Versión PDF - Pfizer Colombia
Versión PDF - Pfizer Colombia
Versión PDF - Pfizer Colombia
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
César Augusto Arango-Dávila · Rodrigo Córdoba · Silvia L. Gaviria Arbeláez<br />
Pedro G. Guerrero G. · Francisco Lopera R. · Mario Alberto Peña García<br />
David A. Pineda Salazar · Noemí Sastoque Parisier · Jorge Téllez Vargas<br />
Camilo Umaña Valdivieso<br />
Editor: Fernando Gómez Garzón
Fernando Gómez Garzón<br />
Editor<br />
Fernando Gómez Garzón nació en Bogotá en<br />
1967. Es periodista con amplia experiencia en la<br />
redacción y edición de textos. Fue editor cultural<br />
de la revista Semana entre 1991 y 1995, y subeditor<br />
general de esta misma publicación entre 1995 y<br />
1999, con especial énfasis en los temas de salud,<br />
gente, vida moderna y cultura. Las mismas áreas<br />
estuvieron bajo su responsabilidad durante 1999 y<br />
2008, cuando trabajó como subeditor general del<br />
semanario Cambio. Actualmente se desempeña<br />
como jefe de redacción de la revista Cromos.<br />
Durante su trayectoria ha sido autor de varios<br />
artículos relacionados con la cultura y la salud. En<br />
1993 fue finalista del concurso de cuento Carlos<br />
Castro Saavedra. En 1994 recibió el Premio<br />
Nacional de Periodismo Simón Bolívar, en la<br />
categoría de mejor artículo cultural en prensa,<br />
por el texto “Queremos tanto a Julio”, sobre el<br />
escritor argentino Julio Cortázar. En 2003<br />
publicó, en compañía de Alejandra Balcázar, el<br />
libro La horrible noche, la fuga de Pablo Escobar, sobre los<br />
acontecimientos que desembocaron en la fuga del<br />
jefe del Cartel de Medellín de la cárcel de<br />
Envigado.<br />
* * *
12 personajes en busca<br />
de psiquiatra
© PFIZER S.A.S., 2012<br />
Avenida Suba No. 95-66<br />
Teléfono (571) 600 2300<br />
Bogotá, <strong>Colombia</strong><br />
www.pfizer.com.co<br />
Sylvia Varela<br />
Gerente General<br />
Constanza Zambrano<br />
Directora de Unidad de Negocio<br />
Cuidado Primario y Productos Establecidos<br />
María del Pilar Rojas<br />
Gerente de Producto<br />
Línea Sistema Nervioso Central<br />
mariadelpilar.rojas@pfizer.com<br />
Carlos Dáguer<br />
Gerente de Comunicaciones<br />
carlosfernando.daguer@pfizer.com<br />
Agradecemos a María Bernarda Caicedo y Giovanna Matiz<br />
por su atenta lectura, acertadas correcciones y oportunos consejos.<br />
Las opiniones expresadas en esta publicación son de los autores<br />
y no necesariamente representan el criterio de <strong>Pfizer</strong>.<br />
ISBN: 978-958-57611-0-0<br />
Diseño:<br />
www.scd.com.co
12 personajes en busca<br />
de psiquiatra<br />
10 especialistas diagnostican a 12 protagonistas<br />
de la literatura colombiana.<br />
César Augusto Arango-Dávila<br />
Rodrigo Córdoba<br />
Silvia L. Gaviria Arbeláez<br />
Pedro G. Guerrero G.<br />
Francisco Lopera R.<br />
Mario Alberto Peña García<br />
David A. Pineda Salazar<br />
Noemí Sastoque Parisier<br />
Jorge Téllez Vargas<br />
Camilo Umaña Valdivieso<br />
Editor<br />
Fernando Gómez Garzón
CONTENIDO<br />
Introducción | Sylvia Varela | Pág. 7<br />
1. El hombre que terminó amarrado a un árbol de castaño | Perfil<br />
psicopatológico y clínico de José Arcadio Buendía, fundador de Macondo | César<br />
Augusto Arango-Dávila | Pág. 9<br />
2. La pesadilla de Dios | Del trastorno disocial al trastorno antisocial de la<br />
personalidad: una explicación a partir de Alexis, personaje de La Virgen de los<br />
Sicarios | David A. Pineda Salazar | Pág. 29<br />
3. Bolívar: dos hombres, un héroe | La mente del Libertador en la pluma de Álvaro<br />
Mutis, Gabriel García Márquez y Evelio Rosero | Jorge Téllez Vargas | Pág. 53<br />
4. El hijo de David | El duelo como eje central en la novela La luz difícil, de Tomás<br />
González | Camilo Umaña Valdivieso | Pág. 71<br />
5. Florentino Ariza: Quijote y Don Juan | Una patobiografía del protagonista<br />
de El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez | Pedro G.<br />
Guerrero G. | Pág. 85<br />
6. La vida en otra parte | Las euforias y las melancolías de Agustina Londoño,<br />
protagonista de la novela Delirio, de Laura Restrepo | Rodrigo Córdoba |<br />
Pág. 101<br />
7. Del lado de allá | El síndrome del inmigrante con estrés crónico y múltiple, visto a<br />
través del análisis psiquiátrico de Esteban, Jung y Paula, personajes de la novela<br />
El síndrome de Ulises, de Santiago Gamboa | Mario Alberto Peña<br />
García | Pág. 121<br />
8. La enfermedad del olvido | Comentarios a la obra En la laguna más<br />
profunda, de Óscar Collazos | Francisco Lopera R. | Pág. 137<br />
9. La vida extrema de Rosario Tijeras | Una aproximación a la psicopatología del<br />
personaje de la novela homónima de Jorge Franco | Silvia L. Gaviria Arbeláez |<br />
Pág. 153<br />
10. ¡Pobre viejecita! | Sobre los padecimientos mentales de la protagonista del<br />
celebérrimo poema infantil de Rafael Pombo | Noemí Sastoque Parisier (con<br />
intervención de Fernando Gómez Garzón) | Pág. 169
INTRODUCCIÓN<br />
Entre tantas respuestas que se han dado a por qué leemos<br />
novelas, hay una especialmente pertinente para<br />
esta ocasión: porque nos permiten habitar en la piel<br />
de los otros, experimentar vidas ajenas y adentrarnos en<br />
mentes distintas a la nuestra. Las novelas son, por tanto,<br />
una forma de conocer el mundo, aun cuando suelan levantarse<br />
sobre los pilares de la ficción.<br />
Pero conocer no siempre significa comprender. A veces<br />
ni los mismos seres humanos, presuntos dueños de sus<br />
actos, entienden los juegos de su mente. Por eso exigimos<br />
explicaciones para todas esas euforias, nostalgias, ilusiones,<br />
culpas, cóleras y olvidos; reclamamos respuestas racionales<br />
para adaptarnos al mundo y prodigarnos una mejor calidad<br />
de vida.<br />
Este libro tiene, en consecuencia, un propósito educativo.<br />
Por iniciativa de <strong>Pfizer</strong> <strong>Colombia</strong>, un selecto grupo<br />
de psiquiatras y neurólogos han sido invitados a responder<br />
cómo, a la luz de nuestro tiempo, habrían diagnosticado y<br />
tratado a diversos personajes de las letras colombianas ante<br />
el improbable escenario de que tocaran las puertas de sus<br />
consultorios. Como resultado, los lectores navegarán por<br />
las mentes de estos seres nacidos de la ficción –o de la realidad<br />
pero convertidos en ficción– y la comprenderán gracias<br />
a la interpretación que los especialistas aventuran a partir<br />
de los elementos disponibles en las narraciones.<br />
Esta publicación no reemplaza la lectura de las creaciones<br />
literarias. Simplemente, toma unas pocas citas de referencia<br />
y las aborda de manera exclusiva desde la perspectiva de la<br />
salud mental. Ofrece un contexto básico, sí, pero abierta-
mente invita a volver a los anaqueles de la biblioteca, tomar<br />
las obras y leerlas –o releerlas– desde una dimensión pocas<br />
veces explorada.<br />
Con 12 personajes en busca de psiquiatra también deseamos que<br />
los lectores adquieran las herramientas básicas para identificar<br />
los trastornos mentales, reconsideren sus juicios frente<br />
a quienes los padecen y conozcan los avances científicos<br />
para su tratamiento. Para cumplir con el propósito educativo<br />
que nos hemos trazado, todos los colombianos pueden<br />
descargar gratuitamente este libro, en formato digital, desde<br />
nuestra página web (www.pfizer.com.co).<br />
La lectura de estas páginas permitirá a las personas ajenas<br />
al ámbito de la psiquiatría y la neurología derribar una<br />
buena cantidad de mitos: este libro ratifica las bondades de<br />
la medicación pero también confirma que no es un destino<br />
ineludible; revela los beneficios indirectos de los trastornos<br />
mentales pero pone de manifiesto el alto grado de incapacidad<br />
y sufrimiento que acarrean para el paciente y quienes<br />
lo rodean; muestra la complejidad de la ciencia pero enseña<br />
que no es ajena al entretenimiento, la poesía y el humor.<br />
Todos los atributos de este proyecto no serían tales sin la<br />
apertura y generosidad de la nómina de psiquiatras y neurólogos<br />
de primer nivel que pusieron su saber al servicio<br />
de los lectores, y sin la orientación de un editor, Fernando<br />
Gómez Garzón, que en este libro amalgama lo mejor de<br />
una carrera profesional a caballo entre el periodismo científico<br />
y el cultural.<br />
A ellos y a los lectores de este libro, ¡gracias! Con su conocimiento,<br />
su esfuerzo y su tiempo contribuyen a hacer de<br />
nuestro lema una realidad: trabajar juntos por un mundo<br />
más saludable.<br />
Sylvia Varela | Gerente General <strong>Pfizer</strong> <strong>Colombia</strong>
1<br />
El hombre que terminó<br />
amarrado a un árbol<br />
de castaño<br />
Perfil psicopatológico y clínico de José Arcadio<br />
Buendía, fundador de Macondo.<br />
César Augusto Arango-Dávila
CÉSAR AUGUSTO ARANGO-DÁVILA (Sevilla, <strong>Colombia</strong>, 1963) es médico cirujano<br />
de la Universidad del Quindío, psiquiatra de la Universidad Javeriana de<br />
<strong>Colombia</strong>, magíster en Ciencias Básicas Médicas, y PhD en Neurociencias de la<br />
Universidad del Valle, con posdoctorado del Instituto Ramón y Cajal de España.<br />
Autor de varias decenas de artículos científicos, es jefe del Área de Psiquiatría y<br />
Psicología de la Fundación Valle del Lili, y docente de la Facultad de Medicina de<br />
la Universidad Icesi, en Cali. Aparte de dirigir varios proyectos de investigación<br />
en Ciencias Básicas, es miembro activo de varias asociaciones científicas, como la<br />
Asociación <strong>Colombia</strong>na de Psiquiatría, la Asociación <strong>Colombia</strong>na de Psiquiatría<br />
Biológica, y el Colegio <strong>Colombia</strong>no de Neurociencias. También es miembro del<br />
comité editorial de la Revista <strong>Colombia</strong>na de Psiquiatría y de la publicación Carta de la Salud<br />
de la Fundación Valle del Lili. Es tutor de varios estudiantes de maestría y doctorado<br />
en la línea de investigación de isquemia cerebral experimental. Conferencista<br />
nacional e internacional. Fue galardonado con el Premio Internacional en Ciencias<br />
de la Salud Juan Jacobo Muñoz de la Organización Sanitas Internacional, versiones<br />
2008 y 2011, y ha obtenido otros reconocimientos como el Premio Psiquiatra<br />
Excelencia de la Asociación <strong>Colombia</strong>na de Psiquiatría Biológica 2005, el Premio<br />
SONA de la Sociedad Neuropsicológica de Antioquia 1999, y otros premios a los<br />
mejores artículos publicados en la Revista <strong>Colombia</strong>na de Psiquiatría y posters nacionales<br />
e internacionales.<br />
En este ensayo, el especialista analiza a José Arcadio Buendía, uno de los personajes<br />
principales de Cien años de soledad, célebre novela de Gabriel García Márquez (Aracataca,<br />
1927) publicada en 1967. Fundador de Macondo, José Arcadio es el artífice de<br />
la saga de los Buendía, la familia sobre la cual gira la narración.<br />
Advertencia<br />
Salvo que se indique otra cosa, las citas textuales han<br />
sido tomadas de la edición abajo mencionada. Dentro<br />
del texto, entre paréntesis, se anotan los números de<br />
página correspondientes.<br />
• • GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel (GGM). Cien años de<br />
soledad. Edición conmemorativa. Real Academia Española,<br />
Asociación de Academias de la Lengua Española.<br />
Alfaguara, 2007.
Cuadro clínico<br />
El paciente presenta una pérdida acelerada del contacto con<br />
la realidad. Su inicial emprendimiento ha desembocado en<br />
un cúmulo de iniciativas fantásticas, aunque de poca utilidad.<br />
Ha descuidado su aspecto personal y dedica poca atención a<br />
su esposa y a sus hijos. Sufre alucinaciones visuales y auditivas.<br />
Duerme poco, habla solo y, en ocasiones, en un lenguaje<br />
ininteligible. Por no saber qué más hacer con él, sus familiares<br />
lo han amarrado al árbol de castaño, en el patio de la casa.<br />
El diagnóstico es esquizofrenia. Se recomienda intervención<br />
psicoterapéutica y administración de antipsicóticos.<br />
Entre los personajes de Cien años de soledad, pocos tan<br />
fascinantes para la psiquiatría como José Arcadio<br />
Buendía. Ese “poeta de la ciencia”, como el propio<br />
García Márquez bautizó a los alquimistas en sus reportajes<br />
sobre los países de la Cortina de Hierro, no solo fue el artífice<br />
de la estirpe de los Buendía que da vida al libro, sino<br />
el gran “patriarca juvenil” alrededor del cual se construyó<br />
la monumental historia de Macondo. Eso sí, al precio de su<br />
propia locura, que es la que analizaremos a continuación.<br />
Dotado de un entusiasmo y una imaginación desbordados,<br />
José Arcadio Buendía se echó al hombro la responsabilidad<br />
de fundar un pueblo; aunque más tarde, maravillado<br />
por la ciencia que le prodigaba a puchos el gitano Melquíades,<br />
se entregó a empresas imposibles motivado por intuiciones<br />
bárbaras que lo separaron poco a poco de la realidad<br />
hasta sumirlo en un mundo propio del que ya no volvería<br />
nunca.<br />
Quizás donde se percibe mejor ese tránsito es en el pasaje<br />
en el que José Arcadio Buendía nota cierto desvarío en el<br />
tiempo. Entró al taller de su hijo Aureliano, le preguntó<br />
qué día de la semana era, y este le respondió que era martes.<br />
Sin embargo, al advertir que el cielo, las paredes y las begonias<br />
eran las mismas de la víspera, insistió en que seguía
14 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
siendo lunes. Como la sensación se repitió el miércoles, el<br />
jueves y el viernes, el personaje “no tuvo la menor duda de<br />
que seguía siendo lunes” (GGM, ibídem, p. 96).<br />
Esta es una de las manifestaciones frecuentes de un trastorno<br />
mental que implica la pérdida del contacto con la<br />
realidad. La vivencia angustiosa de extrañeza en la cual se<br />
percibe algo intangible, es, casi siempre, una señal de desrealización,<br />
un fenómeno relacionado con la desestructuración<br />
del yo que consiste en una “alteración de la percepción de<br />
la experiencia del mundo exterior del individuo, de forma<br />
que aquel se presenta como extraño o irreal”. 1<br />
La comprensión actual de la enfermedad mental permite<br />
inferir que la desrealización resulta de una perturbación<br />
química del cerebro, de tal manera que la percepción y la<br />
vivencia del sí mismo y del entorno se manifiestan como<br />
algo nuevo, como algo diferente, usualmente incomprensible,<br />
que obliga al individuo a examinar los objetos en una<br />
búsqueda engañosa de lo novedoso: 2 “Pasó seis horas examinando<br />
las cosas, tratando de encontrar una diferencia<br />
con el aspecto que tuvieron el día anterior, pendiente de<br />
descubrir en ellas algún cambio que revelara el transcurso<br />
del tiempo” (GGM, ibídem, p. 96).<br />
De hecho, en estos padecimientos es posible encontrar<br />
una manifestación clínica denominada signo del espejo, en la<br />
cual la persona se ve en la necesidad de mirar permanentemente<br />
su reflejo para no perder la noción de sí misma.<br />
La desrealizacion, por constituirse en una vivencia de<br />
extrañeza, genera miedo, un miedo que adquiere gran intensidad<br />
hasta convertirse en lo que se conoce como una<br />
1. American Psychiatric Association. Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders,<br />
DSM-IV-TR. 2004.<br />
2. Arango-Dávila, César. “El cerebro: de la estructura y la función a la psicopatología”.<br />
Segunda parte: “La microestructura y el procesamiento de la información”,<br />
en Revista <strong>Colombia</strong>na de Psiquiatría, vol. XXXIII, núm. 1, 2004, pp. 126-154.
El hombre que terminó amarrado a un árbol de castaño<br />
15<br />
ansiedad psicótica o ansiedad flotante. Esta experiencia, con características<br />
de aniquilación, de pérdida de la noción del<br />
sí mismo o de la noción del entorno, puede desencadenar<br />
severas alteraciones de la conducta, como las experimentadas<br />
por José Arcadio Buendía:<br />
Entonces agarró la tranca de una puerta y con la violencia salvaje de su<br />
fuerza descomunal destrozó hasta convertirlos en polvo los aparatos de<br />
alquimia, el gabinete de daguerrotipia, el taller de orfebrería, gritando<br />
como un endemoniado en un idioma altisonante y fluido pero completamente<br />
incomprensible. Se disponía a terminar con el resto de la casa<br />
cuando Aureliano pidió ayuda a los vecinos. Se necesitaron diez hombres<br />
para tumbarlo, catorce para amarrarlo, veinte para arrastrarlo hasta<br />
el castaño del patio, donde lo dejaron atado, ladrando en lengua extraña<br />
y echando espumarajos verdes por la boca (GGM, ibídem, p. 96).<br />
Un destino inevitable<br />
Antes de expresar estas señales de locura, José Arcadio<br />
era un hombre emprendedor y obstinado. Sin embargo, ese<br />
emprendimiento y esa obstinación tuvieron un origen que<br />
explican muy bien sus síntomas.<br />
En su adultez joven, se casó con su prima Úrsula Iguarán.<br />
Pero su matrimonio no fue consumado por más de un año,<br />
por el temor a tener hijos con cola de cerdo. Dentro de los<br />
antecedentes familiares había existido un Buendía casado<br />
con una prima, de cuya unión nació un hijo con una cola<br />
“cartilaginosa y en forma de tirabuzón con una escobilla de<br />
pelos en la punta”, que “pasó la vida con pantalones englobados<br />
y flojos” y que a la edad de cuarenta y dos años murió<br />
desangrado cuando un carnicero amigo se la cortó de un<br />
tajo (GGM, ibídem, p. 30).<br />
Por esta razón, Úrsula se negó a consumar el matrimonio<br />
y usaba un pantalón de castidad. Los encuentros de la pareja<br />
se limitaban a forcejeos, y la gente comenzó a rumorar que<br />
ella seguía siendo virgen porque su esposo era impotente.<br />
En una riña de gallos, cuando el animal de José Arcadio<br />
Buendía le ganó al de Prudencio Aguilar, este le gritó ante
16 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
todas las personas de la gallera: “Te felicito. A ver si por fin<br />
ese gallo le hace el favor a tu mujer” (GGM, ibídem, p. 31).<br />
José Arcadio se sintió profundamente ofendido, lo retó a<br />
duelo y varios minutos después le atravesó el cuello con una<br />
lanza. Esta muerte fue interpretada como un duelo de honor.<br />
Sin embargo, dejó en José Arcadio Buendía y en Úrsula<br />
Iguarán un remordimiento que los obligó a emigrar del<br />
pueblo con un grupo de seguidores. Al no encontrar la ruta<br />
del mar, tras haber pasado la noche al lado de un río, José<br />
Arcadio suspendió la travesía influenciado por un sueño.<br />
“Les ordenó derribar los árboles para hacer un claro junto<br />
al río, en el lugar más fresco de la orilla, y allí fundaron la<br />
aldea” (GGM, ibídem, p. 35). No era otra que Macondo.<br />
En este relato hay varios aspectos que afectaron de forma<br />
importante las condiciones psicológicas de José Arcadio<br />
Buendía:<br />
1. La experiencia de ver vulnerada su sexualidad y la noción<br />
de su masculinidad. Ante la negativa de su esposa, requirió<br />
reprimir durante mucho tiempo su pulsión genital,<br />
su necesidad de copulación. Es significativo que el arma<br />
utilizada por José Arcadio para matar a su agraviador<br />
haya sido precisamente una lanza, referente fálico que<br />
le clavó de forma certera y contundente, para después,<br />
esa misma noche, blandiendo la misma lanza, obligar a<br />
su mujer a no ponerse el pantalón de castidad y copular<br />
agresivamente con ella. Queda así establecido un complejo<br />
de sexualidad y muerte, muerte y copulación, descarga<br />
agresiva y descarga sexual, penetración a un hombre<br />
para penetrar a una mujer. Distorsión para siempre de<br />
la sexualidad que se asocia a la muerte y, finalmente, a<br />
la culpa.<br />
2. Si bien el suceso en el que murió Prudencio Aguilar se<br />
definió como un duelo de honor, el resultado en José<br />
Arcadio Buendía fue un sentimiento de culpa desbor-
El hombre que terminó amarrado a un árbol de castaño<br />
17<br />
dado que lo siguió acompañando el resto de su vida. El<br />
fantasma de Prudencio Aguilar comenzó a aparecerse de<br />
manera reiterada en la casa a pesar de las amenazas de<br />
José Arcadio para que se fuera. La tristeza que el muerto<br />
manifestaba lo privó de dormir bien, hasta que decidió<br />
irse del pueblo con los suyos.<br />
3. El destierro de su propio pueblo, con el consiguiente<br />
desarraigo de sus orígenes, es la expresión más clara de<br />
la culpa de José Arcadio Buendía. Esta ruptura implicó<br />
generar una nueva identidad sobre un antecedente nefasto.<br />
Así, como se ve en la novela, la distancia geográfica<br />
no fue suficiente para desprenderse de las consecuencias<br />
del suceso.<br />
4. Si bien lo ocurrido alteró la función erótica y copulatoria<br />
de la sexualidad, la función reproductora del sexo<br />
también quedó rarificada por el miedo de tener hijos<br />
con cola de cerdo, por el temor de ser partícipe del engendramiento<br />
de seres imperfectos que serían el reflejo<br />
del sí mismo, por la presunción de ser autor de la degeneración<br />
de la especie.<br />
Los anteriores sucesos definieron en la vida psicológica<br />
de José Arcadio Buendía una sensación de incertidumbre<br />
que deslegitimó para siempre sus actos, su vida personal,<br />
en pareja y en familia. Durante toda la novela es claro el<br />
distanciamiento emocional y de facto que tuvo José Arcadio<br />
Buendía de su esposa Úrsula. En la continuidad de su<br />
existencia, ambos vivieron más de la culpa, el temor y la adversidad<br />
que del acompañamiento, el afecto o el goce. La<br />
sexualidad, que pudo ser un acto de amor, pasó a ser más<br />
un acto agresivo y de honor, amenazado por el fantasma de<br />
la muerte.<br />
José Arcadio Buendía tuvo que asumir inevitablemente<br />
su vida sexual en función de afianzar su masculinidad y
18 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
paliar su frustración. Sin embargo, al afrontarla, lo perseguían,<br />
por un lado, la culpa y el remordimiento, y por<br />
el otro, el temor de engendrar hijos defectuosos. De esta<br />
manera, tanto el hecho de evitar la sexualidad como el hecho<br />
de acceder a ella desembocaban en la adversidad. Esta<br />
vivencia, en la cual ninguna de las acciones asumidas puede<br />
ser reparadora, es lo que en psicología se denomina ambivalencia,<br />
la cual consiste en una sensación de contrariedad<br />
que deja al individuo sin posibilidad de resolución. El concepto<br />
de ambivalencia se refiere a una acentuada condición<br />
emocional en la que coexisten impulsos contradictorios que<br />
derivan de una fuente común y, por lo tanto, son interdependientes.<br />
3 Se trata de una constante oposición del tipo<br />
sí-no, en la que la afirmación y la negación son simultáneas<br />
e inseparables. 4 El estado psicológico ambivalente, por<br />
no tener un desenlace satisfactorio por ninguna vía, genera<br />
una ansiedad y una tensión nerviosa que perturban de forma<br />
significativa la estabilidad del individuo.<br />
Los diferentes componentes traumáticos desencadenaron<br />
en José Arcadio Buendía una secuencia de movimientos<br />
psicológicos inicialmente adaptativos, pero que muy pronto<br />
evolucionaron hacia manifestaciones enfermizas cada vez<br />
más graves.<br />
Un emprendimiento sospechoso<br />
Al principio, Macondo floreció rápidamente gracias a la<br />
iniciativa descomunal, el sentido del orden y el trabajo de<br />
José Arcadio Buendía. El trazado que diseñó para el pueblo<br />
3. Ciompi, L. “Affect logic: an integrative model of the psyche and its relations to<br />
schizophrenia”, en Br J Psychiatry Suppl. 1994 Apr;(23):51-5.<br />
4. LAPLANCHE, J. y PONTALIS, J.B. Diccionario de psicoanálisis. Editorial Labor<br />
S.A, 1994. Pág. 535.
El hombre que terminó amarrado a un árbol de castaño<br />
19<br />
permitió que todas las casas tuvieran un acceso igual de fácil<br />
al río, y recibieran el sol de manera equitativa a la hora<br />
de mayor calor. Macondo se convirtió así en la “aldea más<br />
ordenada y laboriosa que cualquiera de las conocidas hasta<br />
entonces por sus 300 habitantes” (GGM, ibídem, p. 18).<br />
La loable organización que planteó ya era la exteriorización<br />
de su psicopatología. Algunos movimientos psicológicos<br />
defensivos para evitar la pérdida del juicio y<br />
del contacto con la realidad (psicosis) implican ordenar<br />
afuera como compensación del desorden interior. Esta<br />
fue su reacción inicial. En la novela hay varios ejemplos<br />
de esta tendencia obsesiva y perfeccionista. Sin embargo,<br />
mientras pudo intervenir y generar un control, este<br />
incluía un exceso de orden y equilibrio; pero tan pronto<br />
la complejidad requirió tener que aceptar cierto grado<br />
de desorden, su juicio empezó a perturbarse, obstinándose<br />
por proyectos magníficos e irreductibles que eran<br />
más el reflejo de su imaginación que el resultado de la<br />
confrontación con la realidad. Esta creatividad, esta necesidad<br />
de hacer descubrimientos salvadores, de encontrar resultados<br />
espectaculares, no fueron más que la consecuencia<br />
de su vivencia personal desestructurada, de su culpa, de su<br />
incertidumbre, de su ambivalencia, reflejadas en una necesidad<br />
inconmensurable de actuar para reparar.<br />
Aquel espíritu de iniciativa social desapareció en poco tiempo […]. De<br />
emprendedor y limpio, José Arcadio Buendía se convirtió en un hombre<br />
de aspecto holgazán, descuidado en el vestir, con una barba salvaje<br />
que Úrsula lograba cuadrar a duras penas con un cuchillo de cocina. No<br />
faltó quien lo considerara víctima de algún extraño sortilegio (GGM,<br />
ibídem, pp. 18-19).<br />
A pesar de las disuasiones de Melquíades, el gitano que<br />
llevaba los avances tecnológicos del mundo externo a Macondo,<br />
José Arcadio Buendía se obstinaba en sus propósitos
20 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
de una manera irreflexiva y algunas veces riesgosa, como se<br />
observa en los siguientes ejemplos:<br />
Después de convencer a Úrsula para que le cediera sus<br />
ahorros de toda la vida, compró los imanes ofrecidos por los<br />
gitanos, convencido de que atraerían el oro. Utilizó el principio<br />
de la concentración de los rayos solares por la lupa<br />
para plantear un sistema ofensivo de guerra, el cual perfeccionó<br />
y quiso someter a las autoridades. Como resultado,<br />
sufrió quemaduras y estuvo a punto de incendiar la casa.<br />
Emprendió estudios de geografía y astronomía con la ayuda<br />
de instrumentos de navegación que le regaló Melquíades y<br />
casi se insola en la búsqueda de un método para encontrar el<br />
mediodía. Más tarde, sorprendió a sus hijos al contarles que<br />
había descubierto, por su propia especulación, que la tierra<br />
era “redonda como una naranja” (GGM, ibídem, p. 13).<br />
Utilizó las monedas de oro de Úrsula en su laboratorio<br />
de alquimia pretendiendo multiplicar mediante reacciones<br />
químicas el peso del oro, hasta convertir la herencia de<br />
Úrsula en un “chicharrón carbonizado” (GGM, ibídem,<br />
p. 16). Se ilusionó con las posibilidades urbanísticas que<br />
otorgaban las propiedades físicas del agua y pensó que era<br />
posible construir casas con bloques de hielo.<br />
Cuando la peste del insomnio atacó Macondo, quiso defender<br />
al pueblo de la enfermedad con la elaboración de un<br />
instrumento que ayudara a recobrar el recuerdo. Imaginó<br />
un diccionario giratorio, activado por una manivela. Logró<br />
escribir cerca de catorce mil fichas antes de que llegara Melquíades<br />
con la cura contra el olvido.<br />
Pretendió, mediante el uso del daguerrotipo, comprobar<br />
la existencia de Dios. Destrozó la pianola autónoma que<br />
les había enseñado a usar Pietro Crespi, “para descifrar su<br />
magia secreta”, y tras la muerte de Melquíades volvió a encerrarse<br />
en su laboratorio para construir nuevos inventos.<br />
“Vivía entonces en un paraíso de animales destripados, de
El hombre que terminó amarrado a un árbol de castaño<br />
21<br />
mecanismos deshechos, tratando de perfeccionarlos con un<br />
sistema de movimiento continuo fundado en los principios<br />
del péndulo” (GGM, ibídem, p. 92). Y hasta tuvo éxito:<br />
conectó una bailarina al mecanismo del reloj de cuerda, y<br />
el juguete bailó durante tres días. “Pasaba las noches dando<br />
vueltas en el cuarto, pensando en voz alta, buscando la manera<br />
de aplicar los principios del péndulo a las carretas de<br />
bueyes, a las rejas del arado, a todo la que fuera útil puesto<br />
en movimiento” (GGM, ibídem, pp. 94-95).<br />
Una imaginación demasiado voraz<br />
Todas las desatinadas propuestas venían acompañadas de<br />
manifestaciones psicopatológicas que fueron corroborando<br />
cada vez más la presencia de un grave trastorno mental que<br />
hoy podemos definir como esquizofrenia. Al tiempo que<br />
descuidó su presentación y su aseo personal, José Arcadio<br />
Buendía desarrolló una imaginación fuera de lo normal<br />
cuando se entregó a sus empresas científicas. Así, mientras<br />
practicaba con el astrolabio, la brújula y el sextante, en su<br />
desaforado empeño por encontrar el mediodía, “tuvo una<br />
noción del espacio que le permitió navegar por mares incógnitos,<br />
visitar territorios deshabitados y trabar relación<br />
con seres espléndidos, sin necesidad de abandonar su gabinete”<br />
(GGM, ibídem, p. 17).<br />
Estas expresiones tan desfasadas de la realidad son experiencias<br />
imaginarias sobredimensionadas que confluyen en<br />
alteraciones del comportamiento. El soliloquio es una manifestación<br />
de su vida mental perturbada, durante el cual responde<br />
a voces irreales, esto es a alucinaciones auditivas, o a percepciones<br />
visuales sin objeto, que son las alucinaciones visuales.<br />
Tan abstraído por su alteración mental, José Arcadio adquiere<br />
una de las características propias de la esquizofrenia:<br />
la conducta autista, en la cual el mundo externo real
22 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
desaparece. En estas circunstancias, a las personas que lo<br />
rodean les es difícil contactarse con el enfermo y no entienden<br />
su comportamiento ni sus ideas: “No volvió a comer.<br />
No volvió a dormir. Sin la vigilancia y los cuidados de Úrsula<br />
se dejó arrastrar por su imaginación hacia un estado de<br />
delirio perpetuo del cual no se volvería a recuperar” (GGM,<br />
ibídem, p. 94).<br />
En la medida que su enfermedad progresó, José Arcadio<br />
Buendía se vio en la necesidad de redefinir su percepción<br />
del mundo en lo que se denomina la interpretación delirante,<br />
hasta hallar la respuesta que lo salvara de la irrealidad en<br />
lo que se denomina la iluminación delirante, para, finalmente,<br />
quedar atrapado en una idea delirante estructurada e irreductible,<br />
un mundo propio de tipo alucinatorio. Todo su<br />
esfuerzo de reparación a través de un Macondo perfecto y<br />
después mediante sus empresas desaforadas dirigidas a resolver<br />
los problemas del mundo, no fue suficiente para<br />
tranquilizarlo. Abatido por la ambivalencia irreductible<br />
que supuso la desestructuración de su yo hasta asumir un<br />
comportamiento autista ininteligible, creó su vivencia para<br />
abstraerse de la incertidumbre y de la ansiedad psicótica, es<br />
decir, para salvarse de la desrealización y de la aniquilación.<br />
El cerebro de José Arcadio Buendía fabricó una teoría<br />
que le diera sentido a su existencia, sin percatarse, como les<br />
ocurre a los esquizofrénicos, de que no tenía congruencia<br />
con la realidad. Y lo hizo con lo que tenía a mano en su<br />
biografía. Cumplió así el viejo aforismo psiquiátrico que<br />
dice que el paciente delira con lo que tiene. José Arcadio,<br />
amarrado al árbol de castaño, comenzó a ver a Prudencio<br />
Aguilar, y a conversar con él. Si bien esta es una experiencia<br />
psicótica, de desarraigo con la realidad, es una estructuración<br />
psicológica que le da sentido a José Arcadio. La idea<br />
delirante es la expresión creativa del pensamiento con el fin<br />
de reducir la incertidumbre y el caos. Incluso, José Arcadio
El hombre que terminó amarrado a un árbol de castaño<br />
23<br />
estaba convencido de que Prudencio era el que lo consolaba<br />
y lo asistía en sus necesidades, cuando en realidad era<br />
Úrsula la que lo atendía, lo limpiaba y le daba de comer.<br />
Es claro en este pasaje el fenómeno de la ilusión, durante el<br />
cual el paciente esquizofrénico identifica los hechos reales<br />
de acuerdo con su creencia.<br />
Prudencio Aguilar, el personaje muerto y asesinado por<br />
José Arcadio Buendía, quien lo avergonzó señalando su supuesta<br />
fragilidad sexual, el generador de toda la tragedia de<br />
su vida, de su destierro, de la ambivalencia de la sexualidad,<br />
de la incertidumbre, finalmente fue el objeto de condensación<br />
para su delirio; se convirtió en su respuesta, en la salida<br />
a su fragilidad ambivalente; lo situó en la existencia, le<br />
permitió vivir su realidad resolutoria. 5 García Márquez expresa<br />
magistralmente este fenómeno en el pasaje del sueño<br />
de los cuartos infinitos. José Arcadio Buendía soñaba que<br />
se despertaba en una habitación y pasaba a otra habitación<br />
idéntica, y luego a otra idéntica y así sucesivamente, y luego<br />
se devolvía al cuarto real, donde despertaba. Pero una vez<br />
Prudencio Aguilar lo despertó en uno imaginario, y ya no<br />
pudo regresar nunca al cuarto real (GGM, ibídem, p. 166).<br />
Un lenguaje para él solo<br />
En la reconstrucción de una realidad propia, ni siquiera<br />
el propio lenguaje es suficiente. Con frecuencia el esquizofrénico,<br />
en períodos avanzados de su enfermedad, acude<br />
a neologismos, que son palabras y frases propias ininteligibles<br />
para los otros, con significados únicos y propios que ya no<br />
cumplen una función comunicativa. El Padre Nicanor, el<br />
párroco del pueblo, descubrió que la jerga de José Arcadio<br />
5. Berrios, G. Historia de los síntomas de los trastornos mentales: la psicopatología descriptiva desde<br />
el siglo XIX. Fondo de Cultura Económica, México, 2008. Pág. 702.
