Darnton, John - Experimento
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fuerais. No conozco todos los detalles porque a mis padres sigue desagradándoles hablar del tema. No obstante sospecho que la ruptura se produjo debido a que tu padre se opuso a algo relacionado con los trabajos de investigación. Creo saber de qué se trató, pero a eso ya llegaremos más tarde. »E1 grupo se llamaba el Laboratorio. Y sus componentes estaban convencidos de que las investigaciones sobre la prolongación de la vida que estaban realizando llegarían a cambiar el mundo. Y la figura central era un científico apellidado Rincón. Cuando oí ese nombre en labios de Skyler no me sonó de nada. No recuerdo a Rincón. Pero lo que sí recuerdo es que había alguien que era muy importante. Ya sabes que los niños tienen una percepción casi instintiva del orden jerárquico existente entre los adultos. Saben quién es el que manda y quién es el que obedece. Yo sabía que había una persona a la que todas las demás veneraban. Alguien que, para ellos, era como el sol. Creo que Rincón vivía en aquella mansión de una población por la que pasamos, la mansión Palmer. Recuerdo que los adultos peregrinaban hasta allí para entrevistarse con él. »Por algún motivo que ignoro, Rincón tenía un enorme poder sobre ellos. De todas maneras, los niños nunca lo veíamos, y no tengo ni idea de cuál era su aspecto. Sin embargo, nosotros sabíamos que él estaba allí. Y, supuestamente, Rincón era bueno, honrado y extraordinariamente brillante. Por eso era el jefe. Jude sentía ganas de formular infinidad de preguntas. De momento, no se había enterado de casi nada nuevo, aunque las piezas del rompecabezas comenzaban a encajar con mayor precisión. Sacó un cigarrillo y lo prendió. Vio media vela tirada en el suelo, la colocó en la pequeña repisa cubierta de manchas de cera y la encendió. Su llama llenó la cueva de sombras, haciendo que ésta pareciera aún más pequeña. —Continúa —dijo. —Había otros dirigentes, médicos mayores, como los llama Skyler. Cuando, la semana pasada, mis padres emplearon ese mismo término, estuve a punto de lanzar un grito de sorpresa. En cuanto a Baptiste, no sé quién es. Hay otras personas que tienen gran importancia en ese grupo, como mi tío Henry. Ignoro dónde encaja mi tío, pero desempeña el papel de emisario del Laboratorio. Creo que hace de puente entre el grupo y el mundo exterior. Viéndolo en retrospectiva, imagino que él y los demás, tus padres y los míos incluidos, eran los miembros fundadores del grupo. Tizzie hizo una pausa y contempló cómo un lagrimón de cera resbalaba vela abajo. —No sé si tú lo recordarás, yo no lo recordé hasta que mi padre me habló de ello, pero a nosotros comenzaron a educarnos ya de pequeños. Creo que sobre todo nos impartían enseñanzas científicas, y todos los niños nos sentíamos unos auténticos privilegiados, pues íbamos a ser pequeños pioneros. Un día, algún tiempo después de tu marcha, nos obligaron a ir a un colegio normal del valle. Creo que fue por imposición de las autoridades del estado. Recuerdo que un gran autobús amarillo subía a la montaña a buscarnos y nos devolvía a casa después de las clases. Era divertido. Pero un buen día nos encontramos con que teníamos nuestra propia escuela allí mismo, instalada en una especie de viejo hotel. Recuerdo que a mí me supo mal, porque me gustaba bajar al valle y mezclarme con todos los demás niños. Ellos me parecían normales, y me gustaba lo de recitar el juramento de la bandera y lo de recortar en cartulina la flor oficial del estado. Todo aquello hacía que me sintiera unida al mundo exterior. «Las cosas cambiaron en cuanto tuvimos nuestra propia escuela, lo recuerdo muy bien. El día que vinieron los representantes del Departamento de Educación hicimos una comedia ante ellos. En previsión de la llegada de los inspectores, habíamos preparado unas lecciones y habíamos arreglado el aula de clase. Hicimos recortes de papel en forma de hojas, o de copos de nieve o algo así, y los pegamos en la ventana, como si la nuestra 193
