Darnton, John - Experimento
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que el principio de una carrera salpicada de resonantes y lucrativos éxitos. Compraba empresas a diestro y siniestro, con el acierto de escoger las que sólo necesitaban una pequeña inversión de dinero para que su precio se pusiera por las nubes. Poseía el toque de Midas y, a los sesenta años, se le calculaba una fortuna personal de varios cientos de millones de dólares. En la foto aparecía un atractivo y bronceado individuo sonriendo a la cámara durante una fiesta benéfica que se había celebrado en el Museo Metropolitano de Nueva York. A su lado, colgada de su brazo, posaba una elegante dama de la mejor sociedad neoyorquina. —Lo vi aquel día. Estoy seguro. Voló hasta la isla en una avioneta. Lo reconocería en cualquier parte: la misma barbilla, la misma sonrisa jactanciosa. Esperaba que todos estuvieran pendientes de él... y todos lo estaban. —Bingo. Y ya van dos... ¡y sólo Dios sabe cuántos quedan! Dos cervezas más tarde, Jude tuvo otra de sus inspiraciones y salió del bar como una exhalación llevándose a Skyler casi a rastras. Tomaron un taxi. Comenzaba a lloviznar y en las aceras empezaban a abrirse paraguas. —¿Y para qué hemos de ir a ese sitio? —preguntó Skyler. —Simplemente para dar un paseo por los augustos corredores del lugar en el que se deciden los destinos de la nación. Se apearon en el Capitolio y entraron en el edificio mezclados con los turistas. La tarde estaba ya mediada. Ante el detector de metales se había formado una pequeña cola compuesta principalmente por grupos familiares que aguardaban para efectuar la visita turística. Al principio no tuvieron suerte. Skyler miraba a todos aquellos con los que se cruzaban por los pasillos del Capitolio. Se asomaron a varias oficinas y pasearon por los amplios corredores. Mientras simulaban examinar el busto de algún político famoso, lo que en realidad hacían era estar pendientes de las conversaciones de los congresistas. Encontraron un despacho de atención al público en el que pudieron examinar las fotos que contenía el directorio del Congreso, un grueso volumen forrado en piel. Incluso se unieron a un grupo de congresistas, y con él llegaron hasta el andén de un tren eléctrico subterráneo. Lo tomaron, fueron al edificio Samuel Rayburn y regresaron. Jude estaba ya a punto de arrojar la toalla cuando de pronto advirtieron que todos los congresistas se movían con paso presuroso en una misma dirección. Un guardia les explicó que era necesario que hubiera quórum para la votación de una enmienda presupuestaria. Aquél sería el último acto legislativo antes de que en el Congreso comenzaran las vacaciones de verano. No resultaba extraño que todos estuvieran tan impacientes por votar. Se encaminaron a la galería reservada para los visitantes. Skyler se situó en un asiento de primera fila y miró desde lo alto hacia el salón de sesiones. El presidente del Congreso dio un golpe de maza y anunció que se iba a efectuar un recuento de asistentes. Los congresistas accionaron los conmutadores que encendían las lucecitas del tablero de recuento situado en uno de los laterales. Skyler le dio con el codo a Jude. —Ese de ahí, el de la cuarta fila a la derecha. Jude miró al hombre que su compañero indicaba. Era un individuo bajo y regordete, con gafas de montura oscura y una calva que relucía por debajo de los largos cabellos que trataban sin el menor éxito de disimularla. 237
—Creo que lo conozco, pero no estoy seguro. Tendría que verlo de frente. Localizaron el escaño del hombre en el folleto de turismo que tenía por título «Conozca a sus representantes». Aquel puesto correspondía a la delegación de Georgia. Diez minutos más tarde, finalizada la votación, un mazazo del presidente dio por concluida la sesión y los congresistas se pusieron en pie. Cambiaron apretones de manos, abrazos, se despidieron con estentóreas voces y desaparecieron con la rapidez de los niños en el último día de clase. Jude y Skyler tuvieron que preguntar varias veces hasta que llegaron a la oficina que buscaban. La puerta del despacho 316 estaba cerrada. La pasaron de largo y fueron a detenerse al fondo del corredor, cerca ya de la rotonda. Muchas de las puertas que daban al corredor se abrieron, y por ellas salieron hombres y mujeres dispuestos a comenzar cuanto antes las vacaciones. Pasados diez minutos, cuando ya apenas había ajetreo, la puerta 316 se abrió y salió el hombre bajo y con gafas. Visto desde el nivel del suelo, su cuerpo tenía forma de aguacate. El hombre fue derecho hacia donde ellos estaban. Los dos se escondieron rápidamente tras una estatua de William Jennings Bryan en la que éste aparecía en actitud oratoria, con una mano tendida hacia adelante y la otra sobre el corazón. —Míralo bien —dijo Jude, que permanecía oculto tras la estatua. El hombre salió a paso rápido del corredor y giró sobre sus talones encaminándose hacia una puerta que