Darnton, John - Experimento
Darnton, John - Experimento Darnton, John - Experimento
—Bueno, ¿cómo se llamaba el tipo? —A fin de cuentas, el tal McNichol hizo todo un trabajo. La huella dactilar no sirvió para nada. Pero resultó que el difunto aparecía en la base de datos ADN. No en la nuestra, sino en otra a la que accedió el forense. Lo buscó y dio en el blanco. Lo que terminó de zanjar el asunto fue que el muerto era de por aquí. Un juez, si no recuerdo mal. —¿Sabes el nombre? —Aguarda, que voy a por el expediente. Raymond dejó el receptor sobre la mesa. Se oyó ruido de papeles y luego la voz de Raymond. —Oye, todo esto debe quedar entre nosotros. Ésta no es nuestra jurisdicción, así que tú y yo no hemos hablado. —Entendido. —Por cierto, ¿desde dónde me llamas? Raymond no solía hacer aquel tipo de preguntas. ¿Qué le importaba desde dónde lo estuviera llamando? —Desde la redacción. —¿No es un poco temprano para eso? —Tengo mucho trabajo atrasado e intento ponerme al día —respondió Jude. Y añadió—: Estoy pensando en irme fuera unos días. —¿Ah, sí? ¿Adónde irás? Jude lamentó haber tocado aquel tema. En realidad, no pensaba irse a ningún sitio. —Aún no lo sé. Raymond chasqueó la lengua como si no estuviera muy convencido. —Bueno, aquí tengo el nombre —dijo tras una pausa—. ¿Tienes con qué apuntar? —Sí. —Como te he dicho, el tipo es juez. Joseph P. Reilly. Dirección, el 197 de West Elm Drive. Tylerville. —¿Teléfono? —No aparece en la guía. —Ya, pero tú puedes averiguarlo. —Ya te he dicho que el caso no es nuestro. —¿Puedes decirme algo más sobre el juez? ¿Qué clase de juez es... o era? —No lo sé bien. Creo que pertenecía a un tribunal estatal. —Bueno, pues gracias. Ah, otra cosa. —¿Cuál? —¿Cómo es que el juez aparecía en la base de datos? Yo creía que en vuestra base de datos sólo aparecían los delincuentes convictos. —En la nuestra, sí. Y en la de Nueva York, también. Pero otras agencias actúan de otro modo. Le dijeron a Reilly que, como miembro del tribunal del estado, tenía que predicar con el ejemplo. Según me contó McNichol, al principio el tipo se negó en redondo. Los periódicos locales armaron un gran revuelo a causa del asunto. —Muy interesante. ¿Alguna otra cosa digna de mención? —Nada. Pura rutina. El asesino sigue suelto, eso es todo. —Bueno, pues gracias de nuevo. 103
—De nada. Si te parece, un día escribe un buen artículo sobre mí, como hiciste con McNichol. En la cabeza de Jude sonó una pequeña alarma. —Pero si apenas salió nada. Los del periódico sólo publicaron un miserable extracto. —Publicaron lo suficiente. Le lamiste el culo a McNichol. Deberías avergonzarte. Después de la llamada, Jude le hizo prometer a Skyler que se quedaría en el apartamento. Comenzaba a cansarse de ir detrás de su sosia. Tras el incidente de la bañera había decidido que, si quería que el apartamento siguiera de una pieza, más valía que le enseñase a Skyler dónde estaban los interruptores de la luz, cómo se encendía el gas, y cómo se cerraba la puerta. Le repitió que no se le ocurriera contestar al teléfono. Sólo debía hacerlo, le dijo, si sonaba tres veces, se interrumpía y volvía a sonar. Aquélla sería la contraseña. Volvió a insistir en que se tomara el somnífero y le dijo que no volvería hasta la noche. Después Jude se puso la chaqueta vaquera y recogió el magnetófono. En el momento en que iba a cerrar la puerta recordó un detalle de su conversación con Raymond en el que en su momento no había reparado. Regresó a la cocina y salió del apartamento minutos más tarde, en el bolsillo izquierdo de la chaqueta llevaba dos bolsas de plástico autoprecintables con algo dentro. McNichol no estaba en su domicilio/empresa de pompas fúnebres de Tylerville, así que Jude fue en el coche hasta el hospital de Poughkeepsie. Cruzó el vestíbulo principal, ignorando las señas que le hizo la recepcionista, y bajó por la escalera. Una vez abajo vio que la puerta de un despacho se hallaba ligeramente