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Caballo de Troya 6 - IDU

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La verdad sea dicha. El recibimiento fue casi cómico.<br />

Jesús avanzó hasta nosotros y nos contempló en silencio. Nos quedamos<br />

como estatuas. Eliseo, perplejo, con la boca abierta, sostenía entre las manos<br />

unas hortalizas plagadas <strong>de</strong> hormigas. Yo, por mi parte, intentaba limpiar un<br />

manojo <strong>de</strong> tilapias curadas, igualmente conquistadas por las frenéticas<br />

camponotus.<br />

Era un Jesús distinto. Radiante. La habitual y penetrante luz <strong>de</strong> sus ojos<br />

aparecía ahora multiplicada. Aquella estampa nada tenía que ver con la <strong>de</strong>l<br />

Galileo que nos había <strong>de</strong>jado una semana antes. Más aún: la luminosidad era<br />

infinitamente más acusada que la irradiada durante toda la estancia en el<br />

Hermón.<br />

¿Qué ocurrió en los ventisqueros?<br />

El rabí sonrió al fin y, señalando las hormigas que empezaban a correr por<br />

brazos y túnicas, exclamó socarrón:<br />

-¡Vaya par <strong>de</strong> ángeles! No os puedo <strong>de</strong>jar solos. Un día más y acabáis con mi<br />

reino...<br />

Acto seguido, abrazándonos, susurró:<br />

-Se ha hecho la voluntad <strong>de</strong> Ab-bá... Ahora soy yo el Príncipe <strong>de</strong> este mundo.<br />

Esa misma noche -la última en el Hermón-, cálido y eufórico, explicó el porqué<br />

<strong>de</strong> su repentino y dilatado aislamiento en la cumbre <strong>de</strong> la montaña santa.<br />

En un primer momento apenas entendimos. ¡Era tanto lo que ignorábamos...!<br />

Después, conforme lo seguimos y escuchamos, fuimos comprendiendo.<br />

La cena, aunque frugal, resultó divertida, como siempre. El «cocinero-jefe» se<br />

hallaba feliz y se esmeró, echando mano <strong>de</strong> otra receta familiar: tortilla con<br />

miel, al estilo <strong>de</strong> la Señora, la <strong>de</strong> «las palomas». Y al final, el brindis favorito<br />

<strong>de</strong>l Maestro:<br />

-Lehaim!<br />

-¡Por la vida!<br />

Y el Galileo, ansioso por compartir su aventura en la soledad <strong>de</strong> las nieves,<br />

inició así sus aclaraciones:<br />

-Os contaré un cuento...<br />

»Hace tiempo, mucho tiempo, el gran Dios encomendó a uno <strong>de</strong> sus Hijos la<br />

creación <strong>de</strong> un nuevo universo. Y ese Hijo construyó un magnífico reino, repleto<br />

<strong>de</strong> estrellas y mundos. Era un universo inmenso.<br />

»Y aquel Hijo gobernó con amor y sabiduría durante miles y miles <strong>de</strong> años.<br />

»Pero ocurrió algo...<br />

»Cierto día, en una apartada región, varios <strong>de</strong> los príncipes a su servicio, jefes<br />

<strong>de</strong> otros tantos mundos, <strong>de</strong>cidieron rebelarse contra la autoridad <strong>de</strong>l Hijo y<br />

soberano. No creyeron en su forma <strong>de</strong> gobierno e incitaron a otros príncipes<br />

próximos a manifestarse contra lo establecido. E intentaron formar su propio<br />

reino, rechazando al monarca y, en <strong>de</strong>finitiva, al gran Dios.<br />

»EL Hijo, echando mano <strong>de</strong>l amor y la misericordia, trató <strong>de</strong> restablecer el<br />

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