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Cruzaron Chicago y siguieron en dirección oeste, hacia las grandes llanuras. Con el<br />
ánimo levantado, viajaron raudos por las carreteras interestatales, cruzando pequeñas<br />
poblaciones y pasando entre campos en los que pastaba el ganado.<br />
No dejaban de charlar, pues Skyler los había impresionado. Había aprendido con<br />
gran rapidez a arreglárselas en el mundo moderno y ya realizaba perfectamente las<br />
pequeñas tareas que para Tizzie y Jude eran el pan nuestro de cada día: hacer llamadas<br />
telefónicas, poner gasolina en las estaciones de servicio, dar propina en los restaurantes<br />
de carretera. Y seguía aprendiendo cosas nuevas con un entusiasmo y un optimismo que<br />
resultaban casi enternecedores y que contrastaban con el cansancio y el malestar que a<br />
veces sentía Jude.<br />
—Quiero conducir. Enséñame —dijo de pronto Skyler cuando circulaban a<br />
considerable velocidad por la Ruta 70 de Kansas.<br />
—Por el amor de Dios —respondió Jude—. Tenemos prisa. No podemos<br />
entretenernos.<br />
—¿Por qué no? Así nos distraeremos un poco —sugirió Tizzie, desde el asiento<br />
trasero.<br />
Salieron de la interestatal y no tardaron en llegar a una carretera secundaria que<br />
discurría entre campos de maíz. Jude detuvo el coche en el centro de la desierta carretera<br />
y se acomodó en el asiento del acompañante. En el exterior el calor del mediodía era<br />
sofocante y se oía el canto de las cigarras. Jude le explicó a Skyler para qué servían los<br />
distintos mandos, le hizo un resumen de las normas básicas de circulación y soltó el freno<br />
de mano. El coche comenzó a avanzar lentamente. Skyler movió el volante, y el vehículo<br />
osciló suavemente y fue aumentando de velocidad según el pie de Skyler iba apretando el<br />
acelerador.<br />
—Esto es pan comido —dijo, agarrando el volante con fuerza.<br />
Se concentró por unos momentos en la carretera y luego se volvió hacia Jude y le<br />
dirigió una sonrisa.<br />
—¡Así se conduce! —gritó Tizzie.<br />
—No está mal, pero ve con cuidado —le aconsejó Jude.<br />
Skyler apretó a fondo el acelerador y el coche cobró vida con una fuerza que dejó al<br />
joven sorprendido. Levantó el pie por un momento y volvió a pisar a fondo. El coche<br />
adquirió velocidad inmediatamente y comenzó a dar fuertes bandazos. Jude salió<br />
despedido contra la portezuela de su lado.<br />
—¡Más despacio! —gritó—. ¡Más despacio!<br />
Tenía la cabeza por debajo del nivel de la ventanilla y sólo podía ver a Skyler,<br />
petrificado en el asiento del conductor, pero notó que los neumáticos rodaban sobre tierra<br />
y piedras y el roce de la vegetación contra el bastidor. De pronto, el vehículo se<br />
estremeció violentamente y, sin dejar de seguir avanzando, se ladeó. Las plantas de maíz<br />
comenzaron a pegar contra el parabrisas.<br />
El coche se detuvo al fin. Por una de las ventanillas asomó una panocha. En el aire<br />
del interior del vehículo, el polvo se arremolinaba. Skyler permanecía inmóvil, aún con las<br />
dos manos sobre el volante, pálido y asustado. Jude se volvió a mirar a Tizzie, que estaba<br />
sentada en el suelo y tenía los ojos muy abiertos. Cuando vio la alarma que reflejaba el<br />
rostro de Jude, la joven no pudo evitar echarse a reír, y siguió riendo hasta que él mismo,<br />
contagiado, también estalló en carcajadas. Momentos más tarde, Skyler se unió al risueño<br />
coro. Sus carcajadas, graves y resonantes, eran parecidísimas a las de Jude.<br />
Más tarde pararon a un granjero que iba en tractor. El hombre amarró unas cadenas<br />
al coche y lo sacó del maizal. Le dieron diez dólares y se fueron a un restaurante, en el<br />
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