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Echó un breve vistazo al retrovisor, pero vio en él tantas luces y tanto movimiento que no<br />
supo a ciencia cierta si el coche con el faro mal reglado lo seguía.<br />
A los pocos momentos llegó a la siguiente salida, la de la calle Sesenta y tres. Giró<br />
bruscamente hacia la derecha, haciendo que el coche coleara, y aceleró a fondo. Al final<br />
de la calle se detuvo ante un semáforo en rojo y luego siguió por la Primera Avenida.<br />
Acompasó su velocidad al ritmo de los semáforos y, a setenta kilómetros por hora, llegó a<br />
la calle Setenta y cinco. En ella giró a la izquierda y recorrió dos manzanas hasta<br />
encontrar un hueco de aparcamiento frente a su edificio. Estacionó, apagó las luces y se<br />
quedó a la espera. Nada. Aguardó un poco más.<br />
Por la calle lateral no circulaba ningún coche, y sólo se veían las luces de los<br />
vehículos que transitaban por las avenidas adyacentes, la Tercera y la Segunda. Por la<br />
acera pasaban un hombre y un muchacho conversando animadamente.<br />
Jude cerró el coche y cruzó la calle a paso vivo. Cuando llegó al portal, sacó la llave,<br />
abrió rápidamente y, tras mirar calle arriba y calle abajo, se metió en el vestíbulo como<br />
una exhalación. Al cerrar la puerta tras de sí experimentó un inmenso alivio. Al fin estaba<br />
en casa, en puerto seguro.<br />
A solas en el vestíbulo, hizo balance de la situación. La verdad era que seguía<br />
disponiendo de muy pocos datos. No sabía quién lo seguía, tampoco sabía cuánta gente<br />
lo seguía y ni siquiera tenía ni idea de por qué lo seguían. Y tampoco sabía si se había<br />
librado de sus perseguidores, o si ellos lo habían dejado marcharse porque ya sabían<br />
dónde vivía. Lamentablemente, su apellido aparecía en la guía telefónica. Si conocían su<br />
nombre, conocían también su domicilio. Hasta Skyler, por el amor de Dios, había sido<br />
capaz de localizarlo. Curiosamente, Jude ya fechaba el comienzo de sus desventuras con<br />
la aparición de Skyler en su vida.<br />
Abrió su buzón, sacó del bolsillo un pequeño cortaplumas y lo utilizó para arrancar la<br />
pequeña tira de plástico en la que aparecía escrito su nombre.<br />
No estoy paranoico, se dijo al iniciar el largo ascenso de la escalera. No es paranoia<br />
pensar que te siguen si alguien anda realmente tras de ti. Dadas las circunstancias, quitar<br />
su nombre del buzón era una precaución sensata aunque —se daba perfecta cuenta de<br />
ello— no demasiado eficaz.<br />
Encontró a Tizzie y a Skyler sentados en la sala de estar, a considerable distancia el<br />
uno del otro. Tizzie tenía un aspecto terrible. Llevaba el pelo revuelto y parecía haberse<br />
echado encima el vestido de cualquier manera. La joven tenía los codos apoyados en la<br />
mesa y la barbilla reposada en las manos. Skyler llevaba vaqueros y camiseta negra —<br />
propiedad, naturalmente, de Jude—, y estaba sentado en el sofá, con una torva expresión<br />
en el rostro. En el ambiente se percibía una gran tensión emocional, como si un huracán<br />
hubiera pasado por el pequeño apartamento. Los dos miraron a Jude como esperando<br />
que él les aclarase las cosas.<br />
Jude decidió comenzar con un comentario positivo.<br />
—Bueno, me alegro de que al menos estéis bien.<br />
Tizzie le clavó la mirada en él.<br />
—¿A qué te refieres? —preguntó—. ¿Por qué íbamos a estar mal?<br />
—Pues no lo sé, pero están ocurriendo demasiadas cosas raras.<br />
Jude miró a Skyler, que daba la sensación de estar paralizado por algún tipo de<br />
shock, fue a sentarse junto a Tizzie y la tomó de la mano, aunque la joven apenas pareció<br />
darse cuenta de ello.<br />
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