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Caballo de Troya 6 - IDU

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Instantes <strong>de</strong>spués, recuperado, replicó:<br />

-¿Y para qué necesita la riqueza aquel que posee la verdad?<br />

Mi hermano, <strong>de</strong>seoso <strong>de</strong> corregir la equivocada interpretación <strong>de</strong>l fenicio,<br />

puntualizó:<br />

-No fue eso lo que le dije a tu hijo. Cuando le hablé <strong>de</strong> nuestro amigo me referí<br />

a su corazón... «Un corazón inmensamente rico». Ésas fueron mis palabras.<br />

El jefe <strong>de</strong> Bet Jenn comprendió. Pero, <strong>de</strong>sconcertado por la respuesta <strong>de</strong> Jesús,<br />

se agarró a la i<strong>de</strong>a expresada por el Maestro.<br />

-¿La verdad? ¿Conoces tú la verdad? A partir <strong>de</strong> esos momentos asistiríamos<br />

a un parca, pero reveladora conversación con el Hijo <strong>de</strong>l Hombre. Una tertulia<br />

<strong>de</strong> la que todos saldríamos confundidos...<br />

El Maestro, silencioso, nos observó uno por uno. Tuve la sensación <strong>de</strong> que<br />

dudaba. Mejor dicho, <strong>de</strong> que no <strong>de</strong>seaba hablar <strong>de</strong>l espinoso asunto. Ahora,<br />

en la distancia, le entiendo...<br />

El adolescente intentó forzar al Galileo. Y lo consiguió a medias.<br />

-Mi padre dice que la verdad, si es que existe, está por llegar. Tiglat, complacido,<br />

asintió. -Y dice también que, cuando llegue, me hará temblar <strong>de</strong><br />

emoción porque es algo que toca directamente el corazón...<br />

El Maestro, vencido, le sonrió con ternura. Volvió a mirarme y, haciéndome un<br />

guiño, exclamó: -Tu padre es un hombre sabio...<br />

Debería estar acostumbrado, pero no... Esta frase, justamente, fue pronunciada<br />

por este explorador al pie <strong>de</strong>l asherat, como respuesta a los comentarios<br />

hechos por el guía. ¡Los mismos comentarios expuestos ahora por el<br />

joven Tiglat!<br />

¿Cómo lo hacía? ¿Cómo podía conocer y manejar los pensamientos ajenos con<br />

semejante soltura? La explicación -también lo sé- era obvia. Pero, terco como<br />

una muía, me resistía a aceptarlo...<br />

-Vosotros -prosiguió Jesús dirigiéndose a los Tiglay- no me conocéis. Éstos,<br />

en cambio, mis queridos griegos, saben quién soy. Conocen mi palabra y<br />

pue<strong>de</strong>n dar fe <strong>de</strong> que nunca miento.<br />

Dudó. Estaba claro que lo que se disponía a revelar no era sencillo. Suspiró y,<br />

supongo, se resignó.<br />

-Sí, amigo mío... Yo conozco la verdad. Tu hijo habla con razón. La verdad<br />

existe, pero, <strong>de</strong> momento, no está al alcance <strong>de</strong> los seres humanos.<br />

Señaló la luna, casi llena, y matizó:<br />

-Vosotros tenéis una i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> la realidad. Pero es un concepto limitado, propio<br />

<strong>de</strong> una mente finita que apenas acaba <strong>de</strong> <strong>de</strong>spertar. Para éstos -continuó<br />

refiriéndose a Eliseo y a quien esto escribe-, educados en otro lugar, la realidad<br />

<strong>de</strong>l universo es distinta a la vuestra...<br />

La sutileza, lógicamente, no fue captada por los Tiglat en su auténtica dimensión.<br />

Pero la comparación era válida. Y supimos leer entre líneas...<br />

-... Ellos entien<strong>de</strong>n la luna y las estrellas <strong>de</strong> una forma. Vosotros <strong>de</strong> otra. En<br />

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