estaba en la otra dirección. Vuélvete, le ordenó mentalmente Skyler. ¡Vuélvete! El hombre continuó derecho y llegó a la puerta. En aquel momento Jude lanzó un estrepitoso estornudo que resonó en todo el corredor. El hombre se volvió. Skyler le echó un buen vistazo y se metió también tras la estatua de Bryant. Cuando salió de nuevo, el hombre había desaparecido y el ruido de la puerta al cerrarse aún resonaba en la rotonda. Skyler sólo dijo una palabra: —Bingo. —Aún tenemos que hacer escala en otro puerto —dijo Jude mirando su reloj—. Si nos damos prisa, todavía llegaremos a tiempo. En el taxi le dio a Skyler una conferencia sobre la Primera Enmienda, la libertad de prensa y las glorias del Cuarto Poder. Cuando en una democracia falla todo lo demás, dijo, cuando uno está desesperado y no sabe a qué recurrir, siempre puede buscar la salvación en los periódicos. —Y por eso ya me siento cabreado por lo que estamos a punto de descubrir — declaró. Las oficinas ejecutivas de la Worldwide Media Inc. ocupaban los tres últimos pisos de un moderno edificio de la avenida Connecticut. Desde allí, Tibbett y sus ejecutivos podían —figurativa y literalmente— mirar desde arriba a la Casa Blanca. Una vez en el interior del edificio, Jude recordó que el vestíbulo tenía una salida en cada extremo. Hordas de empleados estaban ya saliendo por ambas puertas. Lo cual no les convenía, pues si Jude y Skyler se apostaban en una de las puertas, el hombre al que buscaban podía salir por la otra. El único remedio era tratar de atajarlo en el piso 238
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—Creo que lo conozco, pero no estoy seguro. Tendría que verlo de frente.<br />
Localizaron el escaño del hombre en el folleto de turismo que tenía por título<br />
«Conozca a sus representantes». Aquel puesto correspondía a la delegación de Georgia.<br />
Diez minutos más tarde, finalizada la votación, un mazazo del presidente dio por<br />
concluida la sesión y los congresistas se pusieron en pie. Cambiaron apretones de<br />
manos, abrazos, se despidieron con estentóreas voces y desaparecieron con la rapidez<br />
de los niños en el último día de clase.<br />
Jude y Skyler tuvieron que preguntar varias veces hasta que llegaron a la oficina que<br />
buscaban. La puerta del despacho 316 estaba cerrada. La pasaron de largo y fueron a<br />
detenerse al fondo del corredor, cerca ya de la rotonda. Muchas de las puertas que daban<br />
al corredor se abrieron, y por ellas salieron hombres y mujeres dispuestos a comenzar<br />
cuanto antes las vacaciones. Pasados diez minutos, cuando ya apenas había ajetreo, la<br />
puerta 316 se abrió y salió el hombre bajo y con gafas. Visto desde el nivel del suelo, su<br />
cuerpo tenía forma de aguacate.<br />
El hombre fue derecho hacia donde ellos estaban. Los dos se escondieron<br />
rápidamente tras una estatua de William Jennings Bryan en la que éste aparecía en<br />
actitud oratoria, con una mano tendida hacia adelante y la otra sobre el corazón.<br />
—Míralo bien —dijo Jude, que permanecía oculto tras la estatua.<br />
El hombre salió a paso rápido del corredor y giró sobre sus talones encaminándose<br />
hacia una puerta que estaba en la otra dirección.<br />
Vuélvete, le ordenó mentalmente Skyler. ¡Vuélvete!<br />
El hombre continuó derecho y llegó a la puerta. En aquel momento Jude lanzó un<br />
estrepitoso estornudo que resonó en todo el corredor.<br />
El hombre se volvió. Skyler le echó un buen vistazo y se metió también tras la<br />
estatua de Bryant. Cuando salió de nuevo, el hombre había desaparecido y el ruido de la<br />
puerta al cerrarse aún resonaba en la rotonda.<br />
Skyler sólo dijo una palabra:<br />
—Bingo.<br />
—Aún tenemos que hacer escala en otro puerto —dijo Jude mirando su reloj—. Si<br />
nos damos prisa, todavía llegaremos a tiempo.<br />
En el taxi le dio a Skyler una conferencia sobre la Primera Enmienda, la libertad de<br />
prensa y las glorias del Cuarto Poder. Cuando en una democracia falla todo lo demás,<br />
dijo, cuando uno está desesperado y no sabe a qué recurrir, siempre puede buscar la<br />
salvación en los periódicos.<br />
—Y por eso ya me siento cabreado por lo que estamos a punto de descubrir —<br />
declaró.<br />
Las oficinas ejecutivas de la Worldwide Media Inc. ocupaban los tres últimos pisos<br />
de un moderno edificio de la avenida Connecticut. Desde allí, Tibbett y sus ejecutivos<br />
podían —figurativa y literalmente— mirar desde arriba a la Casa Blanca.<br />
Una vez en el interior del edificio, Jude recordó que el vestíbulo tenía una salida en<br />
cada extremo. Hordas de empleados estaban ya saliendo por ambas puertas. Lo cual no<br />
les convenía, pues si Jude y Skyler se apostaban en una de las puertas, el hombre al que<br />
buscaban podía salir por la otra. El único remedio era tratar de atajarlo en el piso<br />
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