Caballo de Troya 6 - IDU
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por cada uno de estos procesos, el resultado de la línea de regresión ofreció un total de cuatro puntos. Considerando un error de más-menos cinco años, la edad de José quedó así estimada en treinta y cinco años. En otras palabras: lo que ya sabíamos (el padre terrenal de Jesús murió a los treinta y seis). En cuanto a la tercera determinación -el sexo-, sería aclarada poco después, con los análisis celulares. La incógnita, sin embargo, aparecía igualmente despejada para quien esto escribe. Al inspeccionar la osamenta, pelvis, fémur, sacro y el cuerpo del esternón -dos veces más largo que el manubrio- fueron esclarecedores. Los huesos pertenecían a un varón. No obstante, esperamos. Todo debía llevarse con rigor. Los tres pasos siguientes –diagnóstico de los grupos sanguíneos de José y Amos- no ofrecieron excesivas complicaciones. Repetimos los procedimientos ya expuestos, obteniendo lo que sospechábamos: el padre terrenal del rabí de Galilea pertenecía al grupo «A». Exactamente igual que el niño. El hallazgo nos estremeció. El Hijo del Hombre, verdaderamente, era hijo del hombre... Su grupo -«AB»-, como mandan las leyes de la herencia, fue propiciado por la genética de José y de la Señora. Y lo mismo sucedía con Amos, el hermano. Desde un punto de vista científico, todo encajaba matemáticamente. Como dije, los aglutinógenos A y B se transmiten con carácter hereditario dominante. O lo que es lo mismo: no se dan en los hijos, si no están presentes en los progenitores. Así, por ejemplo, unos padres «AB» nunca podrían tener hijos del grupo «O». Pero la importante «pista» debía ser ratificada. Y Eliseo, nervioso y emocionado, penetró en el último capítulo: la observación de los respectivos ADN y sus estudios comparativos. En esta ocasión, me mantuve al margen. Mi hermano, supongo, lo comprendió. Aunque no era propio de un científico, la «invasión» de los territorios más íntimos del ser humano nunca me agradó. Y mucho menos, bucear y sacar a la superficie los ADN de mis amigos... Fue instintivo. No sé expresarlo con palabras, pero el sentimiento era claro: no manipularía las claves de la vida de Jesús de Nazaret y de la Señora. Para estos experimentos, Caballo de Troya nos había dotado de dos técnicas, desconocidas, que yo sepa, por la comunidad científica. La primera fue desarrollada y puesta a punto por los laboratorios de ingeniería genética de la Navy. Durante años, como es habitual, la Inteligencia Militar fue «absorbiendo» y «haciendo suyos» los interesantes descubrimientos de científicos como Khorana y Niremberg (descifradores del lenguaje del código genético), Smith y K. Wilcox (descubridores de las enzimas de restricción), A. Kornberg y su equipo (que hallaron la polimerasa) y Berg (que produjo la primera molécula de ADN recombinado), entre otros muchos. Ni qué decir tiene que estos brillantes hombres de ciencia nunca supieron de semejantes manejos... 75
Desde luego, no agotaré al hipotético lector de este diario con las complejas y farragosas secuencias que integraban esa técnica, «propiedad» de la Armada. No es éste, obviamente, el propósito que me mueve a narrar lo que nos tocó vivir en la Palestina de Jesús de Nazaret. Recuerdo que fue el miércoles, 21, hacia el mediodía... Quien esto escribe se hallaba paseando por la zona de la muralla romana, absorto en los planes de nuestra próxima y casi inminente misión fuera de las fronteras de Israel. Eliseo, excitado, me reclamó a través de la conexión auditiva. -¡Lo logramos!... ¡Aquí tienes las pruebas! Tras los ensayos con los grupos sanguíneos, yo había intuido el desenlace. Pero ahora estaba ante la definitiva confirmación... Mi hermano, mostrando los diferentes «perfiles genéticos», me invitó a compartir su alegría. Los examiné cuidadosamente, ratificando los resultados en la pantalla del ordenador central. No había duda: el análisis conjunto de las regiones seleccionadas ofrecía un patrón de bandas claramente coincidente. «Santa Claus», frío y objetivo, lo resumió así: «Para cada una de las regiones se obtiene una perfecta compatibilidad entre las muestras del supuesto padre