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Caballo de Troya 6 - IDU

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Repasé las cajas con nerviosismo.<br />

¡Bendito sea el cielo! Todas aparecían grabadas en la cara frontal. La mayoría<br />

en arameo. Otras en griego.<br />

Y auxiliado por el chisporroteante fuego fui leyendo:<br />

«Teodoto Liberto.»<br />

No, aquella traducción al griego <strong>de</strong>l nombre hebreo «Natanael» (Bartolomé)<br />

no era lo que buscaba...<br />

«Yejoeser hijo <strong>de</strong> Eleazar.»<br />

Tampoco...<br />

«Miriam hija <strong>de</strong> Nathan.»<br />

Empecé a <strong>de</strong>sconfiar. ¿Había equivocado la cripta?<br />

«José y su hijo...»<br />

La emoción brincó.<br />

¿José?<br />

Sin embargo, al terminar <strong>de</strong> leer, comprendí que me equivocaba.<br />

«José y su hijo Ismael y su hijo Yejoeser.»<br />

El resto <strong>de</strong> las apresuradas traducciones fue igualmente estéril. La <strong>de</strong>cepción<br />

se presentó puntual. Allí no reposaban los huesos <strong>de</strong> José...<br />

No importaba. Repetiría la lectura.<br />

Naturalmente, sólo obtuve un nuevo fracaso. Aquélla no era la cripta.<br />

Regresé al exterior y <strong>de</strong>diqué unos segundos a la obligada vigilancia <strong>de</strong><br />

cuanto me ro<strong>de</strong>aba. Todo respiraba sosiego. Todo menos el cielo y quien esto<br />

escribe. Ahora eran miles los «testigos» que parecían gritar, <strong>de</strong>nunciando el<br />

sacrilegio. Y me hice una sola pregunta: ¿cuánto tiempo sería necesario para<br />

registrar las restantes cuevas?<br />

Afortunadamente reaccioné. No me rendiría. Disponía <strong>de</strong> toda la noche, a no<br />

ser, claro está, que recibiera alguna visita...<br />

Cerré la cripta y, antes <strong>de</strong> teclear sobre el «tatuaje», preparando la segunda<br />

exploración, me concedí unos instantes. Tenía que pensar. Tenía que aliviar<br />

aquella con<strong>de</strong>na. Tenía que encontrar una pista, un indicio, que simplificara la<br />

búsqueda. Pero, ¿cuál? Sólo Dios y los familiares sabían dón<strong>de</strong> se hallaba el<br />

osario. Suponiendo que la intuición acertara...<br />

Imagino que fue una casualidad. ¿O no?<br />

Lo cierto es que, al repasar mentalmente las inscripciones <strong>de</strong> las doce arquetas,<br />

caí en la cuenta <strong>de</strong> «algo» que podría tener cierto fundamento. Pero<br />

no estaba seguro. Y <strong>de</strong>cidido a verificarlo caminé hacia las estelas <strong>de</strong>l cementerio.<br />

Me centré en las más próximas a la criptas.<br />

¡Bingo!<br />

Allí había «algo»...<br />

Volví a leer. Sí, la sospecha era correcta. Las inscripciones que acababa <strong>de</strong><br />

contemplar en la cueva funeraria se repetían en las primeras filas. Estaba<br />

claro. Aquellos restos fueron inhumados en un mismo periodo <strong>de</strong> tiempo y,<br />

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