Caballo de Troya 6 - IDU
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Perfecto. Inferior a lo programado. El ordenador había «pilotado» con una finura de primera clase... Esto nos proporcionaba un importante respiro. Las reservas de oxidante y carburante sumaban 7 124,68 kilos. Suficiente para el vuelo de retorno, siempre y cuando la nave quedara definitivamente inmovilizada. Así nos comprometimos. Por nada del mundo tocaríamos esas siete toneladas. «Deterioros: ninguno.» Eliseo masculló algo entre dientes. Le di la razón. «Santa Claus» olvidaba a este par de maltrechos exploradores... En cuanto a la seguridad, nada que objetar. El primer cinturón -el gravitatorio- fue establecido por la casi «humana» computadora a 205 metros de la «cuna». Los hologramas, con las imágenes de las terroríficas ratas-topo, entre 1 000 y 1 500 metros del vértice en el que nos había posado tan magistralmente. La radiación IR (infrarroja), a 1 500 y, por último, el «ojo del cíclope» fue disparado hasta la altura del manzano de Sodoma, en la «popa» del Ravid. En lo único en lo que no reparó fue en la desconexión de la pila atómica, la SNAP. Pero no fue culpa suya. Fui yo quien, por prudencia, no la incluí en el sistema automático. MI Hermano la silenció y el suministro eléctrico partió de las baterías solares. A pesar de los pesares, respiramos. Y nos sentimos medianamente optimistas. Aquel retroceso de 1 848 días pudo ser peor... Poco después, hacia las 8 horas, sensiblemente repuestos, emprendimos la última fase del obligado chequeo, con la observación directa, y sobre el terreno, de la cumbre del «portaaviones». Lo primero que nos llamó la atención fue el cambio térmico. La cima era casi un horno. Los sensores de la «cuna» marcaban 30° Celsius. Un anticiclón, montado en 1 035 milibares, era dueño y señor del yam. Pronto I nos acostumbraríamos. Agosto, en aquellas latitudes, era tórrido. Sofocante... Apenas percibimos modificaciones. La planicie continuaba solitaria, visitada únicamente por aquel sol estival, cada vez más alto e inmisericorde. La escasa vegetación, en especial los heroicos cardos -las Gundelias de Tournefort-, casi había sucumbido. Ahora apenas destacaba reseca y cenicienta entre los azules de las agujas calcáreas y el negro y brillante y resignado de los guijarros basálticos. Descendimos hasta la «popa» y comprobamos con alegría que el manzano de Sodoma -el cinco años más «joven» Calatropis procera- seguía manteniendo una notable envergadura, luciendo miles de flores plateadas y aquel fruto maldito para los judíos. El resto del recorrido por los abruptos acantilados fue igualmente satisfactorio. 95
Abajo, hacia el oeste, junto a la senda que unía Migdal con Maghar, distinguimos verde y sosegada la familiar plantación de los felah. Y al fondo, el yam, el mar de Tiberíades, azul metálico, pacífico y pintado de gaviotas. Más al norte, en la lejanía, un gigante con la cara nevada: el Hermón... Guardamos silencio. Y al contemplar el macizo montañoso creo que tuvimos el mismo pensamiento. Allí, en alguna parte, se hallaba el añorado rabí de Galilea... «Lo encontraríamos.» Lanzamos una postrera ojeada a las difuminadas poblaciones que se recostaban a orillas del lago e, impacientes, retornamos a nuestro «hogar». Todo en «base-madre-tres», en suma, se hallaba bajo control. ¿Todo? ¡Qué más hubiéramos querido! La verdad es que Eliseo se enfadó. No le faltaba razón. Pero me impuse. Debíamos ser audaces, sí, pero también sensatos y previsores. Olvidar lo ocurrido en la reciente inversión axial no nos beneficiaba. Teníamos que conocer el auténtico alcance del problema. Si el nuevo desplome de las neuronas -como suponía- era grave, el gran sueño peligraba. En cualquier momento, la operación de seguimiento de Jesús de Nazaret podía cortarse en seco. No, no todo se hallaba bajo control... Y el resto de aquel miércoles, a pesar del lógico mal humor de mi compañero, fue hipotecado en el exhaustivo análisis de los dispositivos alojados en las escafandras: la RMN (resonancia magnética nuclear). Las microfotografías, ampliadas por el ordenador, confirmaron las sospechas: «algo» desconocido había alterado unas muy puntuales regiones del cerebro. Concretamente, varias de las áreas neuronales del hipocampo. En las imágenes de los espacios extracelulares detectamos unos microscópicos depósitos esféricos -no demasiados, afortunadamente- que asocié con agregados de la proteína amiloide beta. Este polipéptido aparecía también en vasos sanguíneos de la corteza cerebral. «Santa Claus», siempre