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Era Skyler, que estaba sentado en un banco, parcialmente oculto por un macizo de<br />
rododendros. Estaba sin aliento.<br />
—¿Qué ha pasado? —exclamó Jude—. ¿Por qué echaste a correr?<br />
—La foto —explicó Skyler—. La del subdirector. Eagleton.<br />
—¿Qué pasa con él?<br />
—Lo había visto antes. En la isla. Cuando el doctor Rincón fue allí de visita, Eagleton<br />
formaba parte de su séquito.<br />
El sobrio funeral se celebró en la capilla de la iglesia congregacionalista de Lake<br />
Drive.<br />
La asistencia fue mayor de lo que Tizzie esperaba: sus padres tenían más conocidos<br />
de los que ella imaginaba. Muchos eran ancianos, viejas de aspecto dulce, con sombreros<br />
y guantes blancos, y viejos de arrugados rostros y pantalones impecablemente<br />
planchados. Todos se sabían al dedillo el ritual y el protocolo de los funerales. Lo único<br />
raro era que Tizzie apenas conocía a ninguno de ellos.<br />
Su padre estaba excesivamente delicado para asistir al servicio, lo cual hizo que las<br />
cosas fueran aún más difíciles para Tizzie.<br />
Después, los asistentes fueron a la que había sido la casa de los padres de Tizzie<br />
para dar el pésame. Había preparado un enorme buffet —ensaladas de todo tipo, huevos<br />
rellenos, canapés de atún y de jamón, cestos llenos de pan y pastelillos de cabello de<br />
ángel—, más que suficiente para que todos quedaran ahítos. Tizzie no sabía de dónde<br />
había salido aquello. Le daba la extraña sensación de que todo lo manejaban invisibles<br />
expertos en pompas fúnebres.<br />
No comió nada. Y no porque la comida no fuera de su gusto, sino porque no tenía el<br />
menor apetito. Durante el servicio fúnebre se había mostrado serena, e incluso participó<br />
en el canto de los himnos. No se sintió anegada por la emoción ni próxima a las lágrimas.<br />
Muy al contrario, se sintió vacía, insensible. Aparte de los morbosos pero incontrolables<br />
esfuerzos por imaginar el cadáver en el interior del ataúd, apenas había pensado en su<br />
madre. Fue su padre el que durante todo el funeral ocupó sus pensamientos.<br />
Por eso, mientras los visitantes seguían en la planta baja, Tizzie abandonó su puesto<br />
de anfitriona junto a la puerta y corrió escalera arriba en dirección al que había sido el<br />
dormitorio de sus padres. ¿Cuántas veces, durante su infancia, no habría hecho ella girar<br />
aquel tirador de cristal biselado para entrar en el sanctasanctórum? Ahora, Tizzie casi<br />
sintió que daba marcha atrás en el tiempo, que se iba haciendo pequeña según los años<br />
la iban abandonando, como Alicia en el país de las maravillas. En la penumbra del<br />
dormitorio vio a su padre, en la cama, con la cabeza apoyada en un montón de<br />
almohadas. El hombre apenas reparó en su presencia. Tizzie se sentó en el borde de la<br />
cama y lo miró. Ya apenas quedaba vida en él. Lo abrazó, escondió la cara en su hombro<br />
y acarició los ralos cabellos blancos.<br />
Y en aquel momento se dio cuenta de que en la habitación había otra persona.<br />
Sonó un ligero carraspeo procedente del sillón situado en un rincón del dormitorio.<br />
Tizzie no necesitó más para saber inmediatamente quién estaba allí, era tío Henry.<br />
—¿Qué tal estás, querida? —preguntó el hombre—. ¿Cómo lo sobrellevas?<br />
A ella le pareció que la pregunta no era sincera y que, por tanto, no merecía<br />
respuesta. Y tampoco quiso darle a su tío la satisfacción de ver que la había<br />
sobresaltado. Así que se encerró en un estoico silencio.<br />
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