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alzaban chabolas y cobertizos repletos de niños y pollos. El lugar se parecía a ciertos<br />
barrios de Ciudad de México.<br />
Tuvo que detenerse a cada poco para preguntar y le pareció que algunos de los<br />
residentes se hacían los ignorantes. Al fin, divisó el pequeño cartel escrito a mano que le<br />
habían indicado que buscase y que decía: Documentos 4 . Estacionó el coche y, cuando se<br />
disponía a entrar, un corpulento mexicano que apoyaba en la puerta un antebrazo del<br />
tamaño de un jamón le cortó el paso. Por encima del hombro del hombre, Jude pudo ver<br />
una gran fotocopiadora Xerox, que no podía resultar más incongruente en aquel rústico<br />
lugar.<br />
Conseguir lo que deseaba le llevó cuarenta y cinco minutos, otros seis cigarrillos,<br />
ciento cuarenta dólares y todo el poder de persuasión que pudo ejercer con su<br />
rudimentario español. Se bebió una cerveza caliente mientras la máquina hacía su trabajo<br />
y el hombre, sentado a un improvisado escritorio, manejaba los cuchillos, las tijeras y las<br />
láminas de plástico que eran las herramientas de su oficio.<br />
—Pero... ¿por qué dos? —preguntó—. ¿Y por qué el mismo apellido pero dos<br />
nombres distintos?<br />
—Por razones familiares —dijo Jude por toda contestación, y con aquello quedó<br />
zanjada la cuestión.<br />
Jude llegó en el coche a un pequeño barranco flanqueado por unas grandes<br />
escarpaduras rocosas. En lo alto distinguió algunas aberturas y se preguntó si aquellas<br />
cuevas estuvieron en tiempos habitadas por los indios del desierto. Quizá las utilizaron<br />
como último reducto. Tal vez vivían en el valle y, en los casos de emergencia, se retiraban<br />
allí arriba con toda la comida que podían transportar.<br />
Más adelante se encontró con la civilización: una gasolinera y una fábrica de<br />
cemento. La carretera se hizo más ancha y su superficie pasó a ser de asfalto negro. Vio<br />
un letrero que le llamó la atención y le hizo reflexionar en algo que venía rondándole la<br />
cabeza, como uno de esos nombres que uno no logra recordar. El recuerdo, vago pero<br />
fuerte, lo asaltó por primera vez cuando estaba en la reserva india de las montañas.<br />
Desde entonces, había vuelto a pensar en ello varias veces.<br />
Miró su reloj. Ir allí supondría un desvío de varias horas pero, si se daba prisa,<br />
dispondría del tiempo necesario. Cuando llegó a la carretera principal tomó rumbo sur en<br />
dirección a Tucson. Las onduladas colinas estaban punteadas por cactus saguaro, con<br />
los brazos alzados como si fueran víctimas de un atraco.<br />
El Museo del Desierto de Sonora, de Kinney Road, estaba situado en un valle, al<br />
final de una empinada y sinuosa carretera que partía de Gates Pass, en el Tucson<br />
Mountain Park. En la entrada había un patio bien cuidado con espacios sombreados y<br />
porches abiertos. Más allá se alzaba el edificio principal, que era de estuco.<br />
Estacionó junto a un autobús del que salía un grupo de estudiantes de secundaria.<br />
Los jóvenes formaban grupos en la acera, autosegregados en razón de su sexo. Las<br />
chicas tomaron la delantera, charlando y susurrando entre ellas, mientras los chicos se<br />
quedaban atrás, bromeando y empujándose unos a otros.<br />
Jude pagó los 8,95 dólares de la entrada y esperó a que los estudiantes pasaran.<br />
Mató el tiempo en la tienda de regalos mirando las postales, las pulseras de plata, los<br />
collares de cuentas y las pinturas indias en arena. Sobre un estante había un montón de<br />
4 En español en el original. (Nota de la t.)<br />
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