entreabierta. Se asomó y vio a McNichol sentado a un escritorio, con las gafas en la frente y gran cantidad de papeles extendidos ante sí. McNichol no pareció muy contento de verlo, y la cordialidad y el buen humor del anterior encuentro brillaban por su ausencia. Mientras Jude se disculpaba por molestarlo de aquel modo, el forense no dejaba de mirar los papeles de su escritorio, como si estuviera deseoso de reanudar el trabajo interrumpido. Jude supuso que McNichol debía de sentirse molesto por la poca importancia que el periódico le había dado al caso. Consciente de que su presencia no era acogida de buen grado, Jude recurrió a la más eficaz de las armas: el halago. —Me han contado que logró usted una identificación por medio del ADN. Creo que hizo un gran trabajo. —Sí, bueno. Más o menos. —Y resultó que la víctima era un juez, ¿no? —Oiga, mire... ¿Cómo me dijo que se llamaba? —Jude Harley. —Señor Harley, para cualquier consulta referente a ese asunto, diríjase usted a la policía, ya que ahora el caso está en sus manos. —Hizo una pausa y añadió—: No entiendo qué sucede. Este caso no deja de crearme problemas. Jude se hacía cargo. La muerte de un juez podía ser una noticia bomba. Indudablemente, habían amonestado al forense por permitir que los periodistas presenciaran la autopsia. Probablemente, Gloria, la reportera del periódico local, había dejado a McNichol con el culo al aire. La publicación de los detalles de la muerte podía, sin duda, obstaculizar la investigación policial. —Si con mi artículo le compliqué la vida, lo siento. 104
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nuestra, sino en otra a la que accedió el forense. Lo buscó y dio en el blanco. Lo que<br />
terminó de zanjar el asunto fue que el muerto era de por aquí. Un juez, si no recuerdo<br />
mal.<br />
—¿Sabes el nombre?<br />
—Aguarda, que voy a por el expediente.<br />
Raymond dejó el receptor sobre la mesa. Se oyó ruido de papeles y luego la voz de<br />
Raymond.<br />
—Oye, todo esto debe quedar entre nosotros. Ésta no es nuestra jurisdicción, así<br />
que tú y yo no hemos hablado.<br />
—Entendido.<br />
—Por cierto, ¿desde dónde me llamas?<br />
Raymond no solía hacer aquel tipo de preguntas. ¿Qué le importaba desde dónde lo<br />
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—Desde la redacción.<br />
—¿No es un poco temprano para eso?<br />
—Tengo mucho trabajo atrasado e intento ponerme al día —respondió Jude. Y<br />
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—¿Ah, sí? ¿Adónde irás?<br />
Jude lamentó haber tocado aquel tema. En realidad, no pensaba irse a ningún sitio.<br />
—Aún no lo sé.<br />
Raymond chasqueó la lengua como si no estuviera muy convencido.<br />
—Bueno, aquí tengo el nombre —dijo tras una pausa—. ¿Tienes con qué apuntar?<br />
—Sí.<br />
—Como te he dicho, el tipo es juez. Joseph P. Reilly. Dirección, el 197 de West Elm<br />
Drive. Tylerville.<br />
—¿Teléfono?<br />
—No aparece en la guía.<br />
—Ya, pero tú puedes averiguarlo.<br />
—Ya te he dicho que el caso no es nuestro.<br />
—¿Puedes decirme algo más sobre el juez? ¿Qué clase de juez es... o era?<br />
—No lo sé bien. Creo que pertenecía a un tribunal estatal.<br />
—Bueno, pues gracias. Ah, otra cosa.<br />
—¿Cuál?<br />
—¿Cómo es que el juez aparecía en la base de datos? Yo creía que en vuestra base<br />
de datos sólo aparecían los delincuentes convictos.<br />
—En la nuestra, sí. Y en la de Nueva York, también. Pero otras agencias actúan de<br />
otro modo. Le dijeron a Reilly que, como miembro del tribunal del estado, tenía que<br />
predicar con el ejemplo. Según me contó McNichol, al principio el tipo se negó en<br />
redondo. Los periódicos locales armaron un gran revuelo a causa del asunto.<br />
—Muy interesante. ¿Alguna otra cosa digna de mención?<br />
—Nada. Pura rutina. El asesino sigue suelto, eso es todo.<br />
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