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Estaban de suerte. La joven cogió una camisa de hombre, unos pantalones y unos<br />
zapatos y siguió a Skyler pasillo abajo. Se metieron en el hueco de la escalera y, una vez<br />
allí, Skyler se cambió y dejó los viejos pantalones sobre la barandilla. Bajaron hasta el<br />
sótano, donde entreabrieron una puerta y miraron a través del resquicio. La puerta<br />
correspondía al Departamento de Radiología. En la sala de espera, tres pacientes<br />
aguardaban turno. Los tres alzaron la mirada curiosos.<br />
Tizzie y Skyler siguieron hasta la parte delantera del hospital, dieron con otra<br />
escalera y subieron por ella. La puerta de acceso a la planta baja tenía una ventanilla<br />
rectangular de cristal y tela metálica. Skyler miró por ella y, aunque estaba sobre aviso, lo<br />
que vio lo dejó petrificado: apoyado en el mostrador de recepción había un ordenanza,<br />
que, aparentemente, estaba pidiendo alguna información. El hombre volvió el rostro en su<br />
dirección y Skyler se apartó instintivamente de la ventanilla.<br />
Luego volvió a mirar. El hombre avanzaba ahora por el pasillo principal. ¡Iba en su<br />
dirección! Skyler agarró a Tizzie, la empujó hacia un rincón y se colocó ante ella. Si se<br />
abría la puerta, ésta los ocultaría. Indicó a Tizzie por señas que no hiciera ruido, y los dos<br />
se quedaron allí, escuchando inmóviles los pasos que se acercaban. Los pasos se<br />
detuvieron frente a la puerta, y Tizzie y Skyler casi oyeron al hombre pensar, tratar de<br />
discernir qué hacía. Luego, al cabo de lo que pareció un siglo, las pisadas siguieron<br />
adelante y se perdieron. Skyler miró de nuevo por la ventanilla y vio la parte posterior de<br />
la cabeza del ordenanza, en la que el mechón blanco apenas era visible. El hombretón se<br />
dirigía hacia el fondo del pasillo, en dirección opuesta a la que ellos debían tomar. Sólo en<br />
aquel momento se dio cuenta Skyler de que Tizzie llevaba rato apretándole el brazo.<br />
Abrieron la puerta y vieron cómo el ordenanza llegaba a un recodo del pasillo,<br />
doblaba por él y desaparecía. Ellos se dirigieron al vestíbulo. De nuevo notó Skyler la<br />
mano, ya relajada, de Tizzie en el brazo. Así enlazados, pasaron ante el mostrador de<br />
recepción.<br />
—Ah, vaya —le dijo la recepcionista a Skyler—. Hace un momento vino un hombre<br />
interesándose por su hermano. Me preguntó por el paciente que tenía un hermano<br />
gemelo idéntico. Lo mandé a la habitación. —Miró hacia el fondo del pasillo y añadió—: Si<br />
se da usted prisa, quizá lo alcance.<br />
—No, no se preocupe —se apresuró a decir Skyler—. Ese hombre no nos cae nada<br />
bien.<br />
—En realidad —intervino Tizzie—, no podemos verlo ni en pintura.<br />
—¿Podría usted hacernos un gran favor? —le pidió Skyler—. Cuando vuelva por<br />
aquí, no le diga nada de que nos ha visto.<br />
—Desde luego. A mí tampoco me cayó bien. Me pareció como antipático.<br />
En el exterior, el sol era cegador y se reflejaba en las señales de tráfico, en las<br />
ventanas de los edificios e incluso en el pavimento, de modo que Tizzie y Skyler quedaron<br />
tan deslumbrados que ni siquiera vieron a Jude, que llegaba en el coche. El periodista<br />
tuvo que tocar el claxon y llamarlos en voz alta desde el otro lado del cruce.<br />
—Larguémonos de aquí —dijo Tizzie en cuanto se hubo acomodado en el asiento<br />
trasero.<br />
Comenzaron a contarle lo del ordenanza a Jude. Y éste pisó inmediatamente el<br />
acelerador. Para cuando sus compañeros terminaron de explicarle su fuga del hospital, ya<br />
habían recorrido cinco manzanas.<br />
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