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-... ¿Sabéis que el humor -reveló Jesús- es un invento <strong>de</strong>l Padre?<br />
-Entonces -proclamó Eliseo con los ojos muy abiertos-, el Jefe se ríe...<br />
-Sobre todo cuando el hombre piensa...<br />
-Señor -intervine reconduciendo la conversación-, ¿por qué <strong>de</strong>cías que tu<br />
trabajo es similar al <strong>de</strong> las lenguas <strong>de</strong> fuego? El Maestro agra<strong>de</strong>ció el cable. Se<br />
puso nuevamente serio y matizó:<br />
-El Hijo <strong>de</strong>l Hombre ha venido también para sanear la memoria humana.<br />
Ahora, no por vuestra culpa, se halla enferma. Dominada por la oscuridad.<br />
Sujeta al error y a la <strong>de</strong>sesperación. Yo soy el fuego que purifica. Yo os traigo<br />
la esperanza. Yo os anuncio que, a pesar <strong>de</strong> las apariencias, todo está por<br />
estrenar. Dios, el Padre, está por «estrenar»...<br />
Hizo una pausa y, señalando el perfil grana <strong>de</strong> los bosques, nos <strong>de</strong>jó nuevamente<br />
en suspenso:<br />
-Y hablando <strong>de</strong> estrenar..., ¿qué hay <strong>de</strong> la cena? Hoy, queridos ángeles, como<br />
os dije, es un día especial... - Ataquemos... ¡El pato es nuestro! Después<br />
seguiremos con el «Barbas»..<br />
Pato asado. El Maestro se esmeró.<br />
Con el socorro <strong>de</strong>l resucitado «pinche» puso a punto una jugosa salsa a base<br />
<strong>de</strong> cebolla rallada, ajo machacado, dos o tres buenos pellizcos <strong>de</strong> jengibre,<br />
pimienta en abundancia, sal y aceite. Y sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> canturrear pinceló el<br />
ána<strong>de</strong> por <strong>de</strong>ntro y por fuera, dorándolo <strong>de</strong>spacio.<br />
Nos supo a gloria.<br />
Después, fruta picada, ligeramente emborrachada con arac y vino helado,<br />
cuidadosamente enterrado en la nieve <strong>de</strong>l Hermón.<br />
Al final, un brindis. El Maestro alzó la humil<strong>de</strong> copa <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra. Repasó las<br />
estrellas y, <strong>de</strong>scendiendo feliz a nuestros corazones, pronunció una <strong>de</strong> sus<br />
palabras favoritas:<br />
-Lehaim!<br />
-Lehaim! -replicamos al unísono.<br />
-¡Por la vida!, repitió con voz imperativa.<br />
Supongo que era el momento esperado por Eliseo. Se levantó y, en silencio,<br />
se perdió en el interior <strong>de</strong> la tienda. Jesús, impasible, continuó con la vista<br />
anclada en el tumultuoso firmamento. Venus, Marte y Regulus, casi en línea,<br />
<strong>de</strong>stellaron con más fuerza. Parecían cómplices. El Halley, ahora más al norte<br />
y al oeste, también fue testigo <strong>de</strong> la siguiente, emotiva... y absurda escena.<br />
Eliseo reapareció. Se plantó frente al rabí y le miró sonriente. Tenía las manos<br />
a la espalda. Después, buscándome con la mirada, intensificó la sonrisa. Creí<br />
enten<strong>de</strong>r. Pero, ¿qué ocultaba?<br />
Jesús le observó curioso. Desvió la vista hacia quien esto escribe y me interrogó<br />
sin palabras. Me encogí <strong>de</strong> hombros.<br />
La verdad es que me hallaba al margen.<br />
Finalmente, ceremonioso, el ingeniero fue a mostrarle lo que había ido a<br />
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