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metió su pequeña bolsa de viaje y fue a acomodarse en el asiento delantero. Cuando<br />
Jude accionó el encendido, Tizzie hizo girar el dial de la radio hasta que encontró una<br />
estación que emitía música de Mozart. Skyler subió en la parte de atrás y Jude puso el<br />
coche en movimiento.<br />
Bajó por la Undécima Avenida y se metió por el túnel Lincoln sin dejar de mirar el<br />
retrovisor para ver si los seguía algún vehículo. Una vez abandonaron el túnel por la<br />
sinuosa rampa de salida y se encontraron en los campos de Nueva Jersey, Jude se sintió<br />
más a gusto. La ciudad ya había quedado atrás. Miró a Tizzie, que le sonrió, y se dio<br />
cuenta de que era la primera vez en mucho tiempo que la veía sonreír. Desde que todo<br />
aquel asunto comenzó, se había mostrado extraña y distante.<br />
—Qué gusto da alejarse de todo —dijo Jude—. Arizona, allá vamos.<br />
—Tres personas en busca de un turbio y sombrío secreto —comentó ella.<br />
Jude miró por el retrovisor a Skyler, quien, serio y preocupado, miraba por la<br />
ventanilla hacia las refinerías de petróleo.<br />
—Vamos, Skyler, anímate. Si te portas bien, quizá te lleve a ver el Gran Cañón.<br />
Skyler lo miró a través del retrovisor y respondió con una ligera sonrisa. Jude<br />
experimentó una leve pero familiar sensación: el deseo de protegerlo, de cerciorarse de<br />
que nada malo le ocurría. Pensaba en él como en un hermano menor.<br />
Conducía a gran velocidad, con un brazo reposado en la ventanilla abierta y el pie<br />
sobre el acelerador, entrando constantemente en el carril rápido para adelantar a cuanto<br />
coche aparecía ante sí. Por un lado, quería dejar atrás Nueva York; y por otro, resultaba<br />
estupendo, casi terapéutico, ir al volante de un coche potente, sin pensar en nada que no<br />
fuese la carretera y la conducción. No pararon a comer hasta que estuvieron dentro de la<br />
zona amish de Pennsylvania. Abandonaron la autopista de peaje por una de las salidas, y<br />
no tardaron en encontrar un restaurante de carretera en el que servían grandes<br />
hamburguesas saturadas de cebolla.<br />
Tizzie se sentó al volante y se puso las gafas, pues era miope. De regreso a la<br />
autopista, rebasaron un coche de caballos en cuyo pescante iba un hombre vestido de<br />
oscuro que ni siquiera los miró.<br />
—¿Quién era ése? —preguntó Skyler.<br />
Tizzie le habló de los amish y de sus creencias religiosas, que los hacían repudiar<br />
todo modernismo. Y, respondiendo a la pregunta de cuál era su religión, le explicó que<br />
había crecido en una familia de ateos, pero que últimamente había comenzado a leer la<br />
Biblia y cada vez la atraían más sus enseñanzas.<br />
—Pero yo creía que la ciencia contradecía a la religión —dijo Skyler—. ¿Cómo<br />
puede ser religiosa una persona que cree en la ciencia?<br />
—No hay ninguna contradicción —respondió ella—. Muchos grandes científicos son<br />
personas religiosas. Algunos de ellos dicen que cuantas más cosas aprenden y<br />
descubren, más firme es su fe en que el universo está gobernado por fuerzas que<br />
rebasan nuestra comprensión.<br />
—Me alegro de oírlo —comentó Skyler tras reflexionar sobre ello—. En la isla no nos<br />
permitían leer la Biblia. La única persona que hablaba de ella era Baptiste, que a veces<br />
nos leía pasajes del libro del Apocalipsis. Decía que en él se profetiza el final del viejo<br />
mundo y el triunfo de la ciencia.<br />
—Es un texto alegórico, y la gente lo interpreta como mejor le parece.<br />
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