Nº 31, Septiembre 2010 - Centro de Estudios Garrigues

Carta
del director
Ángel Bizcarrondo
Director del Centro de Estudios Garrigues
La actualidad se impone a nuestros sentidos con una
presencia abrumadora que frecuentemente nos ciega
y nos impide una visión más completa y precisa de la
realidad. En los últimos 35 años España ha experimentado una
transformación extraordinaria en el orden político, económico y
social que nos ha permitido superar tradicionales frustraciones
sociales y alcanzar cotas de general reconocimiento que no
pueden ser abolidas por las circunstancias del momento. Por otra
parte, la situación actual ofrece una oportunidad para reflexionar
sobre alguna de nuestras carencias históricas que aún perduran.
Nuestra vida pública se ha construido a partir de la
desconfianza como uno de sus principios inspiradores. Nuestras
relaciones sociales están marcadas por el recelo, entre lo
público y lo privado, entre el Estado y los ciudadanos, entre las
propias instituciones del Estado, entre empresarios y sindicatos,
entre la prensa y los políticos, y así cabría enunciar una lista
interminable. Hemos tejido una red de relaciones sociales
formada por un entramado de recíprocas suspicacias en la que
se consumen buena parte de nuestras energías sociales y se
pierden numerosas oportunidades colectivas. Este fenómeno,
además, resulta amplificado por la tendencia de los medios de
comunicación a difundir la confrontación y el enfrentamiento
antes que la conciliación y el entendimiento.
Esta patología social, por crónica, carece de la capacidad
de sorprendernos, por lo que se percibe como normal lo que
solamente es habitual, de modo que convivimos mansamente
con esta actitud enfermiza sin aplicar con la convicción necesaria
la adecuada terapia.
Y no es una cuestión baladí porque nuestra capacidad de
afrontar el futuro se ve lastrada por esta impenitente dificultad
para entendernos y alcanzar acuerdos. Aunque carente de rigor
científico, tengo el convencimiento, basado en la experiencia
personal, de que existe una estrecha correlación entre el grado
de desarrollo de un país y el nivel de entendimiento social entre
sus ciudadanos. A mayor desconfianza, mayor formalismo, por
tanto, mayor dificultad de concertación y, en consecuencia,
menor prosperidad y peor clima social.
Este largo preámbulo trae causa en la consideración de los
avatares que afectan al desarrollo de la ley 34/2006, de 30 de
octubre, reguladora del acceso a las profesiones de abogado y
procurador de los tribunales. El objeto principal de la ley es
impulsar la calidad de los servicios y para ello se establece la
exigencia de una formación profesional acreditada con carácter
previo a la colegiación que faculta para el ejercicio profesional.
La ley estableció un principio de aplicación diferida en cinco
años para no afectar a las expectativas de los alumnos que en
el momento de su aprobación hubieran iniciado sus estudios de
Derecho. Próximo a expirar el plazo en que se debería aprobar
la normativa de desarrollo que precise con el detalle necesario
las características del sistema de acceso, y después de haber
circulado diversas versiones de proyectos de reglamento y
de haber trascendido copia de informes y contrainformes con
distintos y contrarios argumentos, sigue, al parecer, sin hallarse
una fórmula comúnmente aceptable para los sectores afectados.
El choque entre intereses contrapuestos es inherente a
una sociedad democrática; también los desacuerdos entre
instituciones o entre los intereses que ellas representan y los
intereses generales. Pero conviene no olvidar cuál es el fin último
de la actividad pública. En el presente caso, el propósito de la
norma es asegurar la calidad de los servicios profesionales que
reciben los ciudadanos y el instrumento el proceso formativo y
de acreditación de los profesionales que los prestan.
Para mantener nuestra convivencia social en términos
saludables, es hora de preguntarse si no habrá llegado el
momento de producir un cambio radical en nuestras actitudes
públicas y recuperar la capacidad de entendimiento, la altura
de miras, la grandeza de ánimo y la generosidad colectiva que
caracterizaron en un pasado relativamente próximo el llamado
espíritu de la transición.
5