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Caballo de Troya 6 - IDU

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Y exclamó, cerrando aquella inolvidable conversación:<br />

«-Llenaos <strong>de</strong> esperanza!... ¡La muerte sólo es un sueño!... ¡Sois inmortales<br />

por expreso <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> Ab-bál... ¡Sois hijos <strong>de</strong> un Dios!... ¡Transmitidlo!<br />

¿Transmitir la esperanza? ¿Seré capaz?<br />

Que Él me ayu<strong>de</strong>...<br />

CUARTA Y ÚLTIMA SEMANA EN EL HERMÓN<br />

Fue la más dura. La más tensa y angustiosa. Fue, prácticamente, una semana<br />

sin Él.<br />

Es curioso. Teóricamente -según las normas- éramos meros observadores <strong>de</strong><br />

otro «ahora». <strong>Caballo</strong> <strong>de</strong> <strong>Troya</strong> lo prohibía terminantemente: nada <strong>de</strong> afectos,<br />

nada <strong>de</strong> lazos con los naturales <strong>de</strong> aquel tiempo histórico. Pues bien, no lo<br />

conseguimos. Jesús <strong>de</strong> Nazaret nos atrapó. Aquel Hombre-Dios se coló en<br />

nuestros corazones y, sencillamente, le amamos. Poco importó la operación.<br />

Nunca nos arrepentimos.<br />

Fue por esto que aquellos postreros días en la cumbre <strong>de</strong> la montaña santa<br />

representaron un suplicio extra. Y no porque el Maestro, o nosotros, sufriéramos<br />

percance alguno, sino, justamente, como digo, por su repentina salida<br />

<strong>de</strong>l mahaneh.<br />

Según consta en mi diario, sucedió al amanecer <strong>de</strong>l domingo, 9 <strong>de</strong> septiembre.<br />

El Galileo nos reunió y, con el rostro severo, anunció:<br />

-Escuchad atentamente. Ahora <strong>de</strong>bo <strong>de</strong>jaros por unos días. Es preciso que<br />

siga ocupándome <strong>de</strong> los asuntos <strong>de</strong> mi Padre...<br />

Nos alarmamos. Ni el tono ni el semblante eran los habituales. Parecía preocupado.<br />

Muy preocupado...<br />

-...Esperad tranquilos.<br />

Y concluyó con unas palabras que no entendimos:<br />

-...Es la hora <strong>de</strong>l rebel<strong>de</strong> y <strong>de</strong>l príncipe <strong>de</strong> este mundo...<br />

Punto final.<br />

Le vimos cargar algunas provisiones, tomó su manto color vino y, sin <strong>de</strong>spedirse,<br />

<strong>de</strong>sapareció entre los cedros, rumbo a los ventisqueros.<br />

¿Qué sucedía? ¿A qué obe<strong>de</strong>cía aquel brusco cambio? Unas horas antes,<br />

mientras <strong>de</strong>partíamos al amor <strong>de</strong>l fuego, el Maestro se había mostrado alegre<br />

y comunicativo.<br />

Eliseo y yo discutimos. Pasamos horas intentando <strong>de</strong>spejar el enigma. ¿Éramos<br />

los responsables <strong>de</strong> la súbita partida? ¿Qué habíamos hecho? ¿Qué<br />

pudimos <strong>de</strong>cir para que, a la mañana siguiente, se mostrara tan grave y<br />

distante?<br />

Quien esto escribe se negó a aceptar que fuéramos nosotros los causantes <strong>de</strong><br />

tan extraña actitud. Sus palabras, a<strong>de</strong>más, apuntaban en otra dirección.<br />

No, aquél no era el estilo <strong>de</strong>l rabí. A <strong>de</strong>cir verdad, por lo que llevaba visto y por<br />

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