24 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
Buendía correspondía al latín y se percató de que, a pesar<br />
de su trastorno mental tan severo, manejaba un sistema lógico<br />
propio de un individuo consciente. Está definido que<br />
la idea delirante, en su contexto, es lógica, pero no cumple<br />
con el principio de la realidad, por lo cual se define como<br />
un pseudosistema lógico. Por eso el padre Nicanor, “asombrado<br />
de la lucidez de José Arcadio Buendía, le preguntó<br />
cómo era posible que lo tuvieran amarrado de un árbol”.<br />
“–Hoc est simplicisimun –contestó él–: porque estoy loco”<br />
(GGM, ibídem, p. 104).<br />
En medio de su condición delirante, la persona con esquizofrenia<br />
es consciente. Usualmente no se desorienta en<br />
espacio, en tiempo ni en persona. Su pensamiento responde<br />
a un pseudosistema lógico. Muchos, incluso, alcanzan a<br />
identificar que sus vivencias no son adecuadas y logran momentos<br />
de introspección, como se observa en la respuesta<br />
que le da José Arcadio al padre Nicanor.<br />
La esquizofrenia: una predisposición<br />
La esquizofrenia es una enfermedad del neurodesarrollo,<br />
es decir, un defecto de origen congénito que altera las<br />
conexiones de las neuronas. Esta alteración hace que el cerebro<br />
no se pueda adaptar a las circunstancias estresantes<br />
del desarrollo. José Arcadio Buendía tenía posiblemente<br />
esta predisposición, la cual hizo que se deteriorara significativamente<br />
hasta el punto de pasar una importante parte<br />
de su vida amarrado a un árbol de castaño en el patio de su<br />
casa. No fueron los sucesos traumáticos los causantes de su<br />
enfermedad, pero sí fueron estos sucesos los que facilitaron<br />
o desencadenaron la patología. Es posible que una persona<br />
con iguales traumas no desarrolle esquizofrenia si no está<br />
predispuesta a sufrir la enfermedad.
El hombre que terminó amarrado a un árbol de castaño<br />
25<br />
La esquizofrenia corresponde a un grupo de trastornos<br />
mentales crónicos y graves, caracterizados por alteraciones<br />
en la percepción de la realidad. Causa, además, una mutación<br />
sostenida de varios aspectos del funcionamiento psíquico<br />
del individuo, principalmente de la conciencia de<br />
realidad, y una desorganización psicológica compleja, en<br />
especial de las funciones ejecutivas, que lleva a una dificultad<br />
para mantener conductas motivadas y dirigidas a metas,<br />
y una significativa disfunción social. Una persona con<br />
esquizofrenia, por lo general, muestra lenguaje y pensamientos<br />
desorganizados, delirios, alucinaciones, trastornos<br />
afectivos y conducta inapropiada. El diagnóstico se basa<br />
en las experiencias reportadas por el mismo paciente, en<br />
los antecedentes personales y familiares, y en el comportamiento<br />
observado por el examinador.<br />
Si José Arcadio Buendía hubiera tenido la oportunidad<br />
de tratarse médicamente, se habría beneficiado de las intervenciones<br />
psicológicas y psicofarmacológicas modernas,<br />
y no habría tenido el triste destino que le tocó asumir. En<br />
primer lugar, una intervención psicoterapéutica que le permitiera<br />
desculpabilizarse y paliar el temor y la ambivalencia,<br />
habría sido beneficiosa. En segundo lugar, los medicamentos<br />
antipsicóticos modernos no solo habrían mejorado los<br />
síntomas positivos de la enfermedad (alucinaciones, ilusiones,<br />
delirios), sino también los síntomas negativos (el retraimiento<br />
social, la desorganización comportamental, el<br />
deterioro cognitivo).<br />
Los antipsicóticos actúan sobre cierto tipo de receptores<br />
en el cerebro, mejorando los síntomas de la esquizofrenia.<br />
Su efecto más definido se da por modificaciones en la<br />
estructura cerebral, cambiando el número de neuronas y<br />
sus conexiones, y cambiando, por lo tanto, las condiciones<br />
funcionales del cerebro. 6
26 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
Si José Arcadio Buendía hubiera podido usar un medicamento<br />
antipsicótico, tal vez no habría llegado nunca a sus<br />
vivencias de los cuartos sucesivos con Prudencio Aguilar, ni<br />
a su aparatosa actividad delirante y alucinatoria. Habría estado<br />
al lado de su esposa, trabajando, preocupándose no<br />
solo por las condiciones emocionales de Úrsula sino también<br />
por la educación adecuada y el acompañamiento amoroso<br />
de sus hijos: José Arcadio, Aureliano y Amaranta.<br />
Pero José Arcadio Buendía, en sus empresas disparatadas<br />
y sus delirios alucinatorios, descuidó a su familia, no se<br />
interesó significativamente por la educación de sus hijos,<br />
quienes lo vieron casi siempre empecinado en sus proyectos<br />
inverosímiles, retraído emocionalmente, con aspecto de<br />
holgazán, y las más de las veces hablando de temas ininteligibles<br />
en un lenguaje incoherente.<br />
Este esquema de padre perturbado mentalmente deja<br />
huellas en los hijos, quienes no cuentan con una figura<br />
estructurada para identificarse. Si José Arcadio Buendía<br />
hubiera podido tener atención psiquiátrica y hubiera tomado<br />
medicamentos antipsicóticos, la historia de Macondo<br />
habría sido diferente. Quizás su hijo José Arcadio jamás<br />
se habría ido con los gitanos, ni le habría dado la vuelta al<br />
mundo 65 veces para regresar a Macondo con todo el cuerpo<br />
tatuado y con vicios de marinero; tal vez nunca se habría<br />
casado con Rebeca, su hermana de crianza, en un acto de<br />
perfil incestuoso. Aureliano Buendía no habría participado<br />
en 32 guerras civiles, no habría tenido 17 hijos con 17<br />
mujeres distintas, y no habría sufrido de su incapacidad de<br />
amar. Amaranta, por su parte, no se habría vengado de su<br />
único amor rechazándolo hasta llevarlo al suicidio, ni se<br />
6. Dwyer, Donard S (ed.). “Evidence for neuroprotective effects of antipsychotic<br />
drugs: implications for the pathophysiology and treatment of schizophrenia”, en<br />
The Pharmacology of Neurogenesis and Neuroenhancement. Louisiana State University USA.<br />
Academic Press Elsevier 2007, 107-178.
El hombre que terminó amarrado a un árbol de castaño<br />
27<br />
habría quemado su mano envenenada de la rabia, ni abusado<br />
sexualmente de sus sobrinos. Tal vez no habría muerto<br />
soltera y virgen, embargada por un odio inconcebible.<br />
Si José Arcadio Buendía hubiera podido ser tratado con<br />
psicoterapia y medicamentos antipsicóticos, tal vez Macondo<br />
todavía existiría.
2<br />
La pesadilla de Dios<br />
Del trastorno disocial al trastorno antisocial de la<br />
personalidad: una explicación a partir de Alexis,<br />
personaje de La Virgen de los Sicarios.<br />
David A. Pineda
DAVID A. PINEDA (Barranquilla, <strong>Colombia</strong>, 1951) es médico cirujano de la<br />
Universidad de Cartagena; neurólogo de la Universidad de Antioquia; magíster<br />
en Neuropsicología de la Universidad de San Buenaventura, de Medellín; y doctor<br />
honoris causa en Psicología de la Universidad Maimónides, de Buenos Aires, Argentina.<br />
Actualmente, en la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia,<br />
es profesor titular de Neurología y Neuropsicología, jefe del programa de posgrado<br />
de Neurología y coordinador del Grupo de Investigaciones Neuropsicología y Conducta.<br />
Es autor de más de setenta artículos científicos publicados en revistas indexadas<br />
en PubMed-MedLine, así como de más de una docena de capítulos de libros<br />
de Neurología editados por el CIB, Editorial Médica Panamericana y por Manual<br />
Moderno. También es compilador de cuatro textos de Neuropsicología editados<br />
por Prensa Creativa de Medellín. Participó como poeta y cuentista del Taller de Escritores<br />
de la Biblioteca Pública Piloto, dirigido por Manuel Mejía Vallejo, y del taller<br />
de poesía de la misma biblioteca, dirigido por Jaime Jaramillo Escobar (X504).<br />
Tiene dos libros de poesía editados por la Biblioteca Pública Piloto de Medellín: La<br />
buhardilla del tiempo y De bronce y agua.<br />
En el siguiente ensayo, a partir de Alexis, uno de los personajes principales de La<br />
Virgen de los Sicarios, de Fernando Vallejo (Medellín, 1942), el especialista analiza el<br />
trastorno antisocial de la personalidad desde la perspectiva de las neurociencias sociales.<br />
La novela, publicada en 1994, hace una cruda descripción de la Medellín<br />
afectada por el crecimiento desmesurado de las comunas y por las bandas de delincuentes<br />
que la arrasan.<br />
Advertencia<br />
Salvo que se indique otra cosa, las citas textuales han<br />
sido tomadas de la edición abajo mencionada. Dentro<br />
del texto, entre paréntesis, se anotan los números de<br />
página correspondientes.<br />
• • VALLEJO, Fernando. La Virgen de los Sicarios. Alfaguara,<br />
2008.
Cuadro clínico<br />
El paciente presenta un cuadro crónico de trastorno disocial<br />
y antisocial de la personalidad. Reacciona de manera desmedida<br />
frente a hechos triviales y no exhibe el menor pudor<br />
frente a las reglas de la sociedad. En su conducta no se perciben<br />
rasgos de culpa ni sentimientos de empatía. Por no ser un<br />
caso aislado, la recomendación no es particular sino general:<br />
trabajar de manera simultánea en todos los niveles de la actividad<br />
representacional del cerebro, lo que podría incluir el<br />
uso de medicamentos que permitan regular el ambiente neuroquímico<br />
del encéfalo, el entrenamiento empático, las modificaciones<br />
del procesamiento emocional y la reconstrucción<br />
de la cognición social. También es necesario intervenir<br />
en la construcción de representaciones sociales tolerantes.<br />
En La Virgen de los Sicarios, el novelista Fernando Vallejo<br />
se ha impuesto la disciplina de contar en primera<br />
persona solo lo que ve y escucha, como un documentalista<br />
que plasma la realidad en un video: usa las palabras<br />
en lugar del registro visual, y en lugar de los trucos de la luz,<br />
lanza sus opiniones desaforadas como los proyectiles de una<br />
mini-Uzi.<br />
Y es que lo que ve y lo que escucha se asemejan mucho<br />
a las balas, a la ráfaga de una ametralladora que<br />
no deja espacio a la misericordia: la vida de los sicarios<br />
de Medellín, la tropa fiel de matones imberbes al<br />
servicio de Pablo Escobar que, tras la muerte del capo,<br />
han quedado desocupados y andan en busca de afinar<br />
su puntería con cualquier pretexto: porque un vecino puso<br />
la música duro, por un tropezón accidental en la calle, por<br />
una grosería, por la altanería de un taxista alevoso. O, sin ir<br />
más lejos, como lo dice la novela directamente: “Por la simplísima<br />
razón de andar existiendo” (Vallejo, ibídem, p. 78).<br />
Vallejo no intenta, como muchos otros escritores, entrar<br />
en la mente de estos precoces criminales para especular<br />
sobre los espíritus que gobiernan sus actos. Más bien, se<br />
limita a ser testigo de sus vidas a partir de la de Alexis, un
34 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
muchachito que no llega a los dieciocho años y ya tiene más<br />
de cien muertos encima.<br />
De una forma similar, la cuarta edición del Manual estadístico<br />
para el diagnóstico de los trastornos mentales (DSM-IV) 1 establece<br />
que, para construir las categorías de los desórdenes mentales,<br />
el clínico debe fijarse solo en los síntomas descritos por<br />
el paciente o por los familiares, sin hacer inferencias acerca<br />
de lo que el paciente está pensando y sin especular acerca de<br />
los orígenes y las motivaciones que desencadenan los desafueros<br />
de las conductas. No está permitido, como sí sucede<br />
en las novelas escritas por un narrador omnisciente, construir<br />
reflexiones psicológicas acerca de las preocupaciones y<br />
perversiones en las intenciones subyacentes de la psiquis de<br />
los pacientes. El DSM-IV parte del mismo principio objetivista<br />
de Fernando Vallejo, según el cual uno “no es Dostoievsky<br />
ni Dios padre para meterse en la mente de los otros”<br />
(Vallejo, ibídem, p. 17). En este caso, el principio se aplicaría<br />
a los psiquiatras y no a los escritores. Esta es la diferencia<br />
básica de la psiquiatría moderna –basada en la estadística y<br />
la epidemiología de las conductas desviadas de la norma– y<br />
el psicoanálisis.<br />
Este es el ámbito en el que nos moveremos para analizar<br />
las conductas de Alexis, el personaje principal de la novela<br />
junto con Fernando –el narrador– y, por asociación, las de<br />
Wílmar y los demás jóvenes de las comunas de Medellín. En<br />
ellos se concentra Vallejo para enrostrarnos la realidad de<br />
una ciudad convulsionada en la que la novela nos introduce<br />
desde sus primeras páginas: “Éramos, y de lejos, el país más<br />
criminal de la tierra, y Medellín la capital del odio” (Vallejo,<br />
ibídem, p. 10).<br />
1. American Psychiatric Association. Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders,<br />
DSM-IV-TR. 2004.
La pesadilla de Dios<br />
35<br />
El trastorno disocial<br />
Si un niño o un adolescente como Alexis, Wílmar o los<br />
jóvenes similares a ellos que van apareciendo en la novela<br />
despliega de forma persistente una serie de conductas que<br />
están dirigidas a violar los derechos y el bienestar de los demás,<br />
se dice que el menor presenta un trastorno disocial, de<br />
acuerdo con el DSM-IV. Para que se configure el diagnóstico,<br />
se establece que los padres y mentores deben informar<br />
que tres de las conductas perturbadoras deben haberse presentado,<br />
de manera sucesiva o simultánea, durante un año,<br />
y una de ellas debió ser constante y muy evidente durante<br />
seis meses consecutivos.<br />
Estos comportamientos han sido agrupados por el DSM-<br />
IV en: a) conductas agresivas y violentas, b) daños a la propiedad<br />
y vandalismo, c) trampa, estafa y robo, y d) violaciones<br />
serias a las normas de disciplina.<br />
La dimensión de agresividad y violencia se refiere a conductas<br />
desplegadas por el muchacho que buscan amenazar,<br />
lesionar o someter a los demás en contra de su voluntad.<br />
También se incluye en esta dimensión de violencia las conductas<br />
de crueldad deliberada hacia los niños más pequeños<br />
e indefensos y contra los animales; y el uso de objetos (piedras,<br />
palos, bates, cadenas, etc.) para golpear o herir, o el<br />
uso de armas artesanales o industriales.<br />
La dimensión de daño a la propiedad y vandalismo son<br />
los comportamientos dirigidos de forma intencional a destruir<br />
objetos valiosos de los demás. Estas conductas se pueden<br />
desplegar de forma individual o colectiva. Incluye los<br />
incendios deliberados, independiente de si se hacen por<br />
placer, para destruir algo por venganza o para ocultar pruebas<br />
de otro tipo de delitos.<br />
La trampa, la estafa y el robo son conductas que llevan al<br />
despliegue de mentiras persistentes con el objetivo de ob-
36 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
tener ventajas materiales. Incluye el hurto oportunista, el<br />
atraco y el entrar de manera violenta a las casas, los edificios<br />
o los carros para robar.<br />
La violación de normas de disciplina es la tendencia<br />
constante a evadir y rechazar cualquier tipo de límite social<br />
de la conducta. Es la propensión irrefrenable a hacer solo<br />
aquello que produce placer y recompensa inmediata, aunque<br />
implique daño a otros, o incluso riesgos para la salud o<br />
la vida. Adelantando de forma abusiva una especulación, y<br />
solo a manera de hipótesis, es como si las normas y las reglas<br />
fuesen elementos monstruosos de martirio inexplicable,<br />
que generaran repugnancia, fastidio o cualquier otro tipo<br />
de malestar emocional insoportable. La tendencia, entonces,<br />
es a volarse sin permiso de la casa, incluso durante varios<br />
días, a permanecer en la calle vagando o en actividades<br />
delictivas menores, cuando se debería estar en el colegio.<br />
Estos comportamientos van apareciendo en la novela<br />
bien por acción de Alexis o de Wílmar, bien por la descripción<br />
que hace Fernando, el narrador, de las costumbres<br />
insanas a las que se ve sometida Medallo. Alexis, por ejemplo,<br />
bota la casetera que le regaló Fernando por la ventana, sin<br />
prevención alguna de hacerle daño a un transeúnte, solo<br />
porque a Fernando no le gusta el ruido; coge el televisor a<br />
tiros por el mismo motivo; “quiebra” en la calle a un vecino<br />
punkero cuyo único pecado fue poner una noche la música<br />
a todo volumen, y más tarde a una mesera porque no<br />
les entregó una servilleta entera sino un triangulito con el<br />
que no podían limpiarse. Wílmar, por su parte, “le propinó<br />
un frutazo en el corazón” (Vallejo, ibídem, p. 115) a un<br />
hombre que silbaba por la avenida, solo porque a Fernando<br />
le fastidiaba el sonido. Y el propio Fernando le confiesa a<br />
Wílmar que alguna vez en su niñez quebró el mármol de<br />
una estatua en el parque Boston: “Y no había tampoco vidrio<br />
de casa que resistiera una andanada nuestra de piedras<br />
y de maldad” (Vallejo, ibídem, p. 123).
La pesadilla de Dios<br />
37<br />
Vallejo va soltando entre página y página los síntomas de<br />
una ciudad trastornada: que en Medellín se roban hasta el<br />
papel higiénico; que el día de la inauguración del metro los<br />
visitantes se llevaron hasta los sanitarios; que algo parecido<br />
ocurrió con los rieles de la antigua estación del Ferrocarril<br />
de Antioquia; y que en el insulto de un gamín a un policía<br />
percibió un odio que no había notado nunca antes:<br />
Yo no sé por qué le pegaría el policía y si le pegó, pero la palabra en<br />
boca de ese niño era la más cargada de rencor y de odio que he oído<br />
en mi vida. ¡Y miren que he vivido! “¡Gonorrea!” El infierno entero<br />
concentrado en un taco de dinamita. “Si este hijueputica –pensé yo– se<br />
comporta así de alzado con la autoridad a los siete años, ¿qué va a ser<br />
cuando crezca? Este es el que me va a matar” (Vallejo, ibídem, p. 63).<br />
Se ha asimilado que este tipo de conductas son producto<br />
de la pobreza y de la adversidad social, incluso por investigadores<br />
sociales serios referenciados en el DSM-IV. Desde<br />
este sesgo sociológico, según el cual las comodidades materiales<br />
y económicas serían casi incompatibles con la conducta<br />
disocial, se asume que la pobreza es el principal factor<br />
de riesgo para la delincuencia infantil y juvenil. Dicho de<br />
una forma más grosera: los niños y adolescentes ricos estarían<br />
inmunizados genéticamente contra la delincuencia.<br />
Se presume, entonces, que la pobreza es hereditaria: “Que<br />
el gen de la pobreza es peor, más penetrante” (Vallejo, ibídem,<br />
p. 120).<br />
Sin embargo, estudios más rigurosos muestran que las<br />
conductas antisociales en menores ricos ocurren con igual<br />
o más frecuencia que en los jóvenes de las comunas pobres;<br />
lo que cambia es la instrumentación, la capacidad de ocultamiento<br />
y el estilo. Un niño, una niña o un adolescente<br />
de los estratos sociales altos puede desplegar conductas violentas,<br />
capacidad de hacer trampa, de estafar, de robar y de<br />
cometer vandalismo como un muchacho de los extramuros.<br />
No obstante, la divulgación social de estos comportamientos
38 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
se matiza por la capacidad de ocultamiento que despliegan<br />
los padres y familiares de estos delincuentes ricos, gracias<br />
a la compra de silencios, que es posible y muy fácil cuando<br />
se manejan recursos económicos enormes. Este camuflaje<br />
social deliberado, de por sí, genera al menos dos delitos<br />
adicionales: la complicidad y el soborno. Desde una perspectiva<br />
menos cargada de ideología y discriminación social,<br />
se derivaría que lo realmente genético es la tendencia a la<br />
maldad o la necesidad irrefrenable de dañar a los demás. 2<br />
Además de los enemigos que les dejaron sus difuntos padres, hermanos y<br />
amigos, cada quien en las comunas se consigue por su propia cuenta los<br />
propios para heredárselos a su vez, todos sumados, a sus hijos, hermanos<br />
y amigos cuando lo maten. Es la herencia de la sangre, el río desbordado<br />
(Vallejo, ibídem, p. 99).<br />
El trastorno antisocial de la personalidad<br />
Cuando las conductas disociales aparecen a edades muy<br />
tempranas (antes de los seis años) y persisten a pesar de las<br />
modificaciones en las contingencias ambientales o en el<br />
contexto de condiciones económicas favorables, se presume<br />
que el trastorno tiene un poderoso componente genético.<br />
Cuánto hace que se murieron los viejos, que se mataron de jóvenes, unos<br />
con otros a machete, sin alcanzarle a ver tampoco la cara cuartiada a la<br />
vejez. A machete, con los que trajeron del campo cuando llegaron huyendo<br />
dizque de ‘la violencia’ y fundaron estas comunas sobre terrenos<br />
ajenos, robándoselos, como barrios piratas o de invasión. De ‘la violencia’…<br />
¡Mentira! La violencia eran ellos. Ellos la trajeron, con los machetes.<br />
De lo que venían huyendo era de sí mismos (Vallejo, ibídem, p. 97).<br />
Además, se ha encontrado que tiene más probabilidades<br />
de persistir en el adulto, formando parte estructural del<br />
modo de interactuar del sujeto con su entorno y de asumir<br />
2. McGuffin, Peter y thapar, Anita. “Genetic basis of bad behaviour in adolescents”,<br />
en The Lancet, 1997; 350: 411-4.
La pesadilla de Dios<br />
39<br />
las relaciones con los demás. El adulto está convencido de<br />
que la forma adecuada y segura de lograr éxito y reconocimiento<br />
es a través de la trampa, de la imposición violenta,<br />
del sometimiento a los demás y del engaño. Es la construcción<br />
de la cultura del avivato, del astuto a toda prueba, del<br />
malicioso ventajista, del facineroso que alardea de su condición,<br />
del orgulloso forajido. En la novela, Vallejo (o Fernando,<br />
el narrador) se lo endilga a la conquista española y<br />
a la mezcla de razas:<br />
Españoles cerriles, indios ladinos, negros agoreros: júntelos en el crisol<br />
de la cópula a ver qué explosión no le producen con todo y la bendición<br />
del papa. Sale una gentuza tramposa, ventajosa, perezosa, envidiosa,<br />
mentirosa, asquerosa, traicionera y ladina, asesina y pirómana. Ésa es la<br />
obra de España la promiscua, eso lo que nos dejó cuando se largó con el<br />
oro (Vallejo, ibídem, p. 104).<br />
Se conforma de esta manera el trastorno antisocial de la<br />
personalidad, definido por el DSM-IV (aunque ha recibido<br />
otras denominaciones como psicopatía y sociopatía) como<br />
un patrón persistente de la conducta dirigido a violar los<br />
derechos de los demás, el cual empieza en la niñez, continúa<br />
en la adolescencia y transcurre de forma invariable en<br />
la adultez.<br />
Para hacer el diagnóstico, el individuo debe tener 18<br />
años, debe haber tenido trastorno disocial antes de los 15<br />
años y el patrón de conducta antisocial debe continuar con<br />
igual o mayor intensidad en la adultez. En general, estas<br />
conductas están prohibidas por la ley y configuran delitos<br />
que ameritan diversas sanciones legales, que van desde<br />
multas hasta encarcelamiento. Los sujetos con este problema<br />
son mañosos y manipuladores con el objeto de obtener<br />
beneficios económicos inmediatos que les generen grandes<br />
niveles de placer con aparente poco esfuerzo. Las decisiones<br />
que toman estas personas no consideran los sentimientos de<br />
los demás, ni el impacto que sus conductas pueden ocasionar<br />
a los otros o a sus familiares:
40 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
Ni tiempo tuve de detenerlo. [Alexis] Corrió hacia el hippie, se le adelantó,<br />
dio media vuelta, sacó el revólver y a pocos palmos le chantó un<br />
tiro en la frente, en el puro centro, donde el miércoles de ceniza te<br />
ponen la santa cruz. ¡Tas! Un solo tiro, seco, ineluctable, rotundo, que<br />
mandó a la gonorrea esa con su ruido a la profundidad de los infiernos<br />
(Vallejo, ibídem, p. 30).<br />
Así obraban Alexis, Wílmar y los demás muchachos de su<br />
condición, sicarios desempleados desde la muerte de Escobar.<br />
Con razón Fernando sentenciará: “Mire parcero, no<br />
somos nada. Somos una pesadilla de Dios, que es loco” (Vallejo,<br />
ibídem, p. 47).<br />
Es imposible saber si Alexis o Wílmar eran nombres reales,<br />
pues la tendencia general de los sujetos con trastorno<br />
antisocial de la personalidad es a usar sobrenombres o<br />
alias, por ejemplo el Difunto, la Plaga, el Tira o cualquier otra<br />
referencia que implique alguna forma de reafirmación de<br />
poder especial para inspirar miedo o respeto. Es habitual<br />
que sean al extremo mentirosos e irresponsables. Por eso<br />
no se detienen en ampararse en la propia familia o en amigos<br />
cercanos ingenuos para estafar, obtener deudas y dejarlas<br />
sin pagar, abandonar a sus hijos y cometer todo tipo<br />
de acciones que llevan a la violación abierta de las leyes y<br />
las normas mínimas de ética. Para llevar esto a cabo buscan<br />
racionalizaciones triviales, que indican un nivel muy superficial<br />
de remordimiento: la vida es injusta, el perdedor<br />
merece perder, la vida es de los vivos, le iba a pasar eso de<br />
todas maneras, el derecho no es de nadie sino del que llegue<br />
primero:<br />
¿Cómo puede matar uno o hacerse matar por unos tenis? preguntará<br />
usted que es extranjero. Mon cher ami, no es por los tenis: es por un<br />
principio elemental de Justicia en el que todos creemos. Aquel a quien<br />
se los van a robar cree que es injusto que se los quiten puesto que él los<br />
pagó; y aquel que se los va a robar cree que es más injusto no tenerlos<br />
(Vallejo, ibídem, p. 68).
La pesadilla de Dios<br />
41<br />
Una característica llamativa de las personas con trastorno<br />
antisocial de la personalidad es su incapacidad para enmendarse<br />
o para reparar los daños causados, lo cual persiste a lo<br />
largo de la vida. Alexis era una especie de “ángel exterminador”<br />
que asesinaba con indolencia a cuanto ser le estorbara,<br />
y, sin embargo, no se desvelaba: “Alexis duerme abrazado<br />
a mí con su trusa y nada, pero nada, nada le perturba<br />
el sueño. Desconoce la preocupación metafísica” (Vallejo,<br />
ibídem, p. 46).<br />
El trastorno es, entonces, crónico, aunque las conductas<br />
tienden a disminuir en intensidad y en frecuencia después<br />
de los cuarenta años. Por esta razón la mortalidad entre las<br />
personas jóvenes con este problema es superior al treinta<br />
por ciento. Usualmente, el trastorno se asocia al alcoholismo,<br />
a la dependencia de sustancias, aunque no siempre.<br />
Sin embargo, suelen existir antecedentes familiares que hacen<br />
suponer la existencia de una predisposición genética.<br />
En ese sentido, no es raro que el padre de Alexis hubiera<br />
muerto asesinado, como moriría Alexis, en su ley, a manos<br />
de un joven similar a él.<br />
Una explicación desde las neurociencias sociales<br />
Las neurociencias sociales son un área nueva del conocimiento<br />
que pretende integrar las teorías derivadas de las<br />
ciencias sociales y de las ciencias neurológicas para tratar<br />
de explicar cómo el cerebro de un sujeto se representa las<br />
relaciones que existen con los demás. Se supone que las<br />
personas con trastornos en las relaciones sociales podrían<br />
tener alteraciones en la manera como el cerebro procesa<br />
la información social, independiente de si su causa es genética,<br />
aprendida o una de mezcla de las dos en diferentes<br />
proporciones.
42 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
Las neurociencias sociales intentan responder a tres<br />
preguntas fundamentales: ¿cómo se representa el cerebro<br />
al otro?, ¿cómo construye el cerebro los sentimientos<br />
del otro? y ¿cómo se representa el cerebro la complejidad<br />
de la cultura y lo social? De las respuestas a estas tres preguntas<br />
han derivado sus respectivos modelos teóricos –que<br />
se pueden suponer como complementarios–, aunque las<br />
metodologías utilizadas para desarrollar sus conceptos sean<br />
diversas. 3<br />
¿Cómo se representa el cerebro al otro? El asunto de la empatía<br />
El concepto de empatía hace referencia a la capacidad<br />
que tendría una persona para ponerse en el lugar del otro,<br />
sobre todo en momentos de dificultades. Es la capacidad de<br />
ponerse en los zapatos de los demás y sentir el malestar que<br />
sienten en un mal momento. Tiene componentes representacionales<br />
tanto cognitivos como emocionales. Supone<br />
la estructuración de varias representaciones en el cerebro:<br />
1) la preocupación empática, 2) la toma de perspectiva, 3) la<br />
fantasía empática y 4) el estrés personal por lo social.<br />
La preocupación empática se refiere a la capacidad que<br />
tendrían algunos circuitos cerebrales, situados en la parte<br />
inferior de los lóbulos frontales y en la parte medial de<br />
los hemisferios cerebrales (sistema límbico), para activarse,<br />
de forma retrospectiva y prospectiva, frente a los eventos<br />
con significado emocional que afectan a los demás. De<br />
esa forma, una persona con una actividad adecuada de estos<br />
circuitos podría disfrutar sinceramente con la noticia del<br />
grado del hijo de un vecino. También sería capaz de sentir<br />
pena y tristeza por la muerte del familiar de un amigo. De<br />
3. Moya-Albiol, Luis; Herrero, Neus; Bernal, M. Consuelo. “Bases neurales<br />
de la empatía”, en Revista de Neurología, 2010; 50: 89-100.
La pesadilla de Dios<br />
43<br />
igual forma se podría conmover, generando conductas de<br />
solidaridad, frente a las situaciones adversas de conocidos, a<br />
pesar de no ser cercanos. La preocupación empática llevaría<br />
naturalmente al ser humano a generar aproximaciones cognitivas<br />
y emocionales que le permitiría tener un entorno<br />
social de apoyo mutuo.<br />
La toma de perspectiva es un conjunto de habilidades<br />
cognitivas que permitirían construir abstracciones acerca<br />
de las situaciones o eventos que implican la interacción social<br />
entre las personas, con lo cual se generarían creencias<br />
relacionadas con el accionar propio en caso de encontrase<br />
en dichas situaciones. Es un algo así como ver los toros desde<br />
la barrera, pero en relación con la forma en que diferentes<br />
grupos reaccionan de manera individual y colectiva a<br />
los eventos sociales. Sería una representación metacognitiva<br />
de lo social, que dependería de los circuitos dorsolaterales<br />
de las áreas prefrontales del cerebro. Las del hemisferio<br />
izquierdo aportarían conceptos derivados directamente<br />
del lenguaje, mientras que el hemisferio derecho aportaría<br />
información derivada de abstracciones de la experiencia<br />
emocional, para construir algoritmos de acción para la<br />
movilización de sentimientos regulados. Este sistema sería<br />
un sistema organizador racional y civilizado de la actividad<br />
social, perfectamente controlado, si su actividad fuera la<br />
dominante en todos los cerebros humanos. Sin embargo,<br />
solo una pequeña proporción, probablemente no superior<br />
al 10 por ciento de todos los conglomerados humanos, tiene<br />
esta capacidad empática racional desarrollada de manera<br />
espontánea y dominante. Son los buenos por naturaleza,<br />
los solidarios sinceros, independiente de su situación social<br />
o económica.<br />
La fantasía empática o sensibilidad imaginada es la capacidad<br />
de desplegar sentimientos similares a los que sufren<br />
los protagonistas de una novela o de una película. Es la po-
44 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
sibilidad de emocionarse frente a hechos que con anticipación<br />
sabemos que corresponden a una ficción. Moviliza<br />
circuitos del sistema límbico en conexión con áreas occipitales<br />
y parietales. Este tipo de componente permitiría a<br />
los novelistas, a los poetas, a los pintores, a los directores<br />
de cine, a los músicos y, en general, a los artistas construir<br />
y trasmitir sentimientos que movilizan emocionalmente a<br />
los demás. La mayoría podemos sentir la empatía imaginada<br />
y entenderla, pero son pocos los que tienen el talento de<br />
construirla en lo demás.<br />
El estrés personal frente a lo social es la capacidad de<br />
sentir emociones sinceras y reales frente a las situaciones<br />
emocionales de los demás. Supone la activación de zonas<br />
específicas del sistema límbico, especialmente un conglomerado<br />
de neuronas situado en la punta del lóbulo temporal,<br />
llamado núcleo amigdalino, y otro escondido en la<br />
unión de la parte posteroinferior del lóbulo frontal con el<br />
lóbulo temporal, llamado núcleo accúmbens, que tienen gran<br />
cantidad de receptores para neuroquímicos que regulan la<br />
activación de la parte del cerebro encargada del control de<br />
las actividades de todas las vísceras del cuerpo (corazón, vasos<br />
sanguíneos, estómago, intestino, glándulas de la boca y<br />
de los ojos, pupilas, etc.). Cada vez que nos emocionamos,<br />
nuestras vísceras modifican automáticamente, sin nuestro<br />
control voluntario, su actividad. Este sistema autonómico<br />
tiene conexiones con los otros sistemas de la empatía, para<br />
desplegar las emociones concordantes con las representaciones<br />
que tenemos de las emociones de los demás.<br />
¿Cómo construye el cerebro los sentimientos del otro?<br />
El procesamiento emocional<br />
La observación de las interacciones entre los animales de<br />
la misma especie, especialmente para garantizar la supervivencia<br />
colectiva (la constitución de manadas en el caso de
La pesadilla de Dios<br />
45<br />
los herbívoros, y de jaurías en el caso de los carnívoros), ha<br />
desarrollado una serie de teorías explicativas, a través de la<br />
etología, de las señales instintivas que mantienen la cohesión<br />
en el conjunto de las bestias. Uno de los hechos que<br />
más han llamado la atención a los etólogos es que, por lo<br />
general, la mayoría de las manadas y de las jaurías despliegan<br />
señales instintivas que impiden a los miembros de una<br />
misma especie matarse entre sí de forma intencional. Paradójicamente,<br />
a pesar de poseer dispositivos de agresión altamente<br />
eficaces para cazar a sus presas, parecería no existir<br />
el asesinato entre las bestias. Entonces, se supone que los<br />
seres humanos disponemos en nuestro cerebro de un sistema<br />
muy sutil de procesamiento de señales, especialmente<br />
gestuales, que nos permiten interpretar los sentimientos de<br />
los otros, a la vez que podemos transmitir los propios sentimientos,<br />
para mantener nuestra aproximación a los demás.<br />
Implica al menos cuatro dimensiones: 1) identificación, 2)<br />
facilitación, 3) comprensión y 4) manejo o regulación.<br />
La identificación se supone que es una habilidad perceptual,<br />
la cual se ha medido en estudios controlados, utilizando<br />
la capacidad para identificar de manera rápida y precisa<br />
las señales emocionales en los ojos, en los rostros o en las<br />
posturas presentadas en fotografías sucesivas o en videos en<br />
cámara lenta. El rigor del modelo, que deriva directamente<br />
de las teorías conductistas, no permite presentarlo o discutirlo<br />
de otra manera. Se supone que las personas con trastorno<br />
disocial o con trastorno antisocial de la personalidad<br />
pudieran presentar algún tipo de discapacidad para reconocer<br />
algunas de estas señales en los demás. Algunos teóricos<br />
explican el aumento de las agresiones interpersonales<br />
con el uso de las armas de fuego argumentando que la distancia<br />
en la que se pueden producir las lesiones no permite<br />
identificar las señales emocionales de la víctima. 4<br />
4. Moya-Albiol, Luis. “Bases neurales de la empatía”, en Revista de Neurología,<br />
2004; 38: 1067-1075.
