Caballo de Troya 6 - IDU
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Jesús parpadeó. Relajó los corazones con una amplia y sostenida sonrisa y, dulcemente, fue levantándonos hasta las estrellas. -Hoy, en mi treinta y un cumpleaños en esta forma humana, voy a pedir al Padre que os convierta en mis primeros discípulos... Y quiero hacerlo solemnemente... Como corresponde a unos auténticos embajadores y mensajeros... Levantó los brazos y fue a depositar sus manos sobre nuestras cabezas. Fue instantáneo. No sé cómo describirlo... Una especie de fuego frío, una llamarada helada, me recorrió en décimas de segundo. Aquella mano era y no era humana... Guardó silencio. Después, con gran voz, prosiguió: -¡Padre!... Ellos son los primeros!... ¡Protégelos!... ¡Guíalos!... ¡Dales tu bendición!... Entonces, intensificando la presión de las manos, añadió solemne y vibrante: -¡Ellos, al buscarme, ya te han encontrado! ¡Bendito seas, Ab-bá, mi querido «papá»...! Nuevo silencio. Y el Maestro, retirando las manos, nos atravesó de parte a parte. Aquellos ojos eran y no eran humanos... -Mis queridos ángeles... ¡Bienvenidos!... Bienvenidos a la vida!... ¡Bienvenidos al reino!... Y recordarlo siempre: este «viaje» hacia el Padre no tiene retorno... Acto seguido, uno por uno, nos abrazó. Fue un abrazo sólido. Incuestionable. Prolongado. Un abrazo que ratificó la inesperada y cálida «consagración». ¡Sus primeros embajadores! ¿Y por qué no? Éramos observadores, sí, pero observadores «atrapados» por un Dios. ¿Qué podíamos hacer? Yo, personalmente, me sentí feliz y agradecido. Mi trabajo fue el mismo. Continué analizando y valorando. Me mantuve siempre en la sombra, a cierta distancia, pero, en lo más íntimo, compartiendo y aprendiendo. ¿Las normas de la operación? Fueron respetadas, sí. Palabras y sucesos figuran en este diario con escrupulosa objetividad. En cuanto a los sentimientos -igualmente prohibidos por Caballo de Troya-, siguieron su inevitable curso: sencillamente le amamos. Y jamás me sentí culpable. Como apuntó el ingeniero, ¡a la mierda Curtiss y su gente! Jesús de Nazaret llenó de nuevo las copas y, entusiasmado, gritó: -¡Por el «Barbas»! Arrojó una carga de leña al fuego y, frotándose las manos, se sentó frente a las sorprendidas llamas. Las vio danzar. Chisporrotear. Después entró en 263
materia. En su materia favorita: el Padre. Y aquellos perplejos exploradores siguieron aprendiendo. -¿Dónde estábamos? Eliseo, adelantándose, le refrescó la memoria. -Decías que tu trabajo ha sido culminado. Decías que ahora conoces al hombre, que podrías regresar, si lo desearas, y asumir la soberanía de tu universo... Jesús fue asintiendo con la cabeza. -... Decías también que, sin embargo, habías optado por someterte a la voluntad del Jefe... Y yo te pregunté: ¿y qué ha dicho? -En palabras simples: que siga con vosotros, que cumpla el segundo gran objetivo de esta experiencia humana... ¡Que os hable de El!... ¡Que encienda la luz de la verdad! Este explorador, más pragmático y prosaico que el ingeniero, intervino de inmediato. -Señor, si vas a hablarnos del Padre, bueno será que lo definas, que nos digas qué o quién es... E intentando justificarme añadí: -... No olvides que, en el fondo, somos hombres escépticos... Jesús sonrió malévolo. Y preguntó: -¿Escépticos? Me atrapó. Después de lo visto en la anterior experiencia, después de haber sido testigos de su resurrección, la definición, por supuesto, no era correcta. Y rectifiqué. -Ignorantes...