en pura teoría, interpretó el daño como la consecuencia del crecimiento desmedido de la enzima responsable de la síntesis del óxido nítrico (la óxido nítrico sintasa). Este radical libre, muy tóxico, estaba conquistando las grandes neuronas, aniquilándolas. Las células glía, en cambio, que sirven de soporte metabólico a las anteriores, se hallaban intactas. La alarmante situación, unida al claro deterioro del ADN mitocondrial, me dejó hundido. Lo que en esos momentos no acerté a concretar fue dónde se hallaba la raíz primigenia de la doble alteración. ¿Debía considerar al NO (óxido nítrico) responsable de la caída del suministro energético del ADN mitocondrial? ¿O era, quizá, la inversión de masa la que provocaba una mutación en dicho ADN, 96
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Abajo, hacia el oeste, junto a la senda que unía Migdal con Maghar, distinguimos<br />
ver<strong>de</strong> y sosegada la familiar plantación <strong>de</strong> los felah.<br />
Y al fondo, el yam, el mar <strong>de</strong> Tibería<strong>de</strong>s, azul metálico, pacífico y pintado <strong>de</strong><br />
gaviotas.<br />
Más al norte, en la lejanía, un gigante con la cara nevada: el Hermón...<br />
Guardamos silencio. Y al contemplar el macizo montañoso creo que tuvimos el<br />
mismo pensamiento. Allí, en alguna parte, se hallaba el añorado rabí <strong>de</strong> Galilea...<br />
«Lo encontraríamos.»<br />
Lanzamos una postrera ojeada a las difuminadas poblaciones que se recostaban<br />
a orillas <strong>de</strong>l lago e, impacientes, retornamos a nuestro «hogar».<br />
Todo en «base-madre-tres», en suma, se hallaba bajo control.<br />
¿Todo? ¡Qué más hubiéramos querido!<br />
La verdad es que Eliseo se enfadó. No le faltaba razón. Pero me impuse.<br />
Debíamos ser audaces, sí, pero también sensatos y previsores. Olvidar lo<br />
ocurrido en la reciente inversión axial no nos beneficiaba. Teníamos que<br />
conocer el auténtico alcance <strong>de</strong>l problema. Si el nuevo <strong>de</strong>splome <strong>de</strong> las<br />
neuronas -como suponía- era grave, el gran sueño peligraba. En cualquier<br />
momento, la operación <strong>de</strong> seguimiento <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret podía cortarse en<br />
seco.<br />
No, no todo se hallaba bajo control...<br />
Y el resto <strong>de</strong> aquel miércoles, a pesar <strong>de</strong>l lógico mal humor <strong>de</strong> mi compañero,<br />
fue hipotecado en el exhaustivo análisis <strong>de</strong> los dispositivos alojados en las<br />
escafandras: la RMN (resonancia magnética nuclear).<br />
Las microfotografías, ampliadas por el or<strong>de</strong>nador, confirmaron las sospechas:<br />
«algo» <strong>de</strong>sconocido había alterado unas muy puntuales regiones <strong>de</strong>l cerebro.<br />
Concretamente, varias <strong>de</strong> las áreas neuronales <strong>de</strong>l hipocampo. En las imágenes<br />
<strong>de</strong> los espacios extracelulares <strong>de</strong>tectamos unos microscópicos <strong>de</strong>pósitos<br />
esféricos -no <strong>de</strong>masiados, afortunadamente- que asocié con agregados<br />
<strong>de</strong> la proteína amiloi<strong>de</strong> beta. Este polipéptido aparecía también en vasos<br />
sanguíneos <strong>de</strong> la corteza cerebral.<br />
«Santa Claus», siempre en pura teoría, interpretó el daño como la consecuencia<br />
<strong>de</strong>l crecimiento <strong>de</strong>smedido <strong>de</strong> la enzima responsable <strong>de</strong> la síntesis <strong>de</strong>l<br />
óxido nítrico (la óxido nítrico sintasa). Este radical libre, muy tóxico, estaba<br />
conquistando las gran<strong>de</strong>s neuronas, aniquilándolas.<br />
Las células glía, en cambio, que sirven <strong>de</strong> soporte metabólico a las anteriores,<br />
se hallaban intactas. La alarmante situación, unida al claro <strong>de</strong>terioro <strong>de</strong>l ADN<br />
mitocondrial, me <strong>de</strong>jó hundido.<br />
Lo que en esos momentos no acerté a concretar fue dón<strong>de</strong> se hallaba la raíz<br />
primigenia <strong>de</strong> la doble alteración. ¿Debía consi<strong>de</strong>rar al NO (óxido nítrico)<br />
responsable <strong>de</strong> la caída <strong>de</strong>l suministro energético <strong>de</strong>l ADN mitocondrial? ¿O<br />
era, quizá, la inversión <strong>de</strong> masa la que provocaba una mutación en dicho ADN,<br />
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