46 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
La facilitación se refiere a la activación rápida de sistemas<br />
de reconocimiento emocional que hubiesen sido reforzados<br />
por aprendizaje operante o condicionado. Si los<br />
sistemas de procesamiento activados son de tipo emocional<br />
negativo, las personas solo podrán identificar las emociones<br />
negativas de los demás. Se supone que esto pudiera suceder<br />
en ambientes con altos niveles de conflicto y violencia, que<br />
llevaría a la facilitación de señales relacionadas con la amenaza,<br />
la agresión y el miedo. Mientras que sería imposible<br />
identificar señales más sutiles de emociones positivas, a menos<br />
que se expresaran de manera abierta y explícita.<br />
La comprensión emocional implica el enganche de las<br />
emociones con elementos cognitivos de representaciones<br />
complejas, específicamente del lenguaje. Esta capacidad<br />
permite hablar de las emociones propias y de los otros. Para<br />
tener esta habilidad se necesita un adecuado desarrollo intelectual<br />
y del lenguaje. Por esta razón es usual encontrar<br />
una gran proporción de sujetos como Alexis entre los delincuentes<br />
violentos, con capacidad intelectual baja y con<br />
deficiencia en la fluidez verbal. 5<br />
La regulación emocional sería el despliegue de conductas<br />
ajustadas al resto del procesamiento emocional. Estas conductas<br />
tendrían señales emocionales destinadas a los demás<br />
sujetos del conglomerado cercano. Implica el funcionamiento<br />
adecuado de circuitos de los lóbulos frontales. Se<br />
pone de manifiesto midiendo las respuestas conductuales<br />
y la regulación de la actividad visceral frente a situaciones<br />
(fotografías y videos) que se suponen con carga emocional<br />
positiva o negativa. El modelo asume que sería posible entrenar<br />
al sistema autónomo para dar respuestas emocionales<br />
5. Puerta, Isabel Cristina; Martínez-Gómez, Jormaris; Pineda, David A. “Prevalence<br />
of mental retardation in teenagers with dissocial conduct disorder”, en<br />
Revista de Neurología, 2002; 35: 1014-1018.
La pesadilla de Dios<br />
47<br />
adecuadas y regular la conducta violenta. Algo similar a lo<br />
mostrado en el entrenamiento conductual del protagonista<br />
de La naranja mecánica, de Stanley Kubrick. Como sucede<br />
en esta película, la mayoría de los científicos expertos en<br />
neurociencias parecen concordar en que este tipo de entrenamiento<br />
conductual solo construye delincuentes más solapados<br />
y con mejor control emocional, es decir más eficaces.<br />
Esta sería una explicación de los fracasos de la mayoría de<br />
los programas de reeducación social de antisociales en muchas<br />
sociedades.<br />
¿Cómo se representa el cerebro la complejidad de la cultura y lo social?<br />
La cognición social.<br />
Las teorías derivan de los postulados de la psicología cognitivo-conductual,<br />
que hacen énfasis en las representaciones<br />
cerebrales de lo social: los esquemas, las creencias y las<br />
estructuras. Supone que, de la misma forma como funciona<br />
la percepción emocional, en el cerebro existen circuitos<br />
que se encargan de la percepción social, la cual se refiere a la<br />
capacidad para representarse los roles, las normas y el contexto<br />
social como elementos complejos cognitivos y emocionales,<br />
ligados de forma indisoluble a las proposiciones<br />
construidas con el lenguaje. La misma persona puede ser<br />
representada, dependiendo del contexto, como un próximo<br />
lleno de emociones positivas y conductas confiables y<br />
leales (amigo), como alguien distante e indiferente desde<br />
la perspectiva emocional (desconocido), o como una amenaza<br />
cargada de emociones negativas y peligrosas (enemigo).<br />
Esta construcción depende de señales sociales cargadas<br />
de valores positivos o negativos aprendidos previamente, a<br />
través de esquemas o creencias sociales creadas a lo largo<br />
de mucho tiempo. De esta forma, el compañero y colega<br />
de oficina, el amigo solidario para cualquier otra situación,
48 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
pudiera convertirse en un enemigo peligroso y detestable<br />
durante el partido de fútbol dominical, simplemente porque<br />
viste la camiseta del equipo rival de plaza.<br />
Otro elemento conceptual del conocimiento social es<br />
la llamada teoría de la mente, que se define como la capacidad<br />
para hacer suposiciones o atribuciones acerca del contenido<br />
del pensamiento y de las intenciones ocultas en las palabras<br />
y en los comportamientos de los demás. Es lo que aborrece<br />
y rechaza Fernando Vallejo en relación con la narrativa<br />
omnisciente de la novela clásica de Víctor Hugo y de Fiódor<br />
Dostoievsky. En la interacción social, este tipo de representaciones<br />
complejas, llamado sistema atribucional, nos permite<br />
estar anticipando los pensamientos, las intenciones y las<br />
conductas del otro en relación con las situaciones emocionales<br />
complejas de los eventos sociales de la vida cotidiana.<br />
La mayoría de estos sucesos de la vida diaria no pasan de ser<br />
actividades triviales, no son verdaderos acontecimientos,<br />
no son hechos notables ni memorables, no tienen ningún<br />
objetivo diferente al de mantener la cohesión y la unidad<br />
de la actividad social per se. A pesar de su pobre sentido<br />
histórico, estas actividades simples de la cotidianidad permiten<br />
desplegar una de las principales capacidades del cerebro<br />
humano: la capacidad de predicción o anticipación,<br />
la construcción del futuro, de hechos que no han ocurrido<br />
todavía, en los que ya nuestra mente ha incluido a los otros<br />
(hijos, padres, hermanos, amigos, enemigos, etc.), con<br />
toda su carga emocional. Esta capacidad adquiere su carácter<br />
eminentemente humano en la habilidad de predecir lo<br />
que el otro piensa, lo que el otro quiere, lo que el otro va<br />
a hacer, para nosotros poder actuar de manera consistente,<br />
concordante y coherente.<br />
Se postula que en los trastornos en los que la interacción<br />
social está alterada, como sucede en el autismo, la esquizofrenia,<br />
el trastorno disocial y el trastorno antisocial de la
La pesadilla de Dios<br />
49<br />
personalidad, hay falla severa en la teoría de la mente y en<br />
los esquemas sociales. Estas alteraciones en la cognición social<br />
pudieran originarse por interacciones complejas entre<br />
factores relacionados con predisposiciones genéticas (polimorfismos<br />
de genes de proteínas reguladoras de neuroquímicos<br />
cerebrales), con factores de vulnerabilidad biológica<br />
(problemas en el embarazo, dificultades en el parto,<br />
enfermedades neurológicas tempranas, traumas de cráneo<br />
de la infancia o alteraciones de nutrición) y aprendizajes<br />
estructurados por un contexto social caótico, permisivo,<br />
autoritario o violento. Estos problemas se acompañarían de<br />
trastornos en la empatía y en el procesamiento emocional.<br />
Por esa razón, la manera racional de intervenir el trastorno<br />
disocial y el trastorno antisocial de la personalidad,<br />
del que paceden Alexis y Wílmar, sería trabajar de manera<br />
simultánea en todos estos niveles de la actividad representacional<br />
del cerebro, lo que podría incluir el uso de medicamentos<br />
que permitan regular el ambiente neuroquímico<br />
del encéfalo, el entrenamiento empático, las modificaciones<br />
del procesamiento emocional y la reconstrucción de la<br />
cognición social. En cuanto a la prevención, también habría<br />
que intervenir en la construcción de representaciones sociales<br />
tolerantes, apacibles, flexibles, eliminando del imaginario<br />
social la validación de cualquier tipo de violencia<br />
como camino para la refrendación de derechos.<br />
Se argumenta que este tipo de sociedades son utópicas,<br />
que pensar de esta manera constituye un pacifismo ingenuo.<br />
Sin embargo, la realidad nos muestra conglomerados<br />
sociales muy próximos a este ideal: Austria, Suiza, Noruega,<br />
Suecia, Dinamarca, Holanda y Costa Rica. Otros, como<br />
Uruguay, lo tuvieron y lo perdieron, pero lo están volviendo<br />
a encontrar. Se argumentará, con toda razón, que estas<br />
sociedades civilizadas y pacíficas son menos felices porque<br />
tienen niveles más altos de depresión y de suicidios. Parece
50 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
que en las representaciones cerebrales de lo social civilizado<br />
hay que pagar un precio: un aumento de los niveles de<br />
preocupación por uno, por los familiares, por los amigos<br />
y por los extraños. Este tipo de preocupación general parece<br />
aumentar los niveles de estrés, los niveles de ansiedad<br />
y finalmente el agotamiento y la depresión. La razón para<br />
que esto pase sería que una importante proporción de los<br />
cerebros humanos todavía no dispone de los dispositivos<br />
biológicos para funcionar con espontaneidad y eficiencia,<br />
sin esfuerzos, de esta forma racional y organizada.<br />
Por ahora habría que decidir por uno de los dos caminos<br />
sociales posibles. Uno es el camino de la felicidad del desorden<br />
folclórico e irresponsable (<strong>Colombia</strong> es uno de los<br />
países más felices del planeta), en donde cualquiera puede<br />
tomarse la atribución de quitarle al otro el derecho a seguir<br />
viviendo, con lo cual se garantiza una muerte “feliz y divertida”<br />
por mano ajena, a través del tiro de un sicario, o en<br />
la sala de espera de un hospital porque así lo determinó el<br />
gerente de una EPS, o por la irresponsabilidad de un constructor<br />
que hizo unas casas en terrenos inestables, o por la<br />
locura de un conductor borracho con investidura de parlamentario,<br />
o por la irresponsabilidad de un contratista que<br />
usaba una grúa inadecuada que se cayó sobre un bus lleno<br />
de pasajeros, o por otras miles de formas alternas de muerte<br />
indigna: la muerte inesperada en la mitad de la calle, sorpresiva,<br />
que lo alcanza a uno vestido de manera inapropiada,<br />
sin preparación ni ceremonia.<br />
El otro es el camino de la satisfacción de esforzarse civilizadamente<br />
por el bienestar propio y el de los demás, con el<br />
riesgo del aburrimiento, que pudiera llevar a la decisión de<br />
hacer uso soberano del derecho a morir cuando uno quiera<br />
y como uno quiera, que algunos llaman el derecho a la<br />
muerte digna, el cual debería ser consagrado como un derecho<br />
fundamental universal.
La pesadilla de Dios<br />
51<br />
Por lo menos, así se ayudaría a frenar la ola de odio que<br />
tiñe de sangre las páginas de La Virgen de los Sicarios, y las calles<br />
de esas comunas donde un niño de doce años es “como<br />
quien dice un viejo: le queda tan poquito de vida… Ya habrá<br />
matado a alguno y lo van a matar” (Vallejo, ibídem, p. 33).
3<br />
Bolívar:<br />
dos hombres, un héroe<br />
La mente del Libertador en la pluma de<br />
Álvaro Mutis, Gabriel García Márquez y Evelio Rosero.<br />
Jorge Téllez Vargas
JORGE TÉLLEZ VARGAS (Pamplona, <strong>Colombia</strong>, 1951) es médico psiquiatra.<br />
Autor de más de una docena de libros, dirige el área de Neuropsiquiatría del Instituto<br />
de Neurociencia de la Universidad El Bosque, en Bogotá, de la cual también<br />
es profesor titular. Además es miembro titular y fundador de la Asociación <strong>Colombia</strong>na<br />
de Psiquiatría Biológica; director científico y fundador de la Asociación<br />
<strong>Colombia</strong>na contra la Depresión y el Pánico (Asodep); secretario tesorero asociado<br />
de la Federación Mundial de Sociedades de Psiquiatría Biológica (WFSBP) y<br />
miembro fundador de la International Neuropsychiatric Association (INA). Entre<br />
otros títulos, ha publicado los libros Neuropsiquiatría: Imágenes del cerebro y la conducta humana<br />
(Nuevo Milenio, 1995), Vuelve a vivir: Estrategias para superar la depresión y la ansiedad con<br />
sus propios recursos (Oveja Negra, 1996), Afrodita y Esculapio: Una visión integral de la medicina de<br />
la mujer (Nuevo Milenio, 1999), Los rostros de la angustia (Asodep, 2002), Diálogos con mi<br />
enfermedad (Asodep, 2005), y tres tomos de Trastorno bipolar: De la clínica a la neuroprotección<br />
(Asociación <strong>Colombia</strong>na de Psiquiatría Biológica, 2007, 2008, 2010).<br />
En este ensayo, el especialista hace un perfil psiquiátrico de Simón Bolívar en cuanto<br />
personaje literario a partir de tres textos: el relato El último rostro, de Álvaro Mutis<br />
(Bogotá, 1923), publicada en 1978, y las novelas El general en su laberinto, de Gabriel<br />
García Márquez (Aracataca, 1927), y La carroza de Bolívar, de Evelio Rosero (Bogotá,<br />
1958).<br />
Advertencia<br />
Salvo que se indique otra cosa, las citas textuales han<br />
sido tomadas de las ediciones abajo mencionadas. Dentro<br />
del texto se anotará el nombre del autor de cada una<br />
y, entre paréntesis, el número de página correspondiente.<br />
••<br />
MUTIS, Álvaro. “El último rostro”, en Relatos de mar y<br />
tierra. Págs. 123-142. Debolsillo, 2008.<br />
••<br />
GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel (GGM). El general en<br />
su laberinto. Oveja Negra, 1989.<br />
••<br />
ROSERO, Evelio. La carroza de Bolívar. Tusquets, 2011.
Cuadro clínico<br />
Son notorios los altibajos emocionales del personaje, el escaso<br />
control de sus impulsos sexuales, la agresividad, la megalomanía,<br />
la distractibilidad, la hiperactividad, la escasa<br />
necesidad de dormir y, en ciertos intervalos, los momentos<br />
de frustración, pesimismo y tristeza. El paciente presenta un<br />
trastorno afectivo bipolar. Con el trascurrir de los años estos<br />
síntomas se han transformado en una depresión crónica. Se<br />
recomienda psicoterapia y administración de estabilizadores<br />
del ánimo.<br />
En <strong>Colombia</strong>, Simón Bolívar salta de los libros de historia<br />
a las páginas de la ficción en dos circunstancias:<br />
cuando la ausencia de registros no deja más remedio<br />
que rellenar las fisuras con recursos de la imaginación, o<br />
cuando el rastro que dejó es tan turbio que los historiadores<br />
optan, como dicen ciertas damas, por “pasar caminando<br />
rápido para que la mancha no se note”.<br />
El último rostro, de Álvaro Mutis, y El general en su laberinto, de<br />
Gabriel García Márquez, son ejemplos del primer caso:<br />
convierten en cuento y novela, respectivamente, el espacio<br />
indocumentado del último viaje por el río Magdalena y<br />
los días postreros del Libertador. La segunda circunstancia<br />
se evidencia en La carroza de Bolívar, de Evelio Rosero, novela<br />
donde el autor aprovecha la inmunidad que le garantiza este<br />
género literario para evocar el violentísimo paso de Bolívar<br />
por Pasto en 1822 y 1824, un episodio ante el que la mayoría<br />
de los historiadores han preferido pasar de largo.<br />
Aunque son tres textos que se comunican entre sí –Mutis<br />
es evocado por García Márquez, y García Márquez es citado<br />
por Rosero–, muestran dos Bolívares diferentes: uno joven<br />
e impetuoso; otro decadente y atribulado. Pero tienen un<br />
denominador común: describen los pensamientos más íntimos<br />
y los impulsos más básicos del Libertador. Paradoja
58 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
de la literatura: en virtud de la ficción, el héroe parece más<br />
real. De hecho, más antihéroe.<br />
En el presente análisis no buscaremos una corroboración<br />
fáctica de los relatos. Nos importan los rasgos de personalidad,<br />
con frecuencia imaginados o intuidos, que cada<br />
autor atribuye al protagonista. En este sentido, asumiremos<br />
que dentro de los textos de marras el personaje llamado Simón<br />
Bolívar es tan ficticio como lo es el Quijote dentro de<br />
la obra de Cervantes. Una licencia que nos tomamos con la<br />
tranquilidad de que Mutis, Gabo y Rosero eligieron el cuento<br />
y la novela como géneros literarios; no la biografía. Aun<br />
cuando se nutren de la historia, los tres escritores privilegiaron<br />
la imaginación. Crearon a Bolívar, y esa creación<br />
será la fuente primaria de este perfil. Cualquier parecido<br />
con la realidad no será, sin embargo, pura coincidencia.<br />
Así pues, convertido en personaje literario, el prócer<br />
baja del pedestal. Su grandilocuencia se atenúa. Vuelve a ser<br />
humano. Tiene sexo, halitosis, sueña, sufre de insomnio,<br />
es iracundo, vanidoso, melancólico, impaciente. El talante<br />
estable del prócer que vemos en los libros escolares se llena<br />
de altibajos en la narrativa. De sus ínfulas gloriosas pasa a<br />
sentir compasión por sí mismo. Intensa agitación física e<br />
irascibilidad se interponen súbita y reiteradamente en momentos<br />
de abatimiento y frustración. En las obras más representativas<br />
de la literatura colombiana donde Bolívar es protagonista,<br />
1 el héroe esboza un talante maníaco-depresivo.<br />
Bolívar recreado por los escritores parece sufrir un trastorno<br />
afectivo bipolar.<br />
1. Sería injusto desconocer que Fernando Cruz Kronfly se anticipó a García Márquez<br />
con su novela La ceniza del Libertador (Planeta, 1987), donde narra el último<br />
viaje de un Bolívar sumido en el delirio. La obra fue sin duda opacada por la<br />
posterior publicación de El general en su laberinto.
Bolívar, dos hombres, un héroe<br />
59<br />
En consulta con el Libertador<br />
El Bolívar descrito en la narrativa de García Márquez y<br />
de Rosero evitó continuamente la atención de los médicos,<br />
y, según el primero, consultaba sus dolencias en un libro<br />
que siempre llevó consigo, La médecine a votre maniére, de Donostierre.<br />
Por lo tanto, si alguna vez tuvo conciencia de su<br />
insomnio, del frenesí con que dictaba cartas y proclamas<br />
en sus despertares tempranos, de sus crisis de irritabilidad<br />
y de sus episodios de melancolía, lo más probable es que no<br />
se le ocurriera visitar médicos, y mucho menos psiquiatras<br />
–que en honor a la verdad no había en la nueva Granada ni<br />
en la capitanía de Venezuela–, porque los consideraba unos<br />
“traficantes del dolor ajeno”. De hecho, esta resistencia y<br />
desconfianza nos da un indicio de cuán autosuficiente se<br />
percibe el personaje.<br />
Pero hagamos el esfuerzo de imaginarlo en una improbable<br />
consulta. Corren los días finales de 1830, tiene 47<br />
años, está gravemente enfermo en Santa Marta y finalmente<br />
aceptó acudir al médico debido a una profunda melancolía.<br />
El general en su laberinto nos cuenta que ya desde mayo “sus<br />
ayudantes militares sentían que los síntomas del desencanto<br />
eran demasiado evidentes en el último año” (GGM, ibídem,<br />
p. 22). Esto significa que para ese diciembre nuestro<br />
personaje llevaba diecinueve meses con el ánimo abatido.<br />
El viaje por el Magdalena estuvo signado por la tristeza,<br />
la autocompasión y el pesimismo. Los síntomas depresivos<br />
asomaron en plena juventud pero pasaron inadvertidos<br />
para quienes le rodeaban. Sin embargo, para Bolívar fueron<br />
inquietantes y perturbadores a tal punto que en Honda,<br />
camino a Santa Marta, durante una cita furtiva con Miranda<br />
Lyndsay, se describió a sí mismo como el militar “más<br />
grande y solitario que ha existido jamás”, como lo refiere<br />
García Márquez (ibídem, p. 85). Asimismo nos enteramos
60 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
de que en Puerto Real hizo bautizar con el nombre de Bolívar<br />
a un perro maltrecho y andariego que encontraron en<br />
el camino, y llegando a Mompox perdió el interés por los<br />
amaneceres y los crepúsculos y no les hizo a sus acompañantes<br />
“ninguna pregunta que permitiera vislumbrar un cierto<br />
interés por la vida” (GGM, ibídem, p. 107).<br />
Álvaro Mutis nos relata que en Cartagena recibió al coronel<br />
polaco Miecislaw Napierski, quien advierte la “melancólica<br />
amargura” del rostro del Libertador, sus silencios, su<br />
“hondo meditar”, su “mirada perdida”, su frustración y su<br />
autocompasión. El universo es oscuro a los ojos del prócer,<br />
el destino de la patria, el suyo propio. “Toda relación con<br />
los hombres deja un germen funesto de desorden que nos<br />
acerca a la muerte” (Mutis, ibídem, p. 140), le oye decir<br />
Napierski. Y al relatar un sueño en el que se le apareció un<br />
ciego, dice que se fue confundiendo con este, y cuando lo<br />
“invadía ya la oscuridad de su vista, una tristeza desgarradora,<br />
antigua y familiar” lo despertó bruscamente (ibídem, p.<br />
142).<br />
En otro sueño, relatado por García Márquez y ocurrido<br />
en Soledad, el general “tocó fondo” y lloró dormido<br />
mientras escrutaba su pasado. Eran las primeras lágrimas<br />
de tristeza que su mayordomo le veía en la vida, porque las<br />
anteriores habían sido de rabia. Y ya en Santa Marta el médico<br />
consideró que los achaques físicos de su paciente eran<br />
tan graves como los morales. Cabe recordar que los clínicos<br />
franceses consideraban el dolor moral como un signo característico<br />
de la melancolía, término acuñado por Hipócrates<br />
que se utilizó durante más de veinte siglos, hasta cuando el<br />
psiquiatra suizo Adolf Meyer acuñó el concepto depresión en<br />
la primera mitad del siglo XX.<br />
Tenemos entonces un abanico de síntomas –tristeza<br />
prolongada, llanto fácil, autocompasión, pesimismo, dolor<br />
moral– que no nos dejan dudas: el general presenta un<br />
cuadro de melancolía o depresión crónica. Pero hay más.
Bolívar, dos hombres, un héroe<br />
61<br />
Un tipo “intenso”<br />
En los tres relatos encontramos algunos comportamientos<br />
que asoman reiteradamente y nos impiden conformarnos<br />
con el diagnóstico anterior. Ese otro rostro apenas se<br />
intuye en Mutis, desempeña un papel secundario en la novela<br />
de García Márquez y es protagonista en la de Rosero. Es<br />
el rostro de la manía.<br />
A pesar del abatimiento físico que prima en los últimos<br />
días, Mutis, a través de Napierski, destaca en Bolívar el “poder<br />
de comunicación y la intensidad de su pensamiento”.<br />
Esa intensidad aparece en la pluma garciamarquiana de diversas<br />
maneras, muchas de ellas menos benevolentes.<br />
Cerca de Guadas, por ejemplo, el general despierta con<br />
un ánimo súbito, pide pluma y papel, se pone los lentes<br />
y escribe una carta a Manuela Sáenz. Este “golpe de inspiración<br />
insoportable” evoca “los actos impulsivos” del<br />
general y la “costumbre de despertar a sus amanuenses a<br />
cualquier hora para despachar la correspondencia atrasada,<br />
o para dictarles una proclama o poner en orden las ideas<br />
sueltas que se le ocurrían en las cavilaciones del insomnio”<br />
(GGM, ibídem, p. 63).<br />
La intensidad del protagonista de El general en su laberinto<br />
también se observa en la “arbitrariedad de los horarios”,<br />
los “ojos alucinados y el habla inagotable y agotadora”. Si<br />
la reacción previsible en una persona enferma es guardar<br />
reposo, en Bolívar es jugar interminables partidas de cartas,<br />
o echarse a nadar en un río a pesar de padecer una jaqueca<br />
insoportable.<br />
Otro aspecto de esta energía inagotable –que clínicamente<br />
correspondería a un cuadro de hiperactividad– es la incapacidad<br />
para concentrarse. Bolívar dicta varias cartas de manera<br />
simultánea, no puede mantener una sola relación sentimental<br />
o desprecia el ajedrez porque le demanda concentración.<br />
Sus nervios no soportan la parsimonia.
62 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
Pero sin duda el mayor contraste frente la depresión de<br />
la adultez son las vanidades y euforias de la juventud. En<br />
El último rostro, Napierski ofrece dos pistas: se sorprende con<br />
las uñas del héroe, “almendradas y pulcramente pulidas,<br />
ajenas por completo a una vida de batallas y esfuerzos sobrehumanos”<br />
(Mutis, ibídem, p. 126); y unas páginas más<br />
adelante, el militar polaco nos recuerda el derroche que caracterizó<br />
la vida de Bolívar durante su juventud en Madrid<br />
y París. Tenemos pues dos signos sutiles que nos permiten<br />
sospechar que estamos ante un hombre más de veleidades<br />
que de batallas.<br />
Los relatos no se ponen de acuerdo sobre la actitud del<br />
personaje en la guerra. Nos queda la duda de si era cobarde<br />
o arrojado, pero todos sí coinciden en un punto: a Bolívar<br />
le gustaban las fiestas, el baile y los desfiles pomposos, casi<br />
napoleónicos, de los que era protagonista en cada ciudad<br />
que visitaba victorioso. Evelio Rosero nos refiere los desfiles<br />
en Caracas y Quito, en 1813 y 1822, respectivamente, en los<br />
cuales la carroza de Bolívar no fue tirada por alazanes, sino<br />
por doce niñas vestidas de blanco, ceñidas con coronas de<br />
laurel, una de las cuales debía ponerle una guirnalda en la<br />
cabeza como si se tratara de un homenaje real.<br />
El mismo autor nos cuenta que en 1819 “Bolívar marchó<br />
hacia Pamplona en donde gastó más de dos meses en bailes<br />
y fiestas” (Rosero, ibídem, p. 161), mientras Gabo nos habla<br />
de “banquetes multitudinarios y espléndidos” en los que el<br />
Libertador “incitaba a sus invitados a comer y a beber hasta<br />
la embriaguez” (GGM, ibídem, p. 76) y bailaba hasta el<br />
amanecer, “haciendo repetir la pieza cada vez que cambiaba<br />
de pareja” (GGM, ibídem, p. 81).<br />
En estos y otros ámbitos el Libertador no es ajeno a<br />
ciertas extravagancias, al menos para los parámetros de su<br />
época. Según el nobel se subía a bailar encima de la mesa<br />
del comedor para expresar sus júbilos, y Rosero recuerda
Bolívar, dos hombres, un héroe<br />
63<br />
que gastaba altas sumas de dinero en perfumes y aceptaba<br />
montar sobre el peruano Vidaurre, plenipotenciario para<br />
la conferencia americana de Panamá, cuando este se ponía<br />
en cuatro patas en las reuniones.<br />
En nombre de la vanidad<br />
La carroza de Bolívar es, definitivamente, la novela donde el<br />
héroe sale peor librado. El argumento transcurre en los carnavales<br />
de Pasto de 1966. En ese contexto, el ginecólogo Justo<br />
Pastor Proceso diseña una carroza para burlarse del “mal<br />
llamado Libertador”. La elaboración del carromato propicia<br />
entre los personajes diálogos y evocaciones a través de los<br />
cuales se ponen de manifiesto la ira, la cobardía, la ambición,<br />
la vanidad y hasta las conductas sexuales de Bolívar.<br />
Acá no hay espacio para ver la depresión. El personaje<br />
presentado por Rosero es un megalómano. Vive obsesionado<br />
con entradas triunfales. Se cree Napoleón Bonaparte. Él<br />
mismo se denominó Libertador. A su médico le dice al oído<br />
que los tres más grandes majaderos de la historia han sido<br />
Jesucristo, el Quijote y él. Calificarse de majadero apenas<br />
sirve para despistar. Falsa modestia: en el fondo se percibe<br />
como un mesías.<br />
También escuchamos a un catedrático pastuso decir a sus<br />
alumnos que Bolívar “se dedicó a dictar cartas por decenas<br />
y centenas y por miles, a los lomos de su caballo o de su<br />
hamaca, enviando a diestra y siniestra versiones de gloria<br />
propia que nunca fueron reales, versiones que volaban a los<br />
cuatro puntos cardinales reventando caballos con sus noticias<br />
de hijo primogénito de la gloria, elogio digno de él, si<br />
no fue él quien lo fraguó” (Rosero, ibídem, p. 203).<br />
Asimismo advertimos en el personaje una fuerte propensión<br />
a las mentiras, la explosividad y el rencor. Dos características<br />
que, no obstante, siempre estarán ligadas a su
64 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
egolatría y sed de poder. Por eso es común verlo apropiándose<br />
de triunfos ajenos, o enfurecido cuando su imagen no<br />
sobresale como la de un genio militar y estadista. En un<br />
banquete, tras enterarse de que los realistas han recuperado<br />
Pasto, se le ve subido en una mesa pateando vajilla y cubiertos.<br />
Menos ácido, Gabo también nos ha insistido reiteradamente<br />
que el hombre es pésimo perdedor y vengativo, hasta<br />
por las derrotas nimias de los juegos de naipes: “No tenía<br />
la paciencia de los buenos jugadores, y era agresivo y mal<br />
perdedor” (GGM, ibídem, p. 68).<br />
A pesar de que estos síntomas nos sugieren un trastorno<br />
mental, tenemos que ser claros: no hay bipolar tonto e<br />
inane. La megalomanía contribuyó a la causa del personaje.<br />
Compartamos pues con Rosero que Bolívar fue “el auténtico<br />
pionero de la publicidad política contemporánea, a partir<br />
de una única agencia: él en su caballo dictando folletines<br />
de grandiosidad a sus amanuenses, que debían ser relevados,<br />
extenuados de la epopeya interminable que el héroe<br />
inventado dictaba de sí mismo” (Rosero, ibídem, p. 203).<br />
El fantasma del insomnio<br />
El insomnio es otro síntoma que campea durante la existencia<br />
del Libertador, tanto en el histórico como en el literario.<br />
Aparece como compañero solitario en las noches<br />
eternas de Caracas, tratando de amainar la congoja de la<br />
viudez, y años más tarde se convierte en frenesí: lo acompaña<br />
durante su vida palaciega en París y durante su viaje a pie<br />
desde allí hasta Roma junto a Simón Rodríguez.<br />
La poca necesidad de dormir es un síntoma primordial<br />
en el trastorno bipolar. Pasó desapercibido tanto para el<br />
Libertador como para sus allegados y aun para sus críticos.<br />
Sin embargo, García Márquez advierte: “Se quedaba<br />
dormido a cualquier hora en mitad de una frase mientras
Bolívar, dos hombres, un héroe<br />
65<br />
dictaba la correspondencia, o en una partida de barajas, y<br />
él mismo no sabía muy bien si eran ráfagas de sueño o desmayos<br />
fugaces, pero tan pronto como se acostaba se sentía<br />
deslumbrado por una crisis de lucidez” (GGM, ibídem, p.<br />
32). También señala que acostumbraba salir de la cama “y<br />
deambular desnudo hasta el amanecer para entretener el<br />
insomnio cuando no había nadie más en casa” (GGM, ibídem,<br />
p. 53).<br />
En la cama y en el juego<br />
Llegamos pues a un último aspecto para cerrar nuestro<br />
diagnóstico: la relación de Bolívar con las mujeres, que no<br />
pasa inadvertida para ninguno de los tres autores. Cada uno<br />
ofrece una visión distinta. Pasamos del tono elogioso de<br />
Mutis –nos dice simplemente que el héroe fue un “hombre<br />
en extremo afortunado con las mujeres”– a leer el relato<br />
de unos comportamientos sexuales que podemos calificar<br />
de curiosos en la pluma de García Márquez, y de patológicos<br />
en la de Rosero. Estos conforman un nuevo síntoma: la<br />
tendencia a la promiscuidad, que en repetidas ocasiones se<br />
acompañó de altas dosis de irresponsabilidad, de conductas<br />
riesgosas y de comportamientos heteroagresivos.<br />
En vísperas del último viaje, el general garciamarquiano<br />
intenta más de una vez tener un último encuentro íntimo<br />
con Manuela, pero el cuerpo lo traiciona. Otra cosa fueron<br />
los años de gloria, en los que puso en riesgo su causa por<br />
culpa del incontenible apetito sexual: “[…] se decía que por<br />
lo menos tres batallas se habían perdido en las guerras de<br />
independencia sólo porque él no estaba donde debía sino<br />
en la cama de una mujer” (GGM, ibídem, p. 119).<br />
Nos cuenta el nobel que en una estadía en Mompox tuvo<br />
un encuentro con la blanquísima Josefa Sagrario, quien le<br />
pidió una noche extra. Pese a informaciones según las cuales<br />
Santander lo derrocaría, se quedó diez más. Y por la
66 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
misma pluma sabemos que un lancero se mudó de la mansión<br />
presidencial de Lima porque no soportaba los alaridos<br />
de los encuentros amorosos del Libertador.<br />
El asunto se torna más grave cuando actúa contra la voluntad<br />
de las mujeres. En la capital peruana rasuró todo el<br />
cuerpo, hasta las cejas, de una “doncella de vellos lacios que<br />
le cubrían hasta el último milímetro de su piel de beduina”,<br />
relata García Márquez (ibídem, p. 214). Y en La carroza de Bolívar<br />
el asunto pasa la raya: el prócer envía un destacamento<br />
de jinetes a Pasto para raptar a Chepita Santacruz, de apenas<br />
trece años. “A menos de una legua de allí la aguardaba el<br />
Libertador. La usó de inmediato, y la siguió usando al descampado<br />
durante toda esa marcha forzada hasta las puertas<br />
de Quito, seis días después. Sólo entonces la devolvió a Pasto”<br />
(Rosero, ibídem, p. 204).<br />
El caso más intenso y dramático es el de Fátima Hurtado,<br />
pastusa de catorce años que vivía al cuidado de su abuela. La<br />
fama de su belleza llegó a oídos de Su Excelencia. Cuando el<br />
general llegó a la casa, la abuela se la entregó en los brazos.<br />
No pudo poseerla: la recibió muerta. La novela de Rosero<br />
dice que la emprendió a patadas contra un árbol y luego se<br />
arrodilló a vomitar.<br />
La génesis de la bipolaridad<br />
Serían necesarias algo más de dos décadas a partir de<br />
nuestra consulta imaginaria con el Libertador para que la<br />
psiquiatría conceptualizara su dolencia. A mediados del siglo<br />
XIX, Jules Baillarger y Pierre Falret hablaron de una enfermedad<br />
que tenía fases de manía y melancolía. El primero<br />
la llamó locura de forma dual y el otro, locura circular. A comienzos<br />
del siglo XX, Emil Kraepelin hizo una descripción más detallada<br />
que la de sus predecesores y acuñó el concepto de<br />
psicosis maniacodepresiva, que desde 1994 se conoce como trastorno
Bolívar, dos hombres, un héroe<br />
67<br />
bipolar. No es de descartar que en un futuro lo llamen trastorno<br />
de la regulación del afecto, como se sugiere para algunos cuadros<br />
clínicos en una eventual quinta versión del Diagnostic and statistical<br />
manual of mental disorders (DSM-V), 2 de la Asociación Estadounidense<br />
de Psiquiatría.<br />
Como se observa en nuestro paciente imaginario, es un<br />
trastorno en el que alternan o coexisten episodios de gran<br />
exaltación (manía) e hiperactividad (hipomanía) con momentos<br />
de depresión. Hoy en día sabemos que el trastorno<br />
bipolar tiene un alto componente hereditario y se origina<br />
en una alteración de los circuitos cerebrales que equilibran<br />
el estado de ánimo.<br />
Gracias a los estudios del psiquiatra suizo-estadounidense<br />
Jules Angst, se conoce que en la evolución de la enfermedad<br />
bipolar los cuadros de manía e hipomanía, tan floridos<br />
y recurrentes en la adolescencia o la juventud temprana, se<br />
tornan paulatinamente menos frecuentes. Entonces la depresión<br />
comienza a ser la protagonista, y con frecuencia<br />
tiende a ser crónica, como lo describe Gabo en su novela.<br />
Todos los seres humanos presentan variaciones anímicas<br />
de acuerdo con las circunstancias ambientales y sus vivencias<br />
íntimas. Se trata de periodos de alegría o de tristeza, relacionados<br />
y adecuados a la circunstancia, y siempre pasajeros.<br />
Lo que marca la diferencia en el paciente bipolar es que sus<br />
respuestas ante los estímulos son exageradas y prolongadas.<br />
Los síntomas suelen aparecer desde la infancia. Primero<br />
se manifiestan con comportamientos oposicionistas e hiperactividad,<br />
síntomas que el Bolívar histórico presentó en su<br />
infancia y que hicieron que su padre y después su tío Carlos<br />
Palacios cambiaran continuamente a sus institutores, incluidos<br />
los mismos Simón Rodríguez y Andrés Bello. También<br />
es probable que se presente cierta precocidad sexual.<br />
2. Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales.
