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que suponía la ida y la vuelta no violaba la Ley. Suponiendo que el <strong>de</strong>stino<br />
fuera Nazaret...<br />
Y otra duda me inquietó: ¿qué seguridad tenía <strong>de</strong> que enterrador y «burrita»<br />
eran judíos? Ninguna. Si eran paganos, las cosas se complicaban. El regreso<br />
podía producirse en cualquier momento.<br />
Sí, mal asunto...<br />
Pero estaba don<strong>de</strong> estaba. No tenía <strong>de</strong>masiadas alternativas. Así que, confiando<br />
en la formidable «fuerza» que me sostenía, me arriesgué. Crucé veloz<br />
entre las estelas y fui a situarme frente a las cinco muelas.<br />
Al levantar la vista reparé en algo que no había captado en las anteriores<br />
visitas y que, honradamente, me heló la sangre.<br />
-Lo que faltaba -murmuré entre dientes, imaginando la suerte <strong>de</strong> aquel entrometido<br />
si llegaba a ser capturado.<br />
En mitad <strong>de</strong> la roca caliza que hacía las veces <strong>de</strong> fachada, a poco más <strong>de</strong> dos<br />
metros <strong>de</strong>l suelo, perfectamente visible, las autorida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Roma habían<br />
empotrado una losa <strong>de</strong> mármol <strong>de</strong> 60 por 40 centímetros, aproximadamente,<br />
en la que, en griego, podía leerse lo siguiente:<br />
«Sabido es que los sepulcros y las tumbas, que han sido hechos en consi<strong>de</strong>ración<br />
a la religión <strong>de</strong> los antepasados, o <strong>de</strong> los hijos o <strong>de</strong> los parientes,<br />
<strong>de</strong>ben permanecer inmutables a perpetuidad. Si alguien, pues, es convicto <strong>de</strong><br />
haberlo <strong>de</strong>struido, <strong>de</strong> haber, con mala intención, transportado el cuerpo a<br />
otros lugares, haciendo injuria a los muertos, o <strong>de</strong> haber quitado las inscripciones<br />
o las piedras <strong>de</strong> la tumba, or<strong>de</strong>no que ése sea llevado a juicio como<br />
si quien se dirige contra la religión <strong>de</strong> los Manes lo hiciera contra los mismos<br />
dioses. Así, pues, lo primero es preciso honrar a los muertos. Que no sea en<br />
absoluto permitido a nadie el cambiarlos <strong>de</strong> sitio, si no quiere el convicto por<br />
violación <strong>de</strong> sepultura sufrir la pena capital.»<br />
¡Dios bendito! Aquello parecía otra burla <strong>de</strong>l Destino...<br />
Sabía lo que me aguardaba si era sorprendido con las manos en la masa. Pero<br />
tampoco era necesario que me lo recordaran con semejante pompa y puntualidad...<br />
El «edicto», nacido probablemente en las cancillerías <strong>de</strong> Augusto, era algo<br />
habitual en aquel tiempo en muchos <strong>de</strong> los cementerios <strong>de</strong> la provincia romana<br />
<strong>de</strong> la Ju<strong>de</strong>a. No sería el primero ni el último que acertaría a <strong>de</strong>scubrir en<br />
mis correrías.<br />
Traté <strong>de</strong> olvidar el «aviso» y proseguí con lo que importaba.<br />
Me acerqué a las redondas piedras que cerraban las entradas a las respectivas<br />
grutas funerarias y fui palpando y examinando. No había duda. Roca caliza...<br />
Las cinco moles, <strong>de</strong> metro y medio <strong>de</strong> diámetro, podían pesar no menos <strong>de</strong><br />
setecientos kilos por unidad. Demasiado para <strong>de</strong>splazarlas con la fuerza <strong>de</strong> un<br />
solo hombre. Y tal y como fue planificado, me retiré unos metros, activando el<br />
«tatuaje». No había opción. Si <strong>de</strong>seaba penetrar en las criptas y localizar los<br />
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