Darnton, John - Experimento

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07.11.2014 Views

Kuta tenía televisor, pero ellos preferían oír la radio, que por las tardes siempre estaba sintonizada con el programa de un discjockey llamado Bozman que hablaba gullah con voz cantarina. —Disya one fa all ob de oomen. Dey a good-good one fa dancin. Y Kuta traducía: —Dice que éste es para todas las mujeres. Que es buena música de baile. La transmisión radiofónica que llegaba desde el continente resultaba tan apasionantemente ilícita que les hacía sentir escalofríos de emoción. Skyler se daba perfecta cuenta de que, con tanto hablar de libertad y sexo, el descontento de Raisin no hacía sino aumentar. El muchacho mencionaba cada vez con más frecuencia su sueño de llegar al «otro lado». Según pasaban los meses su rebeldía aumentaba más y más, y siempre andaba metido en problemas de un tipo u otro. Comenzó a enfrentarse a los ordenanzas, contestándoles mal y tratándolos sin el menor respeto. Y los castigos dejaron de hacerle mella. Le afeitaron la cabeza con el propósito de humillarlo, pero él parecía lucir su calva como si fuera una distinción honorífica. Lo dejaron sin comer y adelgazó en silencio. Una mañana, Raisin fue convocado por el médico psicólogo. Se había recibido una denuncia según la cual habían visto a Raisin masturbándose, cosa que él no negó. Ni tampoco negó que escondía las píldoras de la cena; incluso parecía que le resultaba divertido conducir hasta el barracón a tres ordenanzas que, tras efectuar un registro, encontraron el frasco con las tabletas escondido debajo de la cama de Raisin. Los mayores tomaron la decisión de confinarlo en el campus; lo habían retirado hacía ya tiempo de la tarea de recoger miel, lo cual significaba que ya no podía escaparse a ver a Kuta. Skyler era consciente de lo insoportable que le resultaría a su amigo la prohibición. Una tarde descubrieron a Raisin en el bosque, y solamente Skyler supo dónde había estado el muchacho. Lo sacaron del barracón y lo hicieron dormir tres noches en la Caja. Skyler trató de ir a visitarlo. La primera noche se acercó lo suficiente como para oírlo hablando consigo mismo mientras jugaba con el soldado de madera, pero tuvo que marcharse cuando alguien se aproximó. La noche siguiente descubrió que los ordenanzas habían colocado perros guardianes en torno a la Caja. Los feroces ladridos mantuvieron a Skyler alejado. Al cabo de poco tiempo, a Skyler ya sólo le fue posible ver a Raisin en contadas ocasiones y desde lejos. Distinguía su calva cabeza cuando el muchacho sacaba la basura de la casa de la comida, en las ocasiones en que no estaba limpiando los retretes o realizando cualquier otra tarea disciplinaria. Se pasaba días enteros encerrado en el sótano de la casa grande y, según los rumores, por las noches lo metían en un cuarto cerrado. Fue Patrick quien le contó esto a Skyler con mucho tacto, debido a la gran amistad existente entre los dos muchachos. Una calurosa mañana, Skyler estaba caminando por la parte alta del campus y, al pasar junto a la huerta, oyó que alguien susurraba su nombre. Miró en torno pero no vio a nadie. Volvió a oírlo, procedente de un sembrado de maíz cuyas plantas llegaban hasta la cintura. Se metió entre ellas y allí estaba Raisin. Lo habían enviado a desherbar y tenía la cabeza y las mejillas tiznadas. Su cabello había crecido un poco, tenía los ojos enrojecidos y acuosos y estaba casi esquelético. Su mirada parecía la de un animal acosado. 19

—Tengo que marcharme —dijo al tiempo que agarraba a Skyler por el brazo con tal fuerza que casi le hizo daño—. Y tú tienes que acompañarme. Las cosas que he averiguado allí abajo, en el sótano... No tienes ni idea de lo que sucede. Es horrible. Hemos de desaparecer de aquí. Skyler sintió una gran desazón. Estaba asustado. Raisin actuaba de forma tan extraña... El muchacho tenía blancas manchas de saliva en las comisuras de los labios y hablaba de modo farfullante. No tardarían en aparecer otros jiminis y —Skyler sintió una punzada de culpabilidad— sabía que se metería en un lío si lo veían con Raisin. Sin embargo, Raisin era su amigo, su mejor y más antiguo amigo. Y lo necesitaba. Skyler estaba dispuesto a escucharlo y a seguirle la corriente. —Quiero que me acompañes —dijo Raisin—. He encontrado el modo de escapar. Mañana por la noche. Nos reuniremos en el cobertizo de los botes y nos llevaremos el barco. Iremos al otro lado. Nos marcharemos de aquí para siempre. Llegaremos a un lugar seguro. Skyler accedió. Sentía el temor agarrado al estómago. Sus compañeros se aproximaban. —A las ocho en punto —susurró Raisin—. A las ocho en punto en el cobertizo de los botes de la casa grande. ¡No te retrases! Al día siguiente, según la hora fijada se aproximaba, Skyler notaba que el corazón se le iba encogiendo. Estuvo pendiente de las campanadas del reloj de pie de la casa grande y lo oyó dar las siete. Metió en un hatillo todo lo que deseaba llevarse: dos camisas, un par de calcetines, un pequeño cortaplumas, un libro de bolsillo sobre Charles Darwin. ¡El continente! ¿Cómo sería? Tenía las manos y los pies fríos a causa del miedo. Soy un buen amigo, se dijo. Un amigo leal. Luego ocurrió algo imprevisto. A lo lejos se oyó un ruido, un pequeño estrépito que sonó como la rotura de unos cristales. El sonido parecía proceder de la casa grande, aunque Skyler no estaba seguro de ello. Aguzó el oído pero todo estaba en silencio. Cinco o diez minutos más tarde, se oyeron unos pesados pasos avanzando por el sendero que conducía al barracón de los muchachos. La puerta se abrió y entró un ordenanza. El hombre dirigió una larga mirada al dormitorio, puso una silla contra la puerta y se sentó en ella con los brazos cruzados. Los otros jiminis se quedaron atónitos, pues nunca había ocurrido nada como aquello. Poco a poco, los chicos fueron acomodándose para pasar la noche. Skyler comprobó que las respiraciones se iban acompasando, y atisbó varias veces por encima de las ropas de cama. Pero el implacable ordenanza seguía en su puesto frente a la puerta. Skyler esperó y esperó hasta que, al fin, también él se quedó dormido. Despertó poco antes del amanecer. La silla seguía junto a la puerta, vacía. Por lo demás, nada había cambiado. Se levantó de la cama, se vistió, dejó su hatillo debajo de la cama y fue a la puerta. Cuando salió al exterior, vio que el cielo oriental comenzaba a iluminarse. Corrió hasta el cobertizo de los botes. Y al llegar el corazón se le cayó a los pies. La cerradura estaba rota y la puerta se hallaba entreabierta. Se acercó a paso de lobo, terminó de abrir la puerta y miró al interior. La luz era tenue. En el interior se veía la lengua de agua entre las dos estrechas pasarelas situadas a lo largo de las paredes. Se oía el sonido del agua batiendo contra los pilares del embarcadero. En el otro extremo, las puertas que daban al exterior estaban abiertas y a través de ellas se divisaba la bahía. ¡El barco había desaparecido! 20

