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Darnton, John - Experimento

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altitud: 2 360 metros. No se veía a nadie, y los pocos pinos que había por los contornos<br />

eran escuálidos y estaban inclinados a causa de la fuerza del viento.<br />

Al bajar por la otra ladera del monte, el coche se embaló tanto que Tizzie tuvo que<br />

reducir la marcha e incluso pisar el freno de cuando en cuando. El vehículo coleaba al<br />

tomar las curvas y sus ocupantes notaban en los oídos el zumbido del cambio de presión.<br />

Pasaron junto a un letrero orientado en la otra dirección: Jerome.<br />

Diez minutos más tarde llegaron a un cañón metido entre las montañas en el que<br />

había un grupo de edificios. Todas las estructuras eran de madera sin pintar, estaban<br />

provistas de porches de madera y paseos entarimados, y se apoyaban unas en otras<br />

como lápidas en un cementerio. Un cauce seco, cuyos bordes aparecían erosionados por<br />

las riadas, atravesaba la población, cuyo nombre no era visible por ninguna parte.<br />

Uno de los edificios era un bar de carretera, y Tizzie y Jude decidieron hacer un alto<br />

en el camino. Frente al local había estacionados seis o siete vehículos, camionetas y<br />

todoterrenos en su mayoría.<br />

Tizzie miró sus propias ropas y las de Jude, que estaban igualmente perdidas de<br />

tierra.<br />

—Vaya, estamos hechos un asco —dijo—. Yo puedo ponerme el jersey que siempre<br />

llevo en el coche, pero tú tendrás que ir así.<br />

En el interior del bar, el fuego de una chimenea que ocupaba todo el fondo del local<br />

producía una luz fluctuante. Sobre la chimenea colgaban unas astas que parecían de<br />

ciervo. Aunque parezca mentira, del techo pendían corbatas cortadas.<br />

Los cuatro hombres que permanecían, cada cual por su lado, ante la barra, se<br />

volvieron a mirarlos cuando entraron, pero nadie les dio las buenas tardes ni pareció<br />

encontrar nada raro en el aspecto de los recién llegados. Tizzie era la única mujer del<br />

local, excepción hecha de una camarera de pelo ensortijado que lucía una minifalda<br />

negra.<br />

Se acomodaron en un reservado y se turnaron para entrar en el baño a asearse lo<br />

mejor que pudieron. Cuando Tizzie reapareció, ya con la cara lavada, dos de los hombres<br />

la miraron con interés. La camarera les tomó el pedido: dos cervezas.<br />

Tizzie bebió a pequeños sorbos; Jude vació de un trago la mitad del contenido de su<br />

jarra, la dejó sobre la mesa y se pasó el dorso de la mano por los labios.<br />

—¿Sabes una cosa? —preguntó—. Jerome tiene su propia página web en Internet.<br />

Se llama W, que significa doble tú. ¿Lo captas?<br />

—Lo capto. ¿Y qué hay en la página web?<br />

—Un chat de gente que discute sobre los horrores de la vejez. Un tipo en particular,<br />

Matusalén, parecía muy perspicaz e informado.<br />

—¿Formará parte del grupo?<br />

—Lo cierto es que no dejaba de cantarle las alabanzas a la longevidad. Casi parecía<br />

un predicador.<br />

—No me sorprende. No cabe duda de que nos enfrentamos a fanáticos.<br />

—Sí. Pero también están locos de atar. Esa cámara subterránea que vimos es<br />

parecida a las instalaciones que construía el gobierno durante la guerra fría para evitar<br />

que los soviéticos se enterasen de nuestros secretos.<br />

—¿Y qué?<br />

—Pues que no comprendo que, al mismo tiempo que se toman tantas molestias para<br />

guardar algo en secreto, tengan una página en Internet. Resulta absurdo.<br />

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