68 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
El paciente bipolar suele ser impulsivo. Tiene, por tanto,<br />
mayor riesgo de abuso de sustancias y suicidio. En su corte<br />
de pacientes bipolares suizos, Angst observó que el 29 por<br />
ciento se quitaron la vida.<br />
La psiquiatría paulatinamente ha aceptado algunas de las<br />
categorías sugeridas por el psiquiatra armenioestadounidense<br />
Hagop Souren Akiskal para el trastorno bipolar: el<br />
trastorno bipolar tipo I, que consiste en periodos de depresión<br />
que alternan con fases de manía en las que el paciente<br />
pierde el contacto con la realidad; el trastorno bipolar tipo<br />
II, el más frecuente y difícil de diagnosticar, en el que se<br />
combina la depresión con la hipomanía, entendida como<br />
hiperactividad y euforia; y el trastorno bipolar tipo III, que<br />
corresponde a cuadros de hipomanía o manía desencadenados<br />
por el alcohol, las sustancias psicoactivas o algunos<br />
fármacos como los antidepresivos tricíclicos.<br />
En su tiempo, Bolívar habría tenido pocas esperanzas de<br />
recibir un tratamiento apropiado. Fue en la mitad del siglo<br />
XX cuando se descubrieron las bondades del litio para<br />
estabilizar a los pacientes, aunque la toxicidad derivada de<br />
su uso fue cuestionada. Enfoques posteriores se centraron<br />
en tratar cada fase sintomática –por un lado antidepresivos<br />
para la melancolía y por otro antipsicóticos para la manía–<br />
y años más tarde, a partir de los ochenta, se emplearon los<br />
anticonvulsivantes y moduladores del ánimo. Estos fármacos,<br />
al estabilizar las alteraciones neurobiológicas de las redes<br />
y circuitos cerebrales que dan lugar al trastorno bipolar,<br />
impiden la aparición de nuevos episodios afectivos. Ya sean<br />
manifestaciones de tinte depresivo, maníaco o hipomaníaco,<br />
estos medicamentos estabilizan el comportamiento del<br />
paciente y mejoran su calidad de vida. Mejor dosificado,<br />
hoy vemos un resurgir del litio como terapia, así como la<br />
aparición de nuevos estabilizadores del ánimo.
Bolívar, dos hombres, un héroe<br />
69<br />
Si apareciera en mi consultorio, a este Bolívar literario<br />
yo le habría recetado un estabilizador del ánimo para yugular<br />
los síntomas de su bipolaridad, posiblemente de tipo II.<br />
También le habría recomendado psicoterapia para monitorear<br />
el tratamiento y enseñarle a identificar los disparadores<br />
de sus síntomas.<br />
En conclusión, tenemos varios indicios para sospechar<br />
que el Simón Bolívar descrito por Mutis, Gabo y Rosero es<br />
bipolar y que le estamos dando el tratamiento acertado. Son<br />
notorios los altibajos emocionales, el escaso control de sus<br />
impulsos sexuales, la agresividad, la megalomanía, la distractibilidad<br />
y, en ciertos intervalos, momentos de frustración,<br />
pesimismo y tristeza. 3<br />
Sin embargo, cabe preguntarse: ¿es un mismo personaje<br />
o son dos personajes distintos? ¿Es lícito amalgamar las visiones<br />
de tres escritores para hacer una sola interpretación?<br />
En efecto, cuando se juntan opiniones diversas sobre una<br />
persona, y entre estas opiniones se incluyen las de críticos<br />
y admiradores, es casi inevitable concluir que esta presenta<br />
un carácter dual, o al menos que es francamente inestable.<br />
Aun así, para cualquier psiquiatra es verosímil que el Simón<br />
Bolívar de los tres escritores sea una misma persona.<br />
En la personalidad bipolar pueden fácilmente convivir el<br />
hombre reflexivo descrito por Mutis, el líder con sus debilidades<br />
humanas contado por Gabo y el promiscuo con<br />
rasgos de sadismo que pinta Rosero. La moneda tiene dos<br />
caras, pero siempre será una sola.<br />
3. En este análisis nos valemos exclusivamente de los relatos construidos por los tres<br />
escritores. Sin embargo, la bipolaridad en el Bolívar histórico ha sido analizada<br />
por Isidoro Medina Patiño en su libro Bolívar, genocida o genio bipolar (2009).
4<br />
El hijo de David<br />
El duelo como eje central en la novela La luz difícil,<br />
de Tomás González.<br />
Camilo Umaña Valdivieso
CAMILO UMAÑA VALDIVIESO (Bucaramanga, <strong>Colombia</strong>, 1957). Médico psiquiatra<br />
desde 1986 y artista plástico desde 1969, es miembro activo de la Asociación<br />
<strong>Colombia</strong>na de Psiquiatría; la Asociación <strong>Colombia</strong>na de Psiquiatría Biológica; la<br />
Asociación <strong>Colombia</strong>na de Trastornos del Ánimo, y de la Asociación <strong>Colombia</strong>na<br />
Contra la Depresión y el Pánico. Asimismo es psiquiatra fundador de la clínica<br />
psiquiátrica Isnor, en Bucaramanga; director del programa radial Nuestra mente, en la<br />
Radio UIS Bucaramanga; y colaborador del periódico Vanguardia Liberal. Como artista<br />
plástico ha realizado exposiciones individuales y colectivas en <strong>Colombia</strong>, Francia,<br />
España e Italia.<br />
En este escrito, el autor hace una reflexión sobre el duelo a partir de la experiencia<br />
de David, personaje creado por Tomás González (Medellín, 1950) en la novela La<br />
luz difícil, publicada en 2011.<br />
Advertencia<br />
Las citas textuales han sido tomadas de la edición abajo<br />
mencionada. Dentro del texto, entre paréntesis, se<br />
anotan los números de página correspondientes.<br />
• GONZÁLEZ, Tomás. La luz difícil. Alfaguara, Bogotá,<br />
2011.
Cuadro clínico<br />
El paciente presenta aislados episodios de lo que denomina<br />
“melancolía”, confiesa que a veces siente “claustrofobia” y<br />
que toma ansiolíticos para paliar su natural desazón: su hijo<br />
está a punto de morir por decisión propia. No hay motivo<br />
para recomendar terapia ni administración de fármacos. Su<br />
duelo es una lección de vida.<br />
Todo duelo es una gama de sentimientos y pensamientos<br />
que desarrollamos para adaptarnos a una<br />
pérdida, bien sea la de una persona, un objeto o<br />
una abstracción que signifique un vínculo amoroso en<br />
nuestra existencia. Solucionarlo es un proceso ineludible.<br />
Por más que queramos evitarlo, el duelo nos persigue como<br />
una sombra, nos envuelve de diversas maneras, muchas de<br />
ellas absorbentes y oscuras como hoyos negros, de las que<br />
es difícil escapar; pero otras tantas enriquecedoras y claras<br />
como amaneceres, que nos ayudan a seguir viviendo.<br />
Ese es el tema de La luz difícil: no un solo duelo, sino varios,<br />
y de diferentes vertientes, que se van enlazando en un<br />
tejido sutil de experiencias vivificantes que iluminarán el<br />
viaje de David, su protagonista, hacia la luz. La novela de<br />
Tomás González está llena de símbolos literarios en relación<br />
con la muerte y el duelo, pero también de guiños terapéuticos<br />
sobre la forma como el duelo puede generar vida.<br />
El bueno de David<br />
A sus 76 años, y ya retirado en una pequeña finca de<br />
La Mesa, Cundinamarca, donde vive solo al borde de un<br />
abismo, David ha decidido escribir la historia de su vida. Y
76 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
ni siquiera. Es, en particular, el relato de cómo vivió él la<br />
muerte de su hijo medio, Jacobo, quien decidió, con la venia<br />
de toda la familia, quitarse la vida, al no soportar más el<br />
dolor intratable y permanente que le produjo tiempo atrás<br />
un accidente de tránsito en el que perdió la movilidad de<br />
las piernas. Y esta evocación le permite reflexionar sobre<br />
su vida, sobre sus dolores y sus dichas, sobre sus yerros y sus<br />
aciertos, sobre sus amores y sus conflictos, con la clarividencia<br />
del sabio que ha vivido y que, en la aparente oscuridad<br />
que significan las pérdidas, puede hallar plenamente<br />
la luz.<br />
Lo paradójico es que la luz del conocimiento se le muestra<br />
a David cuando ya prácticamente el velo de la ceguera<br />
nubla su visión, esa que tanto disfrutó como pintor en sus<br />
años vigorosos. A David le gustaba llevar al lienzo objetos en<br />
ruinas, aquellos que bajo el óxido del tiempo dan testimonio<br />
de que “lo que el hombre abandona se deteriora y empieza<br />
a ser otra vez inhumano y bello” (González, ibídem,<br />
p. 19). Se hace bello a través del arte, y David es un artista<br />
que, justo en el momento en que encuentra con su familia<br />
un lugar apacible, amplio e iluminado, el infortunio –que<br />
“es siempre como el viento: natural, imprevisible, fácil”–<br />
rompe de un tajo la armonía de su casa “cuando estaba pintando<br />
mejor que nunca” (González, ibídem, p. 20).<br />
En el momento en que escribe, David ya ha perdido a<br />
uno de sus hijos; ha perdido prácticamente la visión, y por<br />
ende, la posibilidad de pintar; ha perdido a su esposa y a su<br />
gato, al que todavía le parece sentir avanzar por la cocina;<br />
y mientras escribe, también está despidiéndose de las palabras.<br />
Y sin embargo, cuanta más oscuridad hay a su alrededor,<br />
más luz hay en su corazón.<br />
La luz difícil es una intensa reflexión sobre el proceso de<br />
la vida y de la muerte. Si deseáramos traer una frase del libro<br />
que plasmara el duelo en toda su dimensión, sería esta:
El hijo de David<br />
77<br />
“[…] mi figura ha ido espiritualizándose o evaporándose.<br />
Es decir, alejándose cada vez más de las cosas del mundo e<br />
incursionando en la muerte, que no existe, y en el mundo<br />
infinito en el que en realidad estamos” (González, ibídem,<br />
pp. 53-54). Y si deseáramos pensar que el arte significa decir<br />
muchas cosas en un corto espacio, entonces La luz difícil<br />
logra su cometido, pero aun así tendríamos que abrir varias<br />
veces el libro tratando de extraer de la fruta el máximo jugo,<br />
gracias a la vocación de David de enseñarnos con su propio<br />
ejemplo que la vida es una combinación indescifrable de<br />
dicha y dolor. En relación con el hijo de David, Jacobo, Tomás<br />
González nos pone a identificarnos con la frase sentenciosa<br />
del escritor japonés Haruki Murakami: “El dolor es inevitable,<br />
el sufrimiento es opcional”. Cuando el dolor permanente<br />
del cuerpo se convierte en una razón válida para<br />
querer morir, estamos hablando de sufrimiento, de un padecimiento<br />
que, según podemos interpretar en el autor, es<br />
susceptible de ser soportado o no, decisión que queda a discreción<br />
de quien lo vive.<br />
El encanto de transformar el duelo en vida<br />
En todo duelo se mueven sensaciones encontradas, que<br />
van desde la no aceptación de la pérdida hasta el profundo<br />
agradecimiento por haber podido compartir una dicha<br />
transitoria con el que ya se fue. En medio de esta ambivalencia,<br />
es normal que se atraviesen emociones difíciles de<br />
manejar, como el sentimiento de culpa por lo que se dejó de<br />
hacer o por lo que creemos que hicimos mal. Lo que es inevitable<br />
es la resolución. El duelo es un tobogán imparable<br />
hacia la aceptación final de la pérdida, aunque en esa caída<br />
nos podamos desviar por senderos oscuros y turbios que nos<br />
pueden llevar a la depresión simple o, más grave aún, a otras<br />
cuevas de la psicopatología mental, como la psicosis.
78 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
Y esto ocurre porque, por más que finjamos estar preparados,<br />
toda pérdida genera un vacío existencial que solo<br />
se puede experimentar cuando esa pérdida ocurre. La conciencia<br />
de los hechos es la que produce el duelo: la noticia<br />
de la muerte. A partir de ahí, todo depende de nuestra<br />
maleta existencial, de lo que hayamos cultivado dentro de<br />
nosotros para asumir esa pérdida como un proceso más en<br />
el camino de la vida, o como una catástrofe superior a nosotros<br />
que amenaza con derrotarnos.<br />
En el primer caso, lo normal es que nos dejemos invadir<br />
de tristeza, que nos concentremos en el dolor que nos<br />
produce la partida, y entonces evoquemos los momentos<br />
que vivimos al lado de esa persona, sus características más<br />
sobresalientes que nos hicieron amarla. Ese dolor es sano<br />
y, además, necesario, siempre y cuando seamos conscientes<br />
de que será temporal, de que la pérdida es inevitable y el<br />
único remedio es abrir los ojos de nuevo y avanzar. Es una<br />
decisión personal. Al fin y al cabo, no ha sido el primero.<br />
Como transeúntes de la vida, perdemos cada día parte<br />
de nuestro destino; vivimos haciendo duelos de todo tipo<br />
y a cada instante, aunque solo tendemos a reconocer los<br />
de mayor impacto, aquellos que nos recuerdan que somos<br />
mortales, finitos ante la eternidad.<br />
Los sentimientos que se evocan en este tipo de duelos<br />
son generalmente de una magnitud proporcional a los que<br />
se manifestaron durante la vida del que se fue. Así también<br />
es el dolor. Experimentarlo como algo real que podemos<br />
aceptar y cargar un tiempo mientras nos acostumbramos a<br />
que “ya no está” es indispensable para que todas las emociones<br />
que nos acompañan se transformen en la sazón que<br />
condimente nuestro recuerdo, y a la vez, sean esas las emociones<br />
que se reproduzcan en todos los duelos por venir.<br />
La personalidad que nos adorna, nuestra forma de conectarnos<br />
con la realidad, no es ajena al proceso de duelo y
El hijo de David<br />
79<br />
nos acompaña en el proceso. Ella determina en gran medida<br />
la forma como lo manejemos. Cuando nuestras relaciones<br />
con la realidad son de apego pero sin independencia,<br />
es decir, cuando es el apego el que nos gobierna, el duelo<br />
se torna difícil porque nos impide actuar frente a él con<br />
libertad. Las personas con este tipo de apegos esclavizantes<br />
tienden a creer que la opción para no sufrir es condolerse,<br />
mantener a todas horas el fuego de la muerte en los ojos, y<br />
por ese camino, pierden la calma y se aproximan a un proceso<br />
depresivo que puede traer consecuencias adversas.<br />
Un rasgo fundamental en el duelo es el cierre del ciclo.<br />
Generalmente, el proceso se inicia en el momento de<br />
la muerte del ser querido, a partir del cual las personas se<br />
pasean por el duelo durante el primer año, en una suerte<br />
poética que los sitúa de nuevo en las fechas importantes de<br />
los últimos doce meses del fallecido. Quien vive el duelo<br />
acompaña su soledad de fechas simbólicas que recuerdan<br />
el duelo: hay un primer cumpleaños sin esa persona, una<br />
primera vacación, una primera Navidad… Y así va rememorando<br />
lo sucedido hasta la conmemoración del primer<br />
año de la pérdida. Luego, todo es repetición. Si hemos sido<br />
vivaces y altivos ante el dolor, dejaremos que el tiempo nos<br />
diga que ha llegado el tiempo de cambiar el dolor por tranquilidad,<br />
de enfocar las energías a la alegría de haber disfrutado<br />
a esa persona, y de, en últimas, no haberla perdido.<br />
Son formas de aceptación que están en nuestras manos, o<br />
mejor, en nuestra mente.<br />
En cambio, cuando la pérdida no se admite y el ciclo no se<br />
cierra, la vida comienza a patinar sobre sí misma: no fluye.<br />
En estos casos, la negación suele envolvernos bajo una sombra<br />
que nos arrebata la luz y nos conduce inevitablemente<br />
hacia las tinieblas. Sentirse triste está bien, pero cuando la<br />
aflicción es permanente, el duelo se torna insano.
80 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
Un mal duelo tiende a hacernos caer en la depresión.<br />
Pero no es una depresión cualquiera. Es una sensación persistente<br />
de congoja que no permite sentir placer por nada.<br />
El deprimido no solo se regodea en su pesar, sino que piensa<br />
consistentemente y durante un tiempo prolongado que<br />
nada vale la pena y, por lo tanto, no tiene sentido ni siquiera<br />
despertarse. A veces la persona deprimida no pude<br />
dormir, o se despierta de repente en la noche sin poder<br />
conciliar de nuevo el sueño, pensando en ideas fijas como,<br />
por ejemplo, la terrible pesadumbre de la pérdida que lo<br />
agobia. Puede ocurrir también que escuche voces negativas<br />
que recalquen el mensaje: “Tú no sirves para nada, ya no<br />
queda nada por hacer”. Es la depresión psicótica, que poco<br />
a poco va convenciendo a la persona de encontrar la mejor<br />
salida a su dolor: la muerte. Y hasta puede que la persona<br />
se concentre en adelante en planear el suicidio, y tenerlo de<br />
tal forma elaborado que reavive súbitamente su entusiasmo,<br />
que se le note contento, que parezca que ha salido adelante.<br />
No es sino una falsa mejoría: se encuentra feliz porque ya<br />
sabe cómo se va a matar.<br />
El duelo patológico se presenta, y uno puede detectarlo<br />
en consulta, cuando de manera permanente el individuo<br />
no funciona, ni para sí ni para los demás, ni en su trabajo ni<br />
en su casa, ni con su familia ni con sus amigos. No es capaz<br />
de hacer nada, no tiene ningún vínculo con las cosas que<br />
lo rodean ni con los recuerdos. Por supuesto, no todos los<br />
síntomas se dan al mismo tiempo ni en todos los pacientes.<br />
La labor del psiquiatra es ir evaluando los síntomas para<br />
saber cómo y cuándo interceder.<br />
Está visto, eso sí, que la soledad no suele ser una buena<br />
consejera, aunque haya personas capaces de superar el<br />
duelo de esta forma. La compañía de las personas que nos<br />
rodean y nos quieren, nos alivian el camino del dolor, así<br />
como las distintas formas de religiosidad o el desarrollo de
El hijo de David<br />
81<br />
una filosofía de vida que nos haga aceptar las pérdidas como<br />
parte de la existencia. Sea como fuere, el duelo se resuelve<br />
en el momento en que uno acepta que la persona ya no está,<br />
o mejor, que está dentro de uno; no el cadáver, sino la persona<br />
viva, el alma vibrante del que se fue, por quien vale la<br />
pena regocijarse.<br />
Eso es, ni más ni menos, lo que le sucede a David. A pesar<br />
de sus múltiples duelos, su espíritu continúa vivo. En<br />
este sentido, son edificantes las permanentes reacciones que<br />
tiene en la finca de La Mesa, cuando su mujer ya se ha ido.<br />
Mientras escribe, imagina lo que habría opinado su esposa<br />
si estuviera viva, y hasta se ríe de sus ocurrencias. El alma de<br />
Sara permanece intacta en su corazón.<br />
La solución estética<br />
David se enfrenta de mil formas a la muerte. La muerte<br />
de sus seres queridos, la muerte de la ilusión a través de<br />
la razón científica, la muerte de la nitidez, la muerte de la<br />
pintura. ¿Qué anclaje en la vida le queda entonces?<br />
Como buen alquimista del arte, experto en la luz y en las<br />
sombras, David detiene el paso del tiempo y de la muerte<br />
en sus lienzos. El ojo del artista reconoce detalles a su alrededor<br />
que normalmente nuestros ojos no verían. Pinta<br />
como entendiendo que todo tiene un final, que todo sufre<br />
un desgaste, y que la belleza de la vida está más allá de lo que<br />
comprendemos como perfección. Pareciera que nos dijese,<br />
gracias a su sensibilidad, que toda sombra guarda una<br />
luz, un chorro de luz fugaz como un abrazo de vida ante la<br />
muerte: “[…] solo voy a gozar de la luz de los sonidos, y de<br />
la luz de la memoria y de su luz sin formas, pues mi vida se<br />
está yendo sin remedio” (González, ibídem, p. 42).<br />
Sin una visión estética del mundo, el paso del tiempo<br />
para David habría sido insoportable. Así como recobró ob-
82 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
jetos olvidados en su entorno por el hombre y los llevó a la<br />
pintura, asimismo, desde la vejez, recuperó para su mundo<br />
interior el sentido del deleite por los mínimos detalles: el<br />
jardín amorosamente cultivado por su amada Sara, la caricia<br />
indiferente del que fuera su gato Cristóbal, la mirada<br />
inteligente de su hijo Jacobo, el carácter genuino de Ángela,<br />
su mucama… Todas estas son imágenes que su mente<br />
recuerda y que, en un acto de absoluta vitalidad, plasma en<br />
la escritura narrando su historia cuando paradójicamente<br />
se le está yendo la luz.<br />
David crea la bitácora de un navegante que llega a un abismo<br />
plasmado de color y de formas que se difuminan en la<br />
medida que la ceguera avanza. Su bitácora es, precisamente,<br />
esa actitud estética frente a la vida, a pesar de los óbices que<br />
encuentra en su camino. Al final presenciamos, incluso, la<br />
muerte de la palabra, cuando emerge con su disortografía<br />
el vocablo “marabilloso”, que no lo podemos interpretar<br />
de otra manera sino como la ruptura con las formas prediseñadas<br />
y rígidas de la gramática de la vida, que David ha<br />
hecho por su profunda experiencia de la vida y de la muerte.<br />
¿Por qué el duelo no puede llegar a tener su ganancia<br />
dependiendo del punto de vista con que se mire? Quizás,<br />
más allá de las formas o maneras en que se nos presenta la<br />
vida, con sus dificultades, sus obstáculos, sus infortunios,<br />
lo importante sea el milagro que anida en ella: lo marabilloso.<br />
El remedio es aprender<br />
Más que el duelo al que se aproxima David en La luz difícil,<br />
lo que lo agobia es, realmente, lidiar con la anticipación,<br />
esa larga espera hacia la muerte desde que su hijo decidió<br />
que no soportaba seguir viviendo. Independientemente de<br />
la discusión ética en que nos sitúa Tomás González alrededor<br />
de dejar o no a un hijo quitarse la vida por dolor –no
El hijo de David<br />
83<br />
lo pensaba “como un final sino como las puertas de su liberación,<br />
de su redención” (González, ibídem, p. 37)–, es<br />
claro que David, al igual que su esposa, podían consentir,<br />
pero no fingir.<br />
En los meses previos a la defunción de Jacobo, David comienza<br />
a tomar ansiolíticos, en particular clonazepam. Dice<br />
que se lo recetaron hace tres meses, pero no sabemos muy<br />
bien quién ni por qué. Él dice que los toma cuando siente<br />
que le va a dar claustrofobia, pero las circunstancias hacen<br />
pensar que no se trata de claustrofobia sino de ansiedad. Es<br />
probable –pero es solo una especulación psiquiátrica, pues<br />
no tenemos más información que la que el propio David<br />
nos ha querido soltar– que lo haya tomado y que incluso se<br />
lo haya autorrecetado para aliviar el insomnio y su intranquilidad<br />
frente a lo que estaba por venir. David admite que<br />
durante su vida ha tenido períodos de honda melancolía,<br />
instantes en que se desconecta del mundo y se ensimisma.<br />
Pero luego vuelve y la vida continúa, y su familia lo comprende<br />
y se lo respeta.<br />
No hay ni en el carácter ni en el comportamiento de David<br />
un signo de alerta que nos lleve a vigilarlo de cerca. En<br />
mi opinión, ni siquiera los ansiolíticos habrían sido necesarios.<br />
Mucho menos después del duelo, cuando David<br />
asume la muerte como una experiencia más de la vida, o<br />
mejor, como algo inexistente. La madurez de David para<br />
superar el dolor y la muerte está suficientemente descrita<br />
como para, además, intervenir terapéuticamente. La ayuda<br />
solo es conducente cuando el duelo se encamina hacia el<br />
llamado duelo patológico, cuando las negaciones a la pérdida<br />
nos sumergen en procesos depresivos que pueden acompañarse<br />
de formas psicóticas de negación. En estos casos se<br />
requieren incluso medidas farmacológicas para retornar a<br />
la vida social, académica y laboral sin limitaciones.
Sin embargo, el duelo es un proceso que se debe atravesar,<br />
ojalá, sin prescripción de medicamentos. Más cuando<br />
se trata de una persona como David, un artista, a quien el<br />
duelo lo hizo ver la vida de manera más profunda. Eso es lo<br />
que deberíamos aprender de su duelo, y de su vida.
5<br />
Florentino Ariza:<br />
Quijote y Don Juan<br />
Una patobiografía del protagonista de El amor en los tiempos<br />
del cólera, de Gabriel García Márquez.<br />
Pedro G. Guerrero G.
PEDRO G. GUERRERO G. (Bogotá, 1937) es médico psiquiatra y sexólogo;<br />
profesor titular de la Facultad de Medicina de la Fundación de Ciencias de la Salud<br />
(Hospital San José); profesor de la Facultad Medicina de la Universidad del<br />
Rosario, y profesor emérito del Hospital Militar Central de Bogotá. Es también<br />
miembro asociado de la Sociedad <strong>Colombia</strong>na de Urología, miembro emérito de la<br />
Asociación <strong>Colombia</strong>na de Psiquiatría y presidente exoficio de la Sociedad Bogotana<br />
de Sexología. Ha publicado varias obras como autor o coautor. Entre ellas, Sexo en<br />
pareja (Editora Cinco, 1985), Sexualidad en los niños (Editora Cinco, 1986), Miedo al sexo<br />
(Presencia, 1988), La obra de la sexualidad, el amor y la familia (Prolibros, 1995) y Lecciones<br />
de sexología clínica (Altavoz, 2007). En coautoría con el doctor Alonso Acuña ha publicado<br />
los títulos El honorable miembro (Grijalbo, 1998), La pirámide del amor (Mondadori,<br />
2001), La otra cara del amor (Mondadori, 2002) y El matrimonio virtual (Mondadori,<br />
2003). En los periodos 1993-1995 y 1998-2000 dirigió el Proyecto de Educación<br />
Sexual del Ministerio de Educación.<br />
En este ensayo, el especialista analiza la personalidad de Florentino Ariza, protagonista<br />
de El amor en los tiempos del cólera (1985), de Gabriel García Márquez. El relato<br />
cuenta la historia de los amores frustrados de Florentino y Fermina Daza, consumados<br />
después de más de medio siglo de espera.<br />
Advertencia<br />
Salvo que se indique otra cosa, las citas textuales han<br />
sido tomadas de la edición abajo mencionada. Dentro<br />
del texto, entre paréntesis, se anotan los números de<br />
página correspondientes.<br />
• • GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel (GGM). El amor en<br />
los tiempos del cólera. Editorial La Oveja Negra. Bogotá,<br />
1985.
Cuadro clínico<br />
El personaje manifiesta haberse enfermado de amor en su<br />
juventud, y exhibe con orgullo seis blenorragias contraídas<br />
como resultado de relaciones con seis centenas de mujeres.<br />
No se observa, sin embargo, trastorno mental ni necesidad de<br />
tratamiento psiquiátrico. Se descarta tajantemente una adicción<br />
al sexo y se refuta la existencia de tal patología.<br />
Nota del editor<br />
¿Puede un hombre enfermar de amor? Ahí está el caso de Florentino Ariza.<br />
Su madre tenía que cuidarle las fiebres y el vómito típicos del cólera pero<br />
que eran en realidad síntomas de que se estaba muriendo por Fermina Daza.<br />
Comía flores de todos los calibres mientras le escribía cartas ardientes en sus<br />
ataques de ansiedad y, ya de adulto, tras el rechazo de Fermina, se dedicó<br />
a cultivar sus ansias de seductor profesional solo para paliar el dolor por la<br />
pérdida irreparable que, sin embargo, él consideraba apenas pasajera. Tuvieron<br />
que pasar cincuenta y tres años, siete meses y once días antes de que<br />
Florentino pudiera descargar su amor en los brazos ya seniles de Fermina. En<br />
el interludio, sin embargo, se entregó a las faldas de amantes furtivas, convencido<br />
de que “el amor ilusorio por Fermina podía ser reemplazado por un<br />
amor terrenal” (GGM, ibídem, p. 197); en su intento por “encontrar alivio<br />
para el dolor de Fermina” y saciar un brío que él no sabía muy bien si “era una<br />
necesidad de la conciencia o un simple vicio del cuerpo” (p. 239).<br />
Uno podría colegir que este “halconero sin sosiego” (p. 256) era un adicto<br />
sexual, un ser incapaz de controlar sus ímpetus y encontraba cualquier cantidad<br />
de justificaciones para lograr sus cometidos, no todos ellos precisamente<br />
responsables. “Levantaba sirvientas en los parques, negras en el mercado, cachacas<br />
en las playas, gringas en los barcos de Nueva Orleans” (p. 240). Alcanzó<br />
a sufrir seis blenorragias, pero lejos de preocuparse por ello, se jactaba<br />
de que tal enfermedad era más bien un trofeo de guerra. Puso en riesgo la vida
90 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
de una de sus amantes, Olimpia, al escribirle en el vientre el letrero posesivo<br />
de “Esta cuca es mía”, provocando así indirectamente el asesinato de la pobre<br />
a manos de su marido, que vengó así su deshonra. Y en sus últimos años llegó<br />
a seducir a una muchachita de catorce años (de la que era su tutor), quien<br />
se entregó a sus brazos y luego no pudo soportar el rechazo de su amante por<br />
Fermina y se quitó la vida.<br />
Pero una cosa es lo que puede pensar un lector desprevenido y otra como<br />
opera la psiquiatría. ¿Puede un hombre como Florentino enfermar de amor?<br />
En el siguiente ensayo podemos obtener la respuesta.<br />
Fernando Gómez Garzón<br />
La división artificial entre materia y espíritu, entre<br />
cuerpo y alma, hace parte de la herencia de nuestra<br />
civilización occidental. En asuntos sentimentales las<br />
ideas platónicas diferencian entre un Eros divino, consejero<br />
de amantes virtuosos, y un Eros vulgar que solo inspira<br />
bajas pasiones y acciones perversas. Así pues, por la fuerza<br />
de la costumbre y de acuerdo con nuestra ideología, dividimos<br />
el sentimiento amoroso en dos: de una parte, el amor<br />
espiritual o “puro” y de la otra el amor concupiscente, el<br />
amor carnal preñado, este sí, de erotismo y sensualidad.<br />
Sin embargo, el amor es uno solo, bien si toma el camino<br />
del placer y la satisfacción sexual o si se sublima y se disfraza<br />
con los velos del pudor. El mejor ejemplo de este dualismo<br />
en la narrativa colombiana es, sin duda alguna, Florentino<br />
Ariza, el inolvidable protagonista de El amor en los tiempos del<br />
cólera, de Gabriel García Márquez, cuya patobiografía intentaremos<br />
en el presente ensayo.<br />
Sea el momento de una corta digresión, antes de entrar<br />
en materia, para precisar algunas definiciones que nos parecen<br />
indispensables. Entendemos por sexualidad el conjunto<br />
de pensamientos, emociones, actitudes y conductas que
Florentino Ariza: Quijote y Don Juan<br />
91<br />
le permiten al ser humano la práctica de la función sexual; y<br />
a esta, como el ejercicio consciente y voluntario del sistema<br />
genital con fines placenteros, en primer lugar, y secundariamente<br />
reproductivos. En cuanto al vocablo erotismo, consideramos<br />
que expresa los factores culturales, enriquecedores<br />
de la voluptuosidad de la función sexual.<br />
En cuanto al amor, son innumerables las definiciones que<br />
se han hecho sobre el tema a través de la historia, casi todas<br />
en los escenarios de la filosofía y del arte. Tan solo en las últimas<br />
décadas, las neurociencias, la genética y la bioquímica<br />
nos han dado luces acerca de tal sentimiento. Recordemos<br />
que el hombre está hecho de naturaleza y cultura, y en este<br />
orden de ideas el amor es ante todo un sentimiento, una<br />
pasión cuyo origen se encuentra en lo que nos resta del instinto<br />
sexual de los mamíferos, pero al ser moldeado por la<br />
cultura nos permite la intimidad con otras personas.<br />
Aclarado lo anterior, debemos retomar el hilo de nuestro<br />
discurso, cual es el estudio de la vida amorosa de Florentino<br />
Ariza, y determinar, si nos fuese posible, la normalidad<br />
o la patología de su conducta sexual. A pesar de ser un<br />
personaje de ficción, su historia sentimental nos permite<br />
entender con claridad la visión que una sociedad finisecular<br />
decimonónica, católica y conservadora, tenía acerca del<br />
amor, la sexualidad y el matrimonio y, desde luego, la de<br />
aquellos comportamientos que se apartaban de las normas<br />
morales de la época.<br />
Florentino Ariza y la psiquiatría<br />
Siguiendo el texto de Gabriel García Márquez podemos<br />
acercarnos a la personalidad de Florentino Ariza. Fue hijo<br />
único de madre soltera y padre acaudalado casado con otra<br />
mujer, pero responsable de su hijo hasta el momento de su<br />
muerte. De sus estudios la novela no nos dice nada pero po-
92 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
demos suponer, dadas sus condiciones socioeconómicas y<br />
las costumbres de la época, que debió de cursar la primaria y<br />
algunos años de bachillerato. A no dudarlo, fue un hombre<br />
inteligente, trabajador, responsable, de buenos sentimientos,<br />
honrado, buen hijo y buen ciudadano sin problemas<br />
nunca con la justicia. Y, sobre todo, buen amigo… de sus<br />
amigas. En resumen, un hombre de su tiempo y de su tierra,<br />
pero por fuera de cualquier sospecha: una persona normal.<br />
Sin embargo, un lector acucioso de los textos en estudio<br />
nos dirá que es muy difícil declarar como normal a un<br />
hombre que desde joven dio muestras de sus desvaríos. No<br />
hay más que recordar, nos dirá, que su madre tenía que curarle<br />
las fiebres y los vómitos típicos del cólera pero que en<br />
realidad eran las manifestaciones de que estaba muriendo<br />
de amor por Fermina Daza. Y ¿cómo explicar, continuará<br />
nuestro amable amigo, que una persona en sus cabales pudiese<br />
comer flores de todos los colores mientras le escribía<br />
cartas ardientes durante sus ataques de ansiedad?<br />
En verdad ¿puede un hombre enfermarse de amores?<br />
En primer lugar, debemos responderle a nuestro querido<br />
y puntilloso opinante que escribimos sobre un personaje<br />
de ficción, Florentino Ariza, hijo nada más y nada menos<br />
que del creador de Macondo, aquel reino maravilloso en<br />
donde casi todo puede ser posible, incluso morir de amor<br />
con síntomas análogos a los del cólera. En segundo lugar,<br />
“enfermar de amor” es una frase que ha ocupado miles y<br />
miles de páginas, desde el comienzo de los tiempos en la<br />
literatura de todas las culturas para designar aquellas manifestaciones<br />
somáticas que acompañan el enamoramiento.<br />
Manifestaciones que se hacen más excitantes y evidentes en<br />
los amores desairados hasta el punto de convertirse en emociones<br />
y sentimientos patológicos, todo ello por acción de<br />
los neurotransmisores cerebrales. Es decir, que lamentablemente<br />
sí podemos enfermar de amor.
