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Caballo de Troya 6 - IDU

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Pedro, adoptó una iniciativa similar a la <strong>de</strong> Mateo Leví. Escribiría, sí. Pondría<br />

por escrito sus muchos e intensos recuerdos. Y se lanzó al trabajo.<br />

Al principio, todo fue bien. Mejor dicho, casi bien. Bartolomé, Tomás y Simón<br />

el Zelota protestaron <strong>de</strong> nuevo. El resultado, sin embargo, fue idéntico. Andrés<br />

lo tenía muy claro.<br />

El verda<strong>de</strong>ro problema aparecería en la segunda semana <strong>de</strong> junio cuando, al<br />

leer en voz alta las palabras <strong>de</strong>l Resucitado en su última aparición, Andrés<br />

olvidó el gran mensaje sobre la paternidad <strong>de</strong> Dios y la filiación <strong>de</strong> los<br />

hombres.<br />

Ahí surgió el conflicto.<br />

El «oso <strong>de</strong> Cana» le hizo ver que estaba suprimiendo lo que más interesaba al<br />

Maestro. Tenía razón. Y aunque el complaciente Andrés prometió enmendar el<br />

lapsus, la amonestación terminó provocando una <strong>de</strong>nsa e interminable discusión<br />

en la que el lí<strong>de</strong>r se manifestó abiertamente contra Bartolomé. No era<br />

aquello lo que atraía a las masas. No era esa revolucionaria i<strong>de</strong>a la que<br />

arrastraba cada día a cientos <strong>de</strong> judíos y gentiles al bautismo. No era eso, en<br />

<strong>de</strong>finitiva, lo que Pedro y su grupo predicaban diariamente. Era el Jesús vivo,<br />

resucitado, po<strong>de</strong>roso y triunfador lo que les había colocado en boca <strong>de</strong> todo<br />

Jerusalén.<br />

No, no cambiarían...<br />

Bartolomé y los otros dos, pacientes, con serenidad, intentaron centrar la<br />

cuestión. Y asistí maravillado a la exposición <strong>de</strong> unos argumentos irreprochables.<br />

He aquí los que me parecieron más solemnes y certeros:<br />

«El Maestro -clamó Bartolomé- nos enseñó que el hombre pue<strong>de</strong> sostener una<br />

relación directa con el Padre, con Dios... No importa que sea pobre, rico, ignorante<br />

o pecador... ¿Es que no veis que éste es el gran triunfo?»<br />

Pero el lí<strong>de</strong>r, secundado en la polémica por Felipe, Santiago <strong>de</strong> Zebe<strong>de</strong>o y<br />

Mateo, no retrocedió. Nunca me expliqué el súbito cambio <strong>de</strong>l antiguo recaudador<br />

<strong>de</strong> impuestos en este crucial asunto. Como se recordará, en otra <strong>de</strong><br />

las encendidas disputas en el yam, Mateo Leví se manifestó a favor <strong>de</strong> la<br />

predicación <strong>de</strong> la mencionada paternidad <strong>de</strong> Dios.<br />

No conviene olvidarlo. Aquellos hombres, a pesar <strong>de</strong> lo que llevaban visto y<br />

oído, eran judíos. Acataban la Ley, y lo expuesto por Bartolomé rechinaba en<br />

su interior. La Tora no hablaba <strong>de</strong> esa increíble, casi blasfema, relación entre<br />

Yavé y los seres humanos. En contra <strong>de</strong> lo que les enseñó Jesús, continuaban<br />

pensando que la obediencia a esa Ley sí que provocaba la respuesta <strong>de</strong> Dios.<br />

Bartolomé insistió:<br />

«Jesús fue muy claro. La salvación no <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong> la obediencia a la Ley, sino<br />

<strong>de</strong> la fe...»<br />

No hubo forma. Supongo que, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong>l <strong>de</strong>slumbramiento que llevó consigo<br />

el fenómeno <strong>de</strong> la resurrección, Pedro y el resto <strong>de</strong> la oposición intuyeron que<br />

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