Caballo de Troya 6 - IDU
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definitiva, tenéis diferentes conceptos de una misma realidad. Y yo os digo: los cuatro os quedáis cortos. La realidad total, final y completa, es mucho más que todo eso. Nadie respiraba. -... Más allá de lo que veis existen otras realidades, tan físicas y concretas como esa luna, que pertenecen al mundo de lo no material. Ese mundo invisible e inconcebible para vosotros constituye en verdad la auténtica «realidad». Y terminó desembarcando en lo anunciado inicial-mente. -... Pero, como os decía, para alcanzar esa realidad última, la gran verdad, necesitáis tiempo. Mucho tiempo. La verdad, por tanto, existe, pero es del todo imposible que pueda ser abarcada por la mente y la inteligencia de una criatura mortal. El muchacho, ágil y listo, le abordó sin contemplaciones. -Tú no hablas como un judío... ¿Quién eres realmente? Jesús tampoco se parapetó. -Yo, hijo mío, he venido a tocar tu corazón. Estoy aquí para hacerte temblar de emoción. Para que dudes, para enseñarte un camino que nadie te ha mostrado... -¿Un camino? ¿Hacia dónde? -Hacia esa verdad de la que habla tu padre. Pero no te impacientes. Cuando llegue mi hora volverás a verme y tus ojos se abrirán. Entonces te mostraré a Ab-bá y comprenderás que la verdad de la que te hablo es como un perfume. Sencillamente, la identificarás por su fragancia. El joven Tiglat, hecho un lío, siguió preguntando. -¿Ab-bá? ¿Quién es ese padre? -Para ti -anunció el Hijo del Hombre categórico-, un Dios nuevo. Para tu padre... un viejo sueño. -Y tú, ¿cómo sabes eso? -intervino perplejo el padre del joven-. ¿Cómo sabes que dudo de todos los dioses, incluido el tuyo? No hubo respuesta. Mi hermano y yo comprendimos. No era el momento. Como Él acababa de afirmar, no había llegado su hora. Jesús de Nazaret eligió el silencio. -¡Un Dios nuevo! -exclamó el jovencito, no menos desconcertado-. ¿Y tú eres judío? ¿Qué pasará con Yavé? -Te lo he dicho: deja que llegue mi hora... Entonces te hablaré de ese nuevo Padre. -¡No! -bramó el impetuoso adolescente-. ¡Háblame ahora! El jefe de los Tiglat reprendió al muchacho. Pero Jesús, solicitando calma, accedió. -Está bien, mi querido e impulsivo amigo... Lo haré porque es tu corazón el que lo reclama. »Yavé está bien donde está. Y ahí quedará para los que no comprendan la 283
nueva revelación. Porque de eso se trata: de entregar al hombre un concepto más exacto de Dios... Sí, hijo mío, un Dios nuevo y viejo al mismo tiempo. Un Dios Padre. Un Dios que no precisa nombre. Un Dios sin leyes escritas. Un Dios que no castiga, que no lleva las cuentas de tus obras. Un Dios que no necesita perdonar..., porque no hay nada que perdonar. Un Dios al que puedes y debes hablar de tú a tú. Un Dios que te ha creado inmortal. Que te llevará de la mano cuando mueras. Que te invita a conocerlo, a poseerlo y, sobre todo, a amarlo. Un Dios, como tú haces con tu padre, en el que confiar. Un Dios que te cuida sin tú saberlo. Que te da antes de que aciertes a abrir los labios. Un Dios tan inmenso que es capaz de instalarse en lo más pequeño: ¡tú! La mágica voz de aquel Hombre, sonora, segura, armada de esperanza, nos rindió a todos. Tiglat padre sostuvo la penetrante y cálida mirada del «extraño galileo». No había duda. Sus palabras lo hechizaron. Y balbuceó: -¿Dónde está ese Dios? ¿Dónde podemos encontrarlo? Jesús tocó su propio pecho con el índice izquierdo y aclaró: -Te lo he dicho: aquí mismo... dentro de ti. -Pero, ¿cómo es eso? -se adelantó el hijo-. Todos los dioses están fuera. -Exacto, pequeño. Sólo la verdad está dentro. Por eso, como dice tu padre, cuando la encuentres, cuando descubras a Ab-bá, te hará temblar de emoción... Y añadió, levantando de nuevo los corazones: -... Ese Dios se esconde en la experiencia. Y la experiencia es personal. Cada uno vive a Ab-bá a su manera. No hay normas ni leyes. Os lo he dicho. Ese Dios trabaja dentro y lo hace a medida de cada inteligencia y de cada voluntad. No perdáis el tiempo buscando en el exterior. No