Florentino Ariza: Quijote y Don Juan<br />
93<br />
Desde el bando feminista se han proferido comentarios<br />
que ponen aún más en entredicho la salud mental de<br />
nuestro personaje. Es el caso de un ensayo publicado en la<br />
revista Poligramas y titulado “Del amor, la pederastia y otros<br />
crímenes literarios: América Vicuña y las niñas de García<br />
Márquez”, en el que la profesora Nadia V. Celis no solo<br />
acusa a Florentino de abusador de menores, sino de incestuoso.<br />
La escena que despierta la indignación de la autora<br />
aparece en los capítulos finales de la novela, cuando Florentino<br />
Ariza, a los 74 años, quedó al cuidado de América<br />
Vicuña, una pariente de 14 recién cumplidos y con quien<br />
tenía un “parentesco sanguíneo reconocido”.<br />
Todavía era una niña en todo sentido, con sierras en los dientes y peladuras<br />
de la escuela primaria en las rodillas, pero él vislumbró de inmediato<br />
la clase de mujer que iba a ser muy pronto, y la cultivó para él en<br />
un lento año de sábados de circo, de domingos de parques con helados,<br />
de atardeceres infantiles con los que se ganó su confianza, se ganó su<br />
cariño, se la fue llevando de la mano con una suave astucia de abuelo<br />
bondadoso hacia su matadero clandestino (GGM, ibídem, p. 372).<br />
Ante este episodio, cuyo desenlace es el suicidio de la<br />
adolescente rechazada por su amante, Nadia V. Celis señala:<br />
“Las historias de amor de Ariza resultan tan atractivas<br />
que nos tientan a leerlo como el amante ideal que él cree<br />
que es, no como el manipulador mujeriego que salta de una<br />
cama a otra causando considerable sufrimiento y múltiples<br />
muertes violentas entre los objetos de su apetito sexual”. 1<br />
Contra estas aseveraciones, debemos señalar que es muy<br />
discutible plantear un incesto, pues el parentesco era lejano<br />
y Florentino no era el padre adoptivo de América. Y en segundo<br />
lugar, es necesario tener presente que, para los años<br />
1. Celis, Nadia V. “Del amor, la pederastia y otros crímenes literarios: América Vicuña<br />
y las niñas de García Márquez”, en revista Poligramas. Universidad del Valle.<br />
Número 33, junio de 2010, pág. 35.
94 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
de El amor en los tiempos del cólera, la edad mínima permitida<br />
para contraer matrimonio era de doce años en las mujeres<br />
y de catorce en los hombres. 2 Hoy en día Florentino sería<br />
objeto de un escándalo penal y mediático por estupro, pero<br />
en su tiempo era un hombre que obraba dentro del marco<br />
de lo normal. Además, debe advertirse nuevamente que este<br />
personaje es el fruto de las hipérboles garciamarquianas: si<br />
bien la narración goza de verosimilitud interna, las proezas<br />
de Florentino resultan francamente sobrehumanas por fuera<br />
del relato. En otras palabras, siempre hay que tener presente<br />
que El amor en los tiempos del cólera es una obra de ficción.<br />
Entonces, y para dar por terminada la controversia, nos<br />
afirmamos en nuestra apreciación acerca de la salud mental<br />
de Florentino Ariza: es una persona normal, tan normal<br />
como cualquier hombre que en el curso de su vida ha sentido<br />
la necesidad de hablar, más de una vez, con un psiquiatra.<br />
En cuanto a su vida sentimental, las cosas pueden no<br />
ser tan sencillas a juicio de nuestros lectores. De un lado,<br />
Florentino Ariza es el enamorado obsecuente y perenne de<br />
Fermina Daza durante más de medio siglo, es la copia al<br />
carbón de Don Quijote en cuanto a su veneración por Dulcinea.<br />
Pero del otro lado, mediante un extraño desdoblamiento,<br />
ese mismo enamorado fiel se transforma durante<br />
los años del matrimonio de Fermina en un cazador furtivo,<br />
en un seductor de mujeres, que de acuerdo con sus propios<br />
registros alcanzó la cifra de seiscientos veintidós amores<br />
continuados, aparte de las incontables aventuras fugaces<br />
que no merecieron ser contabilizadas. En esta encarnación<br />
2. El Código Civil colombiano sancionado el 26 de mayo de 1873 rezaba en su<br />
artículo 140: “El matrimonio es nulo y sin efecto […] Cuando se ha contraído<br />
entre un varón menor de catorce años, y una mujer menor de doce, o cuando<br />
cualquiera de los dos sea respectivamente menor de aquella edad”. En 2004 la<br />
Corte Constitucional homologó los 14 años entre hombres y mujeres.
Florentino Ariza: Quijote y Don Juan<br />
95<br />
Florentino es una especie de Don Juan con características<br />
de Casanova, dos estilos diferentes con un solo objetivo:<br />
la conquista femenina. Pero mientras Don Juan utilizaba<br />
el engaño y abandonaba a la víctima una vez satisfecho su<br />
deseo, Casanova halagaba y seducía y jamás dejó insatisfecha<br />
a dama alguna. De otra parte, Don Juan era un noble<br />
y apuesto caballero mientras Casanova, de humilde cuna,<br />
estaba lejos de ser un hombre hermoso. Florentino Ariza,<br />
desde luego, tiene mucho más de Casanova que de Don<br />
Juan; fue un perfecto seductor pero no necesitó nunca de<br />
la mentira y jamás tuvo la intención de hacer daño alguno.<br />
Entonces, nos preguntarán algunos si es posible calificar<br />
de normal a una persona como Florentino Ariza después<br />
del análisis de sus amores que hemos realizado en el párrafo<br />
anterior. ¿Cómo puede ser normal un epígono de Don<br />
Juan o Casanova? ¿No estaremos más bien, frente a un sátiro,<br />
a un libertino, a un perverso, a un promiscuo; o, como<br />
dicen ahora, a un adicto sexual? Abramos el debate.<br />
El perverso es Freud<br />
A partir de finales del siglo XIX y comienzos del XX, la<br />
psiquiatría y el psicoanálisis transformaron el pecado en<br />
anormalidad y convirtieron el viejo confesionario en el<br />
diván del analista, desde donde decidieron lo normal y lo<br />
patológico acerca de la conducta sexual. Así las cosas, Don<br />
Juan y Casanova no pudieron escapar de la lectura moralista<br />
de psiquiatras y psicólogos, y entraron a hacer parte<br />
de la larga lista de perversiones sexuales con el pomposo<br />
nombre de donjuanismo. Según Freud, “el comportamiento<br />
de Don Juan se debe, sin duda alguna, al complejo de Edipo.<br />
El don Juan busca en todas las mujeres a su madre y no<br />
la puede hallar. Sus tendencias homosexuales inconscientes<br />
pueden hacerlo sentir excitado por el contacto sexual con
96 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
mujeres pero no satisfecho. Una y otra vez buscará en vano<br />
la satisfacción con otras mujeres”. 3<br />
Don Gregorio Marañón, eminente médico y humanista<br />
español del siglo pasado, comparte las teorías del psicoanálisis,<br />
pues cree que Don Juan es un obseso por las mujeres.<br />
4 Y muchos años después, por la década de los noventa<br />
del siglo XX, la Revista MD publicó una interesante patobiografía<br />
de Casanova escrita por el doctor Félix María Martí-Ibáñez<br />
en la que afirma: “Sus rasgos psicológicos son su<br />
narcisismo, su irreligiosidad, su rebeldía contra la Ley, la<br />
indiferencia de sus amantes, su cinismo sexual, su exhibicionismo<br />
y su agresividad de tipo psicópata, esquizomaníaco<br />
y extravertido”. 5<br />
De unos años acá, a comienzos del siglo XXI, reaparece<br />
la vieja figura del perverso freudiano o del obseso de Marañón<br />
con un nuevo disfraz. Ahora Don Juan, Casanova y,<br />
cómo no, Florentino Ariza, han dejado su vieja condición<br />
de depravados y libertinos para convertirse por decisión de<br />
los psicólogos en adictos sexuales.<br />
Veamos algunos apartes de una columna publicada en las<br />
páginas editoriales del diario bogotano El Tiempo, y firmada<br />
por el doctor Juan Manuel Escobar, psiquiatra y psicoanalista<br />
jefe del Área de Psiquiatría de la Fundación Santa Fe<br />
de Bogotá:<br />
Existe la adicción al sexo en hombres y mujeres, pero por múltiples razones<br />
es más frecuente en ellos […]. Detrás de la adicción al sexo hay varias<br />
3. Freud, Sigmund. “Sobre una degradación de la vida erótica”, en Ensayos sobre<br />
la vida sexual. Obras completas, volumen 1, editorial Biblioteca Nueva. Madrid,<br />
1967.<br />
4. Marañón, Gregorio. Don Juan: ensayos sobre el origen de su leyenda. Editorial Espasa-<br />
Calpe. Madrid, 1975.<br />
5. Martí-Ibáñez, Felix María. “Patobiografía de Casanova”, en Revista MD. Noviembre<br />
1989- Febrero 1990.
Florentino Ariza: Quijote y Don Juan<br />
97<br />
patologías. Algunas corresponden a un trastorno de la personalidad<br />
donde prima la escisión, la división del yo. Por ejemplo un hombre<br />
puede, por un lado, ser un ejecutivo, un profesional exitoso además<br />
de buen padre y esposo, y por otro con la parte escindida, un adicto al<br />
sexo (con prostitutas, con personas que trabajan con él y son sus subalternas,<br />
entre otras) […]. ¿Existe la normalidad sexual? Obviamente<br />
sí: es cuando lo sexual hace parte de la vida y el amor de la pareja, de su<br />
comunicación, de su intimidad física y emocional […]. Posiblemente<br />
esto es lo ideal. 6<br />
Como podemos ver, la adicción sexual, tan en boga en nuestro<br />
medio, no es otra cosa que una creación ideológica sin<br />
ningún respaldo científico, que surge de la fe de psicoanalistas<br />
y psicólogos y que la identifica con la infidelidad masculina<br />
y con los perjuicios que esta pueda causar.<br />
De otra parte, la palabra adicción se ha frivolizado y devaluado<br />
al punto de que ha desaparecido, tiempo ha, de los<br />
manuales de diagnóstico y estadística de la psiquiatría actual<br />
y de las publicaciones científicas de la especialidad, cuando<br />
se refieren a los trastornos relacionados con el consumo de<br />
sustancias psicoactivas.<br />
Las opiniones de Freud, Marañón, Martí-Ibáñez y ahora<br />
Juan Manuel Escobar, así como las de los psicólogos acerca<br />
de los adictos sexuales, parecen más una diatriba moral, un<br />
juicio de valor, que un diagnóstico psiquiátrico. Nuestros<br />
eminentes psicólogos no hacen diferencia entre ciencia e<br />
ideología y se olvidan de que la ideología no necesita ser<br />
demostrada pues solo basta con creer en ella. Porque la<br />
moral cristiana no puede concebir como normal aquellas<br />
conductas que se aparten de su ideal monogámico y heterosexual,<br />
los comportamientos “disipados” de Florentino<br />
Ariza, en su faceta de seductor, deben ser vetados. Los cristianos<br />
están en su derecho de pensar así; pero la ciencia no<br />
6. Escobar, Juan Manuel. “Adicción al sexo”, en periódico El Tiempo, 23 de febrero<br />
de 2005.
98 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
acepta otra cosa que la del criterio de la demostración de<br />
los hechos. Para la ciencia las cosas no son verdaderas por<br />
la autoridad de quien las define como tales, sino porque<br />
son demostrables.<br />
Como herencia de la ideología platónica, expresiones tales<br />
como anormalidad, anomalía, alteración, perturbación, trastorno,<br />
desorden etc. se emplean comúnmente como equivalentes de<br />
patológico o de enfermedad, y como sinónimos de lo inmoral. Sin<br />
embargo, puesto que la medicina encontró en la enfermedad<br />
el objeto de su estudio y en lo patológico desentrañó el<br />
significado de lo normal, en términos estrictamente médicos<br />
lo normal sería aquello que se encuentra en la mayoría<br />
de la especie humana o aquello que constituye el promedio<br />
de una característica mesurable. Por ello se confunden y se<br />
usan indistintamente los pares de conceptos salud-normal,<br />
y patológico-anormal. Y desde el punto de vista científico,<br />
lo normal nada tiene que ver con la moral.<br />
La psiquiatría y la sexología, en tanto que disciplinas médicas,<br />
recogen los conceptos anotados en el párrafo anterior<br />
que corresponden a la normalidad o anormalidad de<br />
sus estructuras biológicas: el cerebro en la primera, y el sistema<br />
nervioso, las hormonas y el endotelio de los efectores<br />
en la segunda. Pero en cuanto que el hombre es un ser social,<br />
no es suficiente el concepto de la ciencia para predicar<br />
la normalidad de sus conductas, pues desde el comienzo de<br />
la civilización se hace menester el cumplimiento de las normas<br />
que se le imponen para permitir la convivencia dentro<br />
de la sociedad. De manera que en este sentido, en el de las<br />
normas, no podemos hablar de la verdad o falsedad de las<br />
leyes sino de la justicia o injusticia de las mismas.<br />
En este orden de ideas, solo podríamos considerar como<br />
anormales, patológicas o inadecuadas aquellas conductas<br />
sexuales cuando son intrínsecamente nocivas para la integridad<br />
de otras personas o para la del sujeto que las realiza.
Florentino Ariza: Quijote y Don Juan<br />
99<br />
Sobra decir que la nocividad debe ser objetivamente grave,<br />
pues de otro modo podrían interpretarse como tales aquellos<br />
comportamientos que se aparten, simplemente, de los<br />
considerados normales por la moral tradicional.<br />
De acuerdo con todo lo anterior, nuestro veredicto<br />
acerca de la vida amorosa de Florentino Ariza es que puede<br />
considerarse como normal para un hombre de su tiempo,<br />
soltero, Caribe, de clase media, enriquecido ya en su madurez,<br />
que amó con fervor durante toda su vida a Fermina<br />
Daza, y que amó también a otras mujeres, “porque se puede<br />
estar enamorado de varias personas a la vez, y de todas con el<br />
mismo dolor, sin traicionar a ninguna” (GGM, ibídem, p.<br />
370). Pero nunca fue un libertino, un pervertido, un obseso<br />
o un adicto sexual. Sus esguinces sexosentimentales, por tanto,<br />
no requieren tratamiento.
6<br />
La vida en otra parte<br />
Las euforias y las melancolías de Agustina Londoño,<br />
protagonista de la novela Delirio, de Laura Restrepo.<br />
Rodrigo Córdoba
RODRIGO CÓRDOBA. Nacido en Bogotá, desde hace 20 años es director de<br />
postgrado en Psiquiatría de la Universidad del Rosario, de donde es egresado. Es<br />
asesor de investigación del Centro de Investigaciones del Sistema Nervioso de <strong>Colombia</strong><br />
y ha sido presidente tanto de la Asociación <strong>Colombia</strong>na de Psiquiatría como<br />
de la Asociación <strong>Colombia</strong>na de Sociedades Científicas. Entre otros textos, es autor<br />
de los libros Detección temprana y manejo de los trastornos mentales (Noosfera Editores,<br />
2006), en compañía de Carlos Felizzola Donado y Martha Isabel Jordán Quintero;<br />
y Depresión para médicos no psiquiatras (<strong>Pfizer</strong>, 1996).<br />
En este ensayo, el experto analiza el caso de Agustina Londoño, personaje central<br />
de la novela Delirio, de Laura Restrepo (Bogotá, 1950), ganadora del premio<br />
Alfaguara 2004. En ella se narra no solo la vida de la protagonista sino de toda<br />
su familia durante los tormentosos años que sufrió <strong>Colombia</strong> en los tiempos del<br />
narcotraficante Pablo Escobar.<br />
Advertencia<br />
Las citas textuales han sido tomadas de la edición abajo<br />
mencionada. Dentro del texto, entre paréntesis, se<br />
anotan los números de página correspondientes.<br />
••<br />
RESTREPO, Laura. Delirio. Alfaguara, 2004.
Cuadro clínico<br />
La paciente evidencia un cuadro típico de trastorno afectivo<br />
bipolar. Sufre de cambios drásticos de temperamento que la<br />
llevan de la más desaforada euforia a la más profunda melancolía.<br />
Además, presenta eventos alucinatorios y delirios<br />
místicos y de grandeza. Tiene antecedentes de crisis anteriores<br />
y también predisposición genética por parte de su abuelo<br />
materno. Se recomienda medicamentos específicos para<br />
el control de los síntomas, como estabilizadores del ánimo,<br />
anticonvulsivantes y antipsicóticos.<br />
Aguilar encontró a Agustina en la habitación de un<br />
hotel del norte de Bogotá, acurrucada en un rincón<br />
entre la mesa de noche y la ventana, mirando<br />
hacia ninguna parte, sumida en su propio mundo. Atónito,<br />
intentó sacarle alguna información, pero comprobó una y<br />
otra vez, salvo por un instante de lucidez en el que corrió a<br />
abrazarlo como si pidiera ayuda, que ella estaba sentada en<br />
la acera de enfrente de la realidad. “La vi pálida y flaca y con<br />
el pelo y la ropa ajados, como si durante días no hubiera<br />
comido ni se hubiera bañado, como si de repente fuera la<br />
ruina de sí misma, como si una vejación le hubiera caído<br />
encima” (Restrepo, ibídem, p. 38).<br />
Era domingo y Aguilar acababa de regresar de un viaje a<br />
Ibagué, donde había permanecido desde el miércoles anterior.<br />
Cuando partió, su mujer se quedó pintando las paredes<br />
de la sala, sin síntomas que pudieran anunciar una alteración<br />
tan radical de su ánimo. Pero ahora se hallaba como<br />
suspendida entre una burbuja transparente que la separaba<br />
del mundo, o mejor, que la envolvía en su propio mundo.<br />
Antes de devolverla a casa, Aguilar consideró prudente<br />
pasar por la sala de urgencias de la Clínica del Country,<br />
motivado por la sospecha de que Agustina hubiera ingerido<br />
algún tipo de droga, con la esperanza de que lo que le ocu-
106 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
rría fuera pasajero. La encontraron “agitada y delirante”,<br />
sin “rastro de sustancias extrañas en la sangre” (Restrepo,<br />
ibídem, p. 24), cuenta Aguilar. Pero el diagnóstico resultó<br />
confuso para él y no le ayudó a saber qué hacer. Ya en el<br />
hogar, Agustina continuó ida, al menos ida de la presencia<br />
de Aguilar. Experimentaba cambios bruscos de conducta.<br />
Permanecía callada mucho tiempo, no comía, no se bañaba,<br />
ni siquiera se levantaba de su cama. Un día se dedicó a<br />
hacer crucigramas y solo hablaba de ellos; en otros momentos<br />
se quedaba como absorta. Así, alelada, anotaría Aguilar,<br />
recordaba “la bella indiferencia de las histéricas” (Restrepo,<br />
ibídem, p. 107). Cuando decidía levantarse, emprendía<br />
tareas inanes. Un día le dio por llenar peroles de agua<br />
y distribuirlos por todo el apartamento, en una ceremonia<br />
frenética que Aguilar no podía interrumpir ni alterar sin<br />
suscitar su ira. Otro, resolvió dividir el apartamento en dos,<br />
un lado para Aguilar y el otro para ella, desde donde anunciaba<br />
la inminente llegada de su padre, quien, sin embargo,<br />
había muerto hacía diez años.<br />
Un mes entero duró Agustina de paseo por los bordes de<br />
una realidad paralela que alimentaba con episodios de su<br />
infancia, mezclados y alterados a su antojo con premoniciones<br />
y otras quimeras de la imaginación. Aguilar habría<br />
de admitir, contra su propia ilusión, que eso que parecía (o<br />
que él deseaba que fuera) una crisis súbita, estaba precedido<br />
de episodios similares. Durante los tres años que llevaban<br />
viviendo juntos, Agustina ya había sufrido ciertos desatinos,<br />
pero Aguilar se negó siempre a reconocer que Agustina<br />
estaba enferma. Así se lo confesó a Sofi, la tía de Agustina,<br />
quien le ayudó a paliar la última crisis, y quien en un momento<br />
dado le increpó a Aguilar el hecho de no haberla<br />
llevado a que la viera un especialista. Pero él tenía su propia<br />
justificación: “Cuando Agustina está bien es una mujer tan<br />
excepcional, tan encantadora, que a mí se me borran de
La vida en otra parte<br />
107<br />
la mente las demasiadas veces que ha estado mal, cada vez<br />
que superamos una crisis, me convenzo de que esa fue la<br />
última manifestación de un problema pasajero” (Restrepo,<br />
ibídem, p. 273).<br />
Pero no lo era. A pesar de la negación de la evidencia,<br />
Aguilar terminaría por aceptar que, antes del viaje a Ibagué,<br />
había hecho todo lo posible por acabar de una vez con<br />
aquellos episodios “pasajeros”: psicoanálisis, terapia de pareja,<br />
litio, antidepresivos, terapia conductista, gestalt. Puede<br />
que, en este sentido, Aguilar haya exagerado para quedar<br />
bien con la tía Sofi, pero es improbable que hubiera mentido<br />
sobre los síntomas que describió a continuación: altibajos<br />
de todos los colores y las tallas, “crisis de melancolía en<br />
las que Angustina se retrae en un silencio cargado de secretos<br />
y pesares, épocas frenéticas en las que desarrolla hasta el<br />
agotamiento alguna actividad obsesiva y excesiva; anhelos de<br />
corte místico en los que predominan los rezos y los rituales;<br />
vacíos de afecto en los que se aferra a mí con ansiedad<br />
de huérfano; períodos de distanciamiento e indiferencia en<br />
los que parece que ni me ve ni me oye ni parece reconocerme<br />
siquiera, pero hasta ahora ningún trance tan hondo,<br />
violento y prolongado como éste” (Restrepo, ibídem, pp.<br />
273 y 274).<br />
Los síntomas la delatan<br />
Imaginemos que todo esto que Aguilar le confiesa a la tía<br />
Sofi, y todo lo que, paralelamente, narra Laura Restrepo<br />
acerca de Agustina Londoño, personaje central de Delirio,<br />
bien por su propia cuenta, bien en la boca de otros personajes,<br />
lo relatan ambos durante una sesión psiquiátrica a<br />
la que, resignados, han acudido en compañía de Agustina,<br />
muda y extraviada, incapaz de decir por sí misma lo que le<br />
ocurre. Un diálogo extenso con Aguilar, con Laura, incluso<br />
con la tía Sofi, arrojarían suficiente luz sobre las tinieblas
108 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
de la mente de Agustina. Pero, lejos de las especulaciones,<br />
las páginas de la novela son elocuentes para completar el<br />
rompecabezas de la paciente.<br />
Sabemos por Aguilar que Agustina, antes de su última<br />
crisis, solía sumirse en silencios prolongados, períodos de<br />
tristeza profunda alternados con momentos de enérgica actividad.<br />
Pasaba fácilmente de la “exaltación a la melancolía”<br />
(Restrepo, ibídem, p. 55). Cinco meses antes de su última<br />
crisis, le dio por escuchar una y otra vez los tríos de Schubert<br />
y lloraba horas enteras al compás de la música. Luego,<br />
un buen día, se olvidó de ellos. Más adelante, cayó en un<br />
letargo tan fuerte que Aguilar tuvo que llevarla al hospital<br />
de la Hortúa, donde un médico la trató con amital sódico.<br />
“Tres veces al día bajaba el efecto de la droga y yo debía darle<br />
de comer y llevarla al baño, recuerda Aguilar, y así durante<br />
algunos minutos su cuerpo volvía en sí pero su alma seguía<br />
perdida, su mirada volcada hacia adentro y sus movimientos<br />
mecánicos y ajenos, como los de una marioneta” (Restrepo,<br />
ibídem, p. 283). Al cabo de cinco días, Aguilar decidió llevársela<br />
de nuevo para la casa.<br />
Estos períodos contrastaban con otros de gran agitación,<br />
como cuando le dio por conducir una empresa de exportación<br />
de telas estampadas en batik, con tanto empeño que<br />
transformó la casa en un taller con todas las de la ley, con<br />
pinturas, bastidores, rollos de algodón y masas pegajosas<br />
que se prendían con facilidad a los tapetes y a los zapatos,<br />
cúmulos de tinturas, telas y demás elementos propios de la<br />
industria que se esparcían no solo por la sala y el comedor<br />
sino por la cocina y los baños. Mientras tanto, Aguilar no<br />
pronunciaba palabra porque Agustina estaba radiante “inventando<br />
diseños y ensayando mezclas de colores” (Restrepo,<br />
ibídem, p. 159), ocupando todo su tiempo y sus fuerzas<br />
en una iniciativa que, no obstante, nunca dio frutos. Al final<br />
del año la empresa había quebrado por falta de clientes,
La vida en otra parte<br />
109<br />
y entonces Agustina se entregó de nuevo y con más veras a<br />
una depresión inatajable.<br />
El ritmo de su hiperactividad y de su melancolía se veía<br />
de pronto y, finalmente, cruzado por instantes de lucidez<br />
en los que Agustina parecía volver en sí para ser la de siempre,<br />
la mujer que Aguilar había conocido en la universidad<br />
mientras él era profesor y ella su estudiante dieciséis años<br />
menor. “En ciertos momentos excepcionales, a veces en<br />
medio de las peores crisis, la normalidad parece apiadarse<br />
de nosotros y nos hace breves visitas” (Restrepo, ibídem, p.<br />
109). Un día, tras el episodio del hotel, que Aguilar llamaba<br />
“episodio oscuro”, Agustina había dado señales de estar<br />
regresando de su mundo. Aguilar la encontró en la cocina,<br />
preparando una sopa de verduras que procedió a servir y a<br />
tomar con un insólito gesto de cotidianidad. Luego, ambos<br />
subieron a la habitación a ver televisión como cualquier par<br />
de cónyuges normales. Pero cuando terminó el programa,<br />
Aguilar “sintió que ella volvía a mirarlo con expresión vacía<br />
y supo que aquella tregua había llegado a su fin” (Restrepo,<br />
ibídem, p. 112).<br />
Desesperado, Aguilar no tendrá más remedio que admitir:<br />
“A Agustina, mi bella Agustina, la envuelve un brillo<br />
frío que es la marca de la distancia, la puerta blindada de ese<br />
delirio que ni la deja salir ni me permite entrar” (Restrepo,<br />
ibídem, p. 112).<br />
Las sospechas sobre su estado de salud<br />
Delirio, que viene del latín delirare, significa ‘fuera del<br />
surco’ y hace referencia a las huellas profundas que deja el<br />
arado cuando rasga la tierra. Una persona delirante, desde<br />
el punto de vista patológico, es aquella que se apropia de<br />
verdades que carecen de lógica en la realidad. Una idea delirante<br />
es una alteración en el contenido del pensamiento,
110 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
una creencia falsa que surge sin una estimulación externa<br />
apropiada y que se mantiene inamovible frente a la razón.<br />
El delirio es un síntoma de lo que se denomina psicosis, término<br />
genérico que designa estar fuera de la realidad, de la<br />
razón, y en general incluye enfermedades mentales como la<br />
esquizofrenia, el trastorno afectivo bipolar, psicosis infantiles<br />
como el autismo y psicosis orgánicas producidas por<br />
enfermedades generales o traumas.<br />
Hay diferentes tipos de delirios. El más común es el delirio<br />
de persecución, que es la idea falsa de ser perseguido y<br />
que generalmente se estructura en relación con alguien conocido:<br />
un familiar, un amigo, un vecino, un compañero<br />
de trabajo o incluso seres o entidades con las que nunca ha<br />
tenido relación.<br />
Existe también el delirio de grandeza, mediante el cual<br />
se llega a creer en poderes extraordinarios, en capacidades<br />
exageradas. Los pacientes creen tener mucho poder, dinero,<br />
ser muy admirados. Y los delirios de referencia, durante<br />
los cuales se está convencido de que en cualquier suceso<br />
en el entorno tiene que ver la persona. Por ejemplo, si<br />
alguien mira para cualquier lado, el paciente lo interpreta<br />
como una señal de que se habla de él. Hay delirios místicos,<br />
que tienen que ver con creencias religiosas: los pacientes<br />
creen que tienen una misión especial, que son enviados de<br />
Dios o que, sencillamente, son Dios. Los hay celotípicos:<br />
se cree ciegamente en la infidelidad de la pareja y se monta<br />
una persecución relacionada con todas las personas a su alrededor.<br />
Y de negación: se cree firmemente que no se tiene<br />
un órgano, por ejemplo estómago, corazón o pulmones.<br />
Agustina, quien desde pequeña había cultivado para sí<br />
misma facultades adivinatorias, gracias a las cuales se volvió<br />
famosa por haber encontrado, mediante telepatía, “a<br />
un joven excursionista colombiano que se había extraviado<br />
en Alaska” (Restrepo, ibídem, p. 141), estaba convencida de
La vida en otra parte<br />
111<br />
esos poderes. Cierto día, tras haber sido diagnosticada con<br />
preeclampsia cuando llevaba cinco meses de embarazo, se<br />
sintió capaz de leer los pliegues de las sábanas. En la quietud<br />
de la cama en la que se hallaba postrada por prescripción<br />
médica, imaginaba que las arrugas le enviaban señales.<br />
“Quédate quieto un momento –le decía a Aguilar– que<br />
quiero ver cómo amanecieron las sábanas”. Y luego aseguraba<br />
que los dobleces de la tela le auguraban un parto exitoso.<br />
Sin embargo, en ocasiones los presagios de las sábanas se<br />
tornaban más oscuros y pesimistas. “Como si se tratara del<br />
dictamen de un juez despiadado, los pliegues de las sábanas<br />
determinaban el destino nuestro y el de nuestro hijo, y<br />
no había poder humano que hiciera reflexionar a Agustina<br />
sobre lo irracional que era todo aquello” (Restrepo, ibídem,<br />
p. 159).<br />
El tipo de delirio puede dar una orientación diagnóstica,<br />
por ejemplo en el trastorno afectivo bipolar (TAB), que es<br />
de lo que podría padecer Agustina. En las fases de manía<br />
predominan las ideas delirantes de grandeza, como el tener<br />
poderes adivinatorios o la creencia de realizar un gran negocio<br />
de características internacionales, mientras que en las<br />
fases depresivas predominan las ideas delirantes negativas y<br />
los “malos presagios”. Son pistas suficientes para encaminarnos<br />
en ese sentido.<br />
El trastorno afectivo bipolar es una enfermedad que<br />
afecta los mecanismos que regulan el estado de ánimo. Se<br />
caracteriza por la alternación de elevados momentos de euforia<br />
con otros de profunda melancolía. La euforia suele<br />
venir acompañada de mucha actividad, grandes proyectos<br />
por lo general inconclusos, cambios de conducta y una<br />
exagerada atención a todo, lo cual dispersa e impide sentir<br />
cansancio. No parece haber necesidad de dormir y a veces<br />
ni de comer. Durante este periodo de excitación pueden<br />
surgir ideas delirantes y hasta alucinaciones. Hay un arreglo
112 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
personal exagerado y una gran familiaridad en el trato, aun<br />
con extraños. Es lo que se denomina manía.<br />
En contraste, en los episodios de melancolía predominan<br />
el ánimo triste, la falta de energía, la dificultad para<br />
tomar decisiones o iniciativas, el cansancio, el desaliento,<br />
las ideas de minusvalía, de soledad, de muerte. En ocasiones<br />
se llega a planear un suicidio e incluso a intentarlo. Hay<br />
alteración del sueño y propensión a una total inmovilidad.<br />
También pueden aparecer ideas delirantes de negación, de<br />
culpa, y un descuido evidente en el cuidado personal. Es lo<br />
que se conoce como depresión.<br />
Las primeras descripciones del trastorno bipolar datan<br />
de la Grecia Antigua. Hipócrates, Plutarco y Galeno hablaron<br />
con precisión de los síntomas de manía y de depresión<br />
y, además, las interrelacionaron como episodios de la<br />
misma enfermedad. En la historia más reciente, en el siglo<br />
XIX comenzó a llamarse locura circular, o locura de doble forma.<br />
En 1882, el psiquiatra Karl Ludwig Kahlbaum describió<br />
la manía y la melancolía como fases de un mismo mal. A<br />
la forma leve la llamó ciclotimia, y la forma más grave la denominó<br />
vesania typica circularis. Kahlbaum propuso bautizarla<br />
con el nombre de locura maníaco-depresiva. Luego fue llamada<br />
psicosis bipolar y actualmente se le conoce como trastorno<br />
afectivo bipolar.<br />
Sobre este trastorno hay puntos básicos que siempre se<br />
han reconocido: es cíclico, con diferentes fases en su evolución<br />
y períodos de normalidad entre crisis. Los síntomas<br />
principales están expresados en el área afectiva, y van de la<br />
depresión a la manía, con todo un espectro de manifestaciones<br />
entre ambos estados de ánimo.<br />
Muchos de estos síntomas saltan a la vista en Agustina.<br />
Pero ¿de dónde vienen? ¿Pudo haberle ocurrido algo, acaso,<br />
un suceso traumático, tal vez, que le hubiera producido<br />
la enfermedad? ¿Habría podido evitarse? La confusión en
La vida en otra parte<br />
113<br />
este sentido es, en muchas ocasiones, la causa de que cientos<br />
de pacientes hayan sido mal diagnosticados.<br />
El trastorno afectivo bipolar es una enfermedad biológica<br />
y genética en su origen, lo cual quiere decir que puede<br />
ser hereditaria. Nuestros estados de ánimo están regulados<br />
por el sistema límbico, que es algo así como el cerebro de<br />
las emociones. Este cerebro es el que nos permite reaccionar<br />
de manera coherente con las circunstancias que vamos<br />
experimentando a diario: sentir alegría frente a un éxito<br />
empresarial y tristeza cuando estamos en duelo, por ejemplo.<br />
Pero cuando el sistema límbico funciona mal, las emociones,<br />
y por tanto nuestro estado de ánimo, se desordenan<br />
sin que podamos evitarlo, produciendo topes de exaltación<br />
o de congoja que no son coherentes con lo que estamos viviendo<br />
en la realidad. Hay una distorsión entre nuestro estado<br />
de ánimo y lo que nos sucede. Desde el punto de vista<br />
biológico, los neurotransmisores juegan un papel crucial en<br />
este desorden. Existen hipótesis sólidas de que, por ejemplo,<br />
hay un aumento de dopamina en las fases maníacas y<br />
una disminución de serotonina durante la depresión. En<br />
cualquier caso, todo esto ocurre sin que medie la voluntad.<br />
La predisposición genética<br />
Aunque el trastorno afectivo bipolar puede aparecer en<br />
pacientes de primera generación, está claro que es una enfermedad<br />
hereditaria. En la historia familiar de Agustina<br />
hay evidencia relacionada con su mal. En su árbol genealógico<br />
salta a la vista su abuelo materno, Nicolás Portulinus,<br />
un músico alemán que terminó en <strong>Colombia</strong> componiendo<br />
bambucos y disfrutando del amable clima de Sasaima.<br />
El abuelo sufría de trastornos que alternaban la depresión,<br />
la irritabilidad y un aumento súbito de la actividad motora.<br />
Tenía ideas fijas delirantes y en ocasiones alucinaciones.
