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propiciando el <strong>de</strong>scontrol <strong>de</strong> la óxido nítrico sintasa? (Como es sabido, los<br />
radicales libres aparecen también como consecuencia <strong>de</strong> muy específicas<br />
radiaciones ionizantes, oxidando las moléculas -es <strong>de</strong>cir, multiplicando los<br />
átomos <strong>de</strong> oxígeno- y alterando su comportamiento. ¿Qué clase <strong>de</strong> «radiación»<br />
(?) se registraba en ese instante infinitesimal <strong>de</strong> la inversión axial <strong>de</strong> los<br />
ejes <strong>de</strong> los swivels?)<br />
Con los medios a nuestro alcance, obviamente, ni la computadora ni quien<br />
esto escribe estábamos en condiciones <strong>de</strong> <strong>de</strong>spejar tales incógnitas. Lo único<br />
claro -la RMN era inapelable- es que el exceso <strong>de</strong> NO empezaba a «canibalizar»<br />
algunos sectores <strong>de</strong> las gran<strong>de</strong>s neuronas. Esto, en <strong>de</strong>finitiva, podía<br />
<strong>de</strong>sembocar en una catástrofe generalizada, ya insinuada en los sucesivos<br />
<strong>de</strong>svanecimientos. Semejante catástrofe, si no erraba en el diagnóstico, iría<br />
manifestándose en síntomas <strong>de</strong> envejecimiento prematuro, posible merma <strong>de</strong><br />
la memoria, confusión espacio-temporal, rechazo a la realidad y, finalmente,<br />
la muerte.<br />
Bonito panorama...<br />
Pero <strong>de</strong>bo ser honesto. No todo fue cruel y pesimista. Ante mi sorpresa, los<br />
«cortes» <strong>de</strong> la resonancia magnética nuclear no ofrecieron rastro alguno <strong>de</strong><br />
algo que habíamos observado antes <strong>de</strong>l segundo «salto». Lo repasé hasta el<br />
aburrimiento. Y «Santa Claus» lo confirmó una y otra vez: los pigmentos <strong>de</strong>l<br />
envejecimiento (lipofuscina) que vimos en las microfotografías proce<strong>de</strong>ntes<br />
<strong>de</strong> la base <strong>de</strong> Edwards, instalados en neuronas y otras células posmitóticas...,<br />
¡se esfumaron! ¿Explicación? Racionalmente, ninguna. Aquellas re<strong>de</strong>s neuronales,<br />
sencillamente, recuperaron la lozanía. Lo único que acerté a <strong>de</strong>ducir<br />
es que, por razones <strong>de</strong>sconocidas, la propia inversión axial sofocó el mal,<br />
obsequiándonos, eso sí, con otro igual..., o peor.<br />
¿Un rayo <strong>de</strong> esperanza?<br />
Así lo interpreté, aferrándome a él como un náufrago a una tabla. Quizá no<br />
todo estaba perdido. ¿Cabía aún la posibilidad <strong>de</strong> que en el quinto y, supuestamente,<br />
último «salto» en el tiempo se obrara el milagro? ¿Limpiaríamos<br />
entonces los cerebros? ¿Seríamos indultados?<br />
E, ingenuo, abracé la remota i<strong>de</strong>a.<br />
El Destino, sin embargo, se encargaría <strong>de</strong> colocar las cosas en su lugar. Y ese<br />
«lugar» era el ya señalado por «Santa Claus» cuando mi hermano, violando<br />
las normas, abrió la secreta caja <strong>de</strong> acero <strong>de</strong> las Drosophilas: la expectativa<br />
<strong>de</strong> vida para ambos no superaba los nueve o diez años...<br />
Pru<strong>de</strong>ntemente guardé silencio sobre los primeros y dramáticos «hallazgos»<br />
<strong>de</strong> la RMN, transmitiendo únicamente a Eliseo el tímido e hipotético rayo <strong>de</strong><br />
esperanza. Me observó incrédulo, respondiendo con una media sonrisa.<br />
Supongo que agra<strong>de</strong>ció el gesto aunque, a estas alturas, el <strong>de</strong>terioro neuronal<br />
tampoco le quitaba el sueño. El valiente muchacho lo tenía asumido. Su<br />
verda<strong>de</strong>ra preocupación era otra: partir cuanto antes hacia el Hermón.<br />
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