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—Complicar es poco. ¿Querrá creerse que entraron a la fuerza en mi laboratorio? Se<br />
llevaron las muestras de la autopsia. Es la primera vez que me ocurre.<br />
—¿Para qué querría nadie hacer algo así?<br />
McNichol se encogió de hombros y volvió a mirar sus papeles.<br />
Había llegado el momento de cambiar de tema.<br />
—En realidad, no he venido a hablar de eso —dijo—. Intento solucionar un misterio,<br />
y se me ocurrió que usted podría ayudarme.<br />
Al oír la palabra misterio, McNichol pareció cobrar nueva vida. Apartó la vista de los<br />
papeles y miró curiosa e inquisitivamente al periodista. Jude echó mano al bolsillo de la<br />
chaqueta, sacó las dos bolsas de plástico con mechones de pelo oscuro y se las ofreció a<br />
McNichol como si fueran un presente. Una contenía un mechón de cabello de Skyler y la<br />
otra un mechón de cabello de Jude, que él mismo se había cortado.<br />
Al salir del hospital, Jude se encaminó a una zona en la que se agrupaban diversos<br />
edificios municipales. Caminó dos calles en dirección al juzgado, un magnífico edificio de<br />
ladrillo rojo con un bajorrelieve de la ciega Justicia sobre la entrada. Antes de entrar, se<br />
metió en una cabina telefónica, sacó la agenda, buscó el teléfono de la redacción de<br />
Gloria y lo marcó. En cuanto la periodista oyó la voz de Jude, le dijo que estaba<br />
terminando un trabajo urgentísimo acerca de las subidas eléctricas y se libró de él. Jude<br />
se encogió de hombros. Era una lástima, Gloria podría haberle dado detalles acerca de la<br />
muerte del juez.<br />
Entró en el edificio. Sobre un muro estaba la lista de salas de audiencia y otras<br />
oficinas. Fue leyendo todos los renglones hasta que uno de ellos pareció saltarle encima:<br />
Tribunal del condado. Juez Joseph P. Reilly. Sala 201. Jude frunció el entrecejo. ¿Cómo<br />
no habían retirado el nombre? Bonito ejemplo de eficacia burocrática.<br />
Se dijo que, ya que estaba allí, podía pasar por la oficina del juez, a ver si conseguía<br />
averiguar algo acerca del difunto. Tal vez la secretaria pudiera darle la hoja biográfica del<br />
tipo, o quizá incluso una copia de su nota necrológica. Subió a pie hasta el segundo piso y<br />
llamó a la puerta 201, que era de madera y cristal biselado. Una voz femenina dijo:<br />
«Adelante.» Jude entró y vio que la dueña de la voz era una mujer negra que lucía una<br />
blusa roja y tenía cara de no aguantar tonterías.<br />
Jude se presentó y expresó sus condolencias, que sólo consiguieron desconcertar a<br />
la mujer.<br />
—Oiga, ¿qué desea exactamente? —quiso saber.<br />
—El juez, el juez Reilly... —comenzó Jude.<br />
—Está viendo una causa. La tercera puerta a la derecha —dijo la secretaria, y se<br />
desentendió de él.<br />
Entre la niebla de su asombro, Jude dio con la puerta indicada. Entró y se encontró<br />
en una sala de audiencias con las paredes revestidas de madera de roble. Los bancos<br />
estaban atestados de público. La tarde era calurosa y tres de las ventanas se hallaban<br />
abiertas, aunque por ellas sólo entraba una ligerísima brisa. En la parte delantera de la<br />
sala, sobre una tarima elevada, con una bandera norteamericana a un lado y otra azul de<br />
Nueva York al otro, se sentaba el juez, que era sorprendentemente joven. Ante sí tenía<br />
una placa con su nombre. Reilly parecía en plena forma y, lo más importante, también<br />
parecía estar sumamente vivo.<br />
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