114 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
Era habitual que confundiera el río Sasaima con el Rin alemán<br />
de su infancia, y que viera en un furtivo alumno de<br />
piano una especie de enviado de los dioses. En sus delirios,<br />
recitaba los nombres de los ríos de Alemania en orden alfabético.<br />
De niño, presentó dificultades para hablar y tartamudeaba.<br />
En su última crisis, se dejó llevar por las aguas<br />
del río Sasaima y se ahogó. Portulinus, para completar, tuvo<br />
una hermana mayor en Alemania que sufría de una enfermedad<br />
mental. Se masturbaba compulsivamente y, encerrada<br />
en su silencio, fue aislándose hasta que los médicos<br />
de la época le diagnosticaron quiet madness o insania. Un día<br />
no pudo más con el mal que la aquejaba, y que aterraba a<br />
Portulinus, y se suicidó ahogándose en el Rin.<br />
Más cercana tenemos a la mamá de Agustina, Eugenia,<br />
descrita por la tía Sofi, su hermana, como una mujer hermosísima<br />
pero rara, y “como ausente”, con propensión a<br />
deprimirse. Eugenia suele negarse a las evidencias, entre<br />
ellas, precisamente, la muerte de su padre. Ella siempre les<br />
sostuvo a sus hijos que Portunilus había abandonado a su<br />
madre y regresado a Alemania, cuando en realidad se había<br />
ahogado por culpa suya, pues la familia la había dejado<br />
cuidándolo por el riesgo de que cometiera algún desvarío,<br />
como en efecto ocurrió. La verdad fue que ella se quedó<br />
dormida mientras lo velaba y, al despertar, supo que, durante<br />
su breve sueño, el padre se había tirado al río. Luego<br />
negaría también, contra toda evidencia, el hecho de que su<br />
hermana hubiera sido amante de su esposo.<br />
La predisposición genética, que en este caso se ve claramente<br />
en el abuelo Nicolás, en la tía abuela y en la madre<br />
depresiva es, sin embargo, solo eso: una predisposición. Al<br />
desorden biológico hay que añadirle dos factores: el sicológico,<br />
que es el que nos hace vulnerables a la enfermedad,<br />
y el sociocultural, que es el entorno en el que crecemos<br />
y maduramos.
La vida en otra parte<br />
115<br />
Observemos a Agustina y su entorno sicológico. Es la segunda<br />
hija de tres hijos, dos hombres y una mujer, de una<br />
familia acomodada. No hay datos del embarazo, parto y desarrollo<br />
sicomotor, pero parecen ser normales. Mantiene<br />
una relación distante con el padre, al cual lo describe como<br />
autoritario y agresivo física y verbalmente con el hermano<br />
menor, el Bichi, porque tenía “una cierta tendencia hacia<br />
lo femenino” y quería “corregir el defecto” (Restrepo, ibídem,<br />
p. 125).<br />
Agustina siente adoración por el padre, aunque no puede<br />
contener la rabia y el odio cuando maltrata a su hermano<br />
menor, a quien intenta siempre proteger con ceremonias<br />
secretas y adivinaciones. Mientras tanto, a la madre la describe<br />
como fría y distante.<br />
Estudió en un colegio de estrato alto de niñas, al parecer<br />
con un rendimiento promedio, y luego no estudió. Refiere<br />
que su temor mayor es “a la sangre derramada” y habla de<br />
varios episodios. Uno, mientras le cortaba las uñas al hermano<br />
menor, y por error le corta el pulpejo del dedo medio.<br />
Entonces se asusta con el llanto del hermano, se siente<br />
culpable por hacerle daño ya que es ella la que se cree protectora<br />
del dolor que le causa el padre. El segundo, cuando<br />
asesinan al celador de los vecinos y muere en la puerta de su<br />
casa, adonde se acercó a pedir ayuda. Es la primera vez que<br />
ve morir a un hombre. El tercero, con la menarquia, que<br />
sucede mientras jugaba en Sasaima en la piscina con los primos.<br />
Se asusta, llora, “le parecía horrible que la sangre se<br />
le saliera por ese lado y le manchara la ropa y que su mamá<br />
la mirara con cara de reproche, como se mira a alguien que<br />
hace algo sucio” (Restrepo, ibídem, pp. 169-170).<br />
Durante su infancia, desarrolló otros temores: a los leprosos;<br />
a los francotiradores del 9 de Abril, por las huellas<br />
de balas que quedaron de esa época en los postigos de la
116 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
casa; a “los estudiantes con cabeza rota y llena de sangre y<br />
sobre todo la chusma enguerrillada que se tomó Sasaima”<br />
(Restrepo, ibídem, p. 135). Ante estos temores, era la figura<br />
del padre la que le daba protección.<br />
Tuvo dos abortos. El primero fue un aborto voluntario,<br />
cuando quedó embarazada de un amigo de la familia, “el<br />
midas” McAlister, lavador de dólares. Él no respondió. Y el<br />
segundo, cuando le diagnosticaron preeclampsia al quinto<br />
mes de embarazo con Aguilar y se concentró en leer el<br />
destino de su bebé en los pliegues de las sábanas. Abortó al<br />
séptimo mes.<br />
Vive con Aguilar hace tres años y antes de la crisis se ganaba<br />
la vida leyendo el tarot, adivinando la suerte e interpretando<br />
el I Ching. Su mayor destreza fue haber hallado por telepatía<br />
al excursionista colombiano que se perdió en Alaska.<br />
Ahora observemos su entorno familiar. De Eugenia ya<br />
hemos hablado, aunque valga añadir que no acepta a Aguilar<br />
por ser de otra clase social, porque él no se ha divorciado<br />
de su primera mujer y porque es un simple profesor de literatura,<br />
un “manteco”. Tampoco acepta la enfermedad de<br />
Agustina y, en cambio, justifica los síntomas de su hija por<br />
la vida que lleva al lado de ese hombre.<br />
Luego están su padre, Carlos Vicente Londoño, un hombre<br />
de alcurnia que al final había entrado al negocio de lavado<br />
de dólares para conservar su estatus, y los hermanos de<br />
Agustina: Joaquín, el mayor, duro y agresivo como el padre,<br />
aficionado a los caballos y a los lujos y quien continuó en el<br />
negocio de lavar dólares; y Carlos Vicente, a quien le dicen<br />
el Bichi y Agustina ama con locura. Por ser homosexual, era<br />
rechazado tanto por su padre como por su hermano Joaco,<br />
y en la adolescencia decide irse a vivir a México.<br />
Por último, tenemos a la tía Sofi, la hermana menor de<br />
Eugenia, quien ayudó a cuidar la casa y a criar a los hijos de
La vida en otra parte<br />
117<br />
su hermana por la depresión de esta, pero también terminó<br />
en México, con el Bichi, cuando la familia se enteró de que<br />
había sido amante de su cuñado.<br />
Por lo que podemos observar, Agustina es una mujer<br />
especialmente sensible y vulnerable, a quienes sus familiares<br />
no prestaron suficiente atención para descubrir su anomalía.<br />
Suele suceder en cualquier ámbito que el trastorno afectivo<br />
bipolar no sea detectado a tiempo para tratarlo por la<br />
propensión a confundir la enfermedad con un rasgo de carácter:<br />
“Es que ella es así”. Tanto la madre, que culpa a la<br />
relación que Agustina sostiene con Aguilar, como el propio<br />
Aguilar, que vive de creer que Agustina se va a recuperar<br />
por sí sola cuando pase la crisis, son dos ejemplos de<br />
la susceptibilidad que existe para negar el problema en vez<br />
de enfrentarlo.<br />
Con razón, Aguilar terminará aceptando, uno, que el<br />
delirio de Agustina “es de naturaleza devoradora y que puede<br />
engullirlo como hizo con ella, y dos, que el ritmo vertiginoso<br />
en que se multiplica hace que sea contra reloj esta<br />
lucha que además emprende tarde, por no haberse percatado<br />
a tiempo de los avances del desastre” (Restrepo, ibídem,<br />
p. 22). Una vez más, es lo que ocurre muchas veces con esta<br />
enfermedad. Se niegan los primeros indicios dándole explicaciones<br />
racionales como “es cosa de su personalidad”,<br />
o “es que ya va a pasar”, o “es por lo que le tocó vivir”, todas<br />
explicaciones plausibles pero que no ayudan a aceptar una<br />
enfermedad mental.<br />
Análisis del caso<br />
Agustina ha presentado en su última crisis cambios bruscos<br />
de ánimo, ansiedad y depresión. Duerme poco, producto<br />
del aumento de la actividad motora. Ha experimentado
118 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
pensamientos mágicos y delirantes de grandiosidad, como<br />
la espera de la venida del padre muerto para aumentar su<br />
poder. Ha tenido momentos de agresividad verbal con la tía<br />
y con Aguilar y períodos de aislamiento y mutismo.<br />
Hay antecedente de crisis previas, algunas de tristeza a las<br />
que le siguen episodios de hiperactividad y de negación de<br />
los hechos traumáticos, como el aborto por preeclampsia al<br />
que le sigue la idea de un negocio grandioso: la exportación<br />
de telas teñidas, el cual fracasa aparentemente por la vuelta a<br />
una depresión. Ha sido tratada con múltiples terapias que,<br />
según el relato, no contribuyen a la mejoría de los síntomas.<br />
Por el contrario, estos se van haciendo más fuertes y<br />
más prolongados. Mi impresión diagnóstica sobre Agustina<br />
Londoño es trastorno afectivo bipolar. Fase actual: manía.<br />
El tratamiento<br />
Es muy importante que la persona y sus familiares entiendan<br />
que todos los cambios de conducta, es decir los<br />
cambios notables en relación con el funcionamiento previo,<br />
la inestabilidad del ánimo y todo lo que sucede durante<br />
una crisis, son una enfermedad.<br />
En este sentido, la primera recomendación es conocer<br />
la enfermedad y aceptarla. Hacer un análisis de en qué situaciones<br />
o en qué época se han presentado las crisis para,<br />
en esos momentos, consultar cuanto antes al psiquiatra y<br />
poder prevenir una crisis. Sobre todo, estar alerta a las alteraciones<br />
del sueño y al insomnio, que generalmente es el<br />
primer síntoma de una crisis.<br />
En segundo lugar, los medicamentos son importantísimos.<br />
Contra las crisis, se requieren medicamentos específicos<br />
para el control de los síntomas. Los indicados se conocen<br />
como estabilizadores del afecto, porque actúan sobre<br />
los episodios maníacos o depresivos y previenen nuevas cri-
La vida en otra parte<br />
119<br />
sis. Existen tres grupos de estos medicamentos, comenzando<br />
por el carbonato de litio, primero en ser descubierto y<br />
en ser utilizado para el TAB. El segundo grupo es el de los<br />
anticonvulsivantes, que actúan como estabilizadores de la<br />
membrana neuronal y han demostrado su utilidad. Los más<br />
usados son el divalproato de sodio, la carbamazepina y la<br />
lamotrigina. El tercer grupo es el de los antipsicóticos, que<br />
cada vez son más usados en la fase de mantenimiento. Entre<br />
los típicos se encuentran la pipotiazina de depósito, y entre<br />
los nuevos la olanzapina, la risperidona, la quetiapina, el<br />
aripiprazol y la paliperidona.<br />
El trastorno afectivo bipolar se puede controlar, pero es<br />
fundamental tomar el medicamento de forma permanente.<br />
En consecuencia, un psiquiatra debe buscar el que menos<br />
efectos molestos genere, dependiendo del paciente. Como<br />
es una enfermedad, la voluntad no alcanza para mantenerse<br />
bien. Sirve, sí, para aceptar lo que se sufre, y para adoptar<br />
una vida con hábitos sanos de sueño, comida y ejercicios.<br />
Justamente por eso es definitivo trabajar contra el estigma<br />
de los males de la mente como el que sufre Agustina.
7<br />
Del lado de allá<br />
El síndrome del inmigrante con estrés crónico y múltiple,<br />
visto a través del análisis psiquiátrico de Esteban, Jung<br />
y Paula, personajes de la novela El síndrome de Ulises,<br />
de Santiago Gamboa.<br />
Mario Alberto Peña García
MARIO ALBERTO PEÑA GARCÍA (Villavicencio, 1974) es médico y psiquiatra<br />
de la Pontificia Universidad Javeriana y sexólogo clínico de la Fundación Universitaria<br />
Ciencias de la Salud. Actualmente es el director del Centro de Sexualidad y Salud<br />
Mental, en Cali, <strong>Colombia</strong>. Entre 2009 y 2012 fue inmigrante en España, donde se<br />
desempeñó como psiquiatra y sexólogo clínico, y como gerente médico de una compañía<br />
farmacéutica. En 2012 regresó al país para poner en marcha su propio centro<br />
de sexología.<br />
En este ensayo, el especialista analiza a tres personajes de la novela El síndrome de Ulises,<br />
publicada en 2005. El análisis de la obra, del escritor Santiago Gamboa (Bogotá,<br />
1965), permite descubrir cómo la psiquis de los personajes se ve afectada por su<br />
condición de inmigrantes en París.<br />
Advertencia<br />
Salvo que se indique otra cosa, las citas textuales han<br />
sido tomadas de la edición abajo mencionada. Dentro<br />
del texto, entre paréntesis, se anotan los números de<br />
página correspondientes.<br />
• • GAMBOA, Santiago. El síndrome de Ulises. Seix Barral.<br />
Primera edición. Bogotá, 2005.
Cuadro clínico<br />
Jung y Esteban presentan claros síntomas de depresión y ansiedad<br />
como consecuencia de la migración. En el caso del<br />
primero son mucho más notorios y la somatización es evidente.<br />
Su permanente sensación de zozobra, miedo, tristeza<br />
y sentimiento de culpa son dignos de alerta. En contraste,<br />
Paula no parece presentar ningún trastorno, a pesar de sus<br />
fuertes impulsos sexuales.<br />
El título del libro es suficientemente explícito: El síndrome<br />
de Ulises. Fue descrito por el psiquiatra español<br />
Joseba Achotegui, quien trabaja en el hospital San<br />
Pedro Claver de Barcelona, en el servicio de atención psicopatológica<br />
y psicosocial a inmigrantes y refugiados. Hace<br />
referencia a un síndrome padecido por los inmigrantes, caracterizado<br />
por estrés crónico y múltiple. Si bien los signos<br />
y síntomas que lo componen podrían configurar el diagnóstico<br />
de otras entidades como depresión, estrés agudo o<br />
trastorno adaptativo, en el contexto del inmigrante son lo<br />
suficientemente específicos como para ser categorizados de<br />
forma independiente en la nosología psiquiátrica. Aunque<br />
muchos psiquiatras no están de acuerdo con la denominación,<br />
sí coinciden en que los inmigrantes se ven enfrentados<br />
a un gran número de situaciones vitales que generan<br />
estrés durante el proceso de migración o adaptación, y que<br />
pueden desencadenar una franca patología mental.<br />
A pesar de que el síndrome de Ulises fue descrito en los<br />
inmigrantes ilegales, todos los que migran han padecido alguno<br />
de los síntomas que lo conforman. Por esta razón, la<br />
psiquiatría transcultural se está ocupando cada vez más del<br />
asunto. “Existe una relación directa e inequívoca entre el<br />
grado de estrés límite que viven estos inmigrantes y la apa-
126 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
rición de sus síntomas psicopatológicos”, ha escrito Achotegui.<br />
1 Y Santiago Gamboa se encarga de corroborarlo en<br />
la ficción, contando la odisea de veintitrés inmigrantes que<br />
han viajado a París desde distintas partes del mundo y que<br />
comparten muchos de sus infortunios en el propósito común<br />
de salir adelante en un lugar que resulta inhóspito para<br />
ellos, no solo por las diferencias culturales y de idioma, sino<br />
por el hecho de sentirse ciudadanos de menor categoría.<br />
Ya desde las primeras páginas del libro nos damos cuenta<br />
de que la migración ha influido profundamente en la psique<br />
de los personajes. Sus padecimientos hacen eco en la<br />
voz de Esteban, el protagonista, un estudiante bogotano de<br />
doctorado en Literatura que reclama su lugar en el mundo<br />
y que durante el relato nos invita a acompañarlo en esa búsqueda<br />
frenética por la supervivencia en una ciudad que le es<br />
extraña y miserable. Aunque París atrae millones de turistas<br />
por su belleza y prosperidad, es precisamente esta última la<br />
que les es esquiva a Esteban y a la mayoría de los inmigrantes<br />
que se topan con él durante la novela. “Vivíamos peor<br />
que los insectos y las ratas” (Gamboa, ibídem, p. 11), dice<br />
Esteban, para situarnos más allá del encanto del turismo, en<br />
unas condiciones que difícilmente perciben los visitantes.<br />
Cuando uno no es turista sino inmigrante, sufre una serie<br />
de pérdidas (o duelos, como los llama Achotegui) que<br />
hacen necesario un proceso de reorganización personal y<br />
adaptación a los cambios que pone a prueba todos nuestros<br />
mecanismos psicológicos sanos. En pocas palabras, nos estresamos<br />
ante las forzosas modificaciones relacionadas con<br />
la familia, los amigos, el idioma, la cultura, la situación social,<br />
el contacto con otros grupos y el riesgo físico que a ve-<br />
1. Achotegui, Joseba. “Emigrar en situación extrema: el síndrome del inmigrante<br />
con estrés crónico y múltiple (síndrome de Ulises)”, en Norte de Salud Mental, número<br />
21, 2004, pág. 51.
La vida en otra parte<br />
127<br />
ces implica tener que sobrevivir. Y ese estrés no es esporádico,<br />
como podría suceder frente a cualquier acontecimiento<br />
imprevisto, sino “intenso y prolongado”, dependiendo de<br />
las condiciones de nuestra migración, lo cual desencadena<br />
una serie de síntomas psicológicos y físicos.<br />
De acuerdo con la descripción del síndrome de Ulises<br />
que expone Achotegui, son cuatro los síntomas cardinales<br />
que padecen los pacientes: la soledad, por haberse separado<br />
de los seres queridos; el sentimiento de fracaso, que generalmente<br />
tiene que ver con las falsas expectativas que se crea<br />
el inmigrante en su imaginación, y que contrastan de manera<br />
brutal con la realidad a la que se enfrentan; la preocupación<br />
constante por cómo alimentarse y dónde vivir; y,<br />
finalmente, el miedo, que es exacerbado por todos los anteriores<br />
motivos de estrés y que condiciona al inmigrante a<br />
reaccionar con ansiedad ante futuras eventualidades.<br />
En muchos de los personajes de la novela podríamos rastrear<br />
esta sintomatología, pero quiero concentrarme en tres<br />
de ellos con el ánimo de ejemplificar los diferentes tipos<br />
de migración, que a su vez, ayudan a poner en evidencia el<br />
síndrome: Esteban, Jung y Paula. Cada uno de ellos vive su<br />
estancia en París desde distintos ángulos. Esteban está allí<br />
por decisión propia, porque busca encontrarse a sí mismo<br />
en su camino a convertirse en escritor. Sus padecimientos<br />
son, de alguna forma, consentidos. Jung, en cambio, es un<br />
exiliado norcoreano que tras haber soportado las condiciones<br />
más adversas en su país, y luego huyendo de él, termina<br />
en París por resignación, por ser la única posibilidad entre<br />
muchas puertas que se le han cerrado de manera traumática.<br />
Finalmente, tenemos a Paula. El de ella es, si se quiere,<br />
el paradigma de la migración ideal, y más adelante veremos<br />
por qué. Limitémonos a decir por ahora que es una niña<br />
rica que está de paso por la Ciudad Luz para aprender francés<br />
antes de regresar a la vida que sus padres le tienen pla-
128 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
neada en Bogotá: casarse y conseguir un excelente empleo<br />
en las telecomunicaciones.<br />
El caso de Esteban<br />
Llevado quizás por la idea romántica de que en París se<br />
cuecen mejores habas, Esteban se instala en Francia para<br />
cursar un doctorado en Literatura, tras haber sido echado<br />
por su novia española, con quien vivía en Madrid. Sus<br />
síntomas aparecen pronto: maldice por no haber escogido<br />
otra ciudad, una más cálida y con gente más abierta. Sus expectativas<br />
iniciales contrastan pronto con la realidad y siente,<br />
de entrada, la frustración: resuelve que las cosas siempre<br />
son mejores en otros lugares y que su decisión fue errónea.<br />
“El mundo giraba y estaba solo, hundido en un hueco<br />
húmedo y pobre” (Gamboa, ibídem, p. 16), nos cuenta en<br />
relación con la pequeña “chambrita” que ha conseguido,<br />
de nueve metros cuadrados y sin vista a la calle. Este sentimiento<br />
de desamparo lo experimentan incluso quienes<br />
viajan con parte de su familia, pero suelen ocultarlo por<br />
orgullo, por no querer preocupar a sus parejas o porque<br />
quieren demostrar que están firmes, que son un bastión sobre<br />
el que se pueden apoyar. Y más adelante, añorando a su<br />
novia, Esteban confiesa: “Victoria viajaba en un tren hacia<br />
una ciudad lejana, y al pensarlo lloré con todas mis fuerzas,<br />
como si fuera la última noche de un hombre sobre la tierra.<br />
Y supe lo que era la orfandad” (Gamboa, ibídem, p. 17). La<br />
sensación de “orfandad” es justamente la que une a todos<br />
los inmigrantes, los hace vivir cerca los unos de los otros, y<br />
encontrarse una y otra vez para compartir sus lamentos.<br />
Esteban, al igual que sus compañeros de “orfandad”,<br />
también debe enfrentarse a una realidad común de la migración:<br />
resignarse al trabajo que le den y, por ende, sentirse<br />
un ciudadano de tercera. Su primer factor de estrés
La vida en otra parte<br />
129<br />
es conseguir una vivienda: “[…] pues por dura que sea la<br />
vida cualquiera necesita un cuarto propio, como escribió<br />
Virginia Woolf, un lugar a salvo de las miradas y charlas ajenas,<br />
donde uno pueda llorar o cortarse las venas en absoluta<br />
libertad” (Gamboa, ibídem, p. 25). El segundo motivo de<br />
preocupación es la cuenta bancaria, que va haciéndose cada<br />
vez más escasa. Pronto consigue trabajo como profesor de<br />
español, pero las clases no son suficientes para costearse su<br />
manutención. Así, debe aceptar otro oficio: el de lavaplatos<br />
en el segundo sótano de un restaurante coreano, a horas<br />
imposibles, con tal de reunir el dinero suficiente para sobrevivir.<br />
“Un trabajo, algo que me quitara el miedo a no tener<br />
la plata del alquiler y verme en la calle, o el de no poder<br />
comer bien y caer enfermo, y sobre todo el miedo a no poder<br />
soportar la vida que había elegido y tener que regresar a<br />
Bogotá, derrotado” (Gamboa, ibídem, p. 50).<br />
Poco a poco, se hace a una vida más llevadera por la posibilidad<br />
que le brinda conocer a otros inmigrantes quizás<br />
más pobres que él: exiliados de diversos países, entre<br />
ellos varios exguerrilleros colombianos; mujeres de Europa<br />
Oriental que ven en la prostitución una oportunidad para<br />
progresar; personajes que lo conectan con su ámbito, el de<br />
la literatura, y le permiten acceder a otros escritores ya reconocidos<br />
que pueden estimularlo en su lucha por no fracasar.<br />
Estas y otras esperanzas, como la de fantasear con el<br />
regreso de Victoria, van alimentándole una ansiedad notable<br />
que se pone en evidencia en varios episodios en los que<br />
no se atreve a salir de su “chambra” por esperar que suene<br />
el teléfono.<br />
Permanentemente, mientras nos va relatando la vida de<br />
los demás inmigrantes que hacen parte de la novela, Esteban<br />
se atormenta con la duda de si eligió bien, de si todo no<br />
fue más que un error; y se angustia con la probabilidad de<br />
no salir nunca de esa pocilga y de la tortura que representa
130 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
aquel sótano húmedo y frío. Sufre claros síntomas depresivos<br />
y de ansiedad que, de haber tenido a mano a un psiquiatra,<br />
podría haber tratado adecuadamente, pero en su lugar,<br />
sobrelleva con alcohol. En más de una ocasión, Esteban no<br />
bebe para divertirse, sino para relajarse, para olvidarse de<br />
su realidad y acceder a otras instancias de su ánimo. Sin<br />
embargo, conforme va mejorando su vida (consigue una<br />
mejor habitación, incrementa su vida sexual cuando menos<br />
lo esperaba, sus ingresos aumentan y, sobre todo, conoce<br />
a Paula, quien no solo le ayuda económicamente sino que<br />
le sirve de tabla de salvación en sus crisis), los síntomas van<br />
desapareciendo. Es, precisamente, lo que diferencia el síndrome<br />
de Ulises de otros males de la mente como el trastorno<br />
depresivo mayor. Esteban ve la vida oscura y desolada no<br />
por una exageración de su psique, sino porque su vida es,<br />
en realidad, oscura y desolada. En tanto mejoran sus condiciones<br />
de vida, los síntomas de su depresión y de su ansiedad<br />
van disminuyendo. Así suele ocurrir con la mayoría de<br />
inmigrantes que padecen el síndrome.<br />
Jung, el hombre derrotado<br />
Un caso distinto es el de Jung, el norcoreano que Esteban<br />
conoce en el sótano de aquel restaurante en el que<br />
trabaja como lavaplatos. Jung es su compañero de trastos, y<br />
vive en un hotel de inmigrantes, según nos cuenta Esteban,<br />
“uno de esos hostales que, además de los residentes fijos,<br />
tiene por huéspedes a travestidos y putas, a toxicómanos que<br />
buscan cobijo para inyectarse o fumar crack sentados en un<br />
inodoro, hostales con escaleras que huelen a orines y a basura,<br />
con ratas y nidos de palomas en las ventanas” (Gamboa,<br />
ibídem, p. 53). Y sin embargo, la vida le sonríe ahora<br />
en comparación con su pasado. Desde joven quiso escapar<br />
de su país para “hacer lo que le diera la gana”. Pero antes se
La vida en otra parte<br />
131<br />
casó y tuvo una hija que murió a los siete años por desnutrición<br />
y su esposa no aguantó la pérdida: se intentó suicidar<br />
(algo prohibido en Corea del Norte) y como sobrevivió, la<br />
arrestaron y más tarde terminó recluida en un hospital psiquiátrico.<br />
Jung, mientras tanto, intentó escapar a China,<br />
pero fue devuelto a la frontera y puesto en prisión por nueve<br />
penosos años. Finalmente pudo huir y tras un largo periplo<br />
de penurias, llegó a París donde consiguió el trabajo<br />
de lavaplatos en el que se siente explotado pero aguanta con<br />
resignación. Al menos tiene un techo donde vivir. “Pensé<br />
que era un pobre desgraciado y que a nadie le importaría<br />
si me cortaba las venas. Y eso me dio fuerzas. Cuando uno<br />
es tan poca cosa para los demás tiende a cuidarse. Si tenía<br />
suerte y me protegía, tal vez podría volver a vivir algo bello.<br />
Un rato alegre, por ejemplo. O dejar de tener miedo. Desde<br />
hacía seis años tenía miedo” (Gamboa, ibídem, p. 56),<br />
le contó a Esteban.<br />
Y lo seguiría teniendo. A su sensación de zozobra permanente<br />
se le sumaba un sentimiento de culpa por haber<br />
abandonado a su esposa. A diferencia de Esteban, quien<br />
podía volver a Bogotá si quería, Jung sabía que su patria la<br />
había perdido para siempre. Todo lo que tenía en su país,<br />
incluida su mujer, lo había dejado atrás. Estaba convencido<br />
de que su vida no iba a cambiar y, no obstante, guardaba la<br />
remota esperanza de rescatar a su esposa y llevarla a París<br />
junto a él. Pero incluso eso le daba miedo; miedo al reproche<br />
o a la posibilidad de que ella ni siquiera lo reconociera.<br />
Un día, Esteban fue testigo de su padecimiento cuando<br />
lo vio doblado por un dolor abdominal. Tuvieron que remitirlo<br />
a un hospital donde los médicos le diagnosticaron<br />
“estrés crónico, cefalea y la probable somatización de un<br />
estado de angustia, de ahí los dolores abdominales, algo que<br />
muy bien podría corresponder con la vida del pobre Jung”.<br />
(Gamboa, ibídem, p. 211).
132 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
Por donde se le mirara, no cabía ninguna alternativa para<br />
que su vida mejorara, de manera que su síndrome no podía<br />
sino acrecentarse hasta aniquilarlo. A pesar de haber conseguido<br />
un préstamo para pagar el rescate de su esposa para<br />
llevarla junto a él en París, terminó quitándose la vida justo<br />
el día en que ella llegaba.<br />
El cuadro de Jung en estas circunstancias podría confundirse<br />
con el de un trastorno depresivo mayor. Si a pesar de<br />
las condiciones adversas los inmigrantes guardan un secreto<br />
optimismo de que las cosas empiecen a cambiar para bien,<br />
en Jung ya no había esperanza. Muchos de sus síntomas son<br />
los de una depresión común: permanente tristeza, incapacidad<br />
para divertirse, quejas frecuentes, ausencia de humor,<br />
pesimismo, autoculpabilización, baja autoestima, preocupación<br />
por fallar, pérdida de interés, ideas fijas y empobrecimiento<br />
de la vida social, entre otros; además de los corporales:<br />
colon irritable, migrañas, dolores musculares.<br />
Aun así, en Jung es difícil delimitar la frontera a partir de<br />
la cual el estrés crónico y múltiple deriva en una depresión,<br />
o mejor, si fue la depresión y no el Síndrome de Ulises la<br />
que lo llevó a terminar con su vida. Está suficientemente<br />
documentado que el trastorno depresivo mayor contiene<br />
un alto componente genético, una predisposición a sufrirlo<br />
que puede ser desencadenada por situaciones de intenso<br />
estrés. No obstante, a diferencia de su esposa, que cayó en<br />
depresión por no aceptar la pérdida de la hija, Jung luchó<br />
hasta lo insufrible en adelante por sobrevivir, a pesar de haber<br />
estado sometido a la adversidad durante mucho tiempo,<br />
y de no encontrar una salida muchas veces. A los depresivos<br />
“clásicos” les suele faltar el deseo de vivir la vida.<br />
En consecuencia, no tenemos suficiente información<br />
para concluir cuáles fueron las causas que lo llevaron a suicidarse.<br />
Entre otras cosas porque, en muchos casos, el suicidio<br />
ni siquiera está relacionado con el trastorno del afecto
La vida en otra parte<br />
133<br />
en sí, sino que corresponde a una decisión vital, derivada<br />
de la propia conceptualización de la existencia. ¿Qué pudo<br />
pensar Jung para optar por la solución extrema? Podríamos<br />
ofrecer distintas líneas de especulación, pero la verdad es<br />
que ya no lo sabremos.<br />
Paula, en busca de su individualidad<br />
El mayor contraste con Esteban y Jung, e incluso con los<br />
demás inmigrantes de la novela, lo marca Paula, una hermosa<br />
mujer de veintiséis años. De clase alta y signada por<br />
la voluntad de sus padres que quieren que aprenda francés<br />
durante un año, casarla luego en Bogotá con un pretendiente<br />
de alcurnia, y después dirigirla hacia una profesión<br />
digna de sus aptitudes, bien sea en la televisión o la publicidad,<br />
Paula convierte su condena en una oportunidad<br />
de liberación: “[…] tengo deseos y sueño con satisfacerlos”<br />
(Gamboa, ibídem, p. 39), le comenta a Esteban. Sus deseos<br />
son sexuales y es evidente que no puede satisfacerlos<br />
en <strong>Colombia</strong>, donde lo más probable es que su conducta<br />
sea reprobada por su familia, por sus amigos y por su propio<br />
novio, con el que Paula confiesa que se siente aburrida<br />
en el plano erótico. Ya en su adolescencia había descubierto<br />
el placer de una manera categórica y sin ningún tipo de<br />
pudor: “el sexo desde la primera vez me dejó convertida”<br />
(Gamboa, ibídem, p. 39). Pero ni siquiera pudo admitirle<br />
sus experiencias a su prometido, por temor al escándalo y al<br />
rechazo. Le habría encantado tener más de lo que obtiene<br />
de su novio en el plano sexual, pero no es capaz de decírselo<br />
porque sería un irrespeto. Esta situación es extremadamente<br />
frecuente en las relaciones de pareja, y muchos de quienes<br />
leen este artículo estarían de acuerdo con ella cuando<br />
concluye: “[…] pero la verdad es que yo me muero de ganas<br />
de que me irrespete” (Gamboa, ibídem, p. 39). Lo habitual
134 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
es que los individuos sostengan una determinada vida sexual<br />
creyendo satisfacer a su pareja, y que luego se sorprendan<br />
cuando en una disputa el otro confiese que habría esperado<br />
mucho más.<br />
Paula sentía enormes deseos de explorar su sexualidad,<br />
pero en el ambiente donde creció era imposible. De manera<br />
que resolvió aprovechar su viaje a Francia, lejos de la<br />
censura y de los juicios de valor, para darle rienda suelta a<br />
su sensibilidad sexual. A diferencia de otros inmigrantes,<br />
Paula no se separaba de su familia y de sus demás seres queridos:<br />
huía de ellos para su propio beneficio. Eso les sucede<br />
con mucha frecuencia a un buen número de migrantes:<br />
sienten que el país a donde llegan les va a permitir expresar<br />
su sexualidad con la libertad que han soñado, para gozar sin<br />
sentir el reproche o el cuestionamiento permanente a sus<br />
decisiones. Durante mi viaje por España, conocí muchos<br />
casos de personas que se habían “exiliado” para poder ser<br />
abiertamente homosexuales sin tener que enfrentarse a la<br />
crítica de sus familias y de sus grupos sociales. El anonimato,<br />
que suele ser un motivo de estrés en ciertos migrantes,<br />
era para Paula una garantía de su dicha.<br />
Dentro de su agitada vida sexual, hay descripciones de<br />
tríos, grupos, sexo anal, relaciones homosexuales y heterosexuales<br />
casuales y, en fin, casi cualquier práctica sexual<br />
que se nos pueda ocurrir. Aquí lo importante es que ella<br />
nos pone de manifiesto que las disfruta, que hacen parte de<br />
su viaje hacia el conocimiento de sí misma. Incluso llega en<br />
algún momento a cobrar por tener sexo, solo para satisfacer<br />
su curiosidad. El éxito del viaje de Paula a París reside en<br />
el ejercicio de su libertad, mediante la cual puede decidir<br />
sobre su propia vida sexual y ser dueña de su cuerpo.<br />
Curiosamente, lo que se percibe con más frecuencia en<br />
los migrantes es que, por tener comprometido su estado de<br />
ánimo, ven afectada también su vida sexual. Sin embargo,
La vida en otra parte<br />
135<br />
si no llegan a consulta para hablar sobre su estado de ánimo,<br />
menos lo harán para discutir sobre su apatía sexual.<br />
En este sentido, Paula fue una tabla de salvación para Esteban,<br />
quien aprovechó los bríos eróticos de ella para descubrir<br />
un deleite de la actividad sexual que lo salvó de hundirse<br />
en la depresión.<br />
Cada cual con su tratamiento, si lo requiere<br />
Al analizar a los tres personajes de la novela en cuestión,<br />
podemos sacar las siguientes conclusiones:<br />
Esteban presentó inicialmente un cuadro compatible<br />
con el síndrome de Ulises o, para quienes no quieran utilizar<br />
el epónimo, con el síndrome del inmigrante con estrés<br />
crónico y múltiple, caracterizado por síntomas de ansiedad<br />
y episodios depresivos. Pero luego fue saliendo adelante con<br />
ayuda de Paula y con las oportunidades laborales que mejoraron<br />
progresivamente su calidad de vida. Si lo hubiera<br />
tenido en mi consultorio no lo habría medicado, como no<br />
habría medicado a ningún paciente que llegara con el síndrome<br />
de Ulises. A fin de cuentas, es normal que sientan<br />
estrés crónico frente a situaciones adversas persistentes. Lo<br />
que hay que cambiar es su realidad para que los síntomas<br />
comiencen a disminuir. Sin embargo, sospecho que mis<br />
colegas se habrían decantado, en el caso de Esteban, por<br />
una aproximación psicoterapéutica dejando como posibilidad<br />
posterior la inclusión de algún fármaco: un ansiolítico,<br />
por ejemplo, para paliar la ansiedad que evitaba con el alcohol,<br />
y de pronto un antidepresivo para mejorar su ánimo.<br />
En cuanto a Jung, aunque no presenta todos los síntomas<br />
asociados con el síndrome de Ulises –pues a pesar de<br />
todo vive mejor en París que como vivía en Corea o durante<br />
su larga travesía de escape–, su miedo y su tristeza son<br />
evidentes y profundos; tanto, que afectan ostensiblemen-
136 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
te su cotidianidad. Jung no tiene futuro, sus expectativas<br />
son escasas. Su cuadro sugiere la presencia de un trastorno<br />
depresivo en una persona que ha migrado, para cuyo<br />
tratamiento se podría haber utilizado cualquiera de las diversas<br />
posturas vigentes en el momento que, de forma muy<br />
general, se pueden resumir en tres: psicoterapia exclusiva,<br />
medicación antidepresiva o una combinación de estas dos.<br />
Este último abordaje, desde mi punto de vista profesional,<br />
daría un cumplimiento más satisfactorio a las expectativas<br />
del tratante y del paciente. Sin embargo, es posible que el<br />
desenlace fuera el mismo, pues no contamos en la actualidad<br />
con ningún método infalible para prevenir ni para<br />
evitar el suicidio. Tal vez se le habría podido ayudar a vivir<br />
mejor la antesala a su muerte premeditada, pero está visto<br />
que el que ha tomado la determinación real de quitarse la<br />
vida, generalmente lo cumple.<br />
Por último, aunque imagino que muchos lectores esperaban<br />
encontrar un análisis de la vida sexual de Paula digno<br />
de su exuberancia y variedad, en mi opinión como sexólogo<br />
clínico no presenta ninguna patología específica y, por<br />
tanto, no requiere tratamiento. Eso sí, habría sido conveniente<br />
orientarla en cuanto a la protección para evitar un<br />
embarazo no deseado o una enfermedad de transmisión sexual.<br />
Nada más.