escuchéis siquiera a los que dicen poseer la i verdad. Yo os digo que nadie puede domesticarla y hacerla suya. La verdad, la pequeña parte que ahora podéis distinguir, es libre, dinámica y bella. Si alguien la encadena, si alguien comercia con ella, se aleja. -Pero tú dices conocer la verdad. Tú también la estas vendiendo y pregonando... El Maestro volvió a dudar. Nos miró y creí distinguir en sus ojos la sombra de la impotencia. En esta ocasión, sin embargo, no respondió al duro planteamiento del joven Tiglat. Se alzó y, lacónico, exclamó a manera de des- - pedida: -No ha llegado mi hora... Acto seguido desapareció en su tienda. Al día siguiente, viernes, cuando los Tiglat regresaron a Bet Jenn, Eliseo y yo nos enzarzamos en una fuerte polémica. Mi hermano defendía la postura del Maestro. Estaba de acuerdo con su extraña y, en cierto modo, cortante actitud. No era el momento. Nos hallábamos en el final de agosto del año 25. Jesús de 284
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<strong>de</strong>finitiva, tenéis diferentes conceptos <strong>de</strong> una misma realidad. Y yo os digo:<br />
los cuatro os quedáis cortos. La realidad total, final y completa, es mucho más<br />
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Nadie respiraba.<br />
-... Más allá <strong>de</strong> lo que veis existen otras realida<strong>de</strong>s, tan físicas y concretas<br />
como esa luna, que pertenecen al mundo <strong>de</strong> lo no material. Ese mundo invisible<br />
e inconcebible para vosotros constituye en verdad la auténtica «realidad».<br />
Y terminó <strong>de</strong>sembarcando en lo anunciado inicial-mente.<br />
-... Pero, como os <strong>de</strong>cía, para alcanzar esa realidad última, la gran verdad,<br />
necesitáis tiempo. Mucho tiempo. La verdad, por tanto, existe, pero es <strong>de</strong>l<br />
todo imposible que pueda ser abarcada por la mente y la inteligencia <strong>de</strong> una<br />
criatura mortal.<br />
El muchacho, ágil y listo, le abordó sin contemplaciones.<br />
-Tú no hablas como un judío... ¿Quién eres realmente?<br />
Jesús tampoco se parapetó.<br />
-Yo, hijo mío, he venido a tocar tu corazón. Estoy aquí para hacerte temblar<br />
<strong>de</strong> emoción. Para que du<strong>de</strong>s, para enseñarte un camino que nadie te ha<br />
mostrado...<br />
-¿Un camino? ¿Hacia dón<strong>de</strong>?<br />
-Hacia esa verdad <strong>de</strong> la que habla tu padre. Pero no te impacientes. Cuando<br />
llegue mi hora volverás a verme y tus ojos se abrirán. Entonces te mostraré a<br />
Ab-bá y compren<strong>de</strong>rás que la verdad <strong>de</strong> la que te hablo es como un perfume.<br />
Sencillamente, la i<strong>de</strong>ntificarás por su fragancia.<br />
El joven Tiglat, hecho un lío, siguió preguntando.<br />
-¿Ab-bá? ¿Quién es ese padre?<br />
-Para ti -anunció el Hijo <strong>de</strong>l Hombre categórico-, un Dios nuevo. Para tu<br />
padre... un viejo sueño.<br />
-Y tú, ¿cómo sabes eso? -intervino perplejo el padre <strong>de</strong>l joven-. ¿Cómo sabes<br />
que dudo <strong>de</strong> todos los dioses, incluido el tuyo?<br />
No hubo respuesta. Mi hermano y yo comprendimos. No era el momento.<br />
Como Él acababa <strong>de</strong> afirmar, no había llegado su hora. Jesús <strong>de</strong> Nazaret eligió<br />
el silencio.<br />
-¡Un Dios nuevo! -exclamó el jovencito, no menos <strong>de</strong>sconcertado-. ¿Y tú eres<br />
judío? ¿Qué pasará con Yavé?<br />
-Te lo he dicho: <strong>de</strong>ja que llegue mi hora... Entonces te hablaré <strong>de</strong> ese nuevo<br />
Padre.<br />
-¡No! -bramó el impetuoso adolescente-. ¡Háblame ahora! El jefe <strong>de</strong> los Tiglat<br />
reprendió al muchacho. Pero Jesús, solicitando calma, accedió.<br />
-Está bien, mi querido e impulsivo amigo... Lo haré porque es tu corazón el<br />
que lo reclama.<br />
»Yavé está bien don<strong>de</strong> está. Y ahí quedará para los que no comprendan la<br />
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