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—Oiga, por si no se había enterado, en este planeta se estila dejar propina —<br />
rezongó la cajera mientras iba hacia la puerta.<br />
Él la miró desconcertado.<br />
—Desde luego —murmuró ella, en un aparte—. Menudo gilipollas.<br />
Skyler salió de nuevo a la calle. Las mejillas le ardían y seguía con la sensación de<br />
que era el centro de todas las miradas. ¿Cómo era posible que en un lugar tan inmenso y<br />
con tanta gente yendo en todas las direcciones todos parecieran estar pendientes de él?<br />
Caminó tres manzanas hasta llegar a una amplia avenida. En la esquina, unos<br />
hombres jugaban al baloncesto en una cancha rodeada por una cerca metálica de tres<br />
metros de altura. Skyler conocía el deporte gracias a la televisión. Los hombres se movían<br />
con tal rapidez que resultaba difícil seguir el movimiento de la pelota. El sudor corría por<br />
las frentes y las espaldas de los jugadores, que se arremolinaban bajo la cesta, saltando y<br />
dándose codazos y caderazos, todos intentando hacer canasta.<br />
De pronto Skyler se volvió y le pareció ver una figura conocida al otro lado de la<br />
avenida: un cuerpo fornido y una gran cabeza. Pero no lograba ver bien al hombre. El sol<br />
se reflejaba en la ventanilla de un coche estacionado y parecía que el individuo tenía una<br />
mancha blanca en la cabeza. Un ordenanza. No estaba totalmente seguro, pero el miedo<br />
le atenazó el estómago. Se volvió de nuevo hacia los jugadores y después giró otra vez la<br />
cabeza. El hombre de la acera de enfrente estaba mirando en otra dirección y no había<br />
visto a Skyler. ¿Sería posible?<br />
Esta vez, Skyler ni siquiera hizo el intento de contenerse. Corrió calle abajo, dobló<br />
una esquina y se metió en el primer local abierto. Se encontró en el interior de una sala<br />
mal iluminada. Cuando sus ojos se hubieron acostumbrado a la oscuridad, miró en torno y<br />
vio a media docena de hombres que hojeaban revistas. Se dirigió al fondo de la sala y<br />
entró en otra pequeña habitación de la que salía un oscuro pasillo flanqueado por varias<br />
puertas. Abrió una y pasó al interior. Se encontró en un cubículo que estaba a oscuras<br />
salvo por la luz que se filtraba por un tabique de cristal transparente, tras el cual una<br />
mujer semidesnuda bailaba con lascivos movimientos. La bailarina llevaba únicamente un<br />
minúsculo taparrabos y sus enormes pechos, que eran como globos llenos de agua y le<br />
llegaban casi hasta el ombligo, oscilaban de un lado a otro con cada uno de los<br />
movimientos. Skyler vio cómo la forzada sonrisa de la bailarina se convertía en mueca de<br />
alarma en cuanto la mujer advirtió su presencia en el interior de la pequeña cabina. En<br />
ese mismo momento, un hombre que había permanecido sentado más adelante se puso<br />
en pie. Su primera reacción fue de sorpresa y la segunda, de indignación.<br />
—¿Qué coño haces aquí?<br />
Skyler vio que la mujer tocaba una palanca que hizo caer una cortina metálica tras el<br />
cristal, con lo que la cabina quedó en una oscuridad casi total. Notó que una mano lo<br />
agarraba por el brazo izquierdo y comenzó a retroceder. Tanteando a su espalda,<br />
encontró el tirador de la puerta y lo hizo girar al tiempo que retorcía el cuerpo,<br />
consiguiendo que la mano del desconocido le soltase el brazo. Pero el hombre lo agarró<br />
inmediatamente por la camisa. Él se retiró, oyó el sonido de un desgarro, echó a correr<br />
hacia el fondo del pasillo y salió por una puerta trasera que daba a un callejón. Corrió por<br />
él, dobló una esquina y volvió a encontrarse en la atestada acera.<br />
Dos palabras acudieron a su mente y las pronunció sin darse cuenta siquiera de que<br />
lo hacía:<br />
—¡Cristo bendito!<br />
Se alejó a paso vivo, volviéndose de cuando en cuando para mirar hacia atrás.<br />
Recordó que Jude había hecho lo mismo en el metro. Cuando estaban los dos en el bar,<br />
Jude parecía sinceramente preocupado por el bienestar de Skyler. Se preguntó si debería<br />
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