Darnton, John - Experimento
Darnton, John - Experimento Darnton, John - Experimento
habían salido a dar un paseo. Lo de quedar en el ferry había sido una tontería. Cuando Jude llamó a Raymond a su casa para concertar el encuentro y el federal propuso que se vieran en el ferry, a Jude le pareció algo teatral. Sin duda, su amigo había visto últimamente muchas viejas películas en televisión. Pero Raymond aseguró que, de todas maneras, tenía que tomar el ferry. ¿Adónde tendría que ir a aquellas horas? Jude se dijo que tal vez se había equivocado de barco y sería mejor que volviera a tierra a esperar el siguiente. Pero ya era tarde para eso, pues el ferry había soltado amarras y se estaba separando del muelle. Jude reanudó sus paseos hasta que, de pronto, algo en la cubierta inferior le llamó la atención. Un limpiaparabrisas se movía sobre el cristal delantero de un Lexus negro. En el interior del vehículo le pareció ver una mano que le hacía señas. Naturalmente, no podía tratarse sino de Raymond. El federal sentía debilidad por las apariciones espectaculares. Y, además, un encuentro así tenía una ventaja adicional para un agente del FBI paranoico, ya que colocar micrófonos ocultos en el interior de un coche resultaba muy complicado. —¿Cómo estás? Antes de decir nada más, Raymond esperó a que Jude estuviera dentro del coche. —Lo cierto es que estoy hecho una mierda —respondió Jude, que no estaba de humor para pérdidas de tiempo—. No logro dormir ni concentrarme en mi trabajo. Estoy metido en algo que rebasa totalmente mi comprensión. Me siguen dos psicópatas y creo que mi vida corre peligro. —Ya. Y tu salud también correrá peligro si continúas fumando. —O sea que me viste antes de subir al ferry. —Ya me conoces, yo siempre estoy ojo avizor. —Podrías haberme dicho algo, he recorrido el barco tres veces. —En realidad han sido cuatro. Jude lo miró fijamente. Raymond era un hombre razonablemente atractivo al que le faltaban dos años para cumplir los cuarenta, tenía el rostro enjuto, tristes ojos de color pardo, las mejillas surcadas por pequeñas cicatrices de acné y canas en los aladares. Llevaba una cara camisa azul de cuello abierto. —¿Por qué no me lo cuentas todo desde el principio? —le preguntó a Jude. —El principio ya lo conoces. Fue el asesinato de New Paltz, aunque no logro entender cómo encaja ese crimen en todo lo que me está ocurriendo. —Refréscame la memoria. —Fue un domingo. Me encargaron el trabajo y yo... —¿Quién te encargó el trabajo? —¿Y eso qué más da? —Yo tengo mucha más experiencia que tú en estas cosas, así que responde a la puñetera pregunta. —Fue el redactor jefe de los fines de semana, un tipo llamado Leventhal. Pero eso no hace al caso. —Si no te importa, seré yo quien juzgue lo que hace o no hace al caso. Por lo que pude ver, el Mirror no le dio mucha importancia a tu artículo. —Es cierto. Sólo publicaron un par de párrafos en páginas interiores. —¿Te explicaron por qué? 151
—No. Simplemente dijeron que había otra historia más interesante. Ésa es la prerrogativa de los jefes, ellos deciden qué importancia se da a cada noticia y utilizan celosamente tal privilegio. —Sí, ya lo supongo. Continúa. —Bueno, ya sabes lo que averigüé en New Paltz, que no fue gran cosa. El hombre al que McNichol identificó como la víctima resultó ser un juez local. Tú mismo me lo dijiste. Y el tipo estaba vivito y coleando. Lo más extraño es que cuando entré en su sala de audiencias y me vio por poco le da un síncope. —Un momento, no tan deprisa. ¿Por qué volviste? ¿Te ordenaron que hicieras un seguimiento de la historia? —No, no, qué va. Aquí comienzan los absurdos. Verás, me habían comentado que andaba por ahí un individuo que se parecía a mí como una gota de agua a otra. Una noche el tipo apareció de golpe y porrazo en mi apartamento, y pude darme cuenta de que, efectivamente, era mi doble exacto. Al principio pensé que era mi hermano gemelo y que nos habían separado al nacer. Pero no es así, porque resulta que el tipo es más joven que yo. Jude miró a Raymond esperando que su rostro reflejara sorpresa o escepticismo, pero no fue así. —¿Te importa que fume? —preguntó Jude. —No, qué demonios. Pero creía que lo habías dejado. —Y lo dejé, pero no me gusta ser esclavo de mi fuerza de voluntad. —Muy gracioso. Pero no has respondido a mi pregunta. ¿Por qué volviste a New Paltz? —Resulta que el cadáver que encontraron allí tenía una herida muy extraña en el muslo. Ya te hablé de ella. Era del tamaño de un