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Caballo de Troya 6 - IDU

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Eliseo y quien esto escribe, casi mudos, no supimos reaccionar.<br />

¿Los <strong>de</strong>jábamos ir? ¿Qué hacíamos? ¿Los invitábamos a quedarse?<br />

Esa <strong>de</strong>cisión -supusimos- no era <strong>de</strong> nuestra competencia. Tanto mi hermano<br />

como yo, lo sé, <strong>de</strong>seábamos en esos instantes que permanecieran en el<br />

mahaneh. Pero, respetuosos con el Maestro, doblegamos el impulso. Sólo Él<br />

podía...<br />

Curioso. Muy curioso. Esa misma noche, Eliseo me lo confesó. Al verlos<br />

alejarse -fiel a los consejos <strong>de</strong>l rabí-, pidió al Padre que «hiciera algo», que los<br />

<strong>de</strong>tuviera...<br />

Y ocurrió.<br />

De pronto, cuando marchaban cerca <strong>de</strong>l dolmen, alguien gritó <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los cedros,<br />

reclamándolos.<br />

¡El Galileo!<br />

El ingeniero, entusiasmado, reconocería que lo revelado por Jesús <strong>de</strong> Nazaret<br />

«funcionaba». La mágica y arrolladora «fuerza» <strong>de</strong> la que habló el Maestro<br />

hizo realidad nuestros <strong>de</strong>seos. Los Tiglat se <strong>de</strong>tuvieron, dieron media vuelta y<br />

pernoctaron con nosotros. Yo, aunque <strong>de</strong>sconcertado, me aferré a lo único<br />

que explicaba la súbita y provi<strong>de</strong>ncial aparición <strong>de</strong> Jesús: la casualidad...<br />

¡Pobre necio!<br />

Jesús no consintió que los Tiglat colaborasen en la cena. Eran sus invitados.<br />

Tomó las truchas recién <strong>de</strong>scargadas -regalo <strong>de</strong> los fenicios- y las cocinó al<br />

estilo <strong>de</strong>l yam. Una receta que provocó encendidos elogios entre los comensales.<br />

Tras limpiar media docena <strong>de</strong> «arco iris», empujó las columnas<br />

vertebrales con los <strong>de</strong>dos medio y pulgar, <strong>de</strong>sprendiendo la carne. De la<br />

marinada -siguiendo las indicaciones <strong>de</strong>l «cocinero-jefe»- se responsabilizó el<br />

«pinche»: aceite, sal, miel <strong>de</strong> dátiles, pimienta negra bien molida y vinagre.<br />

Concluida la fritura, Jesús puso el toque personal: almendras calientes y una<br />

cucharada <strong>de</strong> mantequilla sobre cada pescado. Y escoltando el apetitoso<br />

condumio una ensalada-postre, troceada por Él mismo, a base <strong>de</strong>l dulce<br />

mikshak, el melón <strong>de</strong>l Hule, salpicado con otra <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>bilida<strong>de</strong>s: las pasas<br />

<strong>de</strong> Corinto.<br />

Mientras <strong>de</strong>vorábamos las <strong>de</strong>liciosas truchas, el joven Tiglat sacó a relucir el<br />

inci<strong>de</strong>nte con «Al» y sus compinches, explicando al Maestro cómo su buen<br />

dios Baal nos había protegido, «<strong>de</strong>scargando sus rayos sobre los bandidos».<br />

Eliseo y yo nos miramos. La versión <strong>de</strong>l pequeño guía nos tranquilizó. Jesús<br />

escuchó atentamente, pero no hizo comentario alguno. Al finalizar la <strong>de</strong>tallada<br />

exposición, el Galileo me buscó con la mirada. Sonrió y me hizo un guiño<br />

<strong>de</strong> complicidad.<br />

Entonces, dirigiéndose al «extraño galileo» Tiglat padre, curioso, preguntó:<br />

-Dice mi hijo que eres un hombre rico. ¿Es eso cierto?<br />

El Maestro, sorprendido, no pudo contener la risa y se atragantó.<br />

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