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ellos. Con este material estaríamos en condiciones <strong>de</strong> excluir -o no- la<br />
paternidad <strong>de</strong>l contratista <strong>de</strong> obras respecto al rabí. Des<strong>de</strong> el punto <strong>de</strong> vista<br />
<strong>de</strong> la Ciencia, un gen <strong>de</strong> grupo sanguíneo sólo se presenta en un individuo si,<br />
a su vez, está presente en uno <strong>de</strong> los padres o en ambos.<br />
E hicimos algunos cálculos...<br />
En teoría, sólo en teoría, aceptando que José fuera el padre biológico <strong>de</strong> Jesús,<br />
las posibilida<strong>de</strong>s combinatorias (en grupos sanguíneos) eran las siguientes:<br />
Primera: el padre podía ser «A» y la madre «B».<br />
Segunda: padre «A» y madre «AB».<br />
Tercera: «B» para José y «AB» para la Señora.<br />
Cuarta: «AB» para ambos.<br />
Evi<strong>de</strong>ntemente, si María era «B», los siguientes análisis sólo podían ofrecer el<br />
grupo «A». Pero teníamos que <strong>de</strong>mostrarlo.<br />
Y a partir <strong>de</strong>l lunes, 19, mi hermano y quien esto escribe, sin prisas, se entregaron<br />
a una intensa labor, conscientes <strong>de</strong> las repercusiones <strong>de</strong> estos experimentos.<br />
La primera inquietud, aparecida ya en los arranques <strong>de</strong> la operación, se centró<br />
en la posible contaminación <strong>de</strong> las muestras y en el estado <strong>de</strong> las mismas.<br />
Aunque las ampolletas <strong>de</strong> barro empleadas en el traslado <strong>de</strong> los dientes<br />
fueron minuciosa y severamente <strong>de</strong>sinfectadas, siempre cabía una duda<br />
razonable. Sin embargo, las circunstancias mandaban y, sencillamente,<br />
confiamos en nuestra buena estrella. Respecto a la integridad <strong>de</strong> las piezas<br />
<strong>de</strong>ntarias, las observaciones al microscopio nos tranquilizaron y animaron. No<br />
<strong>de</strong>tectamos caries ni fisuras. Otra cuestión era el interior. Después <strong>de</strong> tantos<br />
años, las pulpas <strong>de</strong>l molar y <strong>de</strong>l premolar (en el caso <strong>de</strong> José), así como las <strong>de</strong>l<br />
canino y molar (en Amos), podían haber resultado reabsorbidas y pegadas a<br />
las pare<strong>de</strong>s. Si era así, las cosas se complicarían. Los forenses conocen bien<br />
este problema. Cuando los restos se hallan <strong>de</strong>teriorados, el ADN queda inservible,<br />
<strong>de</strong>struyéndose, incluso, los fragmentos mayores.<br />
Pero, como digo, confiamos. Y llegó el gran momento.<br />
Nos <strong>de</strong>cidimos por el molar, reservando el premolar <strong>de</strong> José para un segundo<br />
ensayo.<br />
Eliseo lo perforó y, hábil, extrajo la pulpa.<br />
¡Bingo!... ¡No había reabsorción!<br />
Este explorador sabía que el diente correspondía a un ser humano. Pero<br />
fuimos fieles al método científico. Primera <strong>de</strong>terminación: la especie. El<br />
examen fue concluyente. Corona y raíz se hallaban en el mismo plano, indicando<br />
que pertenecía a un humano. (Como se sabe, el hombre es el único<br />
mamífero en el que los dientes se <strong>de</strong>sarrollan verticalmente.) Segundo y<br />
obligado protocolo: edad. Siguiendo las directrices <strong>de</strong> Gustafson, evaluamos<br />
algunos <strong>de</strong> los seis procesos evolutivos básicos. Lógicamente, no todos fueron<br />
viables. Pues bien, cuantificando las modificaciones provocadas en el diente<br />
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