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Antes de los setenta, la Unión Europea había sancionado la promoción de<br />

la equidad entre hombres y mujeres, de manera que en América Latina las<br />

organizaciones no gubernamentales y las organizaciones de base fueron<br />

las primeras en desarrollar la perspectiva de género en sus intervenciones,<br />

en el marco de la cooperación internacional.<br />

En la década de los ochenta, la crítica señaló que la cooperación para el<br />

desarrollo de la mujer había sido insatisfactoria, porque no se habían<br />

aplicado programas de largo alcance como los aplicados para los<br />

hombres, sino microproyectos de carácter puntual, con poco impacto en el<br />

cambio de las condiciones de vida de las mujeres, pues se referían al<br />

ámbito doméstico e insistían en el rol tradicional femenino. Los proyectos<br />

llamados productivos tampoco abordaron un desarrollo integral y<br />

supusieron nuevas jornadas de trabajo para las mujeres.<br />

En el Foro Mundial sobre la Educación (Dakar 2000), los Estados y las<br />

organizaciones sociales se comprometieron a aplicar estrategias<br />

integradas para lograr la igualdad entre los sexos en materia de<br />

educación, basadas en el reconocimiento de la necesidad de cambiar las<br />

actitudes, los valores, las prácticas y el acceso al servicio educativo, así<br />

como promover mayores niveles educativos, sobre todo en poblaciones<br />

originarias, en jóvenes y personas adultas. Muchos de estos acuerdos en<br />

los ámbitos nacionales, sin embargo, se encuentran limitados no sólo por<br />

la pobreza sino por la relación de los Estados con la Iglesia católica<br />

(concordatos), institución que siempre ha jugado en contra de las<br />

transformaciones en los ámbitos culturales, sexuales y en el universo<br />

simbólico.<br />

No obstante lo anterior, cabe resaltar que algunos pasos hacia adelante se<br />

han dado: los mandatos internacionales han dado lugar a nuevas alianzas<br />

y cooperaciones que se han traducido en políticas que promueven la<br />

equidad y que se visibilizan en presupuestos participativos con perspectiva<br />

de género, mayor participación política de las mujeres, acceso y calidad<br />

del servicio educativo, salud sexual y reproductiva, discriminación positiva<br />

(cuotas de género), etc.<br />

La perspectiva de género en educación supone, entre otras cosas,<br />

identificar y analizar: el universo simbólico que impregna las prácticas<br />

educativas o de formación y las dinámicas en los espacios de aprendizaje<br />

(en los contenidos, metodologías, materiales, interacciones, desempeño<br />

de los/as formadores/as, normas, valores, disciplina, etc.) que incidan o<br />

puedan incidir en la reproducción de relaciones asimétricas de género, sea<br />

por omisión o por acción; las políticas institucionales, organizacionales,<br />

locales y estatales; los niveles y la calidad de acceso a los servicios<br />

educativos y de formación de hombres y mujeres —niños, niñas,<br />

adolescentes, personas adultas—; la violencia de género y sus efectos en<br />

Aportes conceptuales de la educación de personas jóvenes y adultas 27

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