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Caballo de Troya 6 - IDU

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Eliseo y yo nos miramos. E instintivamente apretamos el paso. A qué negarlo.<br />

La duda nos consumía... ¿Seguiría todo igual?<br />

Habían transcurrido dos meses. Dos largos e intensos meses...<br />

¡Dios!... Teníamos que acabar con aquella cruel incertidumbre!<br />

¿En qué estado encontraríamos la nave? Mejor dicho: ¿la encontraríamos?<br />

Mi hermano, perfecto conocedor <strong>de</strong>l blindaje <strong>de</strong> la «cuna» y <strong>de</strong> los cinturones<br />

que la protegían, rogó calma.<br />

Y con el sol en el cénit divisamos al fin la «zona muerta», en la «popa» <strong>de</strong>l<br />

Ravid.<br />

Esperamos al filo <strong>de</strong>l camino. Varias reatas <strong>de</strong> onagros cruzaron rápidas hacia<br />

Migdal. Era viernes, 1 <strong>de</strong> setiembre, y los burreros <strong>de</strong>seaban <strong>de</strong>scargar las<br />

mercancías antes <strong>de</strong> la llegada <strong>de</strong>l sábado.<br />

Vía libre...<br />

Atacamos el <strong>de</strong>snivel y, en segundos, nos situamos en la línea <strong>de</strong>l manzano <strong>de</strong><br />

Sodoma. Aquéllos, probablemente, fueron los instantes más duros...<br />

La dulce pendiente aparecía tranquila y solitaria, como siempre. Pero....<br />

Esta vez fue mi hermano quien apremió.<br />

-¡Vamos!... ¡Las «crótalos»!...<br />

En ello estaba, por supuesto. Y la visión infrarroja fue una bendición.<br />

Aquel suspiro sonó redondo.<br />

Eliseo se <strong>de</strong>jó caer sobre el terreno y, vencido por la tensión, lloró en silencio.<br />

Lo entendí. Yo también hubiera <strong>de</strong>seado dar rienda suelta a la carga que<br />

soportaba. Pero hace mucho que mis lágrimas se secaron...<br />

La nave, apantallada en IR, plata, rojo y naranja, se presentó ante este explorador<br />

como la más hermosa <strong>de</strong> las visiones. Mi hermano no se equivocaba.<br />

El sistema funcionó. Y lo hizo como un reloj. Éramos nosotros los que fallábamos,<br />

los que dudábamos...<br />

Proseguimos el avance y, ochocientos metros más allá, al irrumpir en el<br />

cinturón infrarrojo, el fiel y eficaz «Santa Claus» reaccionó <strong>de</strong> inmediato,<br />

alertándonos a través <strong>de</strong> la «cabeza <strong>de</strong> cerilla».<br />

-¡Todo OK!... ¡De primera clase!<br />

Y Eliseo, feliz, me <strong>de</strong>jó con dos palmos <strong>de</strong> narices, corriendo como un gamo<br />

hacia el vértice <strong>de</strong>l «portaaviones».<br />

A <strong>de</strong>cir verdad, así lo reconocimos, la dilatada ausencia fue una especie <strong>de</strong><br />

ensayo general para el tercer «salto». Nos sirvió, ya lo creo. En especial,<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> un punto <strong>de</strong> vista estrictamente sicológico. Aprendimos algo que resultaría<br />

<strong>de</strong> gran utilidad: a separarnos <strong>de</strong> la «cuna» y a no obsesionarnos con<br />

su seguridad. «Santa Claus» era un «aliado» que merecía más respeto y<br />

confianza...<br />

Y durante dos días -creo que con todo merecimiento- nos negamos a poner en<br />

marcha ninguna otra actividad. Fueron cuarenta y ocho horas <strong>de</strong> absoluto<br />

<strong>de</strong>scanso. Necesitábamos un respiro. Era preciso que mente y espíritu<br />

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