Caballo de Troya 6 - IDU
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Obedecí, naturalmente. Y el cayado -muy a mi pesar- continuó en el fondo de la tienda. ¿Detalles? ¿A qué se refería con la insólita afirmación? Pronto caeríamos en la cuenta... A decir verdad, en multitud de ocasiones durante aquel tercer «salto» en el tiempo, fue Él quien condujo nuestra misión. Fue Él quien nos alertó, abriendo nuestros torpes y asombrados ojos a infinidad de pequeños-grandes detalles. Detalles que también formaban parte -¡y de qué manera!- de la vida del Hijo del Hombre. Jesús conocía bien la trocha. Atravesamos los espesos bosques de cedros y, tras saltar en varias oportunidades sobre el bravo nahal Aleyin («el que cabalga las nubes»), alcanzamos al fin los primeros ventisqueros. Cota «2 800». Casi en la cumbre. Una brisa fresca, limpia y moderada nos recibió complacida. Entre rocas azules, la nieve, escalando la montaña santa, dulcificaba paredes y farallones. Y el sol, todavía rasante, empezó sus juegos de luces, apostando por el blanco y el naranja. El Maestro, canturreando uno de los salmos, recogió los cabellos, amarrándolos en su acostumbrada cola. Después, sonriendo, rebosante de una paz y felicidad difíciles de explicar, comentó: -¡Permaneced tranquilos!... ¡Es el turno de mi Padre! Nos guiñó un ojo y, despacio, se alejó hacia una de las cercanas y chorreantes lenguas de nieve. Aquella estampa, de nuevo, me maravilló. ¡Jesús de Nazaret caminando sobre la blanca y crujiente nieve! Al poco se detuvo. Alzó los brazos y levantó el rostro hacia el azul purísimo de los cielos. Y así permaneció largo rato. Entonces creí entender el porqué de sus enigmáticas palabras... -«¡Acompañadme!... Los detalles también son importantes.» Por supuesto que lo eran. A decir verdad, nunca, hasta ese momento, le vimos en comunicación con Ab-bá. Nunca, que yo recuerde, habíamos asistido a la majestuosa y, al mismo tiempo, sencilla escena de un Jesús en oración. Miento. Este explorador sí fue testigo de excepción de uno de esos momentos. Pero las circunstancias, poco antes del prendimiento en el huerto de Getsemaní, fueron muy diferentes. Éste no era un Jesús de Nazaret atormentado y humillado. Éste era un Hombre-Dios pictórico. Lleno de vida. Entusiasmado. Feliz y dispuesto. Y durante horas me bebí aquella imagen. ¡Hasta en eso era distinto y original! El Maestro no rezaba como el resto de los judíos. Al menos, en privado... En ningún instante se ajustaba a las estrictas normas de la Ley mosaica. No juntaba los pies. No arreglaba sus vestiduras. No se encorvaba hasta que 289
«cada una de las vértebras de la espalda quedara separada». No seguía el consejo de la tradición: «que la piel, sobre el corazón, se doble hasta formar pliegues» (Así reza Ber. 28 b). Tampoco le vimos imitar jamás las pomposas prácticas de los fariseos. Nunca, al entrar o abandonar un pueblo, recitaba las obligadas bendiciones. Y mucho menos al pasar frente a una fortificación o al encontrarse con algo nuevo, hermoso o extraño, como pretendían los rigoristas de la Tora. En más de una ocasión -como espero narrar más adelantetuvo el coraje de enfrentarse a estos puristas de Yavé, echándoles en cara sus hipócritas y vacías recitaciones. (Para las castas sacerdotales y doctores de la Ley, el número de plegarias multiplicaba el mérito ante Dios. Así, por ejemplo, un centenar de bendiciones era considerado una «alta muestra de piedad».) Jesús rezaba como el que conversa con un amigo muy querido. Y lo hacía sobre la marcha: en pie, sentado, tumbado, mientras cocinaba, en pleno baño o en mitad del trabajo... Recuerdo que ese día, cuando interrumpió (?) la «conversación» con el Jefe para dar buena cuenta de las provisiones, quien esto escribe, sin poder sujetar la curiosidad, le interrogó sobre aquella extraña forma de orar. -¿Extraña? -preguntó a su vez el Hijo del Hombre-. ¿Y por qué extraña? -Digamos que no es muy normal... El Galileo adelantó parte de la respuesta con un negativo movimiento de cabeza. Y volvió a interrogarnos. -Decidme: ¿qué entendéis vosotros por rezar? Ahí nos pilló. Y ambos, humildemente, confesamos que jamás rezábamos. El Maestro, entonces, sonriendo, afirmó rotundo: ? -¡Pues ya va siendo hora...! Es muy fácil... La oración, en realidad, no es otra cosa que una charla con la «chispa» que os habita. Vosotros habláis. Conversáis con Él. Exponéis vuestros problemas y, sobre todo, vuestras