

Jude comprendió por la expresión de su compañero que se disponía a devolverle el favor.<br />

—Un asesinato que tiene buena pinta —le anunció Clive a través del teléfono—. No<br />

tengo muchos datos, pero a juzgar por el teletipo, el suceso parece bastante extraño.<br />

Mutilación. Quizá sea un asesinato ritual o un ajuste de cuentas de la mafia.<br />

—¿Quién es la víctima?<br />

—Todavía no la han identificado.<br />

—¿Dónde?<br />

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