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A veces, cuando estaban solos en el bosque, Raisin sufría un ataque, y Skyler<br />
aprendió a atenderlo. Cuando el muchacho sufría las convulsiones de la epilepsia, Skyler<br />
le introducía un palo entre los dientes para evitar que se tragara la lengua. Después lo<br />
acunaba en sus brazos y, cuando Raisin recuperaba el conocimiento, le murmuraba<br />
palabras de consuelo. El muchacho volvía en sí como si regresara de negras<br />
profundidades abismales, confuso y con la cabeza en blanco. Como es natural, ninguno<br />
de los dos decía nada a nadie acerca de los ataques.<br />
En la parte más remota del bosque septentrional, Skyler descubrió una pequeña<br />
pradera a la que únicamente se llegaba a través de un angosto pasaje situado en el<br />
cauce de un barranco. El lugar estaba lleno de rocas y árboles. Skyler lo rodeó de ramas<br />
y maleza y lo convirtió en un improvisado aprisco para las cabras. Si las encerraba allí,<br />
podía disfrutar de plena libertad. A partir de entonces, los horizontes de los dos<br />
muchachos se expandieron. Durante unas pocas horas disponían de plena libertad para<br />
recorrer la zona salvaje del norte. Exploraban los pantanos y los densos bosques,<br />
recorrían los senderos hechos por las pisadas de los jabalíes y los ciervos. Retozaban por<br />
los campos y se subían a árboles tan altos que desde sus copas alcanzaban a ver las<br />
blancas crestas de las olas del océano. El hecho de que tales actividades peligrosas<br />
estuvieran rigurosamente prohibidas las hacía aún más divertidas.<br />
Cierto día de primavera, cuando la alta hierba se mecía a impulsos de la brisa del<br />
mar y el aire olía a savia fresca de los pinos, algo extraordinario les sucedió.<br />
Hallándose las cabras a buen recaudo en el improvisado aprisco y los tarros de miel<br />
ya llenos, los dos muchachos estaban tumbados de espaldas en una pradera cuando<br />
Raisin, que sujetaba una paja entre los labios como si fuera un cigarrillo, se volvió de<br />
pronto hacia Skyler y le dijo que quería explorar la costa occidental.<br />
—Pero ahí están los gullah —protestó Skyler.<br />
—Pues precisamente por eso, gilipollas —contestó Raisin utilizando una de las<br />
palabras malsonantes que había aprendido viendo la televisión.<br />
Y antes de que Skyler pudiera poner más objeciones, Raisin se incorporó y echó a<br />
correr. Skyler lo siguió, pero le costó Dios y ayuda seguir el ritmo de su amigo. Corrieron<br />
por un sendero en dirección a la orilla y luego cruzaron chapoteando una zona pantanosa.<br />
Raisin aumentó su ventaja. Skyler veía a su amigo zigzagueando entre los árboles y<br />
haciéndose cada vez más pequeño en la distancia, hasta que al fin desapareció por<br />
completo. Momentos más tarde, Skyler oyó un grito seguido por un largo gemido.<br />
Inmediatamente reconoció el preludio de un ataque de epilepsia. Para cuando llegó junto<br />
a él, Raisin estaba caído de espaldas, sufriendo convulsiones y con los ojos en blanco.<br />
Sin perder un momento, Skyler se echó sobre su compañero y le puso un palo entre<br />
los dientes. Ladeó la cabeza y apretó con todas sus fuerzas, tratando de utilizar su cuerpo<br />
como lastre para contener las convulsiones y mantener a Raisin pegado al suelo. Parecía<br />
un luchador de lucha libre inmovilizando a su adversario. Poco a poco, la intensidad de<br />
los espasmos fue disminuyendo y al fin el cuerpo del muchacho se relajó. Pero cuando<br />
Skyler se iba a incorporar, algo fino y fuerte como un látigo lo golpeó en el brazo. Por un<br />
instante pensó que a Raisin le había salido una cola. Luego, cuando se levantó y dio<br />
vuelta al cuerpo de su amigo vio lo que ocurría: le había picado una serpiente y todavía<br />
permanecía con los colmillos clavados en la parte posterior de la pierna de Raisin. Skyler<br />
cogió una rama y golpeó con ella al reptil hasta que soltó a su presa. Siguió golpeándolo<br />
en la cabeza hasta que dejó de moverse, y luego volvió corriendo junto a su amigo.<br />
—¡No lo muevas, chico!<br />
La orden había sonado tras él y a su izquierda. La obedeció instantáneamente, sin<br />
pararse a pensar. Alguien lo apartó a un lado y un par de manos negras como el carbón<br />
desgarraron los pantalones de Raisin, dejando al descubierto un rojo verdugón y dos<br />
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