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proyecto. En las pruebas sobre ratas <strong>de</strong> laboratorio <strong>de</strong>tectaron una grave<br />
alteración en algunas colonias neuronales, provocadas, al parecer, por el<br />
proceso <strong>de</strong> inversión axial <strong>de</strong> los swivels. En las microfotografías aparecía con<br />
claridad. «Algo» sobreexcitaba dichas neuronas, multiplicando el consumo <strong>de</strong><br />
oxígeno y <strong>de</strong>struyéndolas. (Los pigmentos <strong>de</strong>l envejecimiento -«lipofuscina»-<br />
en las neuronas y en otras células fijas posmitóticas no ofrecían ninguna<br />
duda.)<br />
Y «vi» también la misteriosa «caja secreta», instalada por <strong>Caballo</strong> <strong>de</strong> <strong>Troya</strong> en<br />
la nave. Una caja abierta por mi hermano que certificaría lo anunciado por el<br />
general: nuestro mal era irreversible. Con suerte, nos restaban nueve o diez<br />
años <strong>de</strong> vida... El experimento con las drosophilas (las diminutas moscas <strong>de</strong><br />
Oregón) fue <strong>de</strong>finitivo: en las décimas <strong>de</strong> segundo consumidas en la inversión<br />
axial, el ADN nuclear sufría una mutación <strong>de</strong>sconocida. Resultado: varias <strong>de</strong><br />
las re<strong>de</strong>s neuronales envejecían progresivamente y nosotros con ellas.<br />
Esta dramática situación podía <strong>de</strong>teriorarse mucho más (?) con nuevos retrocesos<br />
en el tiempo. Ahí estaba, por ejemplo, el <strong>de</strong>svanecimiento sufrido<br />
por Eliseo el 9 <strong>de</strong> abril, cuando nos disponíamos a tomar tierra en el monte <strong>de</strong><br />
las Aceitunas. Ahí estaba la pérdida <strong>de</strong> sentido experimentada por quien esto<br />
escribe, en esa misma jornada, cuando me dirigía al piso superior <strong>de</strong> la casa<br />
<strong>de</strong> los Marcos, en Jerusalén. Ahí estaba, en fin, la «resaca síquica» que me<br />
asaltó durante los críticos momentos que viví en el subsuelo <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong><br />
Ismael, el saduceo, en Nazaret...<br />
No..., no todo era tan claro y prometedor.<br />
Pero me tragué los amargos recuerdos. Habíamos aceptado el riesgo. Lo<br />
hicimos libre y conscientemente. ¡A<strong>de</strong>lante! Él, a<strong>de</strong>más, nos cubriría...<br />
Martes, 5 <strong>de</strong> setiembre.<br />
Tensa espera. La meteorología obligó a posponer el lanzamiento. Un inoportuno<br />
frente borrascoso, proce<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>l Mediterráneo, se estancó en la<br />
región. Y nos hizo dudar. Pudimos arriesgarnos y levantar la «cuna». El viento<br />
racheado no la hubiera <strong>de</strong>sestabilizado excesivamente. Pero tampoco había<br />
prisa... Miento. Ambos <strong>de</strong>seábamos escapar cuanto antes <strong>de</strong> aquel suplicio.<br />
La tensión se hacía insostenible.<br />
Sin embargo, la cautela se impuso. Aguardaríamos.<br />
Eliseo no esperó a los últimos minutos. Se saltó el programa y, con la ayuda<br />
<strong>de</strong> «Santa Claus», <strong>de</strong>smanteló los cinturones <strong>de</strong> seguridad que nos custodiaban.<br />
Todos menos uno: la barrera <strong>de</strong> microláseres que peinaba la «popa»<br />
<strong>de</strong>l Ravid a razón <strong>de</strong> un centenar <strong>de</strong> barridos por segundo. Ésta fue la única<br />
protección en aquellas postreras horas.<br />
En cuanto a mí, procuré relajarme, revisando, por enésima vez, la ruta a<br />
seguir en el intento <strong>de</strong> localización <strong>de</strong>l Maestro. Lo conseguí a medias, claro...<br />
Miércoles, 6 <strong>de</strong> setiembre.<br />
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