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Darnton, John - Experimento

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Eagleton no era exactamente un personaje popular, pero sí muy conocido entre los<br />

políticos, los periodistas y cuantos seguían con interés los juegos de poder que tenían<br />

lugar en Washington. Desde los tiempos de Hoover, ningún director había vuelto a tener<br />

poderes absolutos; algunos incluso habían sido simples figuras decorativas. Pero el<br />

subdirector era otro cantar. Al subdirector no lo ponía y quitaba a capricho el presidente.<br />

El subdirector era una figura tan constante y ubicua como la próxima administración<br />

pública, y sobrevivía de una presidencia a la siguiente, acumulando más y más<br />

información, aumentando el tamaño de los expedientes, haciendo y recibiendo favores. Si<br />

el director era la figura decorativa, el subdirector era el que, con mano de hierro, movía las<br />

palancas y apretaba los botones. ¿Para qué servían aquellas palancas y aquellos<br />

botones? Jude no tenía ni la menor idea.<br />

Si Eagleton estaba implicado en el asunto, ¿quién más lo estaría? Sólo Dios sabía<br />

cuál era la magnitud de aquel asunto. Y, si se trata de una conspiración, ¿qué la mantiene<br />

en pie? Si existe una telaraña, ¿hasta dónde llega y cuál es la araña que ocupa su<br />

centro? Rincón, desde luego. Pero... ¿cómo lo hace? Jude bebía su cerveza a pausados<br />

sorbos. Y... ¿cuál sería exactamente la implicación de Eagleton? ¿Lo habrían sobornado<br />

para que protegiese al Laboratorio? ¿Estaría el hombre en la nómina del grupo? Eso era<br />

absurdo. Si estaba en la nómina, ¿para qué iba a viajar hasta la isla? No era el tipo de<br />

cosas que hacen los empleados. Por cómo Skyler lo había descrito, más que un viaje de<br />

trabajo se trató de una peregrinación. Eagleton fue con los otros sólo para rendir pleitesía<br />

a Rincón.<br />

Pero... ¿por qué? ¿Qué podía ofrecerles Rincón? Sólo había una respuesta que<br />

tuviera algún sentido: podía ofrecerles vivir más tiempo. Con tal de lograr eso, ciertas<br />

personas estarían dispuestas a cualquier cosa. Sobre todo, las personas que ocupaban<br />

cargos de poder.<br />

Pero las cuentas no cuadraban. Eagleton era un hombre ya maduro, de sesenta<br />

años más o menos. Según lo dicho por Hartman, el tipo era demasiado viejo para que<br />

hubieran hecho un clon suyo al nacer. Sesenta años atrás, antes de la segunda guerra<br />

mundial, por entonces, nadie soñaba siquiera con la clonación. No existía la tecnología<br />

necesaria. Los únicos que tenían clones eran los hijos del Laboratorio, los cuales<br />

rondaban los treinta años. Como yo, se dijo.<br />

Jude había llegado a un callejón sin salida y decidió dejar todas aquellas preguntas<br />

para más tarde.<br />

Bebió otro sorbo de cerveza mirando a Skyler. Comenzaba a acostumbrarse a verlo<br />

al otro lado de la mesa de un bar.<br />

Habían tenido muchísima suerte al ver la foto de Eagleton. Aquella pequeña pieza<br />

hizo que un gran fragmento del rompecabezas cayera en su lugar. La implicación de<br />

Eagleton explicaba el interés que el FBI sentía por el caso: las intervenciones telefónicas,<br />

los agentes que habían aparecido por Wisconsin buscándolos. Y quizá también explicase<br />

por qué los habían seguido mientras iban en el coche, en el caso de que, efectivamente,<br />

los hubieran seguido.<br />

Además, el descubrimiento planteaba otra pregunta. ¿En qué bando estaba<br />

Raymond? Lo mismo podía ser amigo que enemigo. ¿Quién sabía de parte de quién<br />

estaba el federal? ¿Quién sabía de parte de quién estaba nadie?<br />

De pronto Jude se dio cuenta de algo. Alzó su vaso y lo chocó con el de Skyler.<br />

—¿Sabes una cosa? —dijo—. Raymond, el tipo del FBI con el que íbamos a<br />

entrevistarnos, sólo pretendía una cosa. Desde el principio ha querido conocerte,<br />

establecer contacto contigo. Él me pidió que te llevara conmigo. Y ahora ya sabemos por<br />

qué.<br />

—¿De veras lo sabemos?<br />

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