y de la supuesta madre... Se observa la presencia de un fragmento materno y de otro..., de procedencia paterna.» ¡Dios!... ¡Aquello era dinamita! En las seis regiones hipervariables seleccionadas, todos los «códigos de barra» resultaban coincidentes. La certeza, pues, era superior a un 99,9 por ciento... Eliseo, al final de su informe, escribió rotundo: «La perfecta compatibilidad de perfiles en los ADN del Maestro, de José y de María permite concluir que la paternidad y maternidad han sido probadas, a pesar de no haber podido realizar un estudio estadístico referencial, por razones obvias... Teniendo en cuenta, sin embargo, la distribución de las frecuencias en USA y otras poblaciones, la probabilidad de paternidad y maternidad obtenida supera el 99,9 por ciento.» ¿Qué significaba esto? En palabras sencillas, que el código genético de Jesús aparecía repartido entre los de sus padres terrenales. El Hijo del Hombre, por tanto, según la Ciencia, fue concebido con el esperma de José y el óvulo de la Señora. Lo dicho: pura dinamita... Y otro tanto sucedía con la «huella genética» de Amos. ¿Posibilidad de error? Mínima, según mi hermano. Para que dos perfiles de ADN, pertenecientes a individuos distintos, coincidan en seis regiones hipervariables tendríamos que pensar en una «supercasualidad». Dicho de otro modo: uno en un billón..., según «Santa Claus». 76
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Des<strong>de</strong> luego, no agotaré al hipotético lector <strong>de</strong> este diario con las complejas y<br />
farragosas secuencias que integraban esa técnica, «propiedad» <strong>de</strong> la Armada.<br />
No es éste, obviamente, el propósito que me mueve a narrar lo que nos tocó<br />
vivir en la Palestina <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret.<br />
Recuerdo que fue el miércoles, 21, hacia el mediodía...<br />
Quien esto escribe se hallaba paseando por la zona <strong>de</strong> la muralla romana,<br />
absorto en los planes <strong>de</strong> nuestra próxima y casi inminente misión fuera <strong>de</strong> las<br />
fronteras <strong>de</strong> Israel.<br />
Eliseo, excitado, me reclamó a través <strong>de</strong> la conexión auditiva.<br />
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Tras los ensayos con los grupos sanguíneos, yo había intuido el <strong>de</strong>senlace.<br />
Pero ahora estaba ante la <strong>de</strong>finitiva confirmación...<br />
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¡Dios!... ¡Aquello era dinamita!<br />
En las seis regiones hipervariables seleccionadas, todos los «códigos <strong>de</strong> barra»<br />
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Eliseo, al final <strong>de</strong> su informe, escribió rotundo:<br />
«La perfecta compatibilidad <strong>de</strong> perfiles en los ADN <strong>de</strong>l Maestro, <strong>de</strong> José y <strong>de</strong><br />
María permite concluir que la paternidad y maternidad han sido probadas, a<br />
pesar <strong>de</strong> no haber podido realizar un estudio estadístico referencial, por razones<br />
obvias... Teniendo en cuenta, sin embargo, la distribución <strong>de</strong> las frecuencias<br />
en USA y otras poblaciones, la probabilidad <strong>de</strong> paternidad y maternidad<br />
obtenida supera el 99,9 por ciento.»<br />
¿Qué significaba esto? En palabras sencillas, que el código genético <strong>de</strong> Jesús<br />
aparecía repartido entre los <strong>de</strong> sus padres terrenales. El Hijo <strong>de</strong>l Hombre, por<br />
tanto, según la Ciencia, fue concebido con el esperma <strong>de</strong> José y el óvulo <strong>de</strong> la<br />
Señora.<br />
Lo dicho: pura dinamita...<br />
Y otro tanto sucedía con la «huella genética» <strong>de</strong> Amos.<br />
¿Posibilidad <strong>de</strong> error?<br />
Mínima, según mi hermano.<br />
Para que dos perfiles <strong>de</strong> ADN, pertenecientes a individuos distintos, coincidan<br />
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Dicho <strong>de</strong> otro modo: uno en un billón..., según «Santa Claus».<br />
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