-Eso sí, querido Jasón... Pero no te alarmes. Ignorancia y escepticismo tienen arreglo. Recuerda: para dar sentido a tu vida, para saber quién eres, qué haces aquí y qué te aguarda tras la muerte, sólo precisas de la voluntad. Si quieres, puedes «saber»... Y ahora vayamos con tu pregunta. Meditó unos instantes. Supuse que no era fácil. Me equivoqué. La definición del Padre era casi imposible. Imposible para las bajísimas posibilidades de percepción humana. -Recordad siempre -arrancó con un preámbulo decisivo- que, en el futuro, cuando llegue mi hora, hablaré como un educador. Ése será mi papel. En consecuencia, tomad mis palabras como una aproximación a la realidad... Buscó nuestra comprensión y prosiguió. -... ¿Por qué digo esto? Sencillamente, porque lo finito, vosotros, no puede entender, abarcar o hacer suyo lo infinito. Y eso es Ab-bá: una luz, una presencia espiritual, una realidad infinita que, de momento, no está al alcance de las criaturas materiales. Sonrió y, optimista, redondeó: ... Pero lo estará. -¡Una luz! -comentó mi compañero intrigado-. ¡Una energía que, obviamente, piensa! 264
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dulcemente, fue levantándonos hasta las estrellas.<br />
-Hoy, en mi treinta y un cumpleaños en esta forma humana, voy a pedir al<br />
Padre que os convierta en mis primeros discípulos... Y quiero hacerlo solemnemente...<br />
Como correspon<strong>de</strong> a unos auténticos embajadores y mensajeros...<br />
Levantó los brazos y fue a <strong>de</strong>positar sus manos sobre nuestras cabezas. Fue<br />
instantáneo. No sé cómo <strong>de</strong>scribirlo...<br />
Una especie <strong>de</strong> fuego frío, una llamarada helada, me recorrió en décimas <strong>de</strong><br />
segundo. Aquella mano era y no era humana...<br />
Guardó silencio. Después, con gran voz, prosiguió:<br />
-¡Padre!... Ellos son los primeros!... ¡Protégelos!... ¡Guíalos!... ¡Dales tu<br />
bendición!...<br />
Entonces, intensificando la presión <strong>de</strong> las manos, añadió solemne y vibrante:<br />
-¡Ellos, al buscarme, ya te han encontrado! ¡Bendito seas, Ab-bá, mi querido<br />
«papá»...!<br />
Nuevo silencio.<br />
Y el Maestro, retirando las manos, nos atravesó <strong>de</strong> parte a parte. Aquellos<br />
ojos eran y no eran humanos...<br />
-Mis queridos ángeles... ¡Bienvenidos!... Bienvenidos a la vida!... ¡Bienvenidos<br />
al reino!... Y recordarlo siempre: este «viaje» hacia el Padre no tiene<br />
retorno...<br />
Acto seguido, uno por uno, nos abrazó. Fue un abrazo sólido. Incuestionable.<br />
Prolongado. Un abrazo que ratificó la inesperada y cálida «consagración».<br />
¡Sus primeros embajadores!<br />
¿Y por qué no?<br />
Éramos observadores, sí, pero observadores «atrapados» por un Dios. ¿Qué<br />
podíamos hacer?<br />
Yo, personalmente, me sentí feliz y agra<strong>de</strong>cido. Mi trabajo fue el mismo.<br />
Continué analizando y valorando.<br />
Me mantuve siempre en la sombra, a cierta distancia, pero, en lo más íntimo,<br />
compartiendo y aprendiendo.<br />
¿Las normas <strong>de</strong> la operación?<br />
Fueron respetadas, sí. Palabras y sucesos figuran en este diario con escrupulosa<br />
objetividad. En cuanto a los sentimientos -igualmente prohibidos por<br />
<strong>Caballo</strong> <strong>de</strong> <strong>Troya</strong>-, siguieron su inevitable curso: sencillamente le amamos. Y<br />
jamás me sentí culpable.<br />
Como apuntó el ingeniero, ¡a la mierda Curtiss y su gente!<br />
Jesús <strong>de</strong> Nazaret llenó <strong>de</strong> nuevo las copas y, entusiasmado, gritó:<br />
-¡Por el «Barbas»!<br />
Arrojó una carga <strong>de</strong> leña al fuego y, frotándose las manos, se sentó frente a<br />
las sorprendidas llamas. Las vio danzar. Chisporrotear. Después entró en<br />
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