Caballo de Troya 6 - IDU

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-Pensadlo. Ya me diréis... Mejor dicho, se lo diréis a Él... Y ahora... descansad. Y añadió socarrón: -Si podéis... SEGUNDA SEMANA EN EL HERMÓN En realidad, toda nuestra estancia en las cumbres del Hermón fue un continuo hablar sobre Ab-ba. Era el tema y la palabra favoritos del Hijo del Hombre. Para nosotros fue un descubrimiento. Un hallazgo que nos marcaría para siempre. En mi diario lo definí como el «espíritu del Hermón». Por supuesto, lo pensamos. Meditamos mucho sobre la insólita «invitación» del Maestro. Eliseo, más audaz e inteligente que quien esto escribe, se decidió rápido. Una mañana, antes de la habitual partida de Jesús hacia los ventisqueros, le salió al paso. Se plantó ante Él y, solemne, le comunicó: -Señor, lo tengo claro. No comprendo bien algunas de las cosas que dices, pero acepto. A partir de ahora me pongo en sus manos. Es mi voluntad que se haga la voluntad del Jefe... El rabí reaccionó con uno de sus familiares gestos. Colocó las manos sobre los hombros del ingeniero y, feliz, sentenció: -Que así sea... ¡Bienvenido al reino! Yo, más torpe, dejé pasar el tiempo. Ahora lo sé. Cometí un error. Quise analizar y filtrar. Traté de someter las revelaciones de Jesús de Nazaret a la lógica y el raciocinio. En otras palabras: olvidé las advertencias del Galileo. No tuve en consideración «que la ciencia jamé podrá demostrar la existencia de Dios». No caí en la cuenta del sabio aviso: «El encuentro con el Padre es una experiencia personal.» Y fue preciso que asistiera al primer e «involuntario» prodigio del Maestro en la aldea Caná para que, al fin, me rindiera a la evidencia. Como Él afirmó, cada cual es «tocado» en su momento. Pero sigamos por orden. Aquella segunda semana en el mahaneh fue igualmente tranquila y benéfica. El Maestro, siguiendo su costumbre, desaparecía al amanecer, regresando poco antes del ocaso. Y cada noche, en las animadas tertulias, hablaba de esos intensos «contactos» con Ab-bá. Lo hacía con una naturalidad que daba miedo. Por lo que acerté a entender, esos «diálogos» (?) con el Jefe eran directos. Algo así como descolgar un teléfono y marcar el número de Dios... Ni qué decir tiene que jamás pusimos en duda sus explicaciones, aunque, en ocasiones, resultaban inconcebibles. Y adelantaré algo que entiendo de especial gravedad. Fue justamente esa actitud, esa especie de «hilo directo» con el Padre de los cielos, lo que, poco después, en su vida pública, le enfrentaría a propios y extraños. ¿Hablar directamente con Dios? ¿Conversar con Él de igual a igual? La ortodoxia judía, lógicamente, lo consideró una blasfemia. En cuanto a su familia, y al resto de los ciudadanos de a pie, esa revolucionaria forma de «tratar» al Todopoderoso, a Yavé, provocó de in- 279

mediato un abismo. Y el Maestro, naturalmente, fue tachado de loco. Después, conforme pasaron los días, fui dándome cuenta. Aquel voluntario retiro en el macizo del Hermón constituyó una etapa clave en la vida del Hijo del Hombre. En primer lugar, como ya mencioné, «recuperó lo que era legítimamente suyo». Fue, sin duda, un momento histórico. Jesús de Nazaret, el hombre, «despertó» a la divinidad. Por último, en esas semanas, «ató cabos». Se preparó. Digamos que puso en orden las ideas. Su mente y naturaleza humanas (las palabras no me ayudan) «aprendieron» a convivir (?) con la otra «naturaleza». Y sospecho que se hicieron una, aunque ambas, físicamente, eran independientes. No he podido profundizar en ello. Mi cerebro no da para tanto. Pero así fue. ¡Lástima que nadie mencionara este decisivo aislamiento al norte de la Gaulanitis! ¿Aislamiento? No del todo... A lo largo de aquella semana recibimos una visita. Una inesperada visita... Recuerdo que fue el jueves, 30 de agosto. Poco más o menos hacia la hora «décima» (las cuatro de la tarde) vimos aparecer en la meseta a dos casi olvidados personajes. El Maestro se hallaba ausente. En un primer momento, Eliseo y yo no supimos qué hacer. Y, recelosos, los dejamos avanzar. Pero todo fue más fácil de lo que suponíamos... Los Tiglat, padre e hijo, tirando del onagro, saludaron cordiales. La verdad es que me extrañó. Nuestra despedida junto al refugio de piedra no fue muy cálida... Tampoco entendí por qué se decidieron a incumplir lo pactado con el «extraño galileo». El joven fenicio, como dije, debía depositar las provisiones en el lugar ya mencionado, sin pisar el campamento. Eso era lo acordado con el Maestro. La explicación llegó de inmediato. Tiglat padre, sin demora ni rodeos, mi miró directamente a los ojos y, con una sombra de tristeza, solicitó disculpas «por el torpe comportamiento de su joven e irreflexivo hijo»: -Te ruego aceptes mis excusas. Esa reacción no es propia de mi gente... Sinceramente, había olvidado lo acaecido con Oí. Resté importancia al suceso y, en el mismo tono, afable y sincero, les pedí que lo olvidaran. El cabeza de familia, sin embargo, hizo una señal al jovencito y éste, adelantándose, bajando los ojos, repitió la petición de perdón. Revolví los negros cabellos del muchacho y, sonriente, le recordé una de sus frases: -Tenías razón... Tu padre no es un buen hombre. Es el mejor... Acto seguido, en silencio, procedieron a la descarga de las viandas. Y al concluir, tras un escueto «que Baal os bendiga», hicieron ademán de retirarse. 280

