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años-luz <strong>de</strong> la buena nueva. Se consi<strong>de</strong>raban los sagrados <strong>de</strong>positarios <strong>de</strong> la<br />
verdad y los únicos que tenían acceso a la Divinidad. Para estas castas, Yavé<br />
era inaccesible, vengativo y discriminador. No, como digo, no creo que Jesús<br />
<strong>de</strong> Nazaret estuviera pensando en estos celosos custodios <strong>de</strong> la Tora cuando<br />
formuló la advertencia. Era obvio. Sí me inclino, en cambio, por los «otros<br />
sacerdotes». Tal y como <strong>de</strong>mostró en diferentes apariciones, sabía lo que iba<br />
a suce<strong>de</strong>r. Y quiso poner las cosas en su lugar. Sabía que, con el tiempo, esos<br />
«otros sacerdotes» -la jerarquía, en <strong>de</strong>finitiva, que nacería con la primitiva<br />
iglesia- monopolizaría su imagen y sus palabras. Es <strong>de</strong>cir, su evangelio. Un<br />
evangelio mutilado y contaminado pero, a fin <strong>de</strong> cuentas, conteniendo parte<br />
<strong>de</strong> la verdad.<br />
La pregunta clave es «por qué». ¿Por qué el Resucitado no <strong>de</strong>sea que la buena<br />
nueva sea «propiedad» exclusiva <strong>de</strong> los sacerdotes? Hoy, tal y como están las<br />
cosas, la mayor parte <strong>de</strong> los creyentes acepta que el ministerio <strong>de</strong>be <strong>de</strong>scansar<br />
precisamente en esos supuestos representantes <strong>de</strong>l «Señor Jesús». La<br />
verdad es que lo repitió hasta la saciedad. Su evangelio -el gran mensajenada<br />
tenía que ver con estructuras, tradiciones, dogmas, leyes, primados y<br />
<strong>de</strong>más intermediarios. Todo era simple y fascinante. Su gran revolución fue<br />
ésa: mostrar al mundo que Dios no era una i<strong>de</strong>a más o menos abstracta,<br />
remota y fiscalizadora. La revelación que justificó su vida <strong>de</strong>cía otra cosa:<br />
Dios es un Ab-bá, un Padre. Un Ser amante que sólo pi<strong>de</strong> confianza. En otras<br />
palabras: Jesús <strong>de</strong> Nazaret no predicó, ni propugnó, una religión tradicional.<br />
Lo suyo era un estilo <strong>de</strong> vida. Compartir su i<strong>de</strong>al -su evangelio- significa<br />
enten<strong>de</strong>r y aceptar que existe ese Padre y que, en consecuencia, los seres<br />
humanos son físicamente hermanos. Este «hallazgo», para quien tiene la<br />
fortuna <strong>de</strong> <strong>de</strong>scubrirlo, cambia radicalmente la brújula <strong>de</strong>l pensamiento. Y el<br />
sujeto entra en una nueva y esperanzadora dinámica en la que sólo cuenta la<br />
experiencia personal. Es el inicio <strong>de</strong> una aventura en la que el hombre no<br />
<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>rá ya <strong>de</strong> viejas servidumbres. Al buscar a Dios por ese atractivo<br />
sen<strong>de</strong>ro.... Dios ya está con él. Este evangelio, en fin, como insistió el Maestro<br />
hasta el aburrimiento, no precisa, pues, <strong>de</strong> recintos sagrados, libros revelados<br />
o venerables <strong>de</strong>positarios <strong>de</strong> la verdad.<br />
La advertencia, sin embargo, como refleja la Historia, cayó en saco roto. Ni<br />
Pedro, ni Pablo, ni el resto <strong>de</strong> los primeros cristianos la tuvieron presente. Muy<br />
al contrario. Al poco, un engranaje cada vez más jerarquizado y dogmático<br />
fue abriéndose paso, monopolizando, con<strong>de</strong>nando y discriminando. Y hoy,<br />
esa «maquinaria» -tan ajena a los propósitos <strong>de</strong>l gran rabí <strong>de</strong> Galilea- continúa<br />
controlando y dirigiendo volunta<strong>de</strong>s.<br />
¿Escribir y <strong>de</strong>jar constancia <strong>de</strong> la aparición <strong>de</strong> Jesús a los paganos <strong>de</strong> Alejandría?<br />
¿Decir al mundo que el evangelio no <strong>de</strong>bía ser confiado exclusivamente<br />
a los sacerdotes?<br />
No, aquellos hombres no estaban locos...<br />
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