fuera una escuela normal y corriente. Lo hicimos para engañarlos. No fue más que una farsa para que los inspectores creyeran que estábamos recibiendo el mismo tipo de educación que el resto de los niños. Naturalmente, no era así. »Lo que más vivamente recuerdo fue la vergüenza que sentí al tener que mentir y el hecho de que mi padre me dijera que en aquel caso mentir estaba justificado. Este fin de semana, cuando mi padre me dijo que se estaba muriendo y que a mi madre le ocurría lo mismo, me pidió que no le dijera nada a ella. Me dijo que en aquel caso la mentira estaba justificada. Y fue entonces cuando recuperé la memoria de golpe. Recordé la escuela, y mis juegos en la mina contigo. Todo me vino bruscamente a la cabeza. Fue asombroso. —De niña, en Milwaukee, ¿no sabías nada de la historia de tus padres? —Pues la verdad es que no. Me parecía que, por algún extraño motivo, eran distintos. De pequeña, fantaseaba con la idea de que fueran científicos y estuvieran trabajando en un proyecto supersecreto. Como el Proyecto Manhattan de Los Álamos. Me contaba a mí misma que sus investigaciones eran importantísimas y que un día se harían muy famosos, pero que, de momento, había que mantener el secreto. No podíamos decir ni una palabra, porque había fuerzas malignas decididas a desbaratar los trabajos de mis padres. Aunque todo era pura fantasía, muchos de los elementos de esa fantasía eran reales, y yo, de algún modo, debí de percibirlo. —¿Sabías tú a qué tipo de investigaciones científicas se dedicaban tus padres? Tizzie respondió sin una vacilación. —Sólo hasta cierto punto. Sabía que la vida era importante, y la longevidad deseable. Sabía que yo debía ampliar mis horizontes, llenar mi cerebro de conocimientos científicos. Y también sabía que cuidar de mi propio cuerpo era importante. Ésos fueron los valores que me inculcaron en la infancia. »En especial el cuidado del cuerpo. Siempre que me ocurría algo malo, que me resfriaba, que me cortaba o, en el peor de los casos, que me rompía un brazo, las atenciones llovían sobre mí. A fin de cuentas, mi padre era médico y ningún cuidado era excesivo. A la más mínima me administraban antibióticos. Tizzie tomó aire. Estaba llegando a la parte más difícil. —Ahora bien, si lo que quieres saber es si yo, cuando necesité el riñón, estaba al corriente de lo que sucedía, si supe de dónde procedía el órgano, entonces la respuesta es no. Lo que te conté era cierto. De jovencita, cuando tenía quince o dieciséis años (es asombroso hasta qué punto había reprimido estos recuerdos) me puse enferma. Tuve una infección que no me trataron a tiempo y que llegó a revestir una considerable gravedad. Estaba siempre con fiebre y era tan doloroso orinar que me aguantaba las ganas, con lo cual agravé aún más el problema. No quería decirle nada a mi padre, pero él terminó dándose cuenta y me administró gentamicina. Durante un tiempo parecí mejorar, pero luego sufrí una recaída y me puse mucho peor. Recuerdo que me llevaron a un hospital de Milwaukee y me conectaron a una máquina de diálisis. Y luego, un día, me operaron. La intervención se efectuó en una pequeña clínica. No recuerdo gran cosa de la operación, sólo que estuve mucho tiempo en cama y que falté tanto a clase que tuvieron que ponerme un profesor particular. Tizzie hizo una breve pausa como si buscara las palabras adecuadas. —Nunca me paré a preguntarme de dónde había salido aquel riñón. ¿Por qué me lo iba a preguntar? Yo en aquella época no era más que una chiquilla. Pero lo que sí resulta extraño es que creo que desde entonces no había vuelto a pensar en la operación. En algún momento debió de parecerme raro, porque, como ahora sé de sobra, los ríñones para trasplantes siempre han escaseado. Además, mucho después de la operación, se me hizo extraño que no me hubieran administrado drogas inmunodepresoras, ni me 194
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a algo relacionado con los trabajos de investigación. Creo saber de qué se trató, pero a<br />