Kuta tenía televisor, pero ellos preferían oír la radio, que por las tardes siempre<br />

estaba sintonizada con el programa de un discjockey llamado Bozman que hablaba gullah<br />

con voz cantarina.<br />

—Disya one fa all ob de oomen. Dey a good-good one fa dancin. Y Kuta traducía:<br />

—Dice que éste es para todas las mujeres. Que es buena música de baile.<br />

La transmisión radiofónica que llegaba desde el continente resultaba tan<br />

apasionantemente ilícita que les hacía sentir escalofríos de emoción.<br />

Skyler se daba perfecta cuenta de que, con tanto hablar de libertad y sexo, el<br />

descontento de Raisin no hacía sino aumentar. El muchacho mencionaba cada vez con<br />

más frecuencia su sueño de llegar al «otro lado». Según pasaban los meses su rebeldía<br />

aumentaba más y más, y siempre andaba metido en problemas de un tipo u otro.<br />

Comenzó a enfrentarse a los ordenanzas, contestándoles mal y tratándolos sin el menor<br />

respeto. Y los castigos dejaron de hacerle mella. Le afeitaron la cabeza con el propósito<br />

de humillarlo, pero él parecía lucir su calva como si fuera una distinción honorífica. Lo<br />

dejaron sin comer y adelgazó en silencio.<br />

Una mañana, Raisin fue convocado por el médico psicólogo. Se había recibido una<br />

denuncia según la cual habían visto a Raisin masturbándose, cosa que él no negó. Ni<br />

tampoco negó que escondía las píldoras de la cena; incluso parecía que le resultaba<br />

divertido conducir hasta el barracón a tres ordenanzas que, tras efectuar un registro,<br />

encontraron el frasco con las tabletas escondido debajo de la cama de Raisin.<br />

Los mayores tomaron la decisión de confinarlo en el campus; lo habían retirado<br />

hacía ya tiempo de la tarea de recoger miel, lo cual significaba que ya no podía escaparse<br />

a ver a Kuta. Skyler era consciente de lo insoportable que le resultaría a su amigo la<br />

prohibición. Una tarde descubrieron a Raisin en el bosque, y solamente Skyler supo<br />

dónde había estado el muchacho. Lo sacaron del barracón y lo hicieron dormir tres<br />

noches en la Caja. Skyler trató de ir a visitarlo. La primera noche se acercó lo suficiente<br />

como para oírlo hablando consigo mismo mientras jugaba con el soldado de madera, pero<br />

tuvo que marcharse cuando alguien se aproximó. La noche siguiente descubrió que los<br />

ordenanzas habían colocado perros guardianes en torno a la Caja. Los feroces ladridos<br />

mantuvieron a Skyler alejado.<br />

Al cabo de poco tiempo, a Skyler ya sólo le fue posible ver a Raisin en contadas<br />

ocasiones y desde lejos. Distinguía su calva cabeza cuando el muchacho sacaba la<br />

basura de la casa de la comida, en las ocasiones en que no estaba limpiando los retretes<br />

o realizando cualquier otra tarea disciplinaria. Se pasaba días enteros encerrado en el<br />

sótano de la casa grande y, según los rumores, por las noches lo metían en un cuarto<br />

cerrado. Fue Patrick quien le contó esto a Skyler con mucho tacto, debido a la gran<br />

amistad existente entre los dos muchachos.<br />

Una calurosa mañana, Skyler estaba caminando por la parte alta del campus y, al<br />

pasar junto a la huerta, oyó que alguien susurraba su nombre. Miró en torno pero no vio a<br />

nadie. Volvió a oírlo, procedente de un sembrado de maíz cuyas plantas llegaban hasta la<br />

cintura.<br />

Se metió entre ellas y allí estaba Raisin. Lo habían enviado a desherbar y tenía la<br />

cabeza y las mejillas tiznadas. Su cabello había crecido un poco, tenía los ojos<br />

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acosado.<br />

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