Caballo de Troya 6 - IDU

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26.10.2014 Views

Poco antes del crepúsculo, los barómetros del módulo ascendieron. Fue una subida lenta, pero progresiva. Aquello, sin embargo, lejos de tranquilizarnos, disparó la ansiedad. Que recuerde, en ninguno de los lanzamientos padecimos un nerviosismo tan acusado. Quizá era lógico. La inminente inversión axial -la cuarta- era crucial. ¿Crucial? Creo que soy muy benevolente. Si las neuronas se desplomaban en este retroceso, quién sabe lo que nos reservaba el Destino... Y la palabra «muerte» rondó de nuevo. No obstante, sujetando en corto los temores, cada cual procuró evitar el asunto lo mejor que pudo y supo. Paseamos. Oteamos los horizontes. Verificamos la meteorología. Hicimos proyectos. Conversamos y, sobre todo, nos refugiamos en nosotros mismos y en esa espléndida y enigmática «fuerza» que nos asistía... 1 020 milibares. La noche, serena y estrellada, lo intentó. Quiso apaciguarnos. Fue inútil. No hubo forma de conciliar el sueño. El frente huyó y, una vez consolidada la meteorología, el ordenador central recomendó el despegue para las 6 horas del día siguiente, jueves, 7 de setiembre. El «salto» no debía ser demorado. A partir del mediodía, el molesto maarabit, el viento del oeste, irrumpiría puntual en el yam. Convenía, pues, adelantarse. 1 030 mbar. Respiramos. La climatología se puso definitivamente de nuestro lado. A eso de las tres de la madrugada, envarado como una lanza, mi hermano abandonó su litera. Se sentó frente a los controles y tecleó. Así permaneció durante una hora. Después, volviéndose hacia este explorador, mostró una hoja de papel. Sonrió y me invitó a leer. Al comprobar el contenido le respondí con otra sonrisa. Aquel joven brillante y entusiasta no tenía arreglo... Al medio centenar de preguntas ya dispuesto anteriormente -todas destinadas a Jesús de Nazaret- sumaba ahora otras cincuenta, a cual más insólita y comprometedora. La verdad sea dicha, en esos críticos instantes no presté mayor atención a las inquietudes de Eliseo. Pero el piloto iba en serio. Muy en serio... En cuestión de días tendría la oportunidad de comprobarlo. 5 horas. Me puse en pie. Y con una mirada, mi hermano me entendió. Había llegado el momento. El amanecer, previsto para 37 minutos más tarde, marcaría el comienzo de la cuenta atrás. Inspiré profundamente y sentí cómo aquella benéfica «fuerza» me empujaba 89

hacia el puesto de pilotaje. «Bien..., allá vamos.» Y las últimas palabras del Resucitado en el monte de las Aceitunas sonaron «cinco por cinco» (fuerte y claro) en mi memoria: «Mi amor os cubrirá... ¡Hasta muy pronto!... ¡Hasta muy pronto!... ¡Hasta muy pronto!...» Jueves, 7 de setiembre. 5.30 horas. A siete minutos del alba... Enfundados en los trajes especialmente diseñados para la inversión de masa procedimos al rutinario chequeo de los parámetros de vuelo. «Santa Claus», alertado, ya había efectuado la lectura. Pero quisimos asegurarnos. -Caudalímetro... -Leo siete mil doscientos once kilos... -Roger... Entendí siete mil. -Ok... Siete mil... ¿Sigues pensando que debe pilotarlo el ordenador? Afirmativo... Es mejor así... La insinuación de Eliseo no me hizo cambiar. Lo medité fríamente. La «cuna» despegaría, haría estacionario, retrocedería en el tiempo y volvería a tomar tierra..., en automático. No quería correr riesgos. El recuerdo del incidente sobre la cima del monte de los Olivos, en el que mi compañero perdió el conocimiento, me tenía obsesionado. Con «Santa Claus» al mando, si se repetía el desvanecimiento, ni el módulo ni nosotros sufriríamos el menor percance. Ése, naturalmente, era mi deseo... Que la técnica respondiera, o no, era otra cuestión... Y el Destino -bendito sea- me iluminó. -Repite combustible... -Roger... Leo siete mil doscientos once..., sin la reserva. Aquél era otro problema que no podíamos descuidar. La nave disponía de algo más de siete toneladas de tetróxido de nitrógeno (oxidante) y una mezcla, al cincuenta por ciento, de hidracina y dimetril hidracina asimétrica. Aunque la maniobra prevista era breve, el consumo del carburante debía ser vigilado muy estrechamente. El vuelo de retorno a Masada, con suerte, demandaría casi seis mil novecientos kilos de combustible. En otras palabras: estábamos al límite. El menor fallo, cualquier contingencia, nos colocaría en una situación altamente comprometida. -«Apéese»... [sistema de propulsión de ascenso]. -OK... -«Bee mag»... [giroscopio de posición]. -OK... -«Ces»... [sección de control electrónico]. -Sin banderas... -«Dap»... [piloto automático digital]. 90

