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las nítidas palabras <strong>de</strong> Gabriel: «tu concepción ha sido or<strong>de</strong>nada por el cielo».<br />
Para María, mujer a fin <strong>de</strong> cuentas, aquello era más sublime, y acor<strong>de</strong> con el<br />
sagrado <strong>de</strong>stino <strong>de</strong> Jesús, que la prosaica i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> un embarazo puramente<br />
humano.<br />
Ni qué <strong>de</strong>cir tiene que nos <strong>de</strong>smoralizamos. Y Eliseo y quien esto escribe<br />
<strong>de</strong>jamos ahí el enojoso asunto <strong>de</strong> los textos evangélicos. Tampoco éramos<br />
jueces. Nuestra misión era otra. Si se me permite la inmo<strong>de</strong>stia, más fina y<br />
trascen<strong>de</strong>ntal. Nos fue dada la oportunidad <strong>de</strong> seguir al Hijo <strong>de</strong>l Hombre y<br />
narrar cuanto vimos y escuchamos. Ése era el trabajo. Y a él nos entregamos<br />
con pasión...<br />
El resto <strong>de</strong> aquella semana fue igualmente tenso. Tras no pocos cálculos, mi<br />
hermano y yo fijamos el sábado, 24, como la fecha límite para partir hacia el<br />
sur e iniciar así la Operación Salomón, que <strong>de</strong>bería esclarecer las causas <strong>de</strong>l<br />
extraño sismo registrado en la histórica jornada <strong>de</strong>l 7 <strong>de</strong> abril, en Jerusalén.<br />
Un movimiento sísmico, como se recordará, que siguió a la muerte <strong>de</strong> Jesús<br />
<strong>de</strong> Nazaret.<br />
Al margen <strong>de</strong> la lógica preocupación por tan largo y comprometido viaje, lo<br />
que nos mantuvo inquietos fue, sobre todo, el hecho <strong>de</strong> tener que abandonar<br />
la «cuna». Lo sabíamos. No teníamos elección. Éramos plenamente conscientes<br />
también <strong>de</strong> que el módulo quedaba en las mejores «manos»: las <strong>de</strong><br />
«Santa Claus». Todo se hallaba previsto. Nada <strong>de</strong>bía fallar. Pero...<br />
Supongo que fue un sentimiento natural. Aquél era nuestro «hogar» y el único<br />
medio para regresar a «casa», a nuestro verda<strong>de</strong>ro «ahora». Y estábamos a<br />
punto <strong>de</strong> <strong>de</strong>jarlo...<br />
Eliseo y quien esto escribe cruzamos algunas significativas miradas. Nadie<br />
dijo nada. Los pensamientos, sin embargo, estoy seguro, fueron los mismos:<br />
«¿Qué suce<strong>de</strong>ría si no regresábamos? Peor aún: ¿qué sería <strong>de</strong> aquellos exploradores<br />
si, al ascen<strong>de</strong>r <strong>de</strong> nuevo al Ravid, encontraban la nave <strong>de</strong>struida o<br />
inutilizada?»<br />
Eso no es posible, me dije una y otra vez, en un vano intento por serenarme.<br />
Des<strong>de</strong> un punto <strong>de</strong> vista estrictamente técnico -si no ocurría una catástrofe-,<br />
llevaba razón. Las medidas <strong>de</strong> seguridad eran casi perfectas. Sin embargo...<br />
Y la angustia, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> esos momentos, fue una inseparable compañera.<br />
Pero no todo fue negativo en aquellos últimos días. Otra <strong>de</strong> las inquietu<strong>de</strong>s -la<br />
falta <strong>de</strong> dineros- fue hábil y puntualmente eliminada por el genial Eliseo. El<br />
muy ladino esperó casi al final para mostrar lo conseguido durante mi permanencia<br />
en la Ciudad Santa.<br />
Fue al sugerir que el valioso ópalo blanco nos acompañase, intentando así el<br />
canje, cuando mi hermano, sonriendo con picardía, me entregó una pequeña<br />
bolsa, rechazando la proposición.<br />
-No será necesario... Dejémoslo en la «cuna»... Con esto será suficiente...<br />
Al abrir el saquito quedé atónito. -Pero...<br />
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