Darnton, John - Experimento
Darnton, John - Experimento Darnton, John - Experimento
El colchón sobre el que Skyler se hallaba tumbado estaba lleno de bultos. Se hundía tanto en la parte del centro que al joven no le era posible volverse de lado y seguir respirando, lo cual aumentaba la ya considerable claustrofobia que sentía. La ventana estaba abierta y las sucias cortinas se mecían a impulsos de la leve brisa, pero él se estaba achicharrando de calor. Sudaba a mares y le parecía que estaba a punto de ahogarse. Sin embargo, cuando se puso en pie y se acercó a la ventana, sintió un súbito escalofrío y casi comenzó a temblar. Echaba de menos la fresca brisa y el tibio sol de su isla. La habitación, lúgubre y maloliente, le deprimió en cuanto abrió la puerta. Las cucarachas esperaron cinco minutos completos antes de reanudar sus paseos por el linóleo de la cocina. Al abrir un armario, se encontró una trampa con dos ratones muertos en su interior. Los cristales de las ventanas estaban cubiertos de mugre, el papel de las paredes se estaba desprendiendo y la pila tenía manchas amarillentas debajo de los grifos, lo cual le hizo preguntarse si el agua sería potable. Los sonidos de la calle que entraban por la ventana no dejaban de sobresaltarlo. En algún lugar próximo sonaba una radio con música de baile hispana a toda potencia. De nuevo sintió que todo aquello era demasiado para él. El ruido, los semáforos, los edificios que se alzaban hasta el cielo, la gente que atestaba las aceras. No tenía a nadie con quien hablar, ni sabía qué iba a hacer con su vida. Era como si se hallara en medio del vacío, y todos sus miedos e incertidumbres se hubieran abalanzado sobre él asfixiándolo, haciéndole sentir ganas de gritar. Mató el tiempo pensando en sus fantasmas, aunque se daba cuenta de que con ello sólo conseguiría sentirse aún más solo. Y así, tumbado en la cama de aquel lóbrego cuarto situado en aquella gigantesca y despiadada ciudad, evocó su vida en la isla. Pensó en Raisin y en las correrías por los bosques, en lo felices y libres que se sentían los dos. Recordó de nuevo cómo Julia los seguía, y pensar en ella lo sumió en algo parecido a la desesperación. De haber sabido lo mucho que llegaría a quererla, habría actuado de modo muy distinto. Evocó la ocasión en que se la llevaron al quirófano, y el pánico que sintió. Con una agridulce sensación, recordó también cómo ambos habían descubierto el amor carnal. Le estaba sucediendo algo curioso. En su cabeza, la imagen de Julia comenzaba a confundirse con la de aquella otra mujer. Tizzie. Tizzie... ¿qué clase de nombre era aquél? Un gran signo de interrogación pendía sobre la joven. Además, no era tan bella como Julia, ni tan amable, ni tan generosa, ni tan intrépida, ni tan cálida. No obstante, en la consulta del médico se había mostrado muy solícita con él, eso tenía que reconocerlo. No alcanzaba a entender cómo encajaba Tizzie en aquel absurdo rompecabezas. La primera vez que la vio, cuando se despertó y la encontró a su lado en la cama, estuvo a punto de desmayarse. Fue una experiencia traumática. Entendió que ella se había sobresaltado al verlo a él tanto como él se había sobresaltado al verla a ella, lo cual no consiguió sino aumentar su inquietud. Su forma de actuar le hizo pensar por un momento que la mujer también lo había reconocido, lo mismo que él la había reconocido a ella, como si los dos hubieran compartido efectivamente vivencias en una época anterior de sus vidas. Sin embargo, Skyler comprendía —al menos racionalmente— que la actitud de Tizzie se debía únicamente a lo mucho que él se parecía a Jude. Su primera reacción fue saltar de la cama y estirar la sábana de arriba para envolverse en ella, dejándolo a él desnudo sobre el colchón. Skyler también se levantó, cogió la sábana de debajo y se tapó. Luego los dos se quedaron allí plantados mirándose. Al fin, Tizzie quiso saber quién era. Skyler le dijo cómo se llamaba y le explicó que, tras ver la foto de Jude en un periódico, había decidido ir a Nueva York a buscarlo. El joven no se atrevió a preguntar a 127
Tizzie quién era ella. Después apenas hablaron, pues ambos se sentían muy incómodos. Tras vestirse apresuradamente, fueron a sentarse a la mesa de la cocina, donde esperaron en silencio el regreso de Jude. Desde entonces, Skyler había experimentado tantos sentimientos contrapuestos hacia Tizzie que ya no sabía a qué carta quedarse. Cuando ella se hallaba presente, él bebía sus palabras, estaba pendiente de todos sus movimientos y no podía prestar atención a ninguna otra cosa. Cuando Tizzie no estaba, Skyler pensaba constantemente en ella. Había momentos en los que le recordaba efectivamente a Julia, ya fuera por la forma de mover la cabeza, o por el modo de sentarse con las piernas cruzadas, o por alguna de las inflexiones de su voz. A veces, el parecido era tan marcado, que Tizzie parecía ser verdaderamente Julia resucitada, y el joven tenía que hacer un supremo esfuerzo para controlarse. Se sentía casi eufórico, como si la vida le estuviera dando una segunda oportunidad... Como el anochecer en que vio a Julia salir al fin sana y salva del bosque. Pero en otros momentos, los gestos, ademanes y tonos de Tizzie no le recordaban en absoluto a los de Julia. En tales ocasiones, la mujer no le parecía más que un torpe remedo de la difunta, y su añoranza de la auténtica Julia alcanzaba extremos rayanos en la locura. Estaba furioso con el Laboratorio y con quienes lo dirigían y, por algún inexplicable motivo, también con la propia Tizzie. Skyler no sabía cuál de las dos reacciones era peor. En ambos casos —se pareciera o no se