Darnton, John - Experimento
Darnton, John - Experimento Darnton, John - Experimento
ordenanzas y sabía Dios quién más persiguiéndolos, el edificio del FBI era, probablemente, el lugar en el que más seguros se encontrarían. Jude y Skyler tomaron un taxi. —A la central del FBI. El conductor, un africano de oscura tez que llevaba una camisa estampada de vivos colores, los miró por el retrovisor, primero a uno y después al otro. De un reproductor de casetes brotaba música africana occidental. Suena como Sunny Ade, se dijo Jude, y miró el nombre que aparecía en la licencia. Efectivamente, el taxista era nigeriano. Tizzie estaba más que alarmada. Dejó en la pensión una nota para Jude y Skyler — no tenía tiempo para esperarlos— y luego se dirigió en taxi al aeropuerto. Una vez allí, se abrió paso hasta la cabeza de la cola y compró un pasaje. Media hora más tarde se hallaba en el aire, camino de Milwaukee. El asunto parecía grave. Tizzie había intentado deducir del tono de su secretaria hasta qué extremo llegaba la gravedad, pero, naturalmente, no lo consiguió. —Dijeron que debía usted ir inmediatamente. Su madre está muy delicada y no saben cuánto durará. —¿Cuándo llamaron? —Hace sólo un par de horas. ¿Trataban de dulcificarle el golpe dándole sólo la mitad de la información? ¿Encontraría a su madre muerta cuando llegara a la casa? Resultaba extraño, pues siempre había pensado que su padre sería el primero en desaparecer. A fin de cuentas, él era el que más trabajo y agobios había tenido. Su madre había sido una figura secundaria que se limitaba a estar allí, al fondo de la escena. Se ocupaba de la casa y de la cocina mientras su marido atendía a los pacientes, o efectuaba viajes de trabajo, o discutía sobre temas trascendentales con el tío Henry. Su madre había llevado una vida mucho más tranquila, sabedora siempre de lo que tenía que hacer y haciéndolo a su aire. Tizzie no soportaba enfrentarse a la dura realidad. Probablemente, había pensado que su padre sería el primero en morir porque era su muerte la que más temía. Adoraba a su madre, a la que sabía que en cualquier momento podía recurrir y de cuyo permanente apoyo estaba segura. Sin embargo, su padre era todo su mundo. El sol, las estrellas y la luna en una sola pieza. Tizzie lograba imaginar la vida sin su madre, pero no sin su padre. Y, cómo no, también sentía remordimientos. Se ahogaba en ellos. Para ella, era como hurgar en una herida para averiguar hasta qué punto duele. Evocó los más cálidos recuerdos familiares que albergaba en su memoria. Una sucesión de imágenes desfiló por su imaginación: su madre atendiéndola cuando ella estaba enferma, aguardándola despierta para cerciorarse de que volvía sana y salva de sus citas con compañeros de estudios, vendándole el pie en la playa después de que se lo cortó con el afilado borde de una concha. Un nuevo recuerdo de infancia apareció de pronto, surgido de la nada: ella, en brazos de su madre, durante un largo trayecto en coche. ¿Adónde iban? Sí, estaban marchándose de Arizona. Era el largo viaje hasta Wisconsin, y tenía miedo, porque estaba dejando atrás a todos sus amigos e iba a iniciar una nueva vida. Pero también tenía miedo por otra razón... ¿Por qué? Quizá porque, de algún modo, percibía que sus padres estaban asustados. Pero... ¿por qué lo estaban? ¿Cuántos recuerdos como aquél permanecerían aún ocultos en su memoria, esperando aflorar? Tizzie viajaba en clase turista. A su lado, un hombre dormitaba, y su cabeza no dejaba de caer una y otra vez sobre el hombro de Tizzie. El almuerzo llegó en el interior 229
de una bolsa: un sándwich, un pedazo de queso, una manzana y un cuchillo de plástico. En el asiento de atrás, un niño no paraba de llorar. Pero ella apenas se daba cuenta de nada. Nunca, desde aquel largo y lejano viaje en coche, había estado tan asustada. Y resultó que no le faltaban razones para sentirse así. Cuando el avión aterrizó al fin y los pasajeros desembarcaron, Tizzie se encontró con que en la terminal la estaba esperando una pequeña delegación. Se le cayó el alma a los pies cuando vio entre los presentes a su tío Henry. Antes de que nadie dijera ni una palabra, por las expresiones que tenían todos los que la aguardaban, comprendió que había llegado demasiado tarde. Sin duda, su madre ya había muerto. El Edificio Hoover era grande e impersonal, un anónimo monolito que se alzaba en la avenida Pennsylvania. Bajaron del taxi cien metros antes e hicieron a pie el resto del camino. Era una costumbre de Jude cuando iba a realizar entrevistas importantes, y para él ya se había convertido en una superstición, en una especie de rito inofensivo para conseguir que la entrevista saliera bien. Y, bien mirado, ninguna de las entrevistas que había hecho en su vida era tan importante como aquélla. Jude hizo una llamada desde los teléfonos