8<br />
La enfermedad del olvido<br />
Comentarios a la obra En la laguna más profunda,<br />
de Óscar Collazos.<br />
Francisco Lopera R.
FRANCISCO LOPERA R. es médico cirujano y neurólogo clínico de la Universidad<br />
de Antioquia, con una licencia especial en Neuropediatría con énfasis en<br />
Neuropsicología en la Universidad Católica de Lovaina (UCL), en Bélgica. Es profesor<br />
titular en Neurología del Comportamiento en la Facultad de Medicina de la<br />
Universidad de Antioquia, y fue jefe del Servicio de Neurología Clínica del mismo<br />
centro educativo. Ha sido médico neurólogo en la Clínica León XIII de Medellín;<br />
médico rural y director del Hospital de Acandí, Chocó; y fundador y profesor<br />
de la Sección de Investigaciones Psicológicas, hoy Departamento de Psicología de<br />
la Universidad de Antioquia. Desde 1990 dirige el Grupo de Investigaciones en<br />
Neurociencias de la Universidad de Antioquia. Ha participado en varios proyectos<br />
colaborativos internacionales con la Universidad de Harvard, la Universidad<br />
de Washington, el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos, el Proyecto del<br />
Genoma Humano, el Instituto Cajal de Madrid y el Centro de Neurociencias de<br />
Cuba. También es autor y coautor de más 110 publicaciones en revistas científicas<br />
nacionales e internacionales sobre aspectos clínicos, neurológicos, neuropsicológicos,<br />
neurogenéticos y moleculares de trastornos neurodegenerativos como<br />
las enfermedades de Alzheimer, Parkinson, Huntington, Wilson y Cadasil, y sobre<br />
trastornos del neurodesarrollo como el déficit de atención con hiperactividad. Ha<br />
presentado numerosas ponencias en congresos nacionales e internacionales y es autor<br />
o coautor de varios libros y capítulos de libros.<br />
En este texto, el autor hace un análisis de la enfermedad que aqueja a Mamamenchu,<br />
la abuela de Alexandra, narradora de la historia de En la laguna más profunda, publicada<br />
en 2011. La novela de Óscar Collazos (Bahía Solano, 1942) reproduce las<br />
memorias que la niña transcribe acerca de sus años al lado de su abuela, una mujer<br />
encantadora que, sin embargo, va deteriorándose poco a poco a causa de la pérdida<br />
de memoria.<br />
Advertencia<br />
Las citas textuales han sido tomadas de la edición abajo<br />
mencionada. Dentro del texto, entre paréntesis, se<br />
anotan los números de página correspondientes.<br />
• • COLLAZOS, Óscar. En la laguna más profunda. Editorial<br />
Norma. Bogotá, 2011.
Cuadro clínico<br />
La paciente, de 81 años, evidencia un cuadro típico de alzhéimer.<br />
Sufre de alucinaciones, olvida los rostros y los nombres<br />
de sus familiares más cercanos, y tiene dificultades para<br />
recordar palabras. Se muestra irascible, confunde su propia<br />
ropa con la ajena, y formula las mismas preguntas una y<br />
otra vez. Ha olvidado el uso de algunos utensilios y le cuesta<br />
trabajo vestirse por sí misma. Para mejorar la memoria, se<br />
recomiendan ejercicios físicos y de estimulación cognitiva,<br />
y administración de inhibidores de la acetil colinesterasa o<br />
moduladores del glutamato; también se aconsejan paliativos<br />
para mejorar la calidad de vida, como medicamentos para regular<br />
el humor, el estado de ánimo y el sueño.<br />
En la laguna más profunda narra la historia de una niña<br />
de nueve años que va descubriendo gradualmente la<br />
enfermedad del olvido en su abuela. La familia trataba<br />
de minimizar e ignorar los síntomas, pero la pequeña<br />
descubría, cada vez con mayor claridad, tanto los signos de<br />
la amnesia como los esfuerzos de sus padres por ocultarle el<br />
drama de la enfermedad de Alzheimer en la abuela.<br />
La mujer, a quien cariñosamente le dicen Mamamenchu,<br />
invita a la nieta a dar un paseo por su finca y le muestra<br />
el lugar donde alucina con su esposo, ya fallecido, vestido<br />
de gala. La nieta se da cuenta, pero le sigue la corriente. No<br />
le discute su alucinación; es más, se la alimenta imaginándola<br />
bailando con su abuelo en trajes de gala en medio del<br />
bosque, al lado del río.<br />
Alucinaciones y delusiones (conceptos o imágenes que<br />
no se atañen a la realidad) son dos tipos de síntomas relativamente<br />
comunes en la enfermedad del olvido. Las alucinaciones<br />
del alzhéimer generalmente son visuales, pero<br />
a veces también pueden ser auditivas. En la alucinación, el<br />
paciente ve lo que los demás no ven, como al abuelo ya fallecido<br />
vestido de gala que ve la abuela pero que no ve la<br />
nieta, quien solo lo puede imaginar. Generalmente no son<br />
tan dramáticas como las alucinaciones de los pacientes psi-
142 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
cóticos; las viven como algo muy natural, como le pasaba a<br />
la abuela en la novela: simplemente le gustaba ir al mismo<br />
lugar en el campo porque allí la visitaba su difunto esposo.<br />
La abuela tenía el poder de convertir en alucinación su deseo<br />
para hacerlo real. Era capaz de transformar sus sueños<br />
en alucinaciones.<br />
Las delusiones son ideas delirantes, como creer, por<br />
ejemplo, que alguien le tiene armado un complot a uno,<br />
que lo quieren envenenar, que lo están robando, o que un<br />
ser querido fallecido hace muchos años aún vive. La idea<br />
delirante (o delusión) más frecuente en pacientes con alzhéimer<br />
es considerar que alguien ha robado todo lo que<br />
embolata a causa de su mala memoria. Dado que el paciente<br />
no es consciente de sus olvidos, es lógico que atribuya la<br />
pérdida de sus cosas al espíritu malvado de alguien que se las<br />
esconde o se las roba.<br />
A Mamamenchu, las delusiones se le presentaron un<br />
poco más tarde que las alucinaciones, pero en una forma<br />
particular: en vez de quejarse porque le robaban las cosas<br />
que se le perdían, se quejaba porque alguien le guardaba<br />
ropa ajena en su armario, o se negaba a pagar una prenda en<br />
un almacén porque la consideraba de su propiedad.<br />
Las delusiones más fuertes las presentó la abuela cuando<br />
su hija Esmeralda la llevó a una institución geriátrica. La<br />
abuela narró entonces que el ese lugar era tremendo:<br />
Furiosos, dice mi madre que dijo la abuela. Demonios furiosos. Le arrebataban<br />
las cobijas, la sacaban de la cama, la rodeaban y querían clavarle<br />
en el cuerpo sus uñas filosas, esmaltadas como cuchillos de plástico. No<br />
tenían ojos, algunos no tenían nariz, y los que tenían boca dejaban ver<br />
unos colmillos espantosos […].<br />
–No me quieren –decía–. Me hacen maldades (Collazos, ibídem,<br />
p. 74).<br />
Ninguna de esas maldades se las hacían sus compañeros<br />
inofensivos; todas eran producto de su delirio. Como no le
La enfermedad del olvido<br />
143<br />
gustaba el sitio, se inventó todas esas delusiones o ideas delirantes,<br />
que ella vivía, al igual que todos los pacientes con<br />
alzhéimer, como realidades.<br />
La nieta observaba que a medida que le pasaban los<br />
años, la abuela se volvía cada vez más irritable y de mal genio.<br />
Se ponía de mal humor por cualquier cosa. La madre,<br />
que comprendía muy bien estas oscilaciones en el estado<br />
de ánimo de la abuela, pedía que la dejaran tranquila. El<br />
mal humor es un síntoma muy común en la enfermedad<br />
de Alzheimer. El paciente se puede volver muy susceptible<br />
y enojarse por cualquier cosa. Puede magnificar los eventos<br />
de una manera exagerada. Ocasionalmente, la irritabilidad<br />
puede llegar a grados de excitación y agresividad verbal o<br />
física. A veces dicha agresividad está dirigida contra el cuidador<br />
o contra las personas más allegadas y queridas de su<br />
familia. Es frecuente que la personalidad previa del paciente<br />
se intensifique. Por ejemplo, si el paciente era de mal<br />
genio, su genio empeora.<br />
Pero en ocasiones pueden observarse comportamientos<br />
opuestos a los que tradicionalmente presentaba el paciente<br />
en su vida previa. Aunque la abuela se volvió cada vez más<br />
irritable con el curso de su enfermedad, no hizo graves<br />
episodios de excitación y agresividad como puede suceder<br />
excepcionalmente en algunos pacientes. Por lo general, el<br />
paciente con demencia alzhéimer no representa un peligro<br />
para el cuidador en el sentido de que en una crisis de<br />
agresividad le pueda ocasionar un daño. Cuando presentan<br />
agresiones, en general son de tipo impulsivo más que conductas<br />
agresivas planificadas o elaboradas.<br />
Tejer y destejer<br />
Por otro lado, la nieta observaba que la abuela iba perdiendo<br />
sus habilidades, pero cuando se sentaba a tejer, dis-
144 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
frutaba más tejiendo que acabando el tejido. Tejía y destejía<br />
en una perseverancia que no incluía terminar la tarea. En<br />
esta descripción se incluyen dos signos muy frecuentes de la<br />
enfermedad del olvido: la apraxia o pérdida del saber hacer,<br />
y la perseverancia. El paciente pierde ciertas habilidades,<br />
por ejemplo para cocinar, para vestirse o para hacer un oficio<br />
particular. En cambio, aumenta la perseverancia en una<br />
tarea repetitiva determinada. Por ejemplo, tejer y destejer<br />
sin objetivo, como lo hacía la abuela, simplemente por el<br />
placer de tejer para nada.<br />
Curiosamente, la abuela no olvidó cómo tejer, aunque<br />
hubiese olvidado cómo hacer otras actividades. La apraxia del<br />
tejer la conservaba intacta. Más allá de este recurso literario,<br />
probablemente en la realidad del alzhéimer no es posible<br />
conservar indefinidamente esta disociación entre conservar<br />
la habilidad y el agravamiento de la conducta perseverante.<br />
La acalculia, o dificultad para hacer cálculos matemáticos,<br />
y las dificultades para reconocer las cantidades y usar adecuadamente<br />
el dinero al hacer compras, se altera rápidamente<br />
al alcanzar el estado de demencia. Cuando la abuela empezó<br />
a firmar cheques por una suma muy superior al valor de la<br />
cuota de una hipoteca que había terminado de pagar diez<br />
años atrás, y cuando empezó a confundir los nombres de<br />
las personas y a saludar a desconocidos con abrazo como<br />
si fueran personas muy allegadas, ya no quedaba ninguna<br />
duda de que estaba picada por el alzhéimer, el terrible mal<br />
del olvido.<br />
¿Cómo es que se llama? Mejor me callo<br />
La propanomia, u olvido de nombres propios, es, generalmente,<br />
el primer síntoma de anomia (el olvido de las palabras)<br />
en la enfermedad de Alzheimer. Los nombres propios<br />
son mucho más susceptibles al olvido que los nombres
La enfermedad del olvido<br />
145<br />
de objetos. Los falsos reconocimientos son tan comunes<br />
como la dificultad para reconocer seres queridos, familiares<br />
o amigos. Tan fácilmente el paciente puede no reconocer<br />
un amigo o un familiar, como experimentar una sensación<br />
de familiaridad con un extraño a quien considera conocido<br />
previamente, y saludarlo, incluso, con abrazo como si fuese<br />
una antigua conocida.<br />
Luego de la propanomia, aparece la anomia. El olvido<br />
no solo afecta a los almacenes de nombres propios, sino a<br />
los almacenes de las palabras, de los nombres de las cosas,<br />
de los sustantivos y de los adjetivos. Cuando la anomia se<br />
fue haciendo grave, la abuela se demoraba tanto buscando<br />
la palabra que quería decir que se rendía y prefería guardar<br />
silencio. Así empezó la hipoespontaneidad verbal o, mejor,<br />
la calladera, que finalmente llevó a la abuela al mutismo absoluto<br />
en la fase avanzada de la enfermedad.<br />
Aunque la descripción de la enfermedad de la abuela corresponde<br />
a una persona afectada con alzhéimer, Alexandra,<br />
la nieta, no alcanza a percibir los primeros síntomas<br />
del mal, que tienen que ver con la pérdida de la memoria<br />
reciente. Su recuerdo se inicia con las alucinaciones, que<br />
suceden cuando el paciente ya tiene demencia. Sin embargo,<br />
la abuela, según cuenta Alexandra, posee una excelente<br />
capacidad de raciocinio y lucidez mental, al mismo tiempo<br />
que “goza” de sus alucinaciones.<br />
Por otra parte, hay una fase larga de la enfermedad, omitida<br />
por Alexandra quizás porque no la vivió, que puede<br />
tomar entre dos y cinco años, que precede a la demencia y<br />
se conoce como deterioro cognitivo leve. Este se caracteriza principalmente<br />
por un síndrome amnésico puro que afecta las<br />
vivencias recientes pero no las vivencias del pasado, y que los<br />
médicos conocemos como síndrome de amnesia anterógrada o amnesia<br />
hipocampal. El reconocimiento de esta etapa es minimizada<br />
por la familia de la abuela, como sucede muchas veces
146 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
en la enfermedad del olvido. Los familiares consideran que<br />
los olvidos son olvidos tontos, olvidos sin importancia, nada<br />
grave. La relevancia de estos síntomas en muchas ocasiones<br />
solo se hace evidente cuando se salta del síndrome amnésico<br />
al síndrome demencial. La enfermedad, al igual que le<br />
sucede a Mamamenchu, puede progresar silenciosamente y<br />
por un tiempo indeterminado, antes de que sus allegados la<br />
detecten como tal. Es una especie de mal traicionero que se<br />
va robando las facultades mentales lenta y sistemáticamente<br />
sin que pueda ser identificado desde el comienzo.<br />
Justamente, el alzhéimer se inicia con una amnesia hipocampal<br />
porque los depósitos de basuras proteicas como el<br />
amiloide y la proteína tau (basuras tóxicas que destruyen las<br />
neuronas) empiezan por la corteza entorrinal. Este cuadro<br />
amnésico, característico de la etapa inicial de la enfermedad<br />
del olvido, se manifiesta en la repetidera, conducta descrita<br />
también en el personaje de la abuela, pero un poco más<br />
tarde en el curso de la evolución de su enfermedad. La repetidera<br />
es el primer síntoma de la enfermedad del olvido y<br />
es el producto de una clara pérdida de la memoria reciente.<br />
Además de ser el primer síntoma, es el más frecuente.<br />
Como olvida lo inmediato, la abuela no recuerda que acaba<br />
de hacer una pregunta y la vuelve a formular, y así constantemente<br />
hasta agotar la paciencia de su interlocutor.<br />
¿Ajiaco? No conozco ese postre<br />
Al mismo tiempo que progresaban los problemas de memoria,<br />
los estados de confusión eran tan frecuentes en la<br />
abuela que en un cumpleaños de su nieta creyó que se trataba<br />
de la celebración del suyo propio. Los estados de confusión<br />
son frecuentes en el estado intermedio entre el síndrome<br />
amnésico y el síndrome demencial, pero son mucho<br />
más frecuentes cuando el paciente ya tiene demencia.
La enfermedad del olvido<br />
147<br />
Cuando la abuela ya había perdido demasiado la memoria<br />
reciente, comenzó a perder la memoria semántica. Esta<br />
es una memoria mucho más resistente al olvido y empieza<br />
a debilitarse cuando el alzhéimer está a medio camino. Su<br />
principal manifestación es la pérdida del significado de las<br />
palabras. La abuela llegó incluso a perder el significado de<br />
la palabra ajiaco, que era su plato favorito. Decía que nunca<br />
había oído hablar de ese postre. La misma abuela se burlaba<br />
de su anomia. Añoraba las épocas en que podía hablar de<br />
corrido. Ahora no lo podía hacer. En la mitad de una frase<br />
se bloqueaba buscando una palabra en los almacenes vacíos<br />
de su memoria.<br />
Otro de los síntomas de la enfermedad de Alzheimer,<br />
evidentes también en la abuela, son las conductas de desinhibición<br />
asociadas a las delusiones. La enfermedad provoca<br />
que la capacidad de autocrítica y el juicio moral desaparezcan.<br />
De ahí que a la abuela no le preocupara, como le<br />
hubiese sucedido en el pasado, andar desnuda por su casa.<br />
Así, entra desnuda al dormitorio donde su hija y su yerno<br />
ven televisión, y empieza a reburujar su armario y a sacar y<br />
tirar al piso prendas propias que no reconoce como suyas.<br />
Asegura que alguien está guardando ropa en su clóset. Algo<br />
similar le sucedió con su propia imagen: llegó el momento<br />
en que no reconocía su rostro en el espejo y se asustaba, razón<br />
por la cual tuvieron que retirarle los espejos.<br />
Pero así como a veces no reconocía lo suyo, en otras<br />
ocasiones consideraba lo ajeno como propio. Sucedió en<br />
una ocasión que se fue de la casa y tomó un vestido de un<br />
almacén como si fuera suyo, y se negaba a pagarlo porque<br />
consideraba que no tenía por qué pagar una prenda de su<br />
propiedad. Su seguridad en esta idea la llevó a encontrarse<br />
rodeada de un corrillo de personas que se aproximaron al<br />
lugar del escándalo para observar el desenlace de la conducta<br />
infractora de la abuela.
148 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
Respecto al vestir, también aparecieron algunos signos<br />
de desinhibición: elegía prendas de mucho colorido y no<br />
apropiadas para su edad; buscaba su ropa en un armario<br />
ajeno y se vestía con prendas de fiestas ajenas. Es muy común<br />
que en la demencia tipo alzhéimer se presenten dificultades<br />
para combinar adecuadamente las prendas de vestir,<br />
antes de que aparezca la apraxia del vestir o dificultad<br />
para ponerse adecuadamente la ropa. Antes se pueden observar<br />
conductas de perseverancia, es decir, el uso repetido<br />
de los mismos atuendos.<br />
Con la apraxia del vestir pueden aparecer otras apraxias,<br />
en especial la apraxia ideacional: un trastorno del saber hacer<br />
o saber utilizar los objetos, que es común en la enfermedad<br />
de Alzheimer. La abuela trataba de cortar la carne<br />
con el tenedor o trataba de tomarse la sopa con el cuchillo<br />
en vez de usar la cuchara. A medida que avanzaba la enfermedad,<br />
se le fue olvidando usar su dentadura y no podía<br />
masticar alimentos muy sólidos o duros. Cada vez su dieta<br />
tenía que ser más blanda o líquida por sus problemas para la<br />
masticación. En estados avanzados de la enfermedad puede<br />
suceder que el paciente deje de alimentarse y solo sea posible<br />
hacerlo por una sonda.<br />
Primero la mente, luego el cuerpo<br />
La enfermedad del olvido ataca primero la mente y después<br />
el cuerpo. El ataque a la mente se inicia contra la memoria<br />
reciente. El cerebro deja de almacenar nuevas experiencias<br />
y de construir nuevos recuerdos aunque conserva<br />
las huellas de memoria del pasado. Más adelante, el alzhéimer<br />
comienza a destruir las huellas de memoria previamente<br />
almacenadas, y el cerebro se va vaciando de recuerdos. Es<br />
un segundo ataque a la memoria semántica o memoria del<br />
pasado. Más adelante, ataca otras funciones mentales como
La enfermedad del olvido<br />
149<br />
el lenguaje, la percepción, las habilidades, la atención, la<br />
capacidad de análisis y de razonamiento y la conducta.<br />
También puede afectar los recuerdos de emociones.<br />
Cuando la mente ha quedado reducida a su mínima expresión<br />
y el sujeto se ha convertido en un cadáver ambulante,<br />
la enfermedad ataca la motricidad; el paciente empeora su<br />
marcha y termina postrado en una silla de ruedas. Luego,<br />
la destrucción del control motor progresa hasta el punto<br />
de postrar al cuerpo en la cama. Finalmente, el alzhéimer<br />
acaba con las habilidades más primitivas e instintivas del<br />
cuerpo, como comer, beber, respirar y los reflejos de deglución.<br />
El paciente viaja inevitablemente hacia un estado<br />
terminal de postración y de inmovilidad que lo hace susceptible<br />
de infecciones y sepsis. A estas alturas la muerte,<br />
causada generalmente por una complicación relacionada<br />
con el síndrome de inmovilidad crónica, llega como una<br />
salvación a la tragedia.<br />
El diagnóstico sobre la abuela<br />
No hay duda de que si hubiese podido ver a la abuela Mamamenchu<br />
en mi consultorio, le habría hecho el diagnóstico<br />
de enfermedad de Alzheimer. Lo que la abuela requería<br />
cuando empezó con su mal era una evaluación médica, y<br />
especialmente una evaluación de memoria, para confirmar<br />
el tipo de memoria alterada y su severidad. Comprobado el<br />
bajón en sus funciones mnésicas, le habría ordenado una resonancia<br />
magnética del cráneo para buscar signos de atrofia<br />
temporo-parietal, que es el principal signo radiológico de<br />
las etapas iniciales del alzhéimer. También le habría ordenado<br />
una batería de exámenes para comprobar el adecuado<br />
funcionamiento de sus riñones, de su hígado, de su sistema<br />
hormonal, y descartar otras causas de pérdida de memoria<br />
como la depresión, el hipotiroidismo, las avitaminosis, las
150 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
infecciones del sistema nervioso central, etcétera. Descartadas<br />
todas estas causas secundarias de demencia, confirmaría<br />
por descarte la enfermedad de Alzheimer.<br />
En esas circunstancias, se habría justificado un tratamiento<br />
con medicamentos específicos: inhibidores de la<br />
acetil colinesterasa, que aumentan los niveles de acetil colina<br />
en el cerebro mejorando la memoria, ya que ese es un<br />
neurotransmisor que utilizan las neuronas que participan<br />
en las funciones mnésicas; o moduladores del glutamato,<br />
otro neurotransmisor de gran importancia en los circuitos<br />
neuronales que participan en la memoria.<br />
Paralelamente, la abuela podría haber recibido algunos<br />
medicamentos paliativos para mejorar su calidad de vida.<br />
En especial, contra la irritabilidad. En algunas ocasiones se<br />
requieren, además, medicamentos para mejorar el estado<br />
de ánimo y el sueño, y para evitar las convulsiones cuando<br />
éstas se presenten.<br />
Un futuro para la abuela<br />
Hoy en día hay en el mundo aproximadamente 35 millones<br />
de personas con demencia, la mayoría de ellas causada<br />
por la enfermedad de Alzheimer, y la prevalencia seguirá<br />
subiendo hasta el año 2050 debido al incremento en la esperanza<br />
de vida, cuando habitarán el planeta casi 200 millones<br />
de personas con demencia. Por eso es considerada un<br />
problema de salud pública.<br />
La enfermedad es neurodegenerativa, lo cual consiste en<br />
muerte neuronal progresiva por depósitos de basuras proteicas,<br />
debido a una posible combinación de factores genéticos<br />
y ambientales. Menos del cinco por ciento de las<br />
personas con alzhéimer en el mundo tienen una variedad<br />
hereditaria de inicio precoz, que se están convirtiendo en<br />
una población muy importante para buscar soluciones para
La enfermedad del olvido<br />
151<br />
la forma esporádica mucho más común, por ser un grupo<br />
poblacional portador de marcadores genéticos que determinan<br />
la aparición de la enfermedad.<br />
La investigación ha identificado en el mundo aproximadamente<br />
500 familias afectadas por alzhéimer hereditario<br />
precoz causado por mutaciones en los genes de la proteína<br />
precursora de amiloide o en los genes de presenilina 1 y 2 en<br />
los cromosomas 21, 14 y 1. Los miembros de estas familias<br />
portadores de uno de estos genes mutados tienen un ciento<br />
por ciento de riesgo de desarrollar la enfermedad y se han<br />
convertido en la diana perfecta para buscar por primera vez<br />
una posible terapia preventiva, dado que las basuras proteicas<br />
de amiloide y tau se empiezan a depositar en el cerebro<br />
hasta dos décadas y media antes del inicio de los síntomas.<br />
En Antioquia, <strong>Colombia</strong>, donde residen veinticinco familias<br />
–unos cinco mil miembros– afectadas con una de estas<br />
formas de alzhéimer genético, se iniciará en 2013 uno<br />
de los primeros estudios de terapia preventiva en la historia<br />
y en el mundo. Trescientos sujetos jóvenes y sanos, miembros<br />
de estas familias, recibirán un tratamiento antiamiloideo<br />
por cinco años con la esperanza de prevenir o, por lo<br />
menos, retrasar el inicio de la enfermedad.<br />
Hoy en día no hay muchas esperanzas de curar la enfermedad<br />
que ya ha comenzado, de modo que los cuidados paliativos<br />
y el mejoramiento de la calidad de vida sigue siendo<br />
lo mejor que le podemos ofrecer a los pacientes mientras<br />
llegan opciones más esperanzadoras.<br />
Sin embargo, la abuela Mamamenchu obtuvo lo más importante<br />
que un cuidador le puede brindar a un ser querido<br />
con alzhéimer: amor. Un cariñoso cuidado es la mejor<br />
medicina contra la enfermedad del olvido. Aunque no le<br />
ofrecieron nada de lo que se le puede ofrecer hoy, la abuela<br />
recibió para la época –entre 2000 y 2003, más o menos–<br />
lo mejor que, aun hoy, se le podía haber brindado: amor
152 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
y cuidados por parte de sus seres más queridos, en especial<br />
de su nieta. Una nieta a la que le fascinaba aprender de la<br />
abuela en sus paseos de campo, y minimizaba la tragedia alimentándole<br />
su inconsciencia del propio deterioro y la de su<br />
derrumbe en la laguna más profunda del olvido.
9<br />
La vida extrema<br />
de Rosario Tijeras<br />
Una aproximación a la psicopatología del personaje<br />
de la novela homónima de Jorge Franco.<br />
Silvia L. Gaviria Arbeláez
SILVIA L. GAVIRIA ARBELÁEZ es médica egresada de la Universidad CES de<br />
Medellín, psiquiatra de la Universidad de Antioquia, directora del programa de<br />
Psiquiatría de la Facultad de Medicina de la Universidad CES, y profesora en la misma<br />
universidad. Conferencista en los ámbitos nacional e internacional, con experiencia<br />
profesional en el área de psiquiatría de la mujer. Autora de varios artículos<br />
publicados en revistas nacionales e internacionales. Coautora y editora de los libros<br />
Afrodita y Esculapio: Una visión integral de la medicina de la mujer; y Climaterio: una visión integradora.<br />
Ha contribuido con más de 15 capítulos de textos académicos para la enseñanza de<br />
la psiquiatría en pregrado y posgrado, y es colaboradora de varias revistas internacionales<br />
en la revisión de los temas de género. Silvia Gaviria es también miembro<br />
del Comité de Salud Mental de la Mujer de la Asociación Mundial de Psiquiatría<br />
(WPA), directora del Comité para la Salud Mental de la Asociación Psiquiátrica<br />
de América Latina (APAL), y miembro de la Junta Directiva de la Internacional<br />
Association Women’s Mental Health. Cofundadora y miembro del Centro de Excelencia<br />
de Investigaciones para la Salud Mental de la Universidad CES (Cescism), y<br />
Fundadora y directora del Congreso Internacional de Medicina y Salud Mental de<br />
la Mujer, el cual se celebra en Medellín cada dos años.<br />
En este ensayo, la especialista traza un perfil psiquitátrico de Rosario Tijeras, el<br />
personaje principal de la novela homónima de Jorge Franco (Medellín, 1968), publicada<br />
en primera edición por Plaza & Janés en 1999. La novela narra la historia<br />
de una joven sicaria de Medellín, al servicio de los jefes del narcotráfico, en la voz<br />
de un muchacho de la clase alta de la sociedad antioqueña que se enamora de ella<br />
y la sigue incondicionalmente en un intento infructuoso por descifrar su corazón.<br />
Advertencia<br />
Salvo que se indique otra cosa, las citas textuales han<br />
sido tomadas de la edición abajo mencionada. Dentro<br />
del texto, entre paréntesis, se anotan los números de<br />
página correspondientes.<br />
• • FRANCO RAMOS, Jorge. Rosario Tijeras. Plaza & Janés,<br />
segunda edición, 1999.