eso ya llegaremos más tarde.<br />
»E1 grupo se llamaba el Laboratorio. Y sus componentes estaban convencidos de<br />
que las investigaciones sobre la prolongación de la vida que estaban realizando llegarían<br />
a cambiar el mundo. Y la figura central era un científico apellidado Rincón. Cuando oí ese<br />
nombre en labios de Skyler no me sonó de nada. No recuerdo a Rincón. Pero lo que sí<br />
recuerdo es que había alguien que era muy importante. Ya sabes que los niños tienen<br />
una percepción casi instintiva del orden jerárquico existente entre los adultos. Saben<br />
quién es el que manda y quién es el que obedece. Yo sabía que había una persona a la<br />
que todas las demás veneraban. Alguien que, para ellos, era como el sol. Creo que<br />
Rincón vivía en aquella mansión de una población por la que pasamos, la mansión<br />
Palmer. Recuerdo que los adultos peregrinaban hasta allí para entrevistarse con él.<br />
»Por algún motivo que ignoro, Rincón tenía un enorme poder sobre ellos. De todas<br />
maneras, los niños nunca lo veíamos, y no tengo ni idea de cuál era su aspecto. Sin<br />
embargo, nosotros sabíamos que él estaba allí. Y, supuestamente, Rincón era bueno,<br />
honrado y extraordinariamente brillante. Por eso era el jefe.<br />
Jude sentía ganas de formular infinidad de preguntas. De momento, no se había<br />
enterado de casi nada nuevo, aunque las piezas del rompecabezas comenzaban a<br />
encajar con mayor precisión.<br />
Sacó un cigarrillo y lo prendió. Vio media vela tirada en el suelo, la colocó en la<br />
pequeña repisa cubierta de manchas de cera y la encendió. Su llama llenó la cueva de<br />
sombras, haciendo que ésta pareciera aún más pequeña.<br />
—Continúa —dijo.<br />
—Había otros dirigentes, médicos mayores, como los llama Skyler. Cuando, la<br />
semana pasada, mis padres emplearon ese mismo término, estuve a punto de lanzar un<br />
grito de sorpresa. En cuanto a Baptiste, no sé quién es. Hay otras personas que tienen<br />
gran importancia en ese grupo, como mi tío Henry. Ignoro dónde encaja mi tío, pero<br />
desempeña el papel de emisario del Laboratorio. Creo que hace de puente entre el grupo<br />
y el mundo exterior. Viéndolo en retrospectiva, imagino que él y los demás, tus padres y<br />
los míos incluidos, eran los miembros fundadores del grupo.<br />
Tizzie hizo una pausa y contempló cómo un lagrimón de cera resbalaba vela abajo.<br />
—No sé si tú lo recordarás, yo no lo recordé hasta que mi padre me habló de ello,<br />
pero a nosotros comenzaron a educarnos ya de pequeños. Creo que sobre todo nos<br />
impartían enseñanzas científicas, y todos los niños nos sentíamos unos auténticos<br />
privilegiados, pues íbamos a ser pequeños pioneros. Un día, algún tiempo después de tu<br />
marcha, nos obligaron a ir a un colegio normal del valle. Creo que fue por imposición de<br />
las autoridades del estado. Recuerdo que un gran autobús amarillo subía a la montaña a<br />
buscarnos y nos devolvía a casa después de las clases. Era divertido. Pero un buen día<br />
nos encontramos con que teníamos nuestra propia escuela allí mismo, instalada en una<br />
especie de viejo hotel. Recuerdo que a mí me supo mal, porque me gustaba bajar al valle<br />
y mezclarme con todos los demás niños. Ellos me parecían normales, y me gustaba lo de<br />
recitar el juramento de la bandera y lo de recortar en cartulina la flor oficial del estado.<br />
Todo aquello hacía que me sintiera unida al mundo exterior.<br />
«Las cosas cambiaron en cuanto tuvimos nuestra propia escuela, lo recuerdo muy<br />
bien. El día que vinieron los representantes del Departamento de Educación hicimos una<br />
comedia ante ellos. En previsión de la llegada de los inspectores, habíamos preparado<br />
unas lecciones y habíamos arreglado el aula de clase. Hicimos recortes de papel en forma<br />
de hojas, o de copos de nieve o algo así, y los pegamos en la ventana, como si la nuestra<br />
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