-Pensadlo. Ya me diréis... Mejor dicho, se lo diréis a Él... Y ahora... <strong>de</strong>scansad.<br />

Y añadió socarrón:<br />

-Si podéis...<br />

SEGUNDA SEMANA EN EL HERMÓN<br />

En realidad, toda nuestra estancia en las cumbres <strong>de</strong>l Hermón fue un continuo<br />

hablar sobre Ab-ba. Era el tema y la palabra favoritos <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong>l Hombre.<br />

Para nosotros fue un <strong>de</strong>scubrimiento. Un hallazgo que nos marcaría para<br />

siempre. En mi diario lo <strong>de</strong>finí como el «espíritu <strong>de</strong>l Hermón».<br />

Por supuesto, lo pensamos. Meditamos mucho sobre la insólita «invitación»<br />

<strong>de</strong>l Maestro. Eliseo, más audaz e inteligente que quien esto escribe, se <strong>de</strong>cidió<br />

rápido. Una mañana, antes <strong>de</strong> la habitual partida <strong>de</strong> Jesús hacia los ventisqueros,<br />

le salió al paso. Se plantó ante Él y, solemne, le comunicó:<br />

-Señor, lo tengo claro. No comprendo bien algunas <strong>de</strong> las cosas que dices,<br />

pero acepto. A partir <strong>de</strong> ahora me pongo en sus manos. Es mi voluntad que se<br />

haga la voluntad <strong>de</strong>l Jefe... El rabí reaccionó con uno <strong>de</strong> sus familiares gestos.<br />

Colocó las manos sobre los hombros <strong>de</strong>l ingeniero y, feliz, sentenció:<br />

-Que así sea... ¡Bienvenido al reino!<br />

Yo, más torpe, <strong>de</strong>jé pasar el tiempo. Ahora lo sé. Cometí un error. Quise<br />

analizar y filtrar. Traté <strong>de</strong> someter las revelaciones <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret a la<br />

lógica y el raciocinio. En otras palabras: olvidé las advertencias <strong>de</strong>l Galileo. No<br />

tuve en consi<strong>de</strong>ración «que la ciencia jamé podrá <strong>de</strong>mostrar la existencia <strong>de</strong><br />

Dios». No caí en la cuenta <strong>de</strong>l sabio aviso: «El encuentro con el Padre es una<br />

experiencia personal.» Y fue preciso que asistiera al primer e «involuntario»<br />

prodigio <strong>de</strong>l Maestro en la al<strong>de</strong>a Caná para que, al fin, me rindiera a la evi<strong>de</strong>ncia.<br />

Como Él afirmó, cada cual es «tocado» en su momento.<br />

Pero sigamos por or<strong>de</strong>n.<br />

Aquella segunda semana en el mahaneh fue igualmente tranquila y benéfica.<br />

El Maestro, siguiendo su costumbre, <strong>de</strong>saparecía al amanecer, regresando<br />

poco antes <strong>de</strong>l ocaso. Y cada noche, en las animadas tertulias, hablaba <strong>de</strong><br />

esos intensos «contactos» con Ab-bá. Lo hacía con una naturalidad que daba<br />

miedo. Por lo que acerté a enten<strong>de</strong>r, esos «diálogos» (?) con el Jefe eran<br />

directos. Algo así como <strong>de</strong>scolgar un teléfono y marcar el número <strong>de</strong> Dios... Ni<br />

qué <strong>de</strong>cir tiene que jamás pusimos en duda sus explicaciones, aunque, en<br />

ocasiones, resultaban inconcebibles. Y a<strong>de</strong>lantaré algo que entiendo <strong>de</strong> especial<br />

gravedad. Fue justamente esa actitud, esa especie <strong>de</strong> «hilo directo»<br />

con el Padre <strong>de</strong> los cielos, lo que, poco <strong>de</strong>spués, en su vida pública, le enfrentaría<br />

a propios y extraños. ¿Hablar directamente con Dios? ¿Conversar<br />

con Él <strong>de</strong> igual a igual? La ortodoxia judía, lógicamente, lo consi<strong>de</strong>ró una<br />

blasfemia. En cuanto a su familia, y al resto <strong>de</strong> los ciudadanos <strong>de</strong> a pie, esa<br />

revolucionaria forma <strong>de</strong> «tratar» al Todopo<strong>de</strong>roso, a Yavé, provocó <strong>de</strong> in-<br />

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