hacia el puesto <strong>de</strong> pilotaje.<br />

«Bien..., allá vamos.»<br />

Y las últimas palabras <strong>de</strong>l Resucitado en el monte <strong>de</strong> las Aceitunas sonaron<br />

«cinco por cinco» (fuerte y claro) en mi memoria:<br />

«Mi amor os cubrirá... ¡Hasta muy pronto!... ¡Hasta muy pronto!... ¡Hasta<br />

muy pronto!...»<br />

Jueves, 7 <strong>de</strong> setiembre. 5.30 horas. A siete minutos <strong>de</strong>l alba...<br />

Enfundados en los trajes especialmente diseñados para la inversión <strong>de</strong> masa<br />

procedimos al rutinario chequeo <strong>de</strong> los parámetros <strong>de</strong> vuelo. «Santa Claus»,<br />

alertado, ya había efectuado la lectura. Pero quisimos asegurarnos.<br />

-Caudalímetro...<br />

-Leo siete mil doscientos once kilos...<br />

-Roger... Entendí siete mil.<br />

-Ok... Siete mil... ¿Sigues pensando que <strong>de</strong>be pilotarlo el or<strong>de</strong>nador?<br />

Afirmativo... Es mejor así...<br />

La insinuación <strong>de</strong> Eliseo no me hizo cambiar. Lo medité fríamente. La «cuna»<br />

<strong>de</strong>spegaría, haría estacionario, retroce<strong>de</strong>ría en el tiempo y volvería a tomar<br />

tierra..., en automático.<br />

No quería correr riesgos. El recuerdo <strong>de</strong>l inci<strong>de</strong>nte sobre la cima <strong>de</strong>l monte <strong>de</strong><br />

los Olivos, en el que mi compañero perdió el conocimiento, me tenía obsesionado.<br />

Con «Santa Claus» al mando, si se repetía el <strong>de</strong>svanecimiento, ni el<br />

módulo ni nosotros sufriríamos el menor percance. Ése, naturalmente, era mi<br />

<strong>de</strong>seo... Que la técnica respondiera, o no, era otra cuestión...<br />

Y el Destino -bendito sea- me iluminó.<br />

-Repite combustible...<br />

-Roger... Leo siete mil doscientos once..., sin la reserva.<br />

Aquél era otro problema que no podíamos <strong>de</strong>scuidar. La nave disponía <strong>de</strong> algo<br />

más <strong>de</strong> siete toneladas <strong>de</strong> tetróxido <strong>de</strong> nitrógeno (oxidante) y una mezcla, al<br />

cincuenta por ciento, <strong>de</strong> hidracina y dimetril hidracina asimétrica. Aunque la<br />

maniobra prevista era breve, el consumo <strong>de</strong>l carburante <strong>de</strong>bía ser vigilado<br />

muy estrechamente. El vuelo <strong>de</strong> retorno a Masada, con suerte, <strong>de</strong>mandaría<br />

casi seis mil novecientos kilos <strong>de</strong> combustible. En otras palabras: estábamos<br />

al límite. El menor fallo, cualquier contingencia, nos colocaría en una situación<br />

altamente comprometida.<br />

-«Apéese»... [sistema <strong>de</strong> propulsión <strong>de</strong> ascenso].<br />

-OK...<br />

-«Bee mag»... [giroscopio <strong>de</strong> posición].<br />

-OK...<br />

-«Ces»... [sección <strong>de</strong> control electrónico].<br />

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