Cuadro clínico<br />
La paciente presenta un cuadro típico de trastorno antisocial<br />
de la personalidad. Desde niña ha desarrollado un escaso valor<br />
del sentido de la vida. Busca la satisfacción de sus placeres<br />
inmediatos sin medir los riesgos y se irrita con facilidad si<br />
alguien la contradice. Reacciona con violencia desproporcionada<br />
e injustificada frente a situaciones conflictivas a veces<br />
intrascendentes. No exhibe ninguna reacción emocional<br />
ante los crímenes que comete y no registra culpa alguna en<br />
compensación por el daño que inflige. Hay en su vida una<br />
búsqueda permanente de emociones extremas sin considerar<br />
las consecuencias.<br />
“Esa mujer es un balazo”, le dice Antonio a Emilio<br />
sobre Rosario Tijeras. Antonio y Emilio son dos<br />
muchachos de las clases altas de Medellín; en<br />
cambio Rosario es de las comunas, de lo más bajo que pueda<br />
producir una ciudad saturada de inmigrantes de ascendencia<br />
campesina que ya no caben en esas montañas atarugadas<br />
de pesebres. Y sin embargo, andan ambos enamorados<br />
de ella, entregados a sus caprichos y a sus cóleras; de ella,<br />
que es un enigma, que no tuvo ni apellido y le tocó forjarse<br />
uno, que ni siquiera conoció a su padre y no se habla con<br />
su madre, que a los ocho años conoció el terror “vestido<br />
de hombre” y quién sabe cuántos muertos lleve ya encima<br />
desde entonces. Quizás no encuentre Antonio una mejor<br />
manera de definirla: “Esa mujer es un balazo” (Franco, ibídem,<br />
p. 25).<br />
Analizar a Rosario Tijeras desde el punto de vista psiquiátrico<br />
es un desafío. No solo porque incursiono en un tipo<br />
de literatura que va más allá de los habituales textos científicos,<br />
sino porque Rosario Tijeras es ya un personaje paradigmático<br />
de una época, un lugar y unos protagonistas que<br />
no han sido lo suficientemente estudiados para entenderlos<br />
en su completa dimensión. ¿La época? Las últimas dos décadas<br />
del siglo XX. ¿El lugar? La Medellín bajo el dominio
158 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
de Pablo Escobar. ¿Los protagonistas? Los sicarios de las<br />
comunas, niños y adolescentes que se entregaron a la causa<br />
asesina de el Capo para aliviar, sin medir las consecuencias,<br />
sus carencias materiales… y tal vez también su orfandad.<br />
Tratar de comprender a Rosario, siendo ella una joven<br />
habitante de las zonas marginales de la ciudad, en un momento<br />
en el que la ley y los referentes eran los “duros”, es<br />
decir, los traficantes de drogas, nos ubica en un contexto<br />
singular, denso y hostil. Así como Rosario percibía a los<br />
habitantes de la otra Medellín lejanos y dueños de ciertos<br />
privilegios, los que estamos del lado de esos privilegios desconocemos<br />
la verdad total de lo que sucedía y aún sucede en<br />
las comunas.<br />
En algún momento de la novela, Antonio aventura una<br />
hipótesis, que es la de los historiadores: “La pelea de Rosario<br />
no es tan simple, tiene raíces muy profundas, de mucho<br />
tiempo atrás, de generaciones anteriores; a ella la vida le<br />
pesa lo que pesa este país, sus genes arrastran con una raza<br />
de hidalgos e hijueputas que a punta de machete le abrieron<br />
camino a la vida, todavía lo siguen haciendo; con el machete<br />
comieron, trabajaron, se afeitaron, mataron y arreglaron<br />
las diferencias con sus mujeres. Hoy el machete es un trabuco,<br />
una nueve milímetros, un changón. Cambió el arma<br />
pero no su uso” (Franco, ibídem, p. 40).<br />
Es la historia de esa otra parte de la ciudad, ajena a la eterna<br />
primavera, construida en las empinadas montañas por familias<br />
expulsadas del campo debido a la violencia o desplazadas<br />
por la falta de oportunidades y con grandes dificultades<br />
para ubicarse y sobrevivir.<br />
Sin embargo, sentir el problema como algo tan periférico<br />
genera ciertos sesgos de apreciación que deseo controlar<br />
para tratar de aproximarme sin prejuicios pero a la vez<br />
de manera asertiva y objetiva frente a los valores sociales y<br />
los principios como dos significados diferentes. Tener una
La vida extrema de Rosario Tijeras<br />
159<br />
postura firme frente a la universalidad de los principios y la<br />
volatilidad de los valores podría ayudarme a interpretar las<br />
actuaciones de Rosario, sus circunstancias, sus sentimientos,<br />
sus realidades, y comprender un poco más su personalidad<br />
y su conducta violenta.<br />
Una aproximación a Rosario<br />
Conocemos a Rosario Tijeras por la voz de Antonio, que<br />
es el que nos narra la historia. Sabemos por él, con cuentagotas,<br />
que ella creció en las comunas, aunque los “duros”<br />
le pagan un apartamento en un lujoso sector de Medellín.<br />
Que no se habla con su madre, a quien denomina secamente<br />
como doña Ruby. Que nunca conoció a su padre y<br />
que a los ocho años fue violada por uno de los compañeros<br />
ocasionales de su mamá. El abuso fue sistemático hasta que<br />
su hermano mayor, Johnefe, la vengó. Nos enteramos por<br />
Antonio de que años después la volvieron a violar, pero que<br />
esta vez ella se encargó, por sus propias manos, de desquitarse.<br />
Sedujo a su violador, quien al parecer no se acordaba<br />
de ella, y en la cama lo castró con unas tijeras.<br />
Sabemos, porque nos lo cuenta Antonio, que Rosario<br />
trabaja haciéndoles “trabajos” a los “duros”, pero ni él mismo<br />
sabe cuántos muertos lleva encima. Tampoco conoce su<br />
edad, aunque podemos colegir que es joven. Desde niña, su<br />
vida ha estado signada por el abandono, la falta de cuidado<br />
y de protección. Igualmente, desde muy pequeña empezó<br />
a exhibir conductas agresivas, violentas y desafiantes que la<br />
llevaron, incluso, a lesionarle la cara a una profesora con<br />
unas tijeras. Por este motivo fue expulsada del colegio y Rosario<br />
se fue de la casa. Tenía once años.<br />
Así, Antonio nos ofrece algunos elementos que ayudan<br />
a aproximarnos a la psicopatología de Rosario. Su papel de<br />
confidente y amigo incondicional nos da acceso a una parte
160 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
de la vida de Rosario, pero hay una que permanece oculta,<br />
la que ella no le cuenta a Antonio, y otra que solo comparte<br />
con Emilio su novio: la sexual.<br />
Para acercarme a Rosario, evitaré, hasta donde pueda,<br />
caer atrapada en el relato de Antonio, desprovisto de cualquier<br />
objetividad.<br />
El primer rasgo de la personalidad de Rosario que me<br />
llama la atención es el arrojo y la indiferencia que exhibía<br />
después de cometer sus crímenes. A pesar de ser una mujer<br />
con una historia marcada por los traumas, las carencias y la<br />
ausencia de figuras ejemplarizantes significativas, es difícil<br />
comprender la racionalidad de sus actos. La falta de sentimiento<br />
cuando acaba de matar a sus víctimas es sorprendente.<br />
Una noche, tras matar a un hombre en el baño de<br />
una discoteca, dijo con frialdad: “Vámonos, ya me aburrí”<br />
(Franco, ibídem, p. 46). Cogió su bolso, se pintó los labios<br />
y se fue, como si lo que hubiese pasado minutos antes fuera<br />
una trivialidad. Con razón, Antonio decía que Rosario, en<br />
vez de ser la caperucita del cuento que regresa feliz con su<br />
abuelita, ella se comía al lobo, a la abuelita y al cazador; era<br />
la Blancanieves que masacraba a los enanitos.<br />
Otro detalle que llama la atención es el placer que experimenta<br />
cuando relata las atrocidades de sus historias,<br />
la forma morbosa como le pregunta a Antonio acerca de<br />
lo que se rumora de ella. Da la impresión de que disfruta<br />
cuando escucha lo que la gente dice sobre los muertos que<br />
lleva a sus espaldas, que es hombre en vez de mujer, que tiene<br />
testículos; es como si el personaje de Rosario se hubiera<br />
convertido en un mito urbano y ella se complaciera con el<br />
imaginario construido en torno suyo.<br />
Había períodos indeterminados durante los cuales Rosario<br />
se perdía, probablemente para cumplir las misiones que<br />
le encomendaban sus jefes. Nadie sabía exactamente lo que<br />
hacía. Luego reaparecía como si nunca se hubiera ausentado
La vida extrema de Rosario Tijeras<br />
161<br />
y comenzaba a comer compulsivamente, a ganar peso, aunque<br />
presiente Antonio que “su gordura postcrimen está más<br />
relacionada con el miedo que con la tristeza por la pérdida”<br />
(Franco, ibídem, p. 86). Comer ávidamente era, en todo<br />
caso, una señal de que en algo sospechoso había estado.<br />
Para Rosario el peligro, los cementerios, la muerte eran<br />
estímulos excitantes. “La guerra era el éxtasis, la realización<br />
de un sueño, la detonación de los instintos” (Franco, ibídem,<br />
p. 52). Su vida estaba hecha de emociones extremas.<br />
Uno de estos excesos se reflejaba en el uso que hacía de las<br />
drogas. Tenía épocas en las que se encerraba a consumir en<br />
compañía de su novio y de su amigo, y podía pasar días sin<br />
comer y sin dormir. No era necesario que estuviera bajo el<br />
efecto de la droga para actuar con hostilidad e irascibilidad<br />
y reaccionar desaforadamente frente a situaciones insignificantes,<br />
pero era una realidad que en los periodos de abstinencia<br />
se descontrolaba y se tornaba más intolerante.<br />
Rosario es una sicaria y, como tal, su conciencia de la<br />
vida es fugaz; mezcla lo religioso con el crimen, pero solo<br />
en función de lograr su cometido, como un amuleto de<br />
buena suerte. No hay nada de espiritual ni de trascendencia<br />
en el ritual de sus escapularios. No tiene dimensión del<br />
valor de la vida, y el acceso a las cosas materiales prima sobre<br />
otros aspectos, incluso sobre la vida misma. Las razones<br />
para actuar así no se pueden explicar suficientemente por<br />
la rabia. No todos los que han sido víctimas se defienden o<br />
se vengan de esta manera tan cruel y sin el menor remordimiento.<br />
La noche de la discoteca, cuando Antonio le preguntó,<br />
aterrado, por qué había matado a ese hombre, ella<br />
le contestó: “Porque todo el que me faltonea las paga así”<br />
(Franco, ibídem, p. 46). Ella se venga de la propia vida. Sin<br />
embargo, hay relatos de Antonio en los que aparece una<br />
Rosario frágil, romántica, la chica que canta y recita poemas<br />
de amor, ingenua, necesitada de ser amada y querida.
162 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
Momentos de verdadero dolor, como cuando enterró a su<br />
hermano, Johnefe, y a uno de sus primeros amores, Ferney,<br />
ambos miembros del mismo clan y ambos asesinados.<br />
Rosario Tijeras es capaz de generar todo tipo de sentimientos<br />
encontrados: rabia, compasión, comprensión,<br />
rechazo. Nada de grises. Y sin embargo, sigue siendo una<br />
pintura abstracta, un enigma hecho de contradicciones.<br />
Antonio le preguntaba dónde había estado, y ella respondía<br />
como algo natural: “Por ahí, acabando con medio mundo”.<br />
Pero otras veces abría las compuertas de su corazón, y<br />
entonces le confesaba: “No es culpa mía, cómo les dijera,<br />
es como algo muy fuerte, más fuerte que yo y que me obliga<br />
a hacer cosas que yo no quiero” (Franco, ibídem, p. 178).<br />
Un análisis psicopatológico<br />
Una cosa es leer desde la perspectiva desprevenida de<br />
un lector cualquiera, emitir juicios y condenar al personaje<br />
como una sicaria más; y otra es hacer un análisis psicopatológico<br />
en virtud de intentar comprenderla y ayudarla. Para<br />
tal fin, necesito integrar los rasgos de su temperamento<br />
con el influjo psicosocial que la afecta. En otras palabras,<br />
mirar su biografía en el entorno sociocultural en el que se<br />
ha desarrollado.<br />
Poco sabemos de los antecedentes de la familia, solo aparecen<br />
la figura materna y la de su hermano Johnefe. No<br />
hay datos e historia de otros familiares. Así que cualquier<br />
interpretación del comportamiento de Rosario debe basarse<br />
en los datos que ofrecen tanto Antonio, como la realidad<br />
sociocultural que conocemos no solo por la novela. Y,<br />
claro, en las apreciaciones y la experiencia adquirida como<br />
psiquiatra desde la perspectiva clínica y vivencial.<br />
En primer lugar, es necesario comprender, desde el<br />
punto de vista del género, el papel que juega Rosario como
La vida extrema de Rosario Tijeras<br />
163<br />
mujer y las circunstancias que la llevan a actuar y meterse<br />
en un mundo que tradicionalmente ha sido patrimonio<br />
de los hombres. En principio, Rosario es una víctima más<br />
del maltrato y el abuso sexual que sufren las mujeres en el<br />
duro contexto de las comunas y, en general, en todas las<br />
situaciones de pobreza. Su existencia estuvo atravesada por<br />
carencias y ausencias desde lo afectivo hasta lo material. Es<br />
significativo que Rosario, a diferencia de los sicarios hombres,<br />
no haya tenido un vínculo fuerte con su madre. Probablemente<br />
esa gran distancia tiene raíces en la negligencia<br />
de su progenitora (una mujer con múltiples compañeros<br />
sexuales, cuyos hijos fueron el resultado de diferentes uniones)<br />
frente a la violación de Rosario por uno de sus compañeros<br />
ocasionales. Cuando Johnefe le contó lo sucedido,<br />
la respuesta de doña Ruby fue la menos esperada: “Esos<br />
son cuentos de la niña que ya tiene imaginación de grande”<br />
(Franco, ibídem, p. 20). Su padre se fue cuando ella nació,<br />
así que el rol parental lo asumió su hermano, quien finalmente<br />
se constituyó en su figura de identificación. Por lo<br />
tanto, su mundo estaba rodeado más de hombres que de<br />
mujeres, y los hombres con quienes tenía mayor contacto<br />
eran sicarios como su hermano.<br />
En segundo lugar, la pobreza, la falta de un lugar y de<br />
una identidad, explican de alguna manera la búsqueda que<br />
tiene Rosario de reconocimiento, de hacerse sentir y de<br />
ser respetada por cualquier medio. “A Rosario la vida no<br />
le dejó pasar ni una, por eso se defendió tanto, creando a<br />
su alrededor un cerco de bala y tijera, de sexo y castigo, de<br />
placer y dolor” (Franco, ibídem, p. 15).<br />
Rosario fue una protagonista más de lo que vivió Medellín<br />
en los años ochenta, época durante la cual el narcotráfico<br />
y la violencia marcaron la historia de la ciudad.<br />
Como muchos otros jóvenes sin oportunidades ni acceso a<br />
los derechos elementales y servicios (no sabemos qué grado
164 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
de escolaridad alcanzó), creció con grandes vacíos económicos<br />
y afectivos, y finalmente vio en el narcotráfico una<br />
oportunidad de reconocimiento y ascenso social.<br />
La impulsividad fue un rasgo de su personalidad. Era explosiva,<br />
intolerante y primaria a la hora de tomar decisiones.<br />
No tenía filtro para expresar sus emociones. Cometió<br />
muchos asesinatos, consumió mucha droga, fue cómplice<br />
de los hombres más perversos de su época, pero también<br />
amó, lloro y sufrió por su pasado, protestó por las inequidades<br />
sociales a su manera, y fue consciente de la indiferencia<br />
con la cual la vida la trató. No obstante, el camino que<br />
eligió para defenderse fue más cruel que su propia vida: fue<br />
infeliz e hizo infeliz a muchos, y se encontró infinitamente<br />
sola al morir y sin nada que realmente le perteneciera.<br />
El diagnóstico sobre Rosario<br />
Al reunir todos estos elementos, mi diagnóstico para Rosario<br />
Tijeras es: trastorno de personalidad antisocial (TPA).<br />
La personalidad se refiere a las características únicas y singulares<br />
del comportamiento de un individuo; es decir, las<br />
características más o menos consistentes y duraderas en<br />
el tiempo que lo distinguen de los demás y que lo llevan<br />
a relacionarse con el entorno. Es un todo integrado, con<br />
componentes biológicos, psicológicos y sociales innatos y<br />
aprendidos. El problema surge cuando este patrón de funcionamiento<br />
se torna fijo, inflexible, persistente y desadaptativo.<br />
Es decir, rígido: no se modifica para adaptarse a las<br />
circunstancias, provocando significativo deterioro social,<br />
laboral o de otras áreas importantes de la actividad del individuo.<br />
Aparece entonces el trastorno de la personalidad. 1<br />
1. López Miguel, M.J. y Núñez Gaitán, Carmen. “Psicopatía versus trastorno antisocial<br />
de la personalidad”, en Revista Española de Investigación Criminológica. Artículo<br />
1, número 7. Sevilla, 2009.
La vida extrema de Rosario Tijeras<br />
165<br />
Existen varios trastornos de la personalidad descritos en<br />
la literatura científica, los cuales han sido definidos mediante<br />
la observación del comportamiento de los individuos<br />
a través de sus vidas. El trastorno de la personalidad antisocial<br />
se caracteriza por “un patrón general de desprecio y<br />
violación de los derechos de los demás, que comienza en la<br />
infancia o el principio de la adolescencia y continúa en la<br />
edad adulta”. 2<br />
Las personas con TPA son extrovertidas e inestables emocionalmente<br />
y se caracterizan por su hostilidad, su rebeldía<br />
social y la ausencia de conductas emocionales de miedo ante<br />
el castigo y las situaciones arriesgadas. Suelen ser buscadores<br />
de sensaciones, no aprenden el valor de la gratificación<br />
demorada, tienden a la impulsividad, a la búsqueda<br />
de satisfacción y placer sin considerar las consecuencias de<br />
sus acciones. 3 Estos individuos también se caracterizan por<br />
la falta de remordimiento o culpa. Suelen vivir solos, les<br />
es difícil adaptarse al trabajo en equipo, son incapaces de<br />
mantener un trabajo estable o permanecer en un mismo<br />
lugar. Tienen antecedentes de dificultad para adaptarse a<br />
la norma como también transgredirla desde la infancia o<br />
principios de la adolescencia. 4<br />
También se relaciona el TPA con la exagerada exaltación<br />
de la propia personalidad. Su hedonismo se evidencia en<br />
la ausencia de metas a largo plazo, viven en función del<br />
presente. Otro aspecto relevante es que suelen atribuir los<br />
acontecimientos que les suceden como resultado de fuerzas<br />
ajenas o externas a ellos mismos, y que estas actúan inde-<br />
2. Millon, T.; Meagher, S.; Ramnath, R.; Millon, C. Trastornos de la personalidad en<br />
la vida moderna. Editorial Masson, segunda edición. Barcelona, 2006<br />
3. Corral, P. “Trastorno antisocial de la personalidad”, en E. Echeburúa (ed.),<br />
Personalidades violentas. Págs. 57-66. Ediciones Pirámide. Madrid, 1996.<br />
4. Kendall T; tyrer P; connor D. “Guidelines borderline and antisocial personality<br />
disorders: summary of NICE guidance”. BMJ 2009; 338:b93.
166 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
pendientemente de sus actos, 5 lo cual los lleva a pensar que<br />
lo que les pasa no es su responsabilidad.<br />
Todos estos rasgos están marcados en la personalidad y la<br />
manera de actuar de Rosario, unos más sobresalientes que<br />
otros. Pero en todo caso, permanecen estables a lo largo de<br />
su vida y sin que ella, como se lo reconoció a Antonio, pudiera<br />
hacer mucho por evitarlo.<br />
Un tratamiento probable<br />
Así las cosas, si Rosario hubiese tocado a mi puerta en<br />
busca de ayuda psiquiátrica, indudablemente tendría que<br />
trabajar con ella tratando de lograr, primero que todo, un<br />
acercamiento empático, tan difícil en esta clase de pacientes.<br />
La aproximación se facilitaría si hago un abordaje desde<br />
la perspectiva de género, es decir, intentando interpretar<br />
sus realidades no sólo como ser social sino como mujer en<br />
el sentido integral de la palabra.<br />
La historia de vida de Rosario ofrece una gran cantidad<br />
de elementos que se constituyen en factores de riesgo para<br />
cualquier persona. Los hechos ocurridos en su vida desde<br />
temprana edad son un caldo de cultivo para diferentes<br />
trastornos mentales; no solo una personalidad patológica,<br />
también trastornos depresivos, ansiedad, adicciones y comportamientos<br />
de riesgo de toda índole.<br />
Es probable que la historia de Rosario hubiese sido diferente<br />
si tempranamente hubiera recibido atención, si por<br />
lo menos hubiera tenido una figura parental sustituta adecuada,<br />
de la cual recibir apoyo y protección en una situación<br />
tan crítica como la de ella, indefensa y desprovista del<br />
5. Herrero, Óscar; Ordóñez, Francisco; Salas, Aránzazu; Colom, Roberto.<br />
“Adolescencia y comportamiento antisocial”, en Psicothema 2002. Vol. 14, número<br />
2, págs. 340-343.
La vida extrema de Rosario Tijeras<br />
167<br />
cuidado de sus padres. Igualmente, la intervención de un<br />
psiquiatra de niños y adolescentes podría haber ayudado a<br />
contener la angustia, movilizar recursos para su protección<br />
y ofrecer un acompañamiento contingente. Pero nada de lo<br />
que hubiese mitigado un poco su crítica situación, ocurrió.<br />
Volviendo a la realidad, es claro que la ayuda psiquiátrica<br />
es solo una parte del engranaje. La inversión social,<br />
acompañada de unas políticas acordes con las necesidades<br />
sentidas de la población más vulnerable, es indispensable.<br />
Rosario, ya como adulta joven, podría beneficiarse de un<br />
tratamiento integral, farmacológico y psicoterapéutico, y de<br />
un programa de rehabilitación y reinserción social. Dada<br />
su adicción a las drogas, habría necesitado someterse a un<br />
tratamiento intrahospitalario, en el cual no solo se trabajaría<br />
su adicción sino otros aspectos y problemas de su esfera<br />
mental. Habría recibido el apoyo tanto individual como<br />
grupal. Y compartiría con pacientes con otras historias de<br />
vida pero con algo en común: la enfermedad mental.<br />
Rosario Tijeras es la representación de una realidad<br />
vigente con la cual convivimos pero que muchas veces no<br />
vemos. Su vida sigue latente en cada una de las mujeres<br />
que afrontan inequidades, exclusión social y falta de oportunidades<br />
para acceder a una vida más digna y gozar de<br />
sus derechos.
Pobre viejecita!<br />
!<br />
10<br />
Sobre los padecimientos mentales de la protagonista del<br />
celebérrimo poema infantil de Rafael Pombo.<br />
Noemí Sastoque Parisier<br />
Con intervención de Fernando Gómez Garzón
NOEMÍ SASTOQUE PARISIER es médica de la Universidad Javeriana, y psiquiatra<br />
de la Universidad del Rosario. Actualmente trabaja como jefe del Servicio<br />
de Salud Mental del Hospital Simón Bolívar, en Bogotá.<br />
¿De qué puede sufrir la pobre viejecita del poema de Rafael Pombo, si tiene todo<br />
lo que necesita? He aquí la respuesta. El análisis psiquiátrico fue realizado por la<br />
doctora Noemí Sastoque. La versión en rima, que no pretende ser una obra de arte,<br />
ni mucho menos, sino jugar con el ritmo de las cuitas de la pobre viejecita, es de<br />
Fernando Gómez Garzón, editor de este libro.<br />
La pobre viejecita, del poeta colombiano Rafael Pombo (1833-1912), apareció por primera<br />
vez en una colección de doce cuadernos titulada Cuentos pintados para niños (Nueva<br />
York, 1867).<br />
Advertencia<br />
El poema original, reproducido en cursivas, fue tomado<br />
de la edición abajo mencionada. Los fragmentos<br />
textuales utilizados en el análisis en verso se reproducen<br />
en la misma tipografía.<br />
• • POMBO, Rafael. “La pobre viejecita”, en Cuentos pintados,<br />
pág. 5. Biblioteca Virtual Biblioteca Luis Ángel<br />
Arango. www.banrepcultural.org/blaavirtual/pombo
Cuadro clínico<br />
Pese a que bienes y criados abundan en su hogar, la paciente<br />
se queja de grandes carencias y soledad. También afirma<br />
que encuentra a una persona distinta de sí misma cuando está<br />
frente al espejo. La información es insuficiente. Se especula<br />
una depresión o una demencia.<br />
La pobre viejecita<br />
(Rafael Pombo)<br />
Érase una viejecita<br />
Sin nadita qué comer<br />
Sino carnes, frutas, dulces,<br />
Tortas, huevos, pan y pez.<br />
Bebía caldo, chocolate,<br />
Leche, vino, té y café,<br />
Y la pobre no encontraba<br />
Qué comer ni qué beber.<br />
Y esta vieja no tenía<br />
Ni un ranchito en qué vivir<br />
Fuéra de una casa grande<br />
Con su huerta y su jardín.<br />
Nadie, nadie la cuidaba<br />
Sino Andrés y Juan y Gil<br />
Y ocho criados y dos pajes<br />
De librea y corbatín.<br />
Nunca tuvo en qué sentarse<br />
Sino sillas y sofás<br />
Con banquitos y cojines<br />
Y resorte al espaldar.<br />
Ni otra cama que una grande<br />
Más dorada que un altar,<br />
Con colchón de blanda pluma,<br />
Mucha seda y mucho olán.<br />
Y esta pobre viejecita<br />
Cada año, hasta su fin,<br />
Tuvo un año más de vieja<br />
Y uno menos qué vivir.<br />
Y al mirarse en el espejo<br />
La espantaba siempre allí<br />
Otra vieja de antiparras,<br />
Papalina y peluquín.
174 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
Y esta pobre viejecita<br />
No tenía qué vestir<br />
Sino trajes de mil cortes<br />
Y de telas mil y mil.<br />
Y a no ser por sus zapatos,<br />
Chanclas, botas y escarpín,<br />
Descalcita por el suelo<br />
Anduviera la infeliz.<br />
Apetito nunca tuvo<br />
Acabando de comer,<br />
Ni gozó salud completa<br />
Cuando no se hallaba bien.<br />
Se murió de mal de arrugas,<br />
Ya encorvada como un 3,<br />
Y jamás volvió a quejarse<br />
Ni de hambre ni de sed.<br />
Y esta pobre viejecita<br />
Al morir no dejó más<br />
Que onzas, joyas, tierras, casas,<br />
Ocho gatos y un turpial.<br />
Duerma en paz, y Dios permita<br />
Que logremos disfrutar<br />
Las pobrezas de esa pobre<br />
Y morir del mismo mal.<br />
¡Pobre viejecita!<br />
Toda llenita de todo, se lleva de su parecer:<br />
que no tiene quién le ayude, ni quién le dé<br />
de comer;<br />
que no tiene qué ponerse, ni agüita para beber;<br />
que no tiene en qué sentarse, ni cama para caer;<br />
no obstante teniendo todo de lo que dice carecer.<br />
Señora tan quejumbrosa, ¡perfecta para un psiquiatra!<br />
Ante tanto sufrimiento pocos la darían de alta.<br />
¿De qué sufrirá la pobre, que nada la satisface?<br />
Socavemos en su alma a buscar un desenlace.<br />
Que son ideas de ruina, o bien de minusvalía;<br />
que tal vez es la memoria, de la que menos se fía.<br />
¿Qué tendrá la pobre vieja, que ni el espejo la encuentra?<br />
Ni a sí misma se conoce cuando a su imagen se enfrenta.
!<br />
Pobre viejecita!<br />
175<br />
Para diagnóstico noble con pocos datos contamos.<br />
Atengámonos al texto y de salud nos curamos.<br />
Que vivió sola parece, y que tuvo muchos años,<br />
posiblemente soltera, sin familia y sin rebaños.<br />
Sus pertenencias sugieren, o así nos da la impresión,<br />
que su clase era muy alta y que tuvo educación.<br />
De su historia no sabemos, ni antecedentes sumarios,<br />
ni los síntomas en orden, solo que no son precarios.<br />
¿Cuándo se presentaron, en su primera ocasión?<br />
Nada nos dice el poema que nos dé satisfacción.<br />
¿Sus empleados la trataban con especial atención,<br />
o más bien se aprovechaban de su consideración?<br />
Nada de eso tenemos, ni siquiera si a su edad<br />
tenía registros antiguos de cualquier enfermedad.<br />
¿Jarabes o medicinas que hubiese podido tomar?<br />
No nos queda más remedio que empezar a especular.<br />
Esta pobre viejecita ¿qué sufriría de especial?<br />
La respuesta es solo una: diagnóstico diferencial:<br />
un trastorno depresivo, de ese que llaman mayor,<br />
o una demencia severa, por ser persona mayor.<br />
Del trastorno depresivo, síntomas hay que añadir:<br />
que se irrita en ocasiones, que se aburre hasta el hastío,<br />
que triste vive y se siente, y que se muere de frío.<br />
Mas si nos sirve de guía, no hay nada de eso en el texto;<br />
en cambio sí las ideas de crucial minusvalía:<br />
que de comer no tenía, ni una silla en qué sentarse,<br />
ni vestidos ni zapatos, ni cama para acostarse.
176 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
Y se quejaba con ansia de no tener casi nada,<br />
cuando su vida era simple: se sumía en la abundancia.<br />
Hay otra idea evidente que le vino con la edad:<br />
insistir, sin que sea cierto, que vivía en soledad:<br />
Nadie, nadie la cuidaba<br />
Sino Andrés y Juan y Gil<br />
Y ocho criados y dos pajes<br />
De librea y corbatín.<br />
Veamos qué más sucede cuando existe depresión:<br />
un aparente descuido, y casi ninguna ambición<br />
por vestirse ni bañarse, ni disfrute personal<br />
de moverse de la cama, ni de cambiar de canal.<br />
También se nota en el cuerpo, con mareos y dolores,<br />
en la espalda y la cabeza, en la nuca y los talones.<br />
Y qué decir de la náusea, y del estómago duro,<br />
la gastritis recurrente que dobla los cinturones.<br />
Es una simple pereza que se vuelve radical<br />
no querer ni que aparezca la visita parental.<br />
Es un encierro absoluto en la casa y en la mente<br />
que amenaza con el luto aun en gente decente.<br />
La depresión en viejitos puede cambiar de apariencia.<br />
Como falla la memoria, se confunde con demencia.<br />
Andan todos iracundos, a veces sin advertirlo.<br />
Sus hábitos van cambiando, y no pueden ni decirlo.<br />
No saben lo que les pasa, la angustia los compromete,<br />
les hace falta que llegue un psiquiatra y los alerte.<br />
Parece una tontería, una tristeza ligera,<br />
pero el riesgo no se aplaca con actitud lisonjera.
!<br />
Pobre viejecita!<br />
177<br />
Es más frecuente en mujeres,<br />
mas hombres también sucumben.<br />
Pensionados, sin trabajo, enfermos con graves casos<br />
la congoja los empuja a pensar en malos pasos:<br />
dejar el mundo a la fuerza con muchísima oquedad<br />
sobre todo al ir dejando pasar la tercera edad.<br />
Aunque es un mal muy frecuente que causa mucho dolor,<br />
detectarlo es todo un reto, pues es más bien interior.<br />
Los médicos se distraen en molestias generales,<br />
y los pacientes por seguirlos se vuelven más coloquiales.<br />
Y así van de tumbo en tumbo hasta tener la impresión<br />
de que el largo maleficio es más bien de depresión.<br />
La familia se comporta con similar deferencia:<br />
minimizan la conducta con especial indulgencia.<br />
Se lo achacan a la edad, a los cambios naturales,<br />
a los síntomas de marras y no a los emocionales.<br />
Grave cosa pues se advierte que un paciente deprimido<br />
escoge mejor la muerte al no saberse asistido.<br />
¿Pudo nuestra viejecita morirse de la tristeza?<br />
Lejos estamos nosotros de tener total certeza.<br />
Apenas hay ciertos rasgos para ofrecerle clemencia.<br />
Si no es depresión, entonces, ¿cuál puede ser la ocurrencia?<br />
Si la duda nos envuelve, puede también ser demencia.<br />
Cuadro común ya observamos, lo dice bien nuestra historia:<br />
no recuerda que ha comido, fue perdiendo la memoria,<br />
olvida lo más reciente, y las tareas que tiene.<br />
Va borrando de la mente la pulcritud y la higiene,<br />
no trae a cuenta su hoy, solo su ayer más fecundo.<br />
Pobre nuestra viejecita, ya no recuerda su mundo.
178 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
Ya no sabe lo que tiene, ni lo que gusta cenar,<br />
ni la gente que la cuida, ni lo que quiere ostentar.<br />
Puede que no reconozca a sus personas cercanas<br />
o que a los desconocidos los salude con más ganas;<br />
puede que ya ni su imagen observe en el azulejo<br />
y que una extraña la mire cuando se ve en el espejo.<br />
Si no creen, es preciso que vuelvan sobre el poema,<br />
y al leer este estribillo resolverán el dilema:<br />
Y al mirarse en el espejo<br />
La espantaba siempre allí<br />
Otra vieja de antiparras,<br />
Papalina y peluquín.<br />
Puede que suene gracioso, pero no es tan divertido.<br />
Los pacientes con demencia no saben si ya se han ido<br />
o si han vuelto y los esperan, o si el deber han cumplido.<br />
Confunden llave con lápiz, tenedores con cuchillos.<br />
No saben abotonarse, vestirse no es ya sencillo.<br />
Cruzan la calle y se pierden, no recuerdan el hogar,<br />
se angustian de mala forma si los cambian de lugar.<br />
Pueden tornarse agresivos y pelear por cualquier cosa,<br />
y también ponerse tristes con lágrima empalagosa,<br />
reclamando por el hambre a la que ahora están sometidos<br />
por no recordar que comen a su hora muy cumplidos.<br />
¡Que los tienen secuestrados! ¡Que no los dejan salir!<br />
Todo eso los angustia por no poder colegir.<br />
Progresiva es la demencia, y si al comienzo es sutil<br />
es muy raro percibirla por ser muy poco febril.<br />
Va calando poco a poco, y si el vacío no asoma<br />
es porque a todos parece que se trata de una broma.<br />
Lúcidos y perceptivos, simulan que están radiantes,<br />
y así muy pocos les creen, los miran como a tunantes.
!<br />
Pobre viejecita!<br />
179<br />
Los pacientes, sin embargo, van olvidando perplejos<br />
desde las mínimas cosas hasta recuerdos complejos.<br />
“Se acuerda si le conviene”, suelen recriminarles<br />
sin saber que es un anuncio de problemas más cruciales.<br />
Olvidan cerrar las llaves, del gas o del acueducto,<br />
no pueden dejarlos solos, sería un total exabrupto.<br />
Y así es que caen en la cuenta, los familiares y amigos,<br />
que la demencia ha llegado, no hay que poner crucifijos.<br />
Ideas la viejecita, las ha tenido anormales.<br />
Es la demencia, insistimos, no por ser más racionales.<br />
De ruina, como se ha dicho, son ideas delirantes<br />
de haberlo perdido todo, en eso ha sido constante:<br />
Érase una viejecita<br />
Sin nadita qué comer<br />
Sino carnes, frutas, dulces,<br />
Tortas, huevos, pan y pez.<br />
Los versos son claros, sencillos, se queja entre tanta plata.<br />
Parece que no tuviera más razones que dar lata:<br />
Y esta vieja no tenía<br />
Ni un ranchito en qué vivir<br />
Fuéra de una casa grande<br />
Con su huerta y su jardín.<br />
La demencia ha progresado, hasta postrar al enfermo.<br />
No entiende lo que le dicen, la comida es un infierno.<br />
Es necesaria una sonda, pues no saben digerir,<br />
y hasta la ropa les ponen, pues no se pueden vestir.
180 12 personajes en busca de psiquiatra<br />
De adulto parece un niño, y ya el niño es un bebé.<br />
No le responde su cuerpo, la tienen que mantener.<br />
La vida se le está yendo sin que la pueda vivir,<br />
la mente se queda en blanco, lo que le resta es morir.<br />
Son diagnósticos probables, de la pobre viejecita.<br />
Faltarían muchas pruebas, y que acudiera a la cita.<br />
Exámenes de cerebro, niveles de vitaminas<br />
y un estudio detallado para medir la insulina.<br />
Del tratamiento, ni hablemos: aquí las pastillas sobran.<br />
Lo que requiere la vieja para frenar la zozobra<br />
es que la quieran de veras, y que se dejen de vainas,<br />
consentirla con afecto y alegrarla con dulzainas.<br />
Para tener lo que tiene y quejarse de la ruina<br />
es mejor estar atentos a manejar su infantina,<br />
y paliarle sus dolores, los del alma y los del cuerpo,<br />
con abrigos y caricias hasta que llegue su tiempo.<br />
Esta pobre viejecita, la del poema ancestral,<br />
más allá de la ironía nos puso a reflexionar<br />
que si es depre o es demencia, la discusión es total.<br />
Duerma en paz y Dios permita no morir del mismo mal.
Desde su creación en 1849, <strong>Pfizer</strong> ha trabajado<br />
por mejorar la calidad de vida de las personas.<br />
Somos una compañía que aplica la ciencia y sus<br />
recursos globales a favor de la salud y el bienestar<br />
en todas las edades. Luchamos por establecer<br />
estándares de calidad y seguridad en el descubrimiento,<br />
el desarrollo y la producción de<br />
medicamentos. Nuestro diversificado portafolio<br />
incluye medicamentos biológicos, pequeñas<br />
moléculas y productos de consumo.<br />
Los colegas de <strong>Pfizer</strong> trabajamos día a día en<br />
mercados desarrollados y emergentes para<br />
avanzar en la prevención, el tratamiento y la cura<br />
de las más temidas enfermedades de nuestro<br />
tiempo. Fieles a nuestra responsabilidad como la<br />
compañía biofarmacéutica más importante del<br />
mundo, también colaboramos con los profesionales<br />
de la salud, los gobiernos y las comunidades<br />
locales para generar acceso a programas<br />
integrales de salud que sean socialmente responsables<br />
y económicamente viables.<br />
<strong>Pfizer</strong> ha estado presente en <strong>Colombia</strong> desde<br />
1953. Gracias a su investigación y desarrollo en<br />
el ámbito de la salud mental, hoy es uno de los<br />
laboratorios líderes en soluciones para el<br />
tratamiento de la depresión en el país.