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Jesús, atónito, rompió a reír. Y casi chamuscó el pato. Mi hermano, echando<br />
mano <strong>de</strong> la expresión latina, se refería al cuerpo <strong>de</strong> bomberos <strong>de</strong> Roma,<br />
fundado por Augusto en el año 22 antes <strong>de</strong> Cristo, <strong>de</strong>pendiente <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el 6 d.<br />
J.C. <strong>de</strong> un praefectus vigilum, y que alcanzaría gran fama en todo el imperio.<br />
Al unirme a las carcajadas <strong>de</strong>l Galileo, mi compañero nos observó perplejo.<br />
Finalmente, feliz, intuyendo que las risas eran mucho más que una consecuencia<br />
<strong>de</strong> sus palabras, espontáneo como siempre, soltó el «silbón» y fue a<br />
arrodillarse frente al divertido Maestro. Le sonrió y, sin previo aviso, se abrazó<br />
a Él. Y así permaneció varios minutos.<br />
Jesús <strong>de</strong> Nazaret, conmovido, hizo un esfuerzo. Muy leve, la verdad. Y un par<br />
<strong>de</strong> lágrimas terminaron traicionándolo. Y rodaron solitarias por las mejillas.<br />
-¡El pato, Señor!<br />
Mi grito puso en guardia al Maestro. El sufrido ána<strong>de</strong>, en efecto, ardía por los<br />
cuatro costados...<br />
-¿Será posible?...<br />
El Galileo, <strong>de</strong>sconcertado, intentó apagar las llamas. Y lo logró, claro. Pero el<br />
pobre pato, negro y humeante, estaba en las últimas...<br />
-¿Será posible? -repitió Jesús contemplando la carbonizada cena-. ¡Vaya Dios<br />
más torpe!<br />
Eliseo, <strong>de</strong>sconsolado, pidió disculpas.<br />
-¡Perdón, Señor!... ¡Perdón!<br />
Y el Maestro, atrapado en otro ataque <strong>de</strong> risa, le exigió:<br />
-¡No, por favor!... ¡No más perdón!... ¡Sólo nos queda un pato!<br />
Así era aquel maravilloso Hombre...<br />
Cuando !os ánimos se calmaron, el rabí, absolutamente perdido, preguntó:<br />
-¿Por dón<strong>de</strong> iba?<br />
Quise respon<strong>de</strong>r, pero la risa, incontenible, me zancadilleó. Eliseo, entonces,<br />
muy serio, trató <strong>de</strong> socorrer a Jesús, aclarando:<br />
-Por los bomberos...<br />
Imposible. Las carcajadas, <strong>de</strong> nuevo, se hicieron dueñas y señoras <strong>de</strong>l mahaneh,<br />
llegando claras hasta un Hermón igualmente enrojecido.<br />
-Queridos hijos -respiró al fin el Maestro-, ¿sabéis qué es lo más hermoso y<br />
reconfortante <strong>de</strong> la risa?<br />
Eliseo contempló el malogrado ána<strong>de</strong>, pero, pru<strong>de</strong>ntemente, guardó silencio.<br />
-...Lo más atractivo <strong>de</strong>l sentido <strong>de</strong>l humor -prosiguió el Maestro- es que sólo<br />
es practicado por gente segura y confiada.<br />
Y dirigiéndose al ingeniero remachó:<br />
-No cambies nunca, mi querido ángel..., «<strong>de</strong>stroza-patos»..<br />
Era inútil. El Hijo <strong>de</strong>l Hombre, cuando se lo proponía, era peor que Eliseo...<br />
No rué fácil sujetar el nuevo ataque <strong>de</strong> risa. Y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> esa tar<strong>de</strong>, mi hermano<br />
recibiría el sobrenombre <strong>de</strong> «<strong>de</strong>strozapatos». Naturalmente, supo encajar la<br />
broma <strong>de</strong>l Galileo y aceptó el apodo con <strong>de</strong>portividad.<br />
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