pareciera a Julia—, Tizzie producía en él un infernal torbellino de pasiones. Aquel permanente ir y venir entre la esperanza y la desesperación era una especie de viaje por la montaña rusa de las emociones y los afectos tras el cual quedaba ofuscado y exhausto. Pero, en términos prácticos, en lo que atañía a su propia supervivencia, ¿qué significaba la existencia de Tizzie? ¿Qué relación tenía tal existencia con el Laboratorio y con los que gobernaban la isla? ¿Cómo era posible que hubiera dos pares de personas de aspecto idéntico con vidas tan íntimamente entrelazadas? Y, si había dos... ¿habría otros? Necesitaba saber más, indagar más, y hasta que lo hubiera hecho, no revelaría lo poco que ya sabía. Se dijo que, para Tizzie, y quizá también para sí mismo, lo mejor sería no decirle a nadie, ni siquiera a Jude, lo mucho que la mujer se parecía a Julia. Tumbado en la cama deshecha, enfrascado en sus pensamientos y sudando a mares, Skyler volvió a la realidad con un sobresalto. Había oído algo, un ruido al otro lado de la puerta. ¡Pasos! Y no pasos normales, sino muy débiles, como si la persona que estaba en el pasillo tratara de aproximarse sin que la oyeran. Se levantó, fue a paso de lobo hasta la puerta que comunicaba el dormitorio con la cocina y aguzó el oído. Le pareció que los pasos se detenían frente a su puerta y creyó percibir la presencia de la persona que se hallaba en el exterior, pensando, esperando. ¿Serían sólo imaginaciones suyas? Decidió no quedarse a averiguarlo. Cruzó el dormitorio y abrió del todo la ventana. En el exterior, pegada al muro del edificio, había una extraña escalera metálica que parecía descender hasta la calle. Se volvió y quedó a la escucha. ¿Habían llamado a la puerta? No estaba seguro. Salió a la especie de andamio metálico sin estar muy seguro de que éste soportara su peso. Con el ruido del exterior, le era imposible saber si seguían llamando a la puerta. Sin más vacilación, comenzó a bajar a toda prisa la escalera de incendios. Alzó la vista. ¿Qué era aquella sombra que se veía entre los barrotes metálicos? ¿Alguien tenía la cabeza asomada por la ventana de su habitación? Siguió bajando y, al llegar al suelo tras estar a punto de caerse del tramo final de la escalera basculante, echó 128
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Tizzie quién era ella. Después apenas hablaron, pues ambos se sentían muy incómodos.<br />
Tras vestirse apresuradamente, fueron a sentarse a la mesa de la cocina, donde<br />
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Desde entonces, Skyler había experimentado tantos sentimientos contrapuestos<br />
hacia Tizzie que ya no sabía a qué carta quedarse. Cuando ella se hallaba presente, él<br />
bebía sus palabras, estaba pendiente de todos sus movimientos y no podía prestar<br />
atención a ninguna otra cosa. Cuando Tizzie no estaba, Skyler pensaba constantemente<br />
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alguna de las inflexiones de su voz. A veces, el parecido era tan marcado, que Tizzie<br />
parecía ser verdaderamente Julia resucitada, y el joven tenía que hacer un supremo<br />
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Pero en otros momentos, los gestos, ademanes y tonos de Tizzie no le recordaban<br />
en absoluto a los de Julia. En tales ocasiones, la mujer no le parecía más que un torpe<br />
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inexplicable motivo, también con la propia Tizzie.<br />
Skyler no sabía cuál de las dos reacciones era peor. En ambos casos —se pareciera<br />
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Pero, en términos prácticos, en lo que atañía a su propia supervivencia, ¿qué<br />
significaba la existencia de Tizzie? ¿Qué relación tenía tal existencia con el Laboratorio y<br />
con los que gobernaban la isla? ¿Cómo era posible que hubiera dos pares de personas<br />
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otros? Necesitaba saber más, indagar más, y hasta que lo hubiera hecho, no revelaría lo<br />
poco que ya sabía. Se dijo que, para Tizzie, y quizá también para sí mismo, lo mejor sería<br />
no decirle a nadie, ni siquiera a Jude, lo mucho que la mujer se parecía a Julia.<br />
Tumbado en la cama deshecha, enfrascado en sus pensamientos y sudando a<br />
mares, Skyler volvió a la realidad con un sobresalto. Había oído algo, un ruido al otro lado<br />
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estaba en el pasillo tratara de aproximarse sin que la oyeran.<br />
Se levantó, fue a paso de lobo hasta la puerta que comunicaba el dormitorio con la<br />
cocina y aguzó el oído. Le pareció que los pasos se detenían frente a su puerta y creyó<br />
percibir la presencia de la persona que se hallaba en el exterior, pensando, esperando.<br />
¿Serían sólo imaginaciones suyas? Decidió no quedarse a averiguarlo.<br />
Cruzó el dormitorio y abrió del todo la ventana. En el exterior, pegada al muro del<br />
edificio, había una extraña escalera metálica que parecía descender hasta la calle. Se<br />
volvió y quedó a la escucha. ¿Habían llamado a la puerta? No estaba seguro. Salió a la<br />
especie de andamio metálico sin estar muy seguro de que éste soportara su peso. Con el<br />
ruido del exterior, le era imposible saber si seguían llamando a la puerta. Sin más<br />
vacilación, comenzó a bajar a toda prisa la escalera de incendios.<br />
Alzó la vista. ¿Qué era aquella sombra que se veía entre los barrotes metálicos?<br />
¿Alguien tenía la cabeza asomada por la ventana de su habitación? Siguió bajando y, al<br />
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