dudas. Y Él, sencillamente, responde. -Y tú, Señor, ¿qué problemas tienes?... Te hemos observado y no has parado de hablar con Él durante toda la mañana... ; -Bien -replicó complacido-, de eso se trataba: de que captéis también los «detalles»... -En cuanto a tu pregunta, mi querido e indiscreto «pinche», yo no tengo problemas. Durante estos retiros, lisa y llanamente, cambio impresiones con Él. Repasamos la situación y, digámoslo así, me preparo para lo que está por venir. -¡Genial! -clamó el ingeniero-. ¡Una reunión en la «cumbre»! -Algo así... -Entonces -intervine desconcertado-, si no he entendido mal, cuando rezas, cuando hablas con el Jefe, no pides nada... -¿Pedir? No, Jasón, con Él, eso es una solemne pérdida de tiempo. Lo habéis oído y lo repetiré muchas veces. Ab-bá es AMOR. Recuerda: con mayúsculas. 290
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Obe<strong>de</strong>cí, naturalmente. Y el cayado -muy a mi pesar- continuó en el fondo <strong>de</strong><br />
la tienda.<br />
¿Detalles? ¿A qué se refería con la insólita afirmación?<br />
Pronto caeríamos en la cuenta...<br />
A <strong>de</strong>cir verdad, en multitud <strong>de</strong> ocasiones durante aquel tercer «salto» en el<br />
tiempo, fue Él quien condujo nuestra misión. Fue Él quien nos alertó, abriendo<br />
nuestros torpes y asombrados ojos a infinidad <strong>de</strong> pequeños-gran<strong>de</strong>s <strong>de</strong>talles.<br />
Detalles que también formaban parte -¡y <strong>de</strong> qué manera!- <strong>de</strong> la vida <strong>de</strong>l Hijo<br />
<strong>de</strong>l Hombre.<br />
Jesús conocía bien la trocha. Atravesamos los espesos bosques <strong>de</strong> cedros y,<br />
tras saltar en varias oportunida<strong>de</strong>s sobre el bravo nahal Aleyin («el que cabalga<br />
las nubes»), alcanzamos al fin los primeros ventisqueros.<br />
Cota «2 800». Casi en la cumbre.<br />
Una brisa fresca, limpia y mo<strong>de</strong>rada nos recibió complacida. Entre rocas<br />
azules, la nieve, escalando la montaña santa, dulcificaba pare<strong>de</strong>s y farallones.<br />
Y el sol, todavía rasante, empezó sus juegos <strong>de</strong> luces, apostando por el blanco<br />
y el naranja.<br />
El Maestro, canturreando uno <strong>de</strong> los salmos, recogió los cabellos, amarrándolos<br />
en su acostumbrada cola. Después, sonriendo, rebosante <strong>de</strong> una paz y<br />
felicidad difíciles <strong>de</strong> explicar, comentó:<br />
-¡Permaneced tranquilos!... ¡Es el turno <strong>de</strong> mi Padre!<br />
Nos guiñó un ojo y, <strong>de</strong>spacio, se alejó hacia una <strong>de</strong> las cercanas y chorreantes<br />
lenguas <strong>de</strong> nieve.<br />
Aquella estampa, <strong>de</strong> nuevo, me maravilló.<br />
¡Jesús <strong>de</strong> Nazaret caminando sobre la blanca y crujiente nieve!<br />
Al poco se <strong>de</strong>tuvo. Alzó los brazos y levantó el rostro hacia el azul purísimo <strong>de</strong><br />
los cielos. Y así permaneció largo rato.<br />
Entonces creí enten<strong>de</strong>r el porqué <strong>de</strong> sus enigmáticas palabras...<br />
-«¡Acompañadme!... Los <strong>de</strong>talles también son importantes.»<br />
Por supuesto que lo eran. A <strong>de</strong>cir verdad, nunca, hasta ese momento, le<br />
vimos en comunicación con Ab-bá.<br />
Nunca, que yo recuer<strong>de</strong>, habíamos asistido a la majestuosa y, al mismo<br />
tiempo, sencilla escena <strong>de</strong> un Jesús en oración. Miento. Este explorador sí fue<br />
testigo <strong>de</strong> excepción <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> esos momentos. Pero las circunstancias, poco<br />
antes <strong>de</strong>l prendimiento en el huerto <strong>de</strong> Getsemaní, fueron muy diferentes.<br />
Éste no era un Jesús <strong>de</strong> Nazaret atormentado y humillado. Éste era un<br />
Hombre-Dios pictórico. Lleno <strong>de</strong> vida. Entusiasmado. Feliz y dispuesto.<br />
Y durante horas me bebí aquella imagen.<br />
¡Hasta en eso era distinto y original!<br />
El Maestro no rezaba como el resto <strong>de</strong> los judíos. Al menos, en privado...<br />
En ningún instante se ajustaba a las estrictas normas <strong>de</strong> la Ley mosaica. No<br />
juntaba los pies. No arreglaba sus vestiduras. No se encorvaba hasta que<br />
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