públicos del vestíbulo mientras Skyler paseaba nerviosamente. Le pusieron inmediatamente. —Raymond —comenzó Jude. Se produjo una breve pausa. Jude imaginó a Raymond esforzándose en hablar con voz normal. —Jude. ¿Dónde demonios estás? No lo había conseguido. En su tono había una nota de urgencia. —Aquí mismo. En Washington. Tengo que hablar contigo. —Dime dónde estás e iré a verte. —Quizá yo vaya a verte a ti. —Ah, muy bien... ¿Cuándo? A Jude le pareció percibir un matiz de satisfacción en la voz del federal. —¿Qué tal ahora mismo? —Muy bien. Estupendo. —Una pausa, tras la cual Raymond añadió—: ¿Estás solo? ¿Para qué darle la satisfacción? —Sólo estamos yo y mi sombra —repuso diciéndose: espero que esto resulte lo bastante ambiguo. —Muy bien. Te espero. ¿Cuánto tardas en llegar aquí? —Ya estoy aquí. —¿Cómo? ¿Qué quieres decir? —Estoy abajo, en el vestíbulo. —Mierda. ¿Por qué no lo has dicho antes? Ahora mismo bajo. —De acuerdo. 230
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ordenanzas y sabía Dios quién más persiguiéndolos, el edificio del FBI era,<br />
probablemente, el lugar en el que más seguros se encontrarían.<br />
Jude y Skyler tomaron un taxi.<br />
—A la central del FBI.<br />
El conductor, un africano de oscura tez que llevaba una camisa estampada de vivos<br />
colores, los miró por el retrovisor, primero a uno y después al otro. De un reproductor de<br />
casetes brotaba música africana occidental. Suena como Sunny Ade, se dijo Jude, y miró<br />
el nombre que aparecía en la licencia. Efectivamente, el taxista era nigeriano.<br />
Tizzie estaba más que alarmada. Dejó en la pensión una nota para Jude y Skyler —<br />
no tenía tiempo para esperarlos— y luego se dirigió en taxi al aeropuerto. Una vez allí, se<br />
abrió paso hasta la cabeza de la cola y compró un pasaje. Media hora más tarde se<br />
hallaba en el aire, camino de Milwaukee.<br />
El asunto parecía grave. Tizzie había intentado deducir del tono de su secretaria<br />
hasta qué extremo llegaba la gravedad, pero, naturalmente, no lo consiguió.<br />
—Dijeron que debía usted ir inmediatamente. Su madre está muy delicada y no<br />
saben cuánto durará.<br />
—¿Cuándo llamaron?<br />
—Hace sólo un par de horas.<br />
¿Trataban de dulcificarle el golpe dándole sólo la mitad de la información?<br />
¿Encontraría a su madre muerta cuando llegara a la casa?<br />
Resultaba extraño, pues siempre había pensado que su padre sería el primero en<br />
desaparecer. A fin de cuentas, él era el que más trabajo y agobios había tenido. Su madre<br />
había sido una figura secundaria que se limitaba a estar allí, al fondo de la escena. Se<br />
ocupaba de la casa y de la cocina mientras su marido atendía a los pacientes, o<br />
efectuaba viajes de trabajo, o discutía sobre temas trascendentales con el tío Henry. Su<br />
madre había llevado una vida mucho más tranquila, sabedora siempre de lo que tenía que<br />
hacer y haciéndolo a su aire.<br />
Tizzie no soportaba enfrentarse a la dura realidad. Probablemente, había pensado<br />
que su padre sería el primero en morir porque era su muerte la que más temía. Adoraba a<br />
su madre, a la que sabía que en cualquier momento podía recurrir y de cuyo permanente<br />
apoyo estaba segura. Sin embargo, su padre era todo su mundo. El sol, las estrellas y la<br />
luna en una sola pieza. Tizzie lograba imaginar la vida sin su madre, pero no sin su padre.<br />
Y, cómo no, también sentía remordimientos. Se ahogaba en ellos. Para ella, era<br />
como hurgar en una herida para averiguar hasta qué punto duele. Evocó los más cálidos<br />
recuerdos familiares que albergaba en su memoria. Una sucesión de imágenes desfiló por<br />
su imaginación: su madre atendiéndola cuando ella estaba enferma, aguardándola<br />
despierta para cerciorarse de que volvía sana y salva de sus citas con compañeros de<br />
estudios, vendándole el pie en la playa después de que se lo cortó con el afilado borde de<br />
una concha.<br />
Un nuevo recuerdo de infancia apareció de pronto, surgido de la nada: ella, en<br />
brazos de su madre, durante un largo trayecto en coche. ¿Adónde iban? Sí, estaban<br />
marchándose de Arizona. Era el largo viaje hasta Wisconsin, y tenía miedo, porque<br />
estaba dejando atrás a todos sus amigos e iba a iniciar una nueva vida. Pero también<br />
tenía miedo por otra razón... ¿Por qué? Quizá porque, de algún modo, percibía que sus<br />
padres estaban asustados. Pero... ¿por qué lo estaban?<br />
¿Cuántos recuerdos como aquél permanecerían aún ocultos en su memoria,<br />
esperando aflorar?<br />
Tizzie viajaba en clase turista. A su lado, un hombre dormitaba, y su cabeza no<br />
dejaba de caer una y otra vez sobre el hombro de Tizzie. El almuerzo llegó en el interior<br />
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