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con un amago <strong>de</strong> sonrisa.<br />
-Eso está mejor... Y ahora, escucha. Escuchad los dos...<br />
Tomó los ána<strong>de</strong>s. Se sentó frente a la fogata y, entregando uno <strong>de</strong> los patos<br />
a mi compañero, le sugirió que lo <strong>de</strong>splumase. Él, con el suyo, hizo otro tanto.<br />
Y, mientras limpiaba el cebado «silbón», fue a <strong>de</strong>svelarnos algo <strong>de</strong> especial<br />
interés, que aclaró la mente <strong>de</strong> este confuso y confundido explorador. Algo<br />
que tampoco figura en los evangelios y que, no obstante, como digo, <strong>de</strong>spejaba<br />
varias e importantes incógnitas relacionadas con la encarnación <strong>de</strong>l<br />
Hijo <strong>de</strong>l Hombre. Unas incógnitas que, <strong>de</strong> haber sido resueltas por los escritores<br />
sagrados (?), habrían evitado mucha confusión e infinitos ríos <strong>de</strong><br />
tinta...<br />
Según sus palabras, <strong>de</strong> acuerdo a los planes divinos, el hecho físico <strong>de</strong> su<br />
experiencia humana se hallaba «limitado» por una serie <strong>de</strong> «condiciones»,<br />
absolutamente inviolables. Esas «prohibiciones» -autoimpuestas por el propio<br />
Jesús <strong>de</strong> Nazaret durante su estancia en el Hermón- resultaban casi <strong>de</strong> sentido<br />
común...<br />
En primer lugar, el Hombre-Dios no <strong>de</strong>bería <strong>de</strong>jar escrito alguno. Escritos<br />
-entendimos- <strong>de</strong> su puño y letra. De ningún tipo. Llevaba razón. Si el Maestro<br />
hubiera puesto por escrito su doctrina y filosofía, los seguidores, muy probablemente,<br />
habrían convertido semejante tesoro en un «artículo» <strong>de</strong> veneración<br />
y, lo que podía ser más lamentable, en un motivo <strong>de</strong> permanentes<br />
disputas e interpretaciones <strong>de</strong> todo tipo.<br />
En ese instante se hizo la luz. Miré a mi hermano y, avergonzado, bajó los ojos.<br />
Comprendí y, en cierto modo, lo justifiqué. Fue una travesura. Un impulso<br />
infantil. Eliseo, saltándose las rígidas normas <strong>de</strong> <strong>Caballo</strong> <strong>de</strong> <strong>Troya</strong>, escondió la<br />
escudilla <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, <strong>de</strong>seoso <strong>de</strong> conservar el pequeño-gran «mensaje», con<br />
la letra <strong>de</strong>l Maestro. Después <strong>de</strong> todo, él era el «inventor» <strong>de</strong>l calificativo (el<br />
«Barbas») que tanta gracia había hecho al Maestro. En cuanto a cómo lo<br />
averiguó, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> lo que llevaba visto, ni me lo planteé.<br />
Y tomé buena nota. Eliseo no era el único tentado por algo así...<br />
En segundo lugar -movido por ese mismo sentido común-, el Hijo <strong>de</strong>l Hombre<br />
tomaría otra no menos importante <strong>de</strong>cisión: su imagen, su figura, no podría<br />
ser dibujada por manos humanas. Es curioso. Cuando algunos, a lo largo <strong>de</strong><br />
su vida pública, intentaron «retratarlo», Él siempre se opuso, provocando el<br />
<strong>de</strong>sconcierto <strong>de</strong> propios y extraños. En mi opinión, era igualmente lógico.<br />
Esas pinturas, en el fondo, sólo habrían causado problemas. En especial, <strong>de</strong><br />
índole idolátrico.<br />
«... No podría ser dibujada por manos humanas.»<br />
Al pronunciar esta frase, Jesús <strong>de</strong> Nazaret interrumpió la limpieza <strong>de</strong>l ána<strong>de</strong>.<br />
Me traspasó con aquellos ojos rasgados, incisivos y limpios como la atmósfera<br />
<strong>de</strong>l Hermón y, haciéndome un guiño <strong>de</strong> complicidad, prosiguió.<br />
El corazón aceleró. Entendí perfectamente.<br />
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