cuarto de dólar, y parecía como si alguien hubiese arrancado la carne, quizá porque en aquel punto había una marca identificadora. Al menos, ésa fue la teoría de McNichol. Resulta que mi doble, que, por cierto, se llama Skyler, tiene una marca en ese mismo lugar. Así que relacioné ambas cosas. —¿Cómo era esa marca? —Un tatuaje de Géminis. Ya sabes, los gemelos del zodiaco. Y así es como Skyler me dijo que los llamaban en la isla. Géminis. —¿Isla? —Sí. Según Skyler, hay muchos como él, y todos ellos crecieron en una isla, atendidos por médicos que se ocupaban de ellos y los mantenían en perfecto estado de salud. —Ya. Ahora que estaba contando su historia, a Jude le daba la sensación de que todo resultaba ridículo, que era imposible tomárselo en serio, y casi esperaba que Raymond se burlase de él y que, de algún modo, todo aquel endiablado asunto se quedara en agua de borrajas. Pero Raymond, lejos de burlarse, parecía estar siguiendo el relato con gran atención. —¿Y te dijo tu doble dónde estaba esa isla? —No. Aunque te cueste creerlo, no lo sabe. Huyó de allí escondido en una avioneta, e ignora incluso en cuál de los estados se halla la isla. —¿Y por dónde anda ahora el tal Skyler? —Por ahí. Eso no tiene importancia. 152
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habían salido a dar un paseo. Lo de quedar en el ferry había sido una tontería. Cuando<br />
Jude llamó a Raymond a su casa para concertar el encuentro y el federal propuso que se<br />
vieran en el ferry, a Jude le pareció algo teatral. Sin duda, su amigo había visto<br />
últimamente muchas viejas películas en televisión. Pero Raymond aseguró que, de todas<br />
maneras, tenía que tomar el ferry. ¿Adónde tendría que ir a aquellas horas? Jude se dijo<br />
que tal vez se había equivocado de barco y sería mejor que volviera a tierra a esperar el<br />
siguiente. Pero ya era tarde para eso, pues el ferry había soltado amarras y se estaba<br />
separando del muelle.<br />
Jude reanudó sus paseos hasta que, de pronto, algo en la cubierta inferior le llamó la<br />
atención. Un limpiaparabrisas se movía sobre el cristal delantero de un Lexus negro. En el<br />
interior del vehículo le pareció ver una mano que le hacía señas. Naturalmente, no podía<br />
tratarse sino de Raymond. El federal sentía debilidad por las apariciones espectaculares.<br />
Y, además, un encuentro así tenía una ventaja adicional para un agente del FBI<br />
paranoico, ya que colocar micrófonos ocultos en el interior de un coche resultaba muy<br />
complicado.<br />
—¿Cómo estás?<br />
Antes de decir nada más, Raymond esperó a que Jude estuviera dentro del coche.<br />
—Lo cierto es que estoy hecho una mierda —respondió Jude, que no estaba de<br />
humor para pérdidas de tiempo—. No logro dormir ni concentrarme en mi trabajo. Estoy<br />
metido en algo que rebasa totalmente mi comprensión. Me siguen dos psicópatas y creo<br />
que mi vida corre peligro.<br />
—Ya. Y tu salud también correrá peligro si continúas fumando.<br />
—O sea que me viste antes de subir al ferry.<br />
—Ya me conoces, yo siempre estoy ojo avizor.<br />
—Podrías haberme dicho algo, he recorrido el barco tres veces.<br />
—En realidad han sido cuatro.<br />
Jude lo miró fijamente. Raymond era un hombre razonablemente atractivo al que le<br />
faltaban dos años para cumplir los cuarenta, tenía el rostro enjuto, tristes ojos de color<br />
pardo, las mejillas surcadas por pequeñas cicatrices de acné y canas en los aladares.<br />
Llevaba una cara camisa azul de cuello abierto.<br />
—¿Por qué no me lo cuentas todo desde el principio? —le preguntó a Jude.<br />
—El principio ya lo conoces. Fue el asesinato de New Paltz, aunque no logro<br />
entender cómo encaja ese crimen en todo lo que me está ocurriendo.<br />
—Refréscame la memoria.<br />
—Fue un domingo. Me encargaron el trabajo y yo...<br />
—¿Quién te encargó el trabajo?<br />
—¿Y eso qué más da?<br />
—Yo tengo mucha más experiencia que tú en estas cosas, así que responde a la<br />
puñetera pregunta.<br />
—Fue el redactor jefe de los fines de semana, un tipo llamado Leventhal. Pero eso<br />
no hace al caso.<br />
—Si no te importa, seré yo quien juzgue lo que hace o no hace al caso. Por lo que<br />
pude ver, el Mirror no le dio mucha importancia a tu artículo.<br />
—Es cierto. Sólo publicaron un par de párrafos en páginas interiores.<br />